Por voluntad propia había decidido tener su despacho en el mismo lugar que Ernest. Caleb ya era un hombre hecho y derecho, graduado con honores desde hacía varios años y dueño de todas las herramientas que necesitaba para hacer de su futuro algo prometedor. Sin embargo, se negaba rotundamente a crear una brecha entre el viejo McFayden y él. Era, después de todo, lo más parecido a un padre para el pelinegro. Realmente disfrutaba de su compañía y su conocimiento. Nunca dejaría de aprender de él. Lo tenía claro.

Esa mañana se encontraba solo, y era casi un hecho que así sería por el resto del día también. El mayor había salido a atender unos asuntos y Kwog decidió que no había mejor plan para pasar su sábado que quedarse en aquel espacio, entre libros de lenguas muertas y demonología. Muchas veces aquel lugar se sentía incluso más acogedor que su propia casa.

Revisaba unos apuntes cuando los pasos ligeros de alguien captaron su atención. Pocas personas tenían acceso a ese espacio: Ernest, él y… Fiona.

—Buenos días. —sonrió regalándole una pequeña reverencia como saludo a la hija de su mentor.— Tu padre no se encuentra, ¿puedo ayudarte en algo? —ambos adultos tenían una relación más que cordial. Caleb no podía sentir menos que aprecio por la mujer, un sentido de protección latente que no tenía claro aún de donde provenía. Probablemente del simple hecho de que se trataba de la persona más importante para Ernest.