…Siendo abruptamente interrumpidos por la presencia de alguien más. —Eh… chicos, ¿interrumpo algo?—Créeme: Bonnie Benett es lo suficientemente perspicaz como para saber que, efectivamente, ha interrumpido algo. Pero mentiría de no reconocer que, tratándose de Elena con Damon, no lo lamenta demasiado.—Acabamos de pagar. Caroline ha dicho que ya es la hora de marchar a cenar.—Se encoge de hombros, reconociendo en silencio lo que todos saben: el plan navideño de Forbes es la ley esta noche.

—Elena, ¿vienes? Creo que siguen dentro tu bolso y el resto de tus cosas.—Sin saber muy bien qué es lo correcto en aquel momento —¿Cuál es el protocolo cuando tu mejor amiga acaba de interrumpir el punto de inflexión más importante de tu vida?—, Elena dirige una mirada de indecisión —y culpabilidad— a Damon antes de añadir, vacilante:

—S-sí. Será mejor que no hagamos esperar a Caroline.—Quizá aquel no era el lugar… ni el momento. Aquella noche es para todos, al fin y al cabo. Para celebrar que, tras todo por lo que han pasado, han recuperado sus vidas, su hogar.

Pero su momento, el momento de Elena y Damon… aún está por llegar.

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«También te has dado cuenta de ello, ¿no?»

Elena deja escapar el aliento contenido, denotando frustración y comprendiendo que no habrá forma de convencer a Damon de que aquello sigue sin ser lo importante. El punto, al fin y al cabo, no debería ser lo que Heiner piense de ella. El primo de Alaric es amable, cariñoso, educado; también atractivo, por qué no admitirlo.

Pero lo que Heiner piense de ella no es relevante en esta conversación. No debería serlo tanto, al menos, como lo que Elena tendría que opinar al respecto. Y es que, por más que Heiner Saltzman sea todas aquellas cosas… nadie consigue —ni ha conseguido— atraparla como sí lo ha hecho Damon.

Por más que, por algún fundamento absurdo, todavía se niegue a admitirlo.

«No soporto que esté cerca de ti…»

—¿Entonces? ¿Esa va a ser tu solución? ¿Menospreciar a todo hombre demasiado a-saber-qué que se me acerque? Muy maduro.—No debería tomarse la libertad de hacer nada parecido, porque ni siquiera son…

Ni siquiera son nada, se habría dicho. Pero no puede concluir el hilo de aquel pensamiento, consciente de que sí son algo.

Siempre han sido algo.

Y ahora más que nunca, la evidente conexión entre ambos se ha convertido en una bomba de relojería a punto explotar. —No puedes estar hablando en serio.—Elena deja escapar una risa sorda.—No es un maldito extraño. Es familia de Alaric.—¿De verdad Damon ha podido llegar a sospechar mínimamente del bonachón de Heiner Saltzman, o sólo es otra excusa a la que aferrarse? De algún modo, es como si ambos temieran —en doloroso silencio—, que aquella relación siempre estará amenazada por terceras personas.

Claro que, según Elena, ella sí tiene razones para pensarlo.

«¿Quién demonios es Katherine Pierce?»

—¿De verdad lo crees?—¿De verdad es ella la única que sigue viendo a Katherine como un obstáculo insalvable?—Porque, ¿sabes? No he dejado de pensar en ello.—Confiesa repentinamente.—En cómo antes también solías decir lo mismo, cómo la… menospreciabas; renegabas de ella. Y sólo…—Sólo fueron necesarias un par de frases para hacerle cambiar de opinión.

«Damon, basta.»
«Por favor, vete.»

—Y a lo mejor sólo estoy paranoica —aunque lo duda severamente—, pero no dejo de pensar en el próximo error que cometeré y al que podrás aferrarte para volver corriendo a sus brazos.—Y es que aquella es la primera vez que admite aquello en voz alta.

Rechazar a Damon en contra de lo que de verdad sentía, fue un error. Pero no imaginaba ni por asomo que él volvería a dejarse engatusar tan rápido por Katherine, sólo por… ¿despecho? La influencia que su creadora aún guarda sobre él es peligrosamente poderosa.

Qué ironía que, incluso en la distancia, su doble malvada siga encontrando la manera de torturarla.

—¿De verdad no se te ha ocurrido valorar ni por un segundo, que si Heiner y yo no tenemos nada es porque yo no le deseo?—¿Egoísta? Sí, tal vez. Pero a juicio de Elena… tiene motivos fundados para tener miedo. Ella sí tiene un peligroso antecedente al que retrotraerse; uno que nada impediría que pudiera volver a repetirse.

«Vamos, Elena.»
«Quiero oír cuál será otra de tus excusas para no aceptar lo evidente.»

Contemplando al vampiro con intensidad, y entendiendo —por primera vez en mucho tiempo— qué es lo que tiene que hacer, lo que necesita hacer, contiene el aliento y acorta distancias con Damon…

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Heiner tiene esa aura que atrae a las personas: cada poro de su piel, cada expresión en su mirada, sugiere que es una buena persona: alguien en quien merece la pena confiar. Quizá por eso se ganó a Elena desde el mismo día en que se conocieron: ambos inspiran bondad en sintonía.

—En realidad, me alegro de escuchar eso.—Le sonríe, animada.—Creo que es un alivio para todos poder contar contigo aquí.—Más en los tiempos que corren. Si los nefilim son los más adecuados, aptos y preparados para plantar cara a la amenaza infernal, más les vale tener aliados y amigos entre ellos, con quienes poder contar.

Elena deja escapar una carcajada alegre. —Vaya, eso puede ser un problema.—Da por hecho que es una broma, aunque bien pensado, no lo tiene del todo claro. Los nefilim son casi angelicales, ¿qué tan improbable es que no tengan alas de verdad?—Tendrás que seguir intentándolo. Eso puede ser una ventaja, sobre todo para viajar.—Añade, siguiendo con aquella broma, y asintiendo cuando Heiner recuerda el nombre de Matt.—¡El mismo! Muy bien.—Le felicita, sorprendida. Parece que el nefilim ya se viene acordando de todos los nombres.—Sí, Matt... es un buen chico.—No en vano, Gilbert se fijó en él en el pasado.

Aquel solía ser su prototipo, después de todo: los chicos buenos. —Bueno, no es que yo tenga planes navideños muy fuera de lo normal, pero...—Elena desvía brevemente la mirada hacia la mesa de sus amigos, valorando durante unos segundos si es una buena idea.—Por ahora, si quieres, puedes sentarte con nosotros. ¿Te apetece?—Invitarle a la cena de esta noche ya es algo más comprometido y que, en su caso, les correspondería a Alaric y por supuesto, a Caroline, la gran organizadora el evento para el grupo en esta noche.

«Si en algún momento te apetece escapar de la rutina...»

—Claro.—Sorprendida por la invitación, Elena se toma unos segundos antes de responder.—Nunca he ido a New York. Eso sería genial.—Y un plan... diferente. No tiene claro cuál podría ser el momento adecuado para hacer una escapada, pero la réplica anotaría aquella posibilidad para el futuro.

—Entonces, ¿qué me dices? ¿Nos acompañas?

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#Heinlena, #Delena

Damon no es ningún idiota, sabe que la está molestando. Capta la irritación que causa en Elena, y eso debería bastar para darse media vuelta, pero ni en sueños está dispuesto. Tal vez esta situación se dio para que de una vez por todas —en navidad— sean sinceros el uno con el otro. No huirá, y no permitirá que Elena huya, así de simple.

—Y tu ciega.—Se apresura a decir, encogiéndose de hombros. Lo que Damon observa por parte de Heiner es tan obvio como respirar. Claro, no ha observado una respuesta satisfactoria por parte de Elena, y… No ha reparado en ello hasta este momento.—También te has dado cuenta de ello, ¿no? Todo este tiempo.—Expone lentamente aquella nueva posibilidad. ¿Estará en lo cierto? Lo cuál realmente no importa si Elena es incapaz de ser sincera con él.

¿Sigue sin justificar su actitud? ¿En serio?—La justifica muy bien, porque significa que estoy ...—Celoso. Aprieta la mandíbula.—No soporto que esté cerca de ti. Él es demasiado…—Bonachón. Demasiado perfecto para ti. Damon no llega a completar su frase aún cuando la idea está clara en su mente. Su expresión desagradable se acentúa. Es todo lo que puede hacer ante la idea de que Heiner Saltzman sea simple y llanamente la clase de tipo que él jamás será, ni siquiera para Elena.

