Ya había anochecido cuando Aron abandonó la pequeña cabaña en la que se habían instalado hacía tan solo una semana. En esa ocasión no había planeado bien la luna llena, no había puesto ningún pequeño viaje de excusa. Ni siquiera había buscado un buen sitio en el que ocultarse.

El lobo en su interior rugía, a punto de liberarse. Ansiaba correr por aquellos bosques que ahora Aron atravesaba a toda velocidad. Cuando encontró un árbol de tronco ancho, comenzó a colocar las cadenas que solía utilizar a su alrededor. Se ató bien los tobillos a estas, o eso creyó él, y no tuvo ni tiempo a parpadear antes de que la transformación comenzara.

Un gritó desgarrado se escuchó en medio de la quietud del bosque, dormido hasta entonces. Parecía que, cuanto más negaba Aron su naturaleza, más furioso renacía el lobo con cada luna llena. Rasgaba su piel, rompía sus huesos sin piedad, reducía su alma a cenizas con su fuego abrasador, convirtiendo aquel proceso en un larga tortura. Cuando este llegó a su fin, ya no quedaba ni rastro de Aron, solo aquella bestia.

Los ojos brillantes del lobo otearon la oscuridad. Como siempre hacía, mordisqueó las cadenas, hizo toda la fuerza posible para romperlas, y tuvo suerte porque estas no habían sido colocadas como deberían. Apenas tardó unos minutos en alcanzar la libertad... Por fin. Estaba hambriento, ansioso, como toda bestia que atrapaban en contra de su voluntad durante demasiado tiempo.

Las horas pasaron mientras recorría los senderos entre los árboles, secuoyas, y se alimentaba de pequeños animales a los que daba caza. No parecía haber nadie humano por allí, o al menos así fue hasta que llegó a una pequeña cabaña, oculta como si fuera algún tipo de escondite. Olfateó el aire y afinó su oído, captando el latido de un corazón acelerado, unos pasos tras él.

Aquella mujer que le apuntaba con una ballesta le resultaba familiar, pero igualmente le gruñó y mostró los dientes. Tras ella, el cielo comenzaba a dar paso a cierta luz que anunciaba la cercanía del amanecer. El fin de su libertad... No. Se aferró a esta, ignorando la conciencia que comenzaba a nacer en él. Le daría tiempo a darse un último festín antes de que la luna llena lo abandonara.

El lobo gruñó una vez más, antes de lanzarse a por la cazadora con las fauces abiertas.

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El haz de luz de su linterna, iluminó las gruesas cadenas destrozadas que se encontraban enredadas al tronco de un robusto árbol. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando se acercó al hacia este, para poder examinarlo mejor, dándose cuenta entonces de las marcas de arañazos y mordiscos que presentaba. Como si hubieran tratado de retener a un animal.

Un animal grande, fuerte y... peligroso.

Dio un respingón cuando escuchó el aullido de un lobo en la distancia. Alzó la mirada al cielo, donde la luna llena, todavía se dibujaba en la noche. Era consciente de que esa noche, no estaba sola en el bosque. Y no iba a convertirse en la presa.

Con la ballesta firmemente aferrada entre sus manos, la cazadora caminó a través del bosque con una extraña sensación en el cuerpo que le impedía pensar con claridad.

Vamos Gwen, has hecho esto mil veces...

Sí, lo había hecho en incontables ocasiones, pero siempre con vampiros. Y lo que había en el bosque estaba lejos de parecerse a uno de ellos. De hecho, era todo lo contrario.

Divisó la luz que desprendía el fuego de la chimenea en el interior de la cabaña que se podía apreciar a través de las ventanas.

¿Estaría él allí...?

Aceleró el paso hacia esta, más no tardó en parar en seco cuando, una figura oscura emergió ante sus ojos, interponiéndose entre la cabaña y ella.

Un lobo... Un lobo gigante.

Su corazón latió con fuerza ante su imponente tamaño, pero no retrocedió, sino que alzó su ballesta, apuntando contra la bestia que gruñía, mostrando sus colmillos. Posó el dedo sobre el gatillo, mientras apuntaba contra él. El brillo que desprendía la mirada de este, le hizo dudar durante unos instantes, en las que un pensamiento, cruzó su mente. Y es que, había visto algo en el bosque para lo que no tenía explicación.

Una locura...

No tuvo tiempo de procesarlo. En ese mismo instante, el lobo saltó a por ella, con intención de convertirla en su cena... Y pulsó el gatillo. La flecha salió disparada, pero antes de ver si consiguió dar en su objetivo, la cazadora se dio media vuelta y echó a correr entre los árboles, consciente de que la criatura no tardaría mucho en seguirla.

Tenía que pensar algo y rápido.

Le estaba apuntando con un arma. El animal solo tenía clara una cosa, o más bien dos:
Era una amenaza.
Y, por eso, debía morir.

Su disparo fue certero, clavándosele en una de las patas delanteras. El lobo soltó un gemido de dolor y mordió la parte que sobresalía con intención de quitársela, aunque apenas logró romperla un poco debido a su posición. Con una nueva rabia latiendo en su interior, la persiguió, adentrándose de nuevo en el bosque. La expectativa de una nueva cacería nubló la escasa conciencia que había despertado en su interior al reconocer como familiar aquel rostro humano. No tardó mucho en alcanzarla. Se impulsó con las patas traseras para saltar sobre ella, atrapándola entre sus patas y acercando sus fauces peligrosamente a su rostro.

La respiración ajena era acelerada, al igual que el ritmo de la sangre que bombeaba su corazón, frenético. Gruñó por lo bajo, parecía dispuesto a terminar con su vida, pero un ápice de duda se reflejó en sus ojos amarillentos antes de que lo hiciera la luz de un nuevo día. Sorprendido por este hecho, el animal trató de luchar pero fue en vano. Retrocedió y soltó un último aullido, suave, antes de que todo su cuerpo comenzara a cambiar.

Sus garras se convirtieron en dedos y en manos humanas. Se vio desprovisto de su abundante pelo oscuro, mostrando el cuerpo desnudo de un hombre joven, de piel pálida. Sus ojos, hasta entonces brillantes y amarillos, regresaron a su tono habitual, de un azul intenso y claro. El lobo protestó en su interior, pero no podía luchar contra la magia que acompañaba a la luna llena, y que moría con ella.

Un Aron confuso, magullado y cansado observó a Gwen, sin comprender qué hacía ahí, antes de acostarse en el suelo fruto del agotamiento, en un estado de semi-inconsciencia, mientras farfullaba palabras sin sentido. Poco a poco, iba comprendiendo qué había pasado, aunque su mente estaba demasiado confusa para procesarlo todo.

Gwen estaba allí. Algo había salido mal… y ahora sabía lo que era.

— Tranquilo, no tengo intención de moverme de aquí. Encenderé la chimenea, me pondré una película y cenaré los macarrones con muuucho queso que sobraron ayer — le aseguró a su nuevo compañero de aventuras, colocando una mano sobre su pecho en señal de que le daba su palabra de que no saldría al bosque —. Además, me apetece ver un par de capítulos de Scooby Doo — añadió en un tono que sonaba bastante creíble.

No era la primera vez que Aron se marchaba y la dejaba sola. No era algo que hiciera a menudo, pero al menos sí una vez al mes. Nunca le pedía que le acompañase, por lo que supuso que querría otro tipo de compañía.

Hombres...

En cuanto escuchó el ruido del motor de la camioneta encenderse, se metió en la habitación a preparar su mochila. Efectivamente, Gwen no se quedaría en casa esa noche.


Empezó a correr. sSin darse cuenta, había cometido un error por el que John le habría echado duramente la bronca; convertirse en la presa de un depredador. Al menos confiaba en que la flecha ralentizara a la fiera el tiempo suficiente para que se le ocurriera algo.

Con el corazón latiendo a mil por hora, siguió corriendo todo lo rápido que le permitían sus piernas. Dejó caer su mochila para ir más ligera, sin embargo, podía sentir las pisadas del lobo cada vez más cerca de ella.

Muy cerca…

Volvió a cargar el arma rápidamente, y se giró de nuevo hacia él, con el arma lista para dispararle, pero fue demasiado tarde. El animal ya estaba sobre ella y el impacto la derribó, de espaldas contra el suelo, haciéndole perder su ballesta.

Sintió el aliento del lobo golpear su rostro y cerró los ojos con fuerza, mientras en su mano, aferró el mango del cuchillo de caza que colgaba de su cinturón. Sin embargo… no lo usó. En un acto temerario, la cazadora abrió los ojos de nuevo y mantuvo su mirada fija en la ambarina del animal.

— Aron... — dejó que aquel nombre escapara de sus labios, acompasado por el frenético latido de su corazón. El mordisco que podría haber puesto fin a su vida nunca llegó y en apenas cuestión de segundos, aquel temible lobo negro comenzó a mutar.

La transformación fueron apenas unos segundos en los que fue testigo de primera mano de como el licántropo daba paso a su forma humana. Un grito se ahogó en su garganta en el momento en el que el rostro del lobo tomó forma humana y el brillo amarillo en sus ojos se esfumó, dando paso a aquel azul que había aprendido a conocer tan bien.

No supo que decir en ese momento, tan solo se quedó en silencio, producto del shock y giró el rostro hacia el lado contrario de donde el hombre se encontraba.

Un licántropo...
Es un licántropo...

— ¿Cómo está tu brazo? — consiguió articular, por fin, sin moverse del sitio. Su ritmo cardiaco seguía acelerado dentro de su pecho —. La flecha te dio, ¿No? — a pesar de que no se quedó a comprobarlo, estaba seguro de que le había dado. Llevó sus manos a la hebilla de su cinturón para desabrocharlo y se lo tiró al contrario para que pudiera hacerse un torniquete —. ¿Te duele? ¿Necesitas ayuda? — hizo ademán de volverse, pero recordó que no llevaba ropa alguna encima, por lo que se incorporó con cuidado para quitarse a cazadora de cuero negro y se la tiró a Aron.

— ¿Cuándo ibas a contármelo? — preguntó, por fin volviendo a la realidad que debía enfrentar —. Sabía que había algo raro en tu historia, pero... — no esperaba que fueras un licántropo —. ¿Pensaste que iba a cazarte? — no pudo evitar aquel matiz de reproche que impregnó tanto el tono de su voz, como su mirada cuando buscó la del contrario.

—No te tomaba por una fan de Scooby Doo —no pudo evitar sonreír, ocultando así la tensión que estaba sintiendo de verdad. Todas esas noches eran difíciles, despertando en él sentimientos de miedo, evitación, culpa. Además, estaba descubriendo lo mucho que odiaba mentirle a una persona que, a una velocidad evidente, conseguía hacerse sitio en su corazón—. Te pega más, no sé, ¿”Viernes 13”? —continuó bromeando, antes de tomar su mochila del sofá y cargarla a un hombro.

—En serio, Levy —agregó con mayor seriedad, mirándola una última vez—. Volveré mañana, deja las cacerías nocturnas para entonces y… no me eches de menos —la picó un poco, dándole la espalda y saliendo de la pequeña y cobijada cabaña para exponerse al frío. Mientras arrancaba el motor de su camioneta no dejaba de pensar en que, en efecto, cada vez odiaba más las mentiras.


Quizá fue su voz, pronunciando su nombre, lo que despertó su conciencia. La mirada del animal se tornó demasiado humana, más tranquila, justo antes de que comenzara el proceso que lo volvería a atar a un cuerpo más débil, a su cárcel personal. Y, mientras se quedaba atrapado de nuevo, Aron era al fin libre.

Echado de lado sobre el suelo, junto a ella, el Lanvik abrió los ojos de par en par y lo primero que sintió, incluso antes que el dolor, fue la confusión que se siente cuando despiertas de golpe, en estado de alarma, después de una pesadilla. Consciente rápidamente de lo que había sucedido, al principio fue incapaz de articular palabra alguna. Ante su pregunta fue cuándo fue consciente del dolor en su brazo izquierdo, llevándose una desagradable sorpresa al ver la flecha rota; no porque le hubiera herido, sino porque aquello significaba que no le había dejado otra alternativa.

—Dime que no intenté matarte —alzó la mirada hacia ella, sin embargo la cazadora se había girado, seguramente para darle cierta intimidad. Aunque no es que estar como Dios lo había traído al mundo fuera su principal preocupación en ese instante—. Dime que estás bien —parecía estar ignorando las preguntas ajenas, llenas de preocupación, hasta que le lanzó aquel cinturón y también su chaqueta—. Apenas duele. Es solo una flecha y resulta que… —hizo una pausa, tapando levemente su desnudez con la prenda y aprovechando el cinturón para apretarlo alrededor de su brazo— En unas horas no habrá ni cicatriz —ventajas de ser un hombre lobo. No todo podía ser malo, ¿no?

Tuvo que apretar los dientes con fuerza para no soltar un grito de dolor al arrancársela sin miramientos, lanzándola al suelo y manchándose aún más de sangre en el proceso.

—No lo sé —respondió de forma brusca, sin pensar, tratando de relajarse para calmar su respiración y también sus pensamientos—. Esto no es algo que cuentes… Al principio, lo hice porque, sí, eras una cazadora y yo un licántropo. Otros no se lo habrían pensado dos veces —por desgracia, no todos tenían la mente abierta, ya fuera licántropos o cazadores; lo diferente solía ser un enemigo, sin pararse a preguntarse porqué—. Después, supongo que… —se levantó con cuidado, manteniendo la chaqueta como un pequeño remedio temporal para su desnudez— Tenía miedo de cómo podías reaccionar. Podías sentirte traicionada, o desconfiar, y marcharte —se sintió ridículo siendo sincero, teniendo en cuenta lo cómico de aquella escena—. Así que pospuse el momento, aunque en realidad quisiera decírtelo porque… Supongo que no soy tan valiente —y era tan solo un cobarde... cuando se trataba de perderla.

Sintió el aliento del lobo golpear su rostro y los colmillos de este a punto estuvieron de rozar su piel. Estuvo tan cerca... Tan cerca...

Su corazón bombeaba con fuerza y su respiración seguía agitada, mientras comprendía lo que acababa de pasar. Lo que se había negado a creer desde que, hacía unas horas, se hubiera encontrado la camioneta de Aron aparcada entre unos arbustos del bosque.

Es un licántropo...
Y a punto ha estado de convertirme en su desayuno...

— Estoy bien — respondió de forma brusca, todavía en shock. Ella estaba sana y salva, en cambio Aron... Le había disparado con su ballesta. Él era quien necesitaba ayuda —. Ah... Genial — fue todo lo que logró pronunciar. Claro, ventajas de la licantropía.

Licantropía...
Un licántropo...

Aron es un licántropo.

— ¡Llevamos casi cuatro meses viajando juntos! — estalló por fin tras salir del shock, dejando salir a flote aquella maraña de indescifrables e incontenibles emociones que la nublaban —. Creía que existía un mínimo de confianza entre nosotros como para que al menos pudieras decirme "Eh, Gwen, soy un licántropo, por eso no puedes salir por el bosque las noches de luna llena. Puede ser peligroso" — pero no solo para ella, también para él. Y eso era lo que más le molestaba de todo.

