Lexi llevaba más tiempo del esperado allí, en Mystic Falls, y eso me hacía muy feliz porque ella no solía quedarse tanto en un mismo lugar… pero al mismo tiempo me daba miedo que en cualquier momento me dijera «Stefan, me voy del pueblo». Quizá eso nunca sucediera, sobre todo si iba a retomar su trabajo como enfermera, pero… parecía que el miedo y las preocupaciones eran algo inherente en mí.

Sin embargo, en ese momento no quise que estas se apoderasen de mí. Para alguien como yo, aquella festividad —y cualquier otra— podría haberse quedado en nada, podría no significar nada, pero… prefería usarla como excusa para «obligarme» a ser un poco más feliz que de costumbre. No podía… no podía vivir amargado.

Y lo cierto es que con Lexi era más fácil no estar así. No sabía cómo lo hacía, pero ella era como una luz que apartaba todas las sombras que normalmente intentaban apoderarse de mí y someterme contra el asfalto para no dejar que me levantase.

La llevaba del brazo, algo común entre nosotros, mientras caminábamos hacia la zona del baile de invierno, donde debíamos estar, por supuesto. No podíamos salir aquel día y no disfrutar del baile… Aunque me arrepentí un poco cuando llegamos a la entrada del lugar y vi la ingente —y, a mi modo de ver, innecesaria— cantidad de muérdago sobre la puerta.

Me detuve de golpe, como si necesitara una invitación para entrar en el lugar.

Que Lexi llevara más tiempo del esperado allí en Mystic Falls puede considerarse un milagro navideño como poco. No, no es que no le guste el pueblo, es que ella siempre ha sido más... nómada. Más independiente. El problema —que lo llama problema por decir algo porque no lo es— es que la presencia de Stefan en su vida de una manera tan seguida la ha terminado «anclando» a un lugar que conoció ya hace mucho, mucho tiempo.

Pero no se queja. En absoluto.

—¿Qué pasa? —pregunta de una manera algo despistada cuando su acompañante frena en seco sus pasos, haciendo que Lexi alce una ceja mirándolo con curiosidad. Los ojos de la vampira acompañaron la mirada de Stefan y observó en qué dirección iban; de repente, sus mejillas se pusieron rojas.

Vaya por dios.

—¿Te da miedo el muérdago? —la pregunta sale con un tono sarcástico y nervioso que intenta ocultar tras una máscara de ironía mientras un remolino extraño se forma en su estómago también conocido como nerviosismo—. Anda, vamos, no seas así.

Y Lexi ha procedido a tirar de él para entrar, efectivamente.

Quería contestar su pregunta, pero de verdad que no pude. Me quedé bloqueado… Estaba seguro de que la culpa la tenía la conversación que había tenido con Elena hacía nada. Ese mismo día. Esa misma tarde. Esa conversación y las tradiciones.

No supe cómo interpretar el sarcasmo de Lexi cuando preguntó si me daba miedo el muérdago. Dudaba mucho que no conociera la tradición que rodeaba al muérdago colgado del techo o de una puerta, así que o se estaba haciendo la sueca o simplemente me estaba tomando el pelo. En realidad, eso no se alejaría de la realidad.

—Bueno, es que besar en los labios a mi mejor amiga sería un poco raro, ¿no crees? —comenté intentando utilizar un tono distendido y en la línea de la broma. Dichosa conversación con Elena… me había dejado muy confundido— Sé que conoces la tradición, es imposible que no lo hagas —añadí, pero no me negué a entrar. En fin, que pasara lo que tenía que pasar, no era para tanto… ¿verdad? Al menos era mi mejor amiga y no Katherine.

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—Stefan Salvatore, tienes más de cien años. Conmigo no tienes que hacer tu papel de adolescente de instituto, ya lo sabes —se ha encogido de hombros. Claro que conoce la tradición, es solo que para Lexi tal vez no sea... ¿Para tanto? En fin, por probar... Y es solo un beso, ¿no? Ya está, es eso—. Solo es un beso Stefan, y además, no tienes por qué dármelo si no quieres, lo sabes ¿verdad? —porque nadie está obligado a nada y se pueden pasar la tradición por el arco del triunfo si les diera la gana.

A menos que Stefan sí quiera. Cuya posibilidad Lexi no la ha contemplado hasta ese preciso momento.

Ah, vaya—. A menos que... Quieras hacerlo y por eso estés tan... ¿Nervioso? —es raro porque no es algo que haya pasado en la cabeza por ninguno de los dos, y ahora se lo está replanteando: ¿Cómo sería su vida si fuera novia de Stefan Salvatore? Bueno, tendría a Damon como cuñado y eso es un punto negativo, pero ya conoce a Stefan de hace tiempo y eso está bien. Esa familiaridad, confianza y complicidad ya está ahí—. Anda, entremos. No podemos hacer tapón, Stef.

Por eso ha dado un tirón final para llevárselo dentro con ella. Todo porque quiere ver qué pasa porque ahora Lexi no se puede sacar esa idea de la mente; fantástico.

Así era Lexi. Natural y directa. Y yo la adoraba por eso. Por eso y por más cosas, claro está. Lexi era un cúmulo de virtudes. De buenas razones. Buenas razones para quererla en tu vida, ya fuese como amiga o como… algo más. ¿Por qué estaba pensando en eso? Elena había hecho saltar algo en mi cabeza y ahora no podía quitármelo.

—Lo sé. Y no es solo un beso, los besos son un gesto cargado de significado —respondí. Al menos para mí lo era. Quizá porque no era muy dado siquiera a dar abrazos de manera indiscriminada y a cualquiera, solo lo hacía en momentos puntuales… y con las personas más cercanas.

No tenía problemas para darle un abrazo a un amigo si necesitaba apoyo y mis besos solían estar destinados a aquellas mujeres a las que había amado. Elena, Valerie… ¿Lexi?

Me quedé mudo ante las palabras que dijo después: «a menos que… quieras hacerlo y por eso estés tan… ¿nervioso?». ¿Quería hacerlo? Mis ojos viajaron, de forma inconsciente, hasta sus labios y tuve que apartarlos deprisa… antes de que ella se diera cuenta.

Estaba despistado con todo ese quebradero de cabeza, por lo que perdí el equilibrio cuando tiró de mí y, aunque no hubiese tenido más fuerza que yo, habría podido moverme de mi sitio. Traté de recuperarme lo más rápido posible y me enderecé.

—Lo siento, Lexi —me disculpé, ceñudo—. Estuve hablando con Elena antes y… —carraspeé— me dijo algo que no se me ha ido de la cabeza. —Luego me reí para quitarle hierro al asunto—. Cree que tú y yo somos algo más que grandes amigos —le expliqué finalmente. Entonces ella se reiría de mí —o conmigo—, le restaría toda la importancia y podríamos disfrutar del baile como habíamos ido a hacer.

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Mentiría si dijera que la actitud de Stefan no estaba siendo «rara». Más rara que de costumbre, pero la de Lexi también. Tal vez a ella se le diera mejor fingir que no está de los nervios, pero en realidad sí lo está. Por eso está cruzada de brazos una vez han entrado, para que no vea que le tiemblan las manos.

—Así que una conversación con Elena, ¿eh? —no lo dice con retintín y mucho menos con celos, pero ahora por lo menos ya sabe el origen del problema. O de su comedero de cabeza. Lexi se muerde el labio inferior en un gesto pensativo, mirando a su alrededor. ¿Por qué han tenido que poner tantos muérdagos, maldita sea?—. ¿Alguna vez lo has pensado? —decide preguntar, puede que con las mariposas revolotéandole en el estómago y los nervios a flor de piel.

Tomando una respiración profunda, Lexi procede a hablar otra vez sin creerse lo que va a decir.

—Siempre podemos hacerlo y salir de dudas, ¿No?

Lexi cruzada de brazos. ¿Estaba enfadada? Esperaba que no. No había dicho nada malo… ¿verdad?

«¿En serio?», pensé. «Ahora sí que parezco un adolescente de instituto».

La pregunta de mi mejor amigo me tomó desprevenido. ¿Se lo estaba planteando? ¿De verdad? ¿Ella también? Bueno, Elena me había dicho que Lexi había ido a buscarme… a pesar de que ya habíamos quedado para pasar juntos parte de la tarde. Lexi siempre había sido muy independiente, los hechos lo demostraban, pero… últimamente me sentía más unido a ella.

Qué confusión. ¿No podían los sentimientos ser, por una vez, más sencillos?

—¿Tú lo has pensado? —le devolví la pregunta sin contestarla. Respiré hondo para calmarme un poco. Por favor, que estaba hablando con Lexi, no con Klaus.

Y si la primera cuestión me había sorprendido, la segunda estuvo a punto de robarme la respiración… Y no pasé por alto su respiración. Ella también estaba nerviosa.

—Supongo —respondí mientras yo también me cruzaba de brazos—. Supongo que podríamos probarlo… siempre que eso no traiga repercusiones futuras a nuestra amistad. —No sabría qué haría si un día, de repente, Lexi y yo ya no pudiésemos mirarnos o mantener una conversación normal y corriente.

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—¿Qué? —fue la reacción rebote que le sale nada más escucharle. Como si fuera un resorte, hasta que sus palabras calan en ella—. Bueno... No exactamente hasta... ahora, en realidad. Pero no desvíes mi pregