—¿Te importa?

Cedric llevaba un buen rato sentado en esa mesa, absorto en la imagen de Ethan que sostenía en su mano. El café que había pedido se había enfriado, olvidado por su consumidor en pos de esa obsesión enfermiza que le carcomía por descubrir la verdad de la desaparición de su amigo.

—¿No te han enseñado el mínimo respeto por el espacio personal?—le espetó, entre dientes, sintiendo cómo su incomodidad y su furiosa impotencia le hacían apretar el papel de la fotografía entre sus dedos:—¿Se puede saber que éstas mirando?

El nigromante había percibido, sutilmente, un reconocimiento en la mirada del desconocido al contemplar al hereje. Cedric creyó por un instante que podría ofrecerle otra pista, pero había algo de su persona que le inspiraba repugnancia; un odio casi animal…

—¿Lo conoces?—con su mano libre señaló la cara de Ethan, sin perder de vista cualquier reacción corporal que expresase el enigmático personaje:—¿O es su melena dorada lo que te ha enamorado hasta el punto de olvidarte de las reglas básicas de cortesía?