Después de todo lo que ha hecho en su vida, no cree ser capaz de llegar a ese nivel. Esa es la dura y cruda verdad.

—¿Crees que alguien viene de la nada a decirnos que es un maldito ángel bajado del cielo para combatir demonios y le creeré sin más? Ya hay demasiados ilusos en el pueblo. Tenía que cerciorarme de que no fuese otro de esos psicópatas y sociópatas que sueles atraer.—Objeta con la voz cargada de sarcasmo, poniendo los ojos en blanco. Por supuesto, su mirada significativa deja muy claro que no, no lo ha hecho por todo eso que acaba de decir.

Y ahí van, otra vez Kai Parker y Katherine Pierce… Elena ha conseguido que Damon pierda la poca paciencia que le queda.—¿Quién demonios es Katherine Pierce? —Pregunta con el ceño fruncido, acercándose más a Elena, tomándola del brazo para obligarla a mirarlo a los ojos.—¿Cuándo vas a dejar de meterla en el medio, Elena? Si Katherine sigue siendo un maldito obstáculo entre tú y yo, se debe más a ti que a ella.—Le reprocha sin pensarlo dos veces. En un santiamén, su expresión cambia a una casi herida. Sus ojos recorren con rapidez las facciones ajenas, buscando una respuesta a una sola pregunta, una mísera interrogante: “¿Por qué sigues haciendo esto tan difícil?”

Elena le interpela con una pregunta que Damon no podrá continuar eludiendo más tiempo. Y, al decir verdad, tampoco quiere.—¿Por qué? Porque estoy celoso. Tú y yo no tenemos nada porque no quieres. Y entre tú y él no hay algo porque… estoy aquí.—Se aventura a ser valiente y hablar las cosas como son.

Y ahora como cereza del pastel, la vampiresa añade que está casado. Con sinceridad, no cree que al corazón de Elena Gilbert le habría bastado eso como obstáculo de haberse enamorado de ese Saltzman.—¿Ves? Es muy fácil completar tus frases. ¿O vas a negar todo lo que dije? —Prosigue con absoluta seriedad.—Vamos, Elena. Quiero oír cuál será otra de tus excusas para no aceptar lo evidente.

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El suspiro de Elena Gilbert inspira exasperación. Damon tiene aquella inusitada habilidad para sacarla de sus casillas, y aunque no debería estar sorprendida de su actitud a estas alturas, sigue esforzándose —quizá en demasía— en mostrarse molesta y disconforme con la postura del vampiro en cada nueva ocasión.

Sobre todo, en lo que respecta a ella.

Y es que Elena aún parece estar buscando motivos para negarse a tomar la decisión más evidente. Una carta ineludible, inevitable. —Estás paranoico.—De acuerdo, puede que no sea del todo cierto. Elena no es tan ingenua como para no haberse percatado de la amabilidad de Heiner; de cómo la mira. Pero puede que Elena no le haya dado demasiada importancia, porque…

Porque si bien no sería ella quien negase el atractivo del primo de Alaric, su corazón ya se halla atado, vinculado a alguien más. Por más que se niegue a reconocerlo, es una realidad. —Y aunque fuera cierto —concede, sólo a medias—, eso sigue sin justificar tu actitud.—Por el amor de Dios, ¡es Navidad! El año pasado les fue arrebatada aquella fiesta y, por primera vez en semanas, todos parecen poder disfrutar de algo de tranquilidad. ¿Tan difícil era para Damon guardar las formas al menos en un día como hoy?

Sin tener del todo claro por qué, Elena se acuerda en aquel instante de lo que Caroline le dijera sobre la fiesta de Navidad, no de este año, sino del anterior.

«…para ahorrarnos un posible disgusto, ni siquiera deberíamos invitarlo.»

Ha pasado una pequeña eternidad desde entonces y, sin embargo, las cosas no parecen haber cambiado tanto… para ambos. Aquella relación se ha estancado, enclavado en un punto muerto que les impide avanzar hacia ninguna parte.

Sólo hay una salida posible.
Y Elena aún no ha sido lo suficientemente valiente para tomarla.

—Para no importarte, te has tomado muchas molestias en hacer los deberes.—Alaric sí pudo comentar de pasada que Heiner solía ser marine o pertenecer a las fuerzas de la seguridad y el orden, pero ni siquiera Elena se sabía su segundo nombre.—Pues deberías. Al menos esta noche.—Replica, a su vez.—Pensé que sin Kai o… sin Katherine rondando por el pueblo, estarías de mejor humor.—Créeme: no le apetece especialmente convertir a su réplica malvada en tema de conversación, pero la ha mencionado prácticamente sin pensar… y puede que lo haya hecho porque, a decir verdad, la sombra de Katherine se haya convertido en uno de los grandes monstruos que la impiden dar el paso.

Sabe lo que le dirá sobre Katherine Pierce, conoce su opinión… pero no lo que realmente piensa. Puede que Elena aún no se haya olvidado de que, la última vez que ella le rompiera el corazón, Damon regresara sin dudar a los brazos de su conversora.

Es como si temiera que la historia pudiera repetirse una, y otra, y otra vez.

«Ya te lo he dicho, le gustas.»
«No hay nada descabellado en eso, Elena.»

—¿Por qué te preocupa tanto?—Así: sin más rodeos, sin miramientos.—Damon, tú y yo no…—«No somos nada.» Recula al asumir que no es buena idea decir aquello.—Lo que quiero decir es que… no hay nada entre nosotros. Entre Heiner y yo.—¿Se está justificando? Bien pensado, aunque lo hubiera, Damon no tendría nada que decir al respecto. Ambos son libres de hacer y deshacer cuanto deseen, ¿no es cierto…?

E irónicamente, ella sigue acordándose del último desliz entre Damon y Katherine.

—Además, creo que está casado.—Aquel ha sido un torpe intento por empujar a Heiner fuera de la ecuación, zajando el tema, pero si Damon ha prestado la suficiente atención como para ponerse al día sobre su nombre completo, también sabrá que lo de Heiner con aquella chica con la que estaba prometido no salió demasiado bien.

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El bullicio en Mystic Grill jamás le ha molestado a Damon Salvatore, de hecho, siempre le ha agradado el ambiente animado de los festejos del local siempre y cuando ningún idiota perturbe su tranquilidad, que traducido en idioma damonesco era "ningún extraño intente robar la atención que él suele conseguir de los demás".

Extraño es igual a, Heiner Saltzman.
Los demás son igual a, Elena Gilbert y la pandilla entera.

Ah, pero todo puede pasar en Navidad, ¿cierto?

—Tenías que ser tú.—Murmura, apretando la mandíbula, aunque no se vuelve para mirar a quien ha entretenido a Elena. Disimulando su fastidio, Damon se limita a reclinarse en su asiento, con el cacareo de Caroline Forbes casi en su oído y la mirada de Stefan anclada en su mirada.

Sabe que su hermano descubrirá su repentina molestia, aunque la mantenga a raya, pero no le importa. Damon continúa, aguzando el oído para espiar la conversación de Elena y Heiner, abstrayéndose del resto.

«¿Creías que se iba a New York, pero pareces muy feliz de verlo aquí, no, Elena?»

«Estamos todos aquí». "Vamos, Elena. ¿En serio tenías que hacerle la muda invitación?"

Damon pone los ojos en blanco, sin importarle si la blondie barbie se ofende en medio de su cansón relato. Aunque tiene el impulso de levantar e ir a por Elena, se contiene exitosamente.

Sin saber que, lo molesto, lo fastidioso vendría realmente con las respuestas de Mister Perfección, Heiner Saltzman.

«Hay más para mí en Mystic Falls que en New York». "¿Cómo qué, Señor Angel de la Guarda, si se puede saber? Oh, no respondas, tal vez se apellida Gilbert."

«Nada con lo que no pueda lidiar». Damon bufa y niega ligeramente con la cabeza. "Creído. Yo te puedo dar algo que no podrías digerir ni en tus sueños".

—Le agrada el quarterback.—Se le escapa ese pensamiento en voz alta. «Si había duda de que éramos diferentes, eso las ha sepultado».