Respiró hondo varias veces, permitiendo en ese tiempo que Aron pudiera exponer sus motivos. Unos que podía llegar a comprender en cierta medida, pero también a herir.

— Podría haberte matado — o tú podrías haberme matado a mí —. Si la flecha te hubiera dado en otro lugar... — apretó la mandíbula, sintiendo como sus labios se tensaban en una fina línea —. ¿Te puedes imaginar cómo me habría sentido al descubrirlo? — aquel reproche salió sin pensar, sorprendiéndola incluso a ella. ¿Y cómo se habría sentido? Hasta hacía unos meses, ambos eran simples desconocidos cuyos caminos se habían cruzado por casualidad y habían decidido seguir juntos. ¿Por qué? Puede que porque ambos se hubieran cansado de estar solos y hubieran encontrado en el otro ciertas similitudes en las que se veían reflejados y gracias a lo cual, pudieron construir una confianza mutua.

Una confianza que ahora se veía amenazada ante aquel secreto que Aron le había guardado.

— ¡Joder, Aron! ¡Somos amigos! — era la primera vez que decía aquella palabra en voz alta para referirse a la relación que había entre ambos —. Y sí, tenías razón; Ahora me siento traicionada... Pero no porque me lo hayas ocultado, sino porque creyeras que, de haberlo sabido, me hubiese marchado — frunció el ceño, contrariada. Gwen no solía expresar como se sentía. Ni siquiera Peter llegó a conocerla del todo durante el tiempo que estuvieron juntos. Y, sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, estaba sincerándose con alguien, dejando salir un poco de la auténtica Gwen, esa que se ocultaba bajo la coraza que había construido para sentirse a salvo.

— No me importa lo que eres, sino quién eres — susurró sin un ápice de titubeo en su voz, y regresó la mirada de nuevo hacia la ajena, buscando aquel azul en el que había aprendido a confiar —. Tú salvaste mi vida, aun sabiendo al posible peligro que te exponías al acercarte a una cazadora — caminó hacia este, salvando la distancia entre ambos hasta casi reducirla al completo, y alzó el mentón para encararlo —. Y te has quedado a mi lado, cuando lo más sencillo para ti hubiera sido el dejarme marchar una vez que me recuperé — y eso le generaba nuevas dudas cuya necesidad de respuesta se volvía urgente —. ¿Por qué? — una pregunta simple, que en ese momento, significaba todo.

Lamentarse ahora era inútil. Debería habérselo dicho antes, o debería haberse ido a tiempo. Debería haber hecho tantas cosas. Podría haberla matado, incluso aunque ella fuera una cazadora sobresaliente, la posibilidad estaba ahí. Por eso, cuando los gritos llegaron, se quedó estático y los recibió con diplomacia.

—Este no era un secreto cualquiera —se justificó, sintiéndose todavía más idiota. Soltó un suspiro y añadió—. Confío en ti, de verdad lo hago, pero temía que tú dejaras de hacerlo si te contaba la verdad —porque no era tan solo sobre su naturaleza, sino también sobre sus familias, algo que todavía no estaba preparado para contarle pero que sabía que debía hacerlo. No más secretos, incluso aunque el precio fuera perderla.

—Entonces es una suerte que eso no haya pasado —apretó los labios en una sonrisa irónico, con cierto humor en su mirada azul que no tardó en esfumarse—. He sido poco cuidadoso... Las cadenas no aguantaron lo suficiente esta vez. Maldita sea, sé que podría haber sido un desastre peor que este —tan solo habían tenido suerte con la llegada del amanecer, sino puede que el final hubiera sido mucho peor.

—Puede que no quieras seguir siendo mi amiga al saber toda la verdad —la miró, evidenciado que sentía miedo de eso. No quería enfrentarse de nuevo a la soledad, al dar tumbos de un sitio a otro sin tener un rumbo fijo. Con ella, al menos, tenía un propósito. Sus palabras lo sobrecogieron tanto que guardó un silencio significativo antes de responder, como si temiera que su respuesta pudiera fastidiarlo todo—. Me quedé contigo porque... —se atrevió a sonreírle— Alguien tenía que evitar que te metieras en más líos —solo que esa no era la razón. Esta era mucho más compleja y profunda y, ya que se estaban sincerando, decidió soltarla.

—En realidad supongo que... Me gustó la sensación de no estar solo —le costó aguantarle la mirada, pero lo hizo. Era consciente de que esa "sensación" estaba evolucionando día a día, hacia algo más intenso, algo que no revelaría por el momento—. Me resultó tan fácil quedarme a tu lado, tan natural... que no hay una forma concreta de explicar el porqué. Era la primera vez en mucho tiempo que creí que merecía la pena volver a... formar un vínculo con alguien —algo que había evitado desde que su maldición despertara hacía apenas un año.

—Conocía el peligro, pero no me importaba. Creí que podría guardar este secreto hasta que estuviera preparado para contártelo —continuó sincerándose ya que, en realidad, llevaba mucho tiempo queriendo destapar ese pequeño secreto—. Porque no es solo que tú seas una cazadora, y yo un licántropo —cerró los ojos, como si estuviera reuniendo las fuerzas necesarias para algo importante—. Mi verdadero apellido es Lanvik —y, siendo ella una Ashkore, imaginaba que estaba al tanto de la enemistad entre ambas familias.

