No iba a negarlo; No le había quitado la mirada de encima desde que lo había localizado.

Lo observó desde la distancia, estratégicamente agazapada tras el tronco de un árbol que le permitía cierta intimida. Su mirada felina y curiosa, se mantenía fija en este, su juguete favorito, mientras otros se acercaban a jugar con él. Especialmente, niños.

Parecía alguien completamente diferente del despojo que cazó a principios de año. Bastante animado, disfrutando de esa libertad de la que ella le privó durante meses. Una libertad que no estaba dispuesta a concederle, al menos, no del todo.

Aguardó a que la curiosa actividad en la que estaba envuelto llegase a su fin. No se movió de allí hasta que vio como este se retiraba hacia una zona más alejada. Solo entonces la ex-Augustine se movió para seguirlo. La oportunidad perfecta para lograr ese tiempo a solas que deseaba.

Al fin y al cabo, se merecían un encuentro por todo lo alto.

— Te cacé, lobito... — ronroneó a sus espaldas al mismo tiempo que pinchaba con una chincheta el trasero de este —. ¿O debería decir burrito? — no pudo reprimir la carcajada que escapó de su garganta —. De eso se trataba el juego, ¿No? — ponerle la cola al burro. Tenía gracia lo apropiado de su papel —. ¿Me has echado de menos, cariño? — arrastró las palabras con sensualidad, y parpadeó de forma coqueta.

Ella sí lo había hecho.

Al final aquel estúpido juego no había estado tan mal, después de todo. Los niños lo adoraban, o eso se creía él, y ya no le parecían tan irritantes como solían ser. Los despidió a todos, lanzando un suspiro de cansancio. Si Einar y el resto no lo perdonaban después de hacer ese juego, no lo perdonarían nunca.

Decidido a llenarse el estómago con algo de comida para reponer energías para la tarde, el lobo echó a andar, sin notar que alguien lo seguía hasta que fue demasiado tarde.

—¡Auch! ¡Mi culo! —dio un respingo al notar un pinchazo en el trasero, girándose para encontrase con el peor de sus demonios, una de apariencia angelical; la mujer que lo había apresado, torturado y jugado con su cabeza...— ¡Tú! ¿Qué haces aquí? Pediré ayuda, te atraparán —le aseguró, sintiendo el verdadero terror. Sin embargo, por mucho que quisiera hacerlo, sus pies no lo obedecían.

—Olvidaba que... —se quedó paralizado, con sus pupilas temblorosas mirándola a ella. Estaba a su merced, y lo peor de todo es que no podía hacer nada por evitarlo. Ni siquiera podía pedir ayuda— Déjame tranquilo, por favor. Ahora ya no puedo servirte para nada. ¡Tu grupo de frikis ya no existe! —levantó la voz, retrocediendo, aunque en medio de tanto ruido nadie iba a escucharlo.

Nadie iba a salvarlo de ella.

Dejó escapar una risa ante la reacción del licántropo cuando la vio. Justo allí, en un terreno familiar, donde debería de sentirse a salvo. Pero su juguetito no podría estar nunca a salvo del todo. Porque ella jamás le permitiría que huyera. No del todo.

Tan solo tendría la libertad que ella le dispusiera.

— No puedes — completó la frase que el licántropo dejó a medias —. Nuestros juegos no serían tan divertidos si pudieras. ¿No crees? — pasó la mano con descaro por el torso del hombre, acortando la cercanía entre sus cuerpos — Te noto distinto... ¿Has descubierto ya lo que es el jabón? ¿O te han tirado en el lago antes de que empezase la jornada? — le preguntó, aspirando el aroma de su cuello. Aún recordaba lo divertido que era darle unos cuantos manguerazos.

— Por favor, relájate, no seas tan dramático, cariño — su diestra ascendió, trazando un recorrido por su pecho y cuello, hasta llegar a su rostro, que acarició con una ternura que parecía increíble que poseyera, teniendo en cuenta las atrocidades de las que era capaz —. Con lo bien que nos lo hemos pasado todos esos meses, ¿De verdad crees que lo nuestro va a acabar así? — una nueva risa acompañó a sus palabras. Iluso —. De hecho; Ahora es cuando más útil vas a ser para mi — de repente su expresión se ensombreció, mostrándose más seria —. Vas a ayudarme con mis experimentos — le advirtió. Y no era ninguna petición. Se trataba de una orden.

—No me toques, ¡aléjate! —le espetó, con el terror pintado en sus facciones. El Bigby del pasado nunca se habría imaginado gritándole a una mujer tan hermosa que no lo tocara— ¿Dramático? Tú me has... me has... ¡Estás loca! —por si no había quedado claro lo que pensaba de ella, se lo dejó claro una vez más.

Sintió un escalofrío al notar su tacto, quedándose paralizado en esa ocasión, como si fuera incapaz de alejarse de ella y de la influencia que tenía sobre él. Y, sí, era incapaz de hacerlo.

—Eres tú la única que se lo ha pasado bien, ¡a mí costa! Y a saber a costa de cuántos más... No pienso ayudarte, no... No... —iba perdiendo fuerza a medida que hablaba. Se llevó una mano a la cabeza, que empezaba a dolerle de forma insoportable. Comenzaba a ver su imagen borrosa, con aquella siniestra sonrisa en sus labios que se había convertido en algo habitual en todas sus pesadillas— No quiero hacerlo... No... ¿Qué quieres que haga? —no importaba cuánto se resistiera, al final aquel chip en su cabeza lo obligaría a acatar cualquier orden de la contraria.

Y pobre de aquel que fuera a convertirse en su objetivo.

— ¿Te he qué? Yo te veo muy bien — respondió en un gesto inocente, como si no entendiera bien de a qué se refería —. No te pongas celoso. Si ya sabes que tú eres mi favorito — como si se tratara de un privilegio. Uno envenenado.

El nerviosismos en el contrario era evidente, algo que contrastaba con la inquietante calma con la que la mujer estaba manejando la situación, como si se tratara de algo normal. Podía ver como el hombre trataba de resistirse a su juego, pero la realidad era que no tardaría mucho en caer.

— Quiero que me consigas un licántropo — respondió a su pregunta, echando una rápido vistazo a su alrededor —. Tranquilo, no pongas esa cara. No tiene que ser de aquí. De hecho, prefiero que no lo sea; Podría levantar sospechas — y en la delicada situación en la que se encontraba lo que quedaba de la Sociedad Augustine, era mucho mejor que no lo fuera —. Me da igual como lo consigas, pero necesito que me traigas uno en los próximos días, o si no... — colocó el índice sobre la frente del contrario —. Tick, tack... ¡Boom! — no hacía falta que dijera más, sabría a lo que se refería.

Con una pérfida sonrisa, la mujer se separó del licántropo, sin darle mucho tiempo a que terminara de procesar sus palabras.

— ¿Te veo entonces antes de que acabe la semana, cielo? — le guiñó un ojo, caminando hacia atrás, sin apartar la vista de él mientras se alejaba.

En realidad, no había nada que él pudiera hacer para oponerse a sus deseos.
Estaba completamente perdido en sus redes.