«Invitaciones fuera de lo normal». Damon se atraganta con su trago de bourbon. Bien, debe controlarse, lo sabe. Porque, después de todo, Elena y él no son algo. Aunque no le guste eso, es la triste realidad.

Ah pero, Damon se olvida de esto al instante que escucha la clara invitación de Heiner a nada más y nada menos que New York… Brooklyn y…

—Los Hamptons. Esto tiene que ser una broma.

A estas alturas Damon es capaz de reconocer todas las expresiones de molestia de Elena, incluso clasificarlas en  la "escala de enfado Gilbert", y esa fulminante mirada que la vampiresa le devuelve está en uno de los niveles más altos.

Y todo por el primo de Ric.
Hay cosas que se ven y simplemente no se creen.

—¿Qué me he pasado? Ay, por favor. ¡Le gustas! Está babeando por ti. Se le nota en su sonrisa de modelo de catálogo.—Le lleva la contraria, como siempre. Sin embargo, esta vez ni se molesta en disfrazar su tono celoso con su marcado sarcasmo. Sí, celoso hasta los huesos. Por supuesto que no se ha pasado de la raya. Al contrario, aguantó demasiado al caribonito rondando a su chica.

Bien, bien, no es... propiamente suya.

Damon sabe que debería callarse. Debería no empeorar la situación. Debería seguir los consejos que Stefan le dio hace algunas horas... Debería acabar con todo estos dimes y diretes que parecen eternos entre Elena y él. Pero... no lo hará, no sin antes comportarse como Damon Salvatore.

Pone los ojos en blanco cuando Elena le recuerda el nombre del imbécil.—Heiner Steven Saltzman, marine condecorado, blah, blah, lo sé.—Reconoce con su habitual tono descarado.—Pero no me importa.—Frunce el ceño y se encoge de hombros.—No respeto ni a Ric, ¿voy a respetar a ese? —Se aguanta una risita burlona. Elena no puede estar hablando en serio.

Pero ese es el problema, lo hace. Damon sabe que sí.

—Educado soy yo con Carol Lockwood.—Le replica con impaciencia, quizá alzando la voz de más.—Ya te lo he dicho, le gustas. ¿No te lo puedes creer? Pues hazlo.—De acuerdo, de acuerdo, se da cuenta que necesita bajar la voz y calmarse. Resopla y se silencia por un breve instante.—No hay nada descabellado en eso, Elena.—Prosigue con un tono de voz completamente diferente: calmo, bajo y de esos que te hacen pensar en que has encontrado al perfecto y comprensivo hombre, el hombre de tu vida.—Eres una mujer hermosa, amable, leal, eres... Tú, Elena Gilbert.—Lo extraño sería que alguien como Heiner Saltzman no se fijase en Elena.

Esa es la triste realidad.

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Elena suspira pesadamente y finalmente se vuelve para mirarlo. El sarcasmo, la ironía y el humor son la mejor fachada tras la que Damon tiende a refugiarse. —No, Damon.—Le detiene, quizá antes de que vuelva a hacer otra de sus habituales bromas.—Esta vez te has pasado.—Y al igual que Elena, Alaric también debería enfadarse. Después de todo, se trata de su familia.

Pero por alguna razón, la réplica es la única que parece realmente molesta con la actitud del vampiro... quizá porque comprende mejor que nadie, qué motivación hay detrás. —Se llama Heiner.—Le recuerda, aunque intuye que no hace falta.—Y te recuerdo que es el primo de Alaric. Deberías mostrarle más respeto.—Después de todo, tampoco ha elegido mudarse a Mystic Falls. Guiado inconscientemente por su naturaleza como nefilim, habría sido inevitable que Heiner acabase en aquel pueblo en cualquier caso.

—¿No entiende qué, Damon? Sólo estaba siendo educado.—Porque Elena es incapaz de leer las señales o de ver a Heiner con otros ojos, quizá porque ya tiene aquellos ojos enfocados en alguien más. Alguien que, por suerte o por desgracia, se sigue esforzando en demasía por boicotear su relación.

Aunque, de un tiempo a esta parte, Elena no deja de preguntarse quién de los dos está boicoteando realmente las cosas en su relación con Damon.

