Los sueños siempre reflejan un fragmento de la realidad. De nuestros miedos, pasiones, deseos; o, incluso, recuerdos.

Tarik dormía en el presente, en un hotel de Nueva Orleans, pero su mente estaba lejos, muy lejos. Y también sus recuerdos. Otro lugar, otro tiempo. En las arenas de un pasado que le hubiera gustado ser capaz de olvidar, pero no podía. Y en aquel momento onírico todo parecía demasiado real, como si volviera a vivirlo todo de nuevo.


—¡Quiero salir! Yo también quiero luchar —su hijo de diez años protestó después de que la puerta de aquel pequeño cobertizo se cerrara tras ellos. Tarik lo soltó en cuando su madre se acercó a él, consciente de que solo ella podría convencerlo de quedarse ahí.

—En la vida hay momentos para luchar, y otros en el que no debemos hacerlo —tomó su rostro con una dulzura infinita. No había miedo en sus rasgos a pesar de las circunstancias, quería transmitirle tranquilidad—. Este no es tu momento todavía, mi cielo. Debes quedarte aquí, escondido, y volveremos a por ti —besó su cabello revuelto antes de acariciar sus mejillas con los pulgares.

Tarik lo observaba todo en un mudo silencio, tenso. Era evidente que en aquello la mejor de los dos era Sophie, y aquello no cambiaría.

—Debes hacer caso a tu madre, Mak. Es peligroso para ti... Quédate, promételo —lo miró con seriedad a los ojos, pues sabía cuando mentía. Un estruendo en el exterior los sobresaltó a los tres, y Makalani terminó por asentir con ojos cristalinos. Su madre lo besó una última vez antes de soltarlo.

Un último beso.


Arena y polvo... No, ceniza. Tarik abrió los ojos y se encontró con un cielo anaranjado, y el olor característico de la madera quemada. No... había algo más. Era carne quemada. Tosió un par de veces y se recostó para escupir un poco de sangre al suelo. Le dolía todo el cuerpo y sentía heridas punzantes en varios puntos de este, pero nada grave.

Al principio le costó situarse, ¿cuánto tiempo llevaba ahí tirado en medio del caos? ¿Por qué...? Una batalla. Una horrible batalla, en la que iban perdiendo. Un potente hechizo, una explosión... Fuego, y oscuridad. Silencio, un abrumador silencio.

—...Sophie —su voz no sonaba humana, y apenas podría considerarse un sonido. Carraspeó y se arrastró hasta que logró levantarse apoyándose en un montón de escombros, pasándose una mano por el rostro para limpiarse la suciedad de los ojos y lograr divisar algo en medio de aquel escenario irreal. Echó a caminar a trompicones, susurrando su nombre con cada vez más fuerza, mientras que el silencio se hacía más y más profundo. Más insoportable.

Vio una mano ennegrecida por el fuego tras un montón de cajas rotas e inservibles, y sintió una presión en el pecho que se extendió en cuanto descubrió a quién pertenecía. Los ojos de Sophie estaban vacíos, sin vida, perdidos en el horizonte. El rastro de una lágrima surcaba una de sus mejillas manchadas de polvo y ceniza.

Se arrodilló junto a ella, lo intentó todo para traerla de vuelta. Le habló, la llamó, suplicó. Todo en vano, y su corazón se desgarraba con cada intento, al sentir su tacto frío, al no despertar de un sueño que se alargaba y alargaba y se convertía en una pesadilla interminable.

No hubo unas últimas palabras, un último te quiero, ni un "volveremos a vernos". Solo vacío, impotencia, soledad. Y una promesa que se rompía. Sophie nunca regresaría junto a su hijo y, de alguna manera, Tarik tampoco lo haría.


Abrió los ojos y se incorporó de golpe, sentándose sobre la cama. Un aire cálido se deslizaba por la ventana entreabierta de la habitación, y las finas cortinas bailaban a su son. Aún podía percibir aquel olor a muerte y ceniza, como si de verdad hubiera estado ahí, en aquel momento de su pasado que lo había cambiado todo. Aquel había sido el inicio de su caída en picado, aunque no se arrepentía del camino que había decidido seguir, de cómo su magia se había corrompido y roto con todo lo que estaba bien.

Sí se arrepentía de algo era de perderlo a él. A su hijo.