Por mucho que ese secreto no se tratara de cualquier cosa, Gwen no podía evitar sentirse engañada. En los últimos meses, la cazadora había compartido algunas cosas con este que a nadie más le había contado. Ni siquiera a Peter.

Cosas importantes sobre su vida, sobre su familia. Sobre ella misma... Y para alguien tan hermético como lo era Gwen, que hubiera empezado a abrirse a alguien más, a un desconocido... significaba mucho.

Y ahora sentía que esa especie de confianza que se había formado con el paso de los meses, no era recíproca.

— ¿Y no se te ocurrió que dejaría de confiar en ti si NO me la contabas y lo descubría por mi cuenta? — lo increpó de forma brusca, sintiendo como se creaba una barrera entre ellos —. Las consecuencias podrían haber sido mayores... — ¿Y si en vez de haberle disparado en la pata, le hubiera dado en un órgano vital? —. Irremediables... — sacudió la cabeza contrariada, entre el enfado y la decepción.

— Eso lo decidiré yo — atajó, cruzándose de brazos mientras le sostenía la mirada. Podía leer el miedo en esta. ¿Tanto le temía a la posibilidad perderla? Su ceño se frunció y estuvo a punto de estallar de nuevo ante su broma, sin embargo, el lobo se adelantó antes de que lo hiciera.

Y su respuesta la hizo recular.

"Era la primera vez en mucho tiempo que creí que merecía la pena volver a... formar un vínculo con alguien."

Agachó la mirada durante unos segundos al sentirse expuesta. Y es que, era justo de esa misma forma como la compañía del hombre la hacía sentir. No podría haberlo descrito mejor.

Ya no dolía tanto que le hubiera ocultado la verdad. Sí, seguiría manteniendo que hubiera preferido el que se lo hubiera dicho él mismo, pero podía entender un poco mejor por qué lo había hecho.

Especialmente, cuando reveló el último de los secretos que ponía en riesgo su relación.

— Aron Lanvik... — soltó un suspiro, llevándose una mano a la sien al comprender a qué se refería —. La manada Lanvik... John nos habló de ellos y de sus costumbres — mucho más peligrosas que otras manadas que decían ser pacíficas —. Os odia — confirmó sin que fuese ninguna sorpresa. La enemistad entre ambas familias no era ningún secreto —. Pero yo no soy John — añadió, volviendo a alzar la mirada hacia la de este, permitiendo que una tenue sonrisa apareciera en sus labios —. Solo es un apellido. No son nuestras familias las que nos definen, sino las decisiones que tomamos por nuestra cuenta. Nosotros no elegimos dónde nacemos — sin ser apenas consciente de sus movimientos, alzó la diestra y acarició la mejilla del lobo con suavidad — Tú tuviste tus motivos para dejar a tu familia... Al igual que yo tuve los míos para dejar a la mía — Ashkore y Lanvik... ¿Qué importaba a esas alturas? Ninguno de los dos había seguido el legado de su familia —. Y, sinceramente... Aron Lanvik suena mucho mejor que Aron Smith — comentó en un tono burlón, evidenciando que le daba exactamente igual —. Lanvik... Sí, me gusta como suena — insistió, recuperando el humor. Por fin había encontrado una forma de picarlo, igual que él utilizaba el Levy para molestarla.

Debido al enfado, no había sido plenamente consciente del estado en el que Aron se encontraba, o más bien, le había dado igual.

Hasta ese momento.

Solo fueron unos segundos los que agachó la mirada y se fijó en el torso desnudo y bien formado del hombre. Demasiado bien formado. Casi como si quemara, se apartó de él, dándole su espacio y apartó la vista hacia otra dirección.

— ¿Sabes? Eres pésimo escondiendo secretos. Te has dejado la camioneta aparcada a menos de medio kilómetro de la cabaña — comentó para cambiar de tema, dándole la espalda al notar el calor en sus mejillas —. Qué poco sutil eres, Lanvik... Y pensar que llegué a creer que salías para divertirte — añadió, meneando la cabeza un par de veces, achacando aquel repentino nerviosismo a la incomodidad de ver así a su amigo.

Sí, definitivamente debía de tratarse de eso.
No había otra explicación.

Su temor parecía estar convirtiéndose en realidad, lo único que no había previsto era la verdadera razón del enfado de la cazadora; no parecía importarle lo que era, sino el hecho de que le hubiera ocultado una verdad tan… importante. Lo que era, al fin y al cabo, una parte de él para el resto de su vida. ¿Acaso creía que de verdad era posible ocultarlo para siempre? Sobre todo cuando, con cada día que pasaba, estaba más seguro de que quería seguir a su lado.

—Está bien, admito que ahí fui bastante idiota —apartó la mirada de la suya, pues se sentía bastante avergonzado en esos instantes—. Creía que no lo descubrirías, aunque era solo cuestión de tiempo —bastaba tan solo un desliz, como el que había tenido esa noche, y adiós a su secreto. Y lo peor de todo es que podría haberle hecho daño de verdad.

—Lo siento… De veras. Lo último que quería era que estuvieras en peligro —se atrevió a mirarla de nuevo, con un brillo de culpa en sus ojos claros. No se paró a pensar que, en realidad, Gwen se refería a su propia seguridad. Después de todo, las habilidades de la cazadora eran notables. Porque no era una cazadora cualquiera, no… Un Ashkore, y él un Lanvik. 4

Menudo chiste malo.

Podía apreciar su enfado, no es que Gwen se forzara en disimularlo. Si todo estaba perdido, al menos le debía el ser sincero con ella. Por eso, en cuanto empezó a hablar, no pudo parar. Hubo una verdad que se guardó, sin embargo al terminar se sintió mucho más ligero que antes.

Se mordió el labio inferior y asintió lentamente cuando ella pronunció su nombre completo, temiéndose lo peor. John, su padre, era bastante conocido entre los suyos… y también temido. Por suerte, parecía que ella no había heredado su misma forma de pensar, y Aron soltó el aire que había acumulado en sus pulmones sin darse cuenta, a raíz de la tensión.

—No sabes lo que me alegra oír eso —sonrió, y lo hizo de forma completamente sincera. Ni siquiera se acordaba de que estaba de pie y desnudo, cubriéndose apenas con la chaqueta que le había tendido ella, mientras notaba la calidez de los primeros rayos de sol en su espalda. Al sentir su roce, en realidad, poco más le importaba más que esa sensación tan agradable que despertó con él—. Algo me dice que ahora vas a usarlo más de lo que me gustaría —dedujo, pues estaba claro que había decidido usar su apellido como una pequeña broma entre los dos, al igual que él la llamaba por su segundo nombre, Levy—. Entonces, tenemos otra cosa en común: somos una deshonra para nuestras familias —algo que parecía hacerle gracia, más que importarle. Estaba seguro de que ninguno de ellos aprobaría el hecho de que viajaran juntos y que, más allá de eso, tuvieran una relación de amistad y confianza.

—¿Qué? Oh… —se percató de la incomodidad que se había generado, y de cómo Gwen se apartó bruscamente de él. A pesar del frío que hacía en el exterior, notó que le ardía la cara— La verdad es que nunca he sido muy hábil ocultando secretos, como has podido apreciar —intentó bromear al respecto, riendo ante lo que añadió la cazadora—. Así que pensabas que salía “a divertirme”. Pues ya ves… Sigo siendo igual de aburrido que siempre —se encogió de hombros. En realidad, nunca había sido de ese tipo de hombres; su última novia era la misma que había conocido en la facultad, con la que había vivido varios años… hasta que decidió dejarla atrás, junto con su vida anterior, al romper la maldición. Desde entonces, no se había permitido ni salir una noche a tomarse unas cervezas.

—Creo que... Deberíamos entrar, hace un poco de frío. Me vendría bien una ducha —y ponerse algo de ropa encima—, y, a los dos, un buen café... —esperó a que ella pasara delante para entrar en la pequeña cabaña que se había convertido en su hogar temporal. Aún tenían mucho de que hablar, ahora que ella sabía la verdad sobre quién era realmente.

"Admito que ahí fui bastante idiota."

— Diría que bastante idiota se queda corto — respondió sin medir la brusquedad en su respuesta. Era evidente que estaba enfadada, o más bien, dolida porque le ocultara un secreto tan importante que podría haber tenido un desenlace fatal si no se hubiera dado cuenta a tiempo de las pistas —. Y sigues sin entenderlo... — rodó los ojos, emitiendo un largo suspiro para después menear la cabeza de un lado a otro —. Jamás me habría perdonado si la flecha hubiera golpeado en otro lugar — la vida de Aron había estado esa noche en sus manos y había faltado demasiado poco para que acabase con ella.

Al final, con el transcurso de las palabras del licántropo, el dolor y el enojo fueron desvaneciéndose al comprender el porqué lo había hecho, dándose cuenta así de que el cómo se sentía Aron hacia ella, era muy parecido a la sensación que este le provocaba.

Porque desde que estaba con él, no había vuelto a sentirse sola ni un solo día. Ashkore y Lanvik... ¿Qué más daba? Tan solo se trataba de dos apellidos. Y como ella mismo se encargó de decirle; no les definía.

— Acostúmbrate. Porque pienso desgastarlo de tanto que lo voy a usar, Lanvik — susurró con suavidad, esbozando una sonrisa que adornó sus labios, mientras las yemas de sus dedos acariciaban con suavidad las facciones del hombre...

Hasta que fue plenamente consciente de la situación en la que se encontraba y se apresuró a poner distancia entre los dos. Podía sentir sus mejillas arder.

