—Llevas un buen rato mirando mi táper y me estás poniendo ya muy nervioso.

Velkan iba vestido con la ropa protocolaria de policía y, en su descanso, había querido salir para tomárselo al aire libre. El tiempo era soleado y corría una suave brisa que se hacía soportable para un licántropo. En efecto, su temperatura corporal permitía que el noruego disfrutase de su comida sin sentir un ápice de frío. Con todo, aquellos que sí permanecían fuera, se les podía ver con abrigo o bufanda.

—Cualquiera diría que me lo quieres robar—hundió su tenedor en sus espaguetti con tomate para coger una generosa porción de carne. Los había preparado él aquella mañana, ya que no le gustaba que fuese el cocinero de la manada que lo hiciese. Por muy bueno que fuese Maxon como chef, prefería espabilarse él.

Al fin y al cabo, siempre había vivido prácticamente solo y estaba acostumbrado a ello.

—¿Es esta tu bici?—cerca de él se encontraba el objeto que le señalaba con el codo, pues su boca y mirada estaba más centrada en aquello que estaba comiendo:—No deberías dejarla aquí aparcada o uno de mis compañeros podría ponerte alguna multa.

—¿En serio me pondrías una multa simplemente por dejarla un poco ladeada?— Había utilizado el mismo tono que él, algo a medias entre el reproche y la broma. Suponía que los policías tendrían mejores cosas que hacer que ir multando bicicletas mal colocadas sobre las aceras.

Con cierto descaro, Lena se acercó al desconocido, colocándose junto a la silla libre pero sin sentarse. —La verdad es que me preguntaba donde has comprado el almuerzo. Tienen muy buena pinta.— Se relamía pensando como debían saber, pero no era algo que pensaba decirle. No quería que la tachara de atrevida o, peor, de loca. —Acabo de terminar una de mis clases en el gimnasio que está en la esquina.— Alza el dedo para señalar el lugar a su espalda, aunque, desde donde están, apenas se ve más que la esquina donde se corta la fila de edificios. —El deporte abre el apetito.

Y justo al decirlo sus tripas sonaron provocando que se sonrojara de vergüenza. —Lo siento. Esta mañana no he desayunado mucho y...— Creyendo que ya se estaba pasando de más, Lena se alejó y puso una mano sobre el manillar de la bicicleta, con claras intenciones de despedirse para marcharse. —Que disfrute de la comida.

—No me tientes. Cuando tengo apetito, no respondo.

Velkan iba a pinchar con su tenor otra esponjosa albóndiga, cuando notó la presencia de la desconocida a su lado. La ignoró al principio, pues el hambre lo estaba consumiendo y quería ya terminar su plato antes de regresar de nuevo al trabajo:—No los he comprado, lo he hecho yo—respondió tras devorar un buen bocado de su pasta. Lo cierto era que le había salido muy bien, mucho mejor que en el restaurante que los había comido:—Entonces sí que debes estar con hambre.

No sabía si aquello era una indirecta, pero no iba a ceder por el momento. Si bien su taper era enorme y podía compartirlo, no la iba a invitar sin tampoco conocerla. Asimismo, se sentía especialmente egoísta cuando se le despertaba el hambre de aquel modo.

—Espera—maldijo para sus adentros, ya que detestaba tener que comportarse como un civil ejemplar siendo policía y, sobre todo, siendo su padre ahora el alcalde:—No me voy a acabar todo esto. Es imposible—dejó el taper sobre la mesa, con un tenedor de plástico nuevo que siempre llevaba encima por si después se compraba alguna otra cosa:—¿Querrías un poco?