Los neumáticos de una vieja motocicleta circulaban de forma irregular por una carretera secundaria. El vehículo iba a gran velocidad, siguiendo una trayectoria que parecía que iba a sacarlo de la vía en cualquier momento. Su conductor entrecerraba los ojos en medio de la oscuridad del atardecer, antes de lanzar tras su espalda una petaca vacía. Otra más.

Wyatt Ashkore, has vuelto a tocar fondo.

O quizá nunca había salido de allí.

Era su aniversario. 7 de Marzo. Era habitual que se emborrachara los días anteriores y los que seguían, también. No era la primera vez que iba a visitar la improvisada tumba de su hija no-nata en medio de un bosque castigado por el clima de Kansas. En cambio ella, Rose, estaba muy lejos de allí; convirtiéndose en cenizas bajo la tierra de Ohio, su hogar.

El cazador activó los frenos de su moto bruscamente, provocando que sus neumáticos derrapasen al límite sobre el asfalto antes de detenerse. A trompicones logró bajarse de ella, sacando otra petaca de whisky de su bolsa de viaje, y dando tumbos con esta como única compañera mientras se adentraba al bosque por un camino de tierra. Al menos, el aire fresco sirvió para despejar su mente y logró caminar el línea recta, o casi, hasta que llegó a un punto que marcaba una improvisada cruz que consistía en dos tablones de madera unidos por unos clavos.

—Un año más... —se dejó caer sobre la hierba de forma derrotista, apoyando una mano sobre esta y usando la otra para abrir y dar un trago de su nueva petaca— Seguro que te estás riendo de mí en alguna parte. "Estúpido Ashkore, hablándole a una tumba"... en la que ni siquiera estás tú. Lo sé, un completo imbécil —soltó una risa, o un intento, que sonó más a un suspiro cansado.

—Podríamos haber sido una familia. Ella podría haber vivido, y tú y yo ser padres... Un final feliz, lo que querías —continuó hablando. Por supuesto, aquello no era lo que él había querido entonces, ni nunca. Aunque debía admitir que una parte de él, sobre todo en sus noches más solitarias, se había preguntado cómo sería—. Curiosamente, resulta que yo sí lo soy, y no lo sabía. Ryker, un chico... No, un hombre. Es todo un hombre, y nunca estuve ahí para él —agregó. Parecía que todos sus seres queridos estaban mejor sin él, o eso era lo que el Ashkore había creído siempre.

—Pero ahora está aquí... y... Joder, es raro. Me alegra que sea así, que esté, que quiera que sea su padre... o algo parecido. Mierda —le costaba hablar de sus emociones, incluso cuando estaba solo y sus sentidos embotados por el alcohol—. Te echo de menos, Rose. Siento no haber podido salvarte, no haber podido salvaros a las dos —repitió la misma frase que pronunciaba en todos los aniversarios de la muerte de ambas, como un ritual. Una tradición que era también un castigo para él, y una forma de no olvidarlas.