— Sí. Tienes razón. Vamos a ducharnos — respondió, dándose cuenta justo después de pronunciar las palabras, lo mal que podía interpretarse eso —. O sea, no me refiero a los dos juntos, sino a primero tú y después yo o al revés. Me da igual — se vio en necesidad de aclarar rápidamente. Joder... Es que sonaba incluso peor. Se dio la vuelta rápido, para ir hacia la cabaña con paso ligero. ¿Pero qué diablos le estaba pasando? —. ¿Sabes? Yo me encargo de preparar el café. Y tostadas. Muchas tostadas. Debes de estar hambriento o puede que no... ¿La transformación te da hambre? — un cambio de tema bastante sutil, ¿No? En fin... Como fuera, a los dos les vendría bien comer algo para reponer fuerzas —. ¿Seguro que tu brazo está bien? — incluso este ya le había dicho que en unas horas se recuperaría, no pudo evitar sentir preocupación mezclada con un poquito de culpabilidad. Al fin y al cabo, aunque hubiera sido en defensa propia, le había disparado.

No dijo nada ante su brusca respuesta, tan solo apretó los labios en una fina línea, pues sabía que estaba en lo cierto. Había tomado la vía fácil, que era ocultarle la verdad, como si pudiera ocultar algo así, algo tan peligroso, para siempre. Había querido protegerla, sí, pero también protegerse a sí mismo porque temía perderla si sabía lo que era.

—Gwen... —al comprender a qué se refería, no pudo contener una sonrisa de idiota que duró unos segundos. Le agradaba que pareciera preocuparse por él del mismo modo en que él lo hacía— Al final no lo hiciste, y estoy bien, de verdad —aunque había algo que no comprendía: la había visto acertar disparos más imposibles. La única explicación era que hubiera fallado de forma intencionada.

Al final, decidió contarle la otra parte de la verdad que había omitido hasta entonces: su apellido, su procedencia. Sus familias estaban enemistadas desde hacía generaciones y ese miedo y rencor se transmitía entre los suyos como una creencia ciega. Por muy independiente que fuera ella, temía que esa idea también estuviera grabada a fuego en su cabeza, lo que sí que podría separarlos.

Por suerte, no era así... y se encargó de dejárselo claro. Aron se sintió más liviano de lo que lo había hecho desde que la había conocido, habiendo podido liberarse de ese peso que eran las mentiras, viendo que a ella no le importaba tanto como hubiera creído.

—En realidad no suena tan mal si tú lo dices —admitió, sintiendo que se derretía ante sus caricias, preguntándose si la Ashkore sería realmente consciente de lo que estaba haciendo, y deseando corresponderla y demostrarle que aún había un secreto más. Como si se permitiera soñar despierto, la abrazó por la cintura y la atrajo a él, sintiendo que su cercanía era reconfortante. Hasta que el sueño se quebró.

—Te he entendido, tranquila, no hace falta que... lo aclares —intentó tranquilizarla, aunque él en sí era un manojo de nervios. ¿Por qué resultaba todo tan incómodo? Y no solo para él— Hambre, y mucho sueño. Es como una mala resaca —respondió mientras la seguía, agradeciendo la temperatura que hacía dentro de la cabaña. La cazadora parecía una ametralladora con tantas preguntas, algo que era imposible pasar por alto.

—Sanará en seguida, te lo aseguro. Podría haber sido mucho peor... De hecho... —hizo una pequeña pausa, sentándose en una de las butacas del pequeñísimo salón, aprovechando para colocarse una manta por encima y dejando a una lado la chaqueta que le había prestado Gwen—. Podrías haber acertado, ambos sabemos que nunca fallas. ¿Por qué?

Si bien había sido breve, la sensación de aquel cercano contacto entre ambos cuerpos fue abrumadora. Y no era la primera vez que sucedía. Hacía tan solo un par de días, mientras veían una película, sin apenas ser consciente de lo que hacía, apoyó la cabeza sobre su hombro y se rindió ante la calidez de aquel reconfortante contacto, quedándose dormida durante parte de la película. Cuando se despertó y se dio cuenta, no tardo en alejarse de él, volviendo a trazar una línea invisible entre los dos, que últimamente, parecía empeñada en sortear.

La misma línea que volvió a trazar justo en ese momento.

— Aún quedan macarrones con mucho queso en la nevera. Al final como ya puedes intuir, anoche no cené — admitió. Al menos por esta vez, no tendría la cara de echarle ningún sermón después de lo que acababa de descubrir — Y también puedo hacer huevos revueltos. Sí. Eso si puedo hacerlo — colocó la ballesta a la entrada de la puerta. Por algún extraño motivo, no podía dejar de hablar, como si de esa forma fuera mucho menos incómodo que el hombre con el que llevaba meses conviviendo, se encontrara completamente desnudo.

Desnudo y herido.

La cazadora se mordió el labio inferior a su pregunta y se giró hacia él, agradeciendo que hubiera cubierto parcialmente su desnudez.

— Tu camioneta no fue lo único que encontré en el bosque. También vi las cadenas rotas y marcas de arañazo en el tronco del árbol — tan solo tuvo que sumar dos más dos para juntar ambas evidencias —. No tuve mucho tiempo para pensar, porque tu camioneta podría estar ahí por mil motivos, pero... — hizo una pausa, recordando el brillo en la mirada del lobo cuando la miró. Ese momento de duda —. Supongo que simplemente, tuve una corazonada — y había arriesgado todo en base a eso, a un simple presentimiento —. No las tenía todas conmigo y podría haberme equivocado, pero... Prefería equivocarme antes que disparar al corazón del lobo, mientras existiera la mínima posibilidad de que fueras tú — se sinceró, sintiendo como empezaba a dejar caer esa fachada de cazadora —. Como ya te he dicho antes, nunca habría podido perdonarme el poner tu vida en peligro — incluso si eso significaba arriesgar la propia. Tal y como había hecho al permitirle al lobo la oportunidad de convertirla en su desayuno —. Fue una suerte que el sol saliera justo en ese momento — dejó escapar una risa nerviosa al ser plenamente consciente en ese instante de lo cerca que había estado de no contarlo.

