Puede decirse, que después de tanto tiempo ha encontrado la paz que necesitaba. Una paz que siempre ha sido ansiada por muchos pero que a él nunca le fue permitida. Desde que partió de Japón ha buscado muchos lugares. Ha tardado, pero lo ha encontrado.

Y aun así, piensa que sigue faltando algo. Los días son eternos, las noches lo son más. Las visitas al templo se han convertido casi en una rutina. Y por eso no le extraña sentir la energía de alguien más cruzando aquella barrera.

Sin embargo, la energía que siente es muy diferente. Pura, mágica. No debería tener aquellos pensamientos, pero los tiene. Porque la reconoce. O al menos el cree que la reconoce. No quiere pensarlo. No se atreve a pensarlo. Ha puesto espacio numerosas veces, la ultima un mar entero de distancia.

Es imposible.

Y al mismo tiempo, con el corazón en un puño se acerca a la entrada del templo, únicamente para contemplar el hermoso rostro, de la mujer que una vez amo, y que en el fondo y aunque no lo reconozca sigue amando. Su rostro, es pura nostalgia al verla, y por un momento, sencillamente cree que esta soñando.

— Bayek… —susurra casi inaudible, antes de darse cuenta de que en realidad aquello está pasando. Y no. No puede estar pasando, se niega a que aquello acabe con su tranquilidad, no después de lo que le costó prologarla—. Señorita Baik. Me temo que está muy lejos de casa. Y debe volver. —No puede estar allí, es imposible, pero… ¿Por qué esta allí?

A Bayek no le quedó más remedio que abandonar su hogar. No solo había dejado de sentirse cómoda en él, algo que pasó practicamente desde siempre, sino que ya estaba llegando a un punto en el que debía plantarse. Seguir las tradiciones de su familia siempre fue un sacrificio, pero uno que hacía orgullosa. Sin embargo, que toda su vida fuese hipotecada de  principio a fin no podía permitirlo más.

Sabía dónde tenía que ir, aunque eso supusiese problemas. ¿Quién era mejor compañía que aquel chico que mejor la conocía? Había pasado mucho entre ambos y, aun así, solo podía confiar en él.

Viajar no fue fácil. Nunca había salido del país y mucho menos sola. Criada en un templo al más puro estilo rústico era como si hubiese dado un salto hacia el futuro. Y daba vértigo. Mucho. Aun así consiguió llegar hasta el aeropuerto y luego hasta ese pueblucho. Estaba agotada, asustada y con incertidumbre por lo que iba a suceder. Sin embargo, todo eso solo hacía que se creciese y tuviese más ganas de enfrentarse a la realidad.

Y el recibimiento fue justo como esperaba y justo como no quería.

— No soy la única que debería volver a casa.— soltó algo directa, pues no olvidaba cuando el chico abandonó su hogar. Aquello era diferente, ella lo hacía buscando su libertad. Jamás entendió porqué él hizo lo mismo, pero era algo que incluso en ese día seguía queriendo averiguar. Pero ahora no era momento de eso. — ¿Puedo pasar?— preguntó.

Siempre educada, siempre.