Vuelve la mirada, suspirando de nuevo. —Escucha... volvamos dentro, ¿de acuerdo?—Le dice, como si acabara de darse cuenta de que han vuelto a quedarse solos, una situación que quizá no debería darse. Hablando del boicot...—Es Navidad. Si echamos a perder este día, Caroline nos va a matar.—Y créeme: ni Kai, ni Qetsiyah, ni Klaus, ni ninguno de los enemigos a los que se han enfrentado con anterioridad, puede inspirar el terror que sí inspira una Caroline Forbes temerariamente enfadada.

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Damon siempre llega lejos marcando su territorio, y esta no es ni será la última vez.

Ningún caribonito aparecerá de la nada para hacerse el sonriritas con Elena. No si está él para aguarle la fiesta.

Encarándose al humano, a escasos centímetros de su rostro, demostrando claramente quién es aquí el dueño de Elena de Troya, Damon le dedica una última mirada rabiosa al primito de Ric antes de darse la vuelta y perseguir a la morena. El vampiro chasquea la lengua y bufa. Dabe que ha vuelto a cometer un error, sabe que se ha comportado como el hombre que Elena Gilbert no querría en su vida...

Al decir verdad, ni ella ni nadie.

Pero esta vez Damon está dispuesto a darle la vuelta al asunto. Es navidad. ¡Navidad! No recordaría esta fecha como la noche que tuvo otro lío con Elena. Y más importante, tampoco ella.—Elena.—Traga grueso y espira por la nariz. El impulso de disculparse asoma de inmediato, pero se contiene.—¿No qué? ¿No te persiga y te moleste? Imposible... No pienso cambiar de actividad favorita.—Alza las comisuras de los labios en una sonrisa cerrada y forzada que desaparece en un satiamén.

No hay nada de gracioso en la situación.

—De acuerdo, ¿está bien? De acuerdo.—Pero no acaba de decir qué es lo que está bien. Aprieta la mandíbula y hace rechinar los dientes. ¿Por qué tienen que hacer todo tan difícil?—¿Qué querías que hiciera? Mister Músculo no entiende que tú...—Eres territorio ajeno. Que no puede ver ni tocar...

Que tú, Elena Gilbert eres mía desde hace meses y meses.

Pero Damon se traba y desvía la mirada, evidentemente enfadado por trabarse. Elena Gilbert es tan experta en rechazarlo que Damon últimamente se lo ha pensado demasiado para volver a reclamar lo que sigue creyendo suyo.

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Mariah Carey escribió:I don't want a lot for Christmas
There is just one thing I need
I don't care about the presents underneath the Christmas tree
I just want you for my own
More than you could ever know
Make my wish come true
All I want for Christmas is you

Damon ha llegado demasiado lejos esta vez.

Disculpándose con Heiner, y viendo que su conversación y el ambiente ya quedó totalmente truncado con la intervención del mayor de los Salvatore, Elena se disculpa con ambos, toma su abrigo y abandona el Grill en busca de aire, pero sobre todo, de un silencio con el que poder escuchar sus propios pensamientos. Se suponía que aquel día todos iban a disfrutar de la compañía de los demás; que disfrutarían de la Navidad, después de que los Viajeros se la arrebatasen brutalmente el año anterior. Aquella iba a ser una celebración que todos viviesen con alegría, en la que todos se regocijarían...

...Pero tuvo que intervenir Damon, claro, y crear aquella innecesaria escena con el nefilim. Porque así es Damon: con esa habilidad innata para destruir todo lo que toca, para romper con todo lo bueno que hay en él y a su alrededor.

Y sin embargo, a veces es como si Elena esperase su oportunidad para reprocharle al vampiro que ha vuelto a equivocarse, justificando así sus decisiones una vez más.

La puerta del local se abre a sus espaldas. No necesita volverse para saber de quién se trata. —Damon, no...—No es un reproche esta vez; es un ruego. Necesita desesperadamente estar sola y ordenar sus pensamientos. Sabe por qué Damon ha reaccionado como lo ha hecho. Sabe por qué lo ha pagado con Heiner, sin que existiera una razón justificada, un fundamento para hacerlo.

Lo sabe. A pesar del rechazo, del distanciamiento; de todos los meses que han dejado atrás, Elena es perfectamente consciente de lo que está pasando.

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