Apretó los labios en una fina línea y no dijo nada. Normalmente, la reprendería por no haber cenado nada, sin embargo en esa situación... ¿cómo iba a hacerlo? Así que, en silencio, asintió.

—Entonces, podemos desayunar macarrones. En realidad, creo que es una idea fantástica —sugirió, con calma, en contraposición al nerviosismo que parecía manifestar la cazadora. Él también debería estar nervioso tras lo sucedido, pero en realidad sentía que se había quitado un peso de encima y eso lo aliviaba profundamente—. Vaya... La verdad es que esta noche he estado demasiado torpe. Me confié, salí demasiado tarde, lo hice todo demasiado deprisa... —recordó, lamentándose por ello, porque por un error humano de su parte alguien podría haber muerto. Y eso sí que no se lo perdonaría jamás.

Sin embargo, había una duda que le surgió al licántropo. ¿Por qué no había llegado a disparar de forma certera? Sabía que, si Gwen de verdad hubiera querido, no estaría vivo en ese instante.

—Pues agradezco esa corazonada. Y tienes razón... No sé qué habría pasado si no hubiera amanecido, y no quiero ni pensar en ello —su mirada se ensombreció. No sería la primera ni la última vez que un lobo matase a un ser querido al estar fuera de control—. La próxima vez tendré más cuidado —le prometió—. Al menos ahora no tendré que inventarme mil excusas para explicar porqué me iba... Me estaba quedando sin ellas —admitió con una sonrisa. En realidad, era cuestión de tiempo que la cazadora atara cabos y descubriera su mentira.

—Siento habértelo ocultado, Gwen. Me alegra saber que esto no cambia nada —la miró a los ojos, pensando que unas palabras no podrían expresar de forma realista el alivio que de verdad sentía al saber que no la perdería justo cuando más empezaba a notar que la necesitaba—. Me voy a dar una ducha, estoy apestando toda la cabaña —se levantó, aún con la manta a modo de pareo, resolviendo que era el momento de dejar zanjada aquella conversación, antes de que avanzara hacia senderos que, por el momento, no estaba preparado para recorrer.

No lo estaba mirando, pero estaba segura de cuál era la cara que acababa de poner Aron. La conocía a la perfección. Era la misma cara que ponía cada vez que a Gwen se le olvidaba cenar. Por suerte para él, se dio cuenta por sí mismo de que en ese momento no podía recriminarle nada.

Además de que ella tampoco es que estuviera en ese momento como para encararse con él. No cuando en ese momento la imagen de su torso perfectamente esculpido y desnudo, parecía no querer abandonar su mente.

Céntrate, Gwen, por dios. Sigues molesta, no lo olvides.

— En parte me alegro de que así sea. Así pude conectar todas las pistas a tiempo... Por mucho que hubiera preferido enterarme por ti — porque si bien tras entender sus motivos podía entenderlo, Gwen se había abierto con él como con ningún otro y Aron sabía cosas de su pasado que esta ni siquiera llegó a compartir con su difunto prometido —. En fin. Ahora sé la verdad y ninguno de los dos tenemos nada que lamentar — porque si de algo sí tenía la certeza en ese momento, era que ninguno de los dos se habría perdonado el haber llegado herir al otro. O algo peor.

— Bueno, al menos ahora ya no creo que seas un playboy que va conquistando mujeres por cada ciudad que pasamos — y, a una parte de ella, el deshacerse de ese pensamiento incluso le alegraba. Aunque aún no era del todo consciente del porqué —. La próxima luna llena, estaré contigo. Me aseguraré de que esas cadenas no se suelten — le prometió. Lo había visto en su mirada y sabía que Aron no era una de esas bestias que John le había asegurado que tenía que cazar. Aron no quería hacerle daño a nadie. Y ella no permitiría que sucediera.

— Oh, claro que ha cambiado. Lanvik — sus labios se curvaron ligeramente en una sonrisa al pronunciar su apellido. Aquel que, desde ese momento, usaría con mucha asiduidad —. A partir de ahora, me quedo al mando de elegir la música que escucharemos mientras estemos en carretera — le advirtió. Era lo mínimo y justo —. Iré calentando los macarrones y preparando el café — hizo lo propio, levantándose al mismo tiempo. Se quedó durante unos segundos quieta, notando la cercanía entre los dos y  finalmente reaccionó, moviéndose hacia la cocina. Ella no se dio cuenta, pero Aron podría haber percibido como durante ese instante, el latido de su corazón se había acelerado.

Pero todavía era demasiado pronto para que ambos asumieran que aquel vínculo que se había formado entre ellos iba mucho más allá de una simple amistad.