—Así trabajaaaaba, así, así; así trabajaaaaba, así, así; así trabajaaaaba, así, así; así trabajaba que yo la viii.—Emocionada como una adolescente, Heidi recorre las calles de Nueva Orleans colgando en cada pared que encuentra unos pequeños carteles publicitarios de su negocio recién abierto: la “Consulta psicológica Ellsworth: ¡Tenemos los tornillos que les faltan!”

No nos engañemos: Heidi es mucho más conocida en esta ciudad, de modo que probablemente va a tener pocos pacientes. Lo primero que has de saber de Heidi Ellsworth, es que ella es la primera que necesita de ayuda no tanto psicológica, como psiquiátrica.

Pero claro: ¿quién iba a suponerlo con esa sonrisa encantadora?

—¡Hola, hola! ¿Quién no necesita un psicólogo en esta ciudad de locos? ¡Este primer mes estamos de promoción!—Anuncia, tendiéndole uno de los carteles a una de la chica que pasa por la calle a su lado en aquel momento. Heidi le regala la más cariñosa de sus sonrisas—. Estoy segura de que te encantaría tener a alguien a quien contarle tus dramas.

Iba caminando de manera despreocupada por el distrito Garden, intentando encontrar alguna pista que me llevase al famoso aquelarre de mi madre. Aún no había encontrado a nadie con quién hablar -tampoco es que me fuera a parar a contarle mi vida al primero que se cruzase por mi camino- así que esperaba que, yendo al distrito en cuestión, pudiera aclarar algunas dudas. Comprobé en mi móvil que no tenía mensajes por leer o llamadas perdidas y, justo cuando lo volvía a introducir en el interior de mi chaqueta, una mujer sonriente se me plantó delante con un folleto publicitario. ¿Me había visto cara de necesitar un psicólogo? Bueno, igual tampoco iba tan desencaminada... -Gracias, no me vendría mal -comenté con amabilidad mientras cogía el papel y no pude evitar reírme al leer el eslogan. Desde luego que sabían como llamar la atención, aunque tenía más pinta de charlatana que de psicóloga.

—¡Buena elección, Ojos Tristes! —Brama, en medio de sus gritos hilarantes, cuando la chica acepta la entrega de uno de sus folletos, quizá valorando en convertirse en una nueva paciente. Ah, siempre hay alguno que sigue picando el anzuelo, y por eso Heidi nunca desiste en su demencial tarea de manipulación.

—¿Mal de amores? ¿Depresiones? ¿Esta ciudad te está haciendo perder la cabeza? ¿Lo pillas? La cabeza. —No te molestes, no hay nada que pillar. Sin embargo, convencida de su discurso, Heidi saca la lengua haciendo una mueca, y utiliza su dedo índice para hacerlo rotar repetidas veces sobre la sien.— Estoy segura de que todos hemos perdido algún tornillo por el camino, ¿eh? —Y sí: sé lo que estás pensando. Sobre todo ella.

Pero esa es otra historia. No hemos venido a hablar de los males de la doctora Ellsworth, ¿verdad? Sino lo de la susodicha… —Perdona, ¿cómo has dicho que te llamabas? —Por supuesto, no se lo ha dicho. Pero, ¿a quién le importan los detalles?

Doblé el folleto y me lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón, pensando en tirarlo a la primera papelera que viese. No iba a juzgar a aquella chica pero, en caso de necesitar un psicólogo, buscaría a alguien más... discreto. ¿Me acababa de llamar ojos tristes? Alcé una ceja y continué mirándola entre curiosa e incrédula mientras ella hablaba sin parar.  Me costaba imaginármela como psicóloga a decir verdad. Al escuchar cómo me pedía que le recordase mi nombre, esbocé una media sonrisa. -No te lo había dicho, pero me llamo Christabel -contesté. Suponía que no habría nada de malo en darle mi nombre a una desconocida y, además, seguro que había alguien más en esta ciudad con mi nombre.

—¡Christabel, Christabel! ¡Qué nombre tan bonito! ¿Por qué me suena tan familiar? —Se pregunta repentinamente, llevándose una mano al mentón.— Creo que ya tuve una paciente que se llamaba como tú. ¿Crees que tenga que ver con el nombre? ¡HAHA! Cosa de Christabels. —Ni te molestes en pararte a pensar en sus reflexiones, no tienen coherencia, ni pretenden tenerla.

— ¡En fin, Christabel! ¿Te gustaría entonces venir un día a la consulta y comprobar por ti misma de qué va todo esto? ¡Atiendo de 11 a 14 y de 16 a 19! La primera sesión es gratuita y sin compromiso. ¡Te ayudaré a buscar todos esos tornillos que te faltan! —Brama, exaltada y llena de emoción contenida. ¡Una nueva paciente! Y casi parece que no ha necesitado hacer mucho para convencerla.

Me reí levemente sin poder evitarlo al escuchar cómo hablaba de esa paciente. ¿Dónde había quedado el secreto profesional? -No lo sé, nunca he conocido a nadie con mi nombre -confesé con sinceridad. Había conocido a varias Christinas o Chritians pero nunca Christabel. Hasta había llegado a pensar que mi madre se había inventado aquel nombre. Asentí cuando me ofreció ir a su consulta y señalé el taco de folletos que ella aún tenía en su mano. -Oh, claro, cuando tenga mi agenda por delante te llamaré para que podamos concertar una cita -mentí, pues no pensaba llamarla ni, mucho menos, acudir a su consulta. -Gracias -comenté mientras volvía a caminar con intención de perder de vista a esa mujer.

— Vaya, ¿en serio? ¡Eso es muy triste! O realmente una buena noticia, ¿no crees? ¡Ser la única Christabel de tu vida debe hacerte sentir muy especial!— Brama, sin atender a ningún tipo de lógica o sentido, volviendo a estallar en una carcajada demencial.— Aunque en realidad, yo tampoco he conocido a nadie con mi nombre. Salvo esa chiquilla de los dibujos animados… sí, esa; la que era novia de un tal Marco, el crío del mono. —Comenta, como si de verdad aquel fuera un tema relevante.

Sonriendo de lado a lado, puede que demasiado intensamente, Heidi Ellsworth le echa un último vistazo a su interlocutora. —¡Eso será genial, Christabel! Espero verte por mi consulta pronto. —Le dice, sorprendentemente animada ante la idea.— Y no te olvides de llamar, ¿eh? ¡Me he quedado con tu cara! —Se despide, y aunque suena alegre, aquella frase en particular parece haber sido elegida para amenazarla.

Sin más que añadir, Heidi sigue calle abajo, decidida a continuar haciendo promoción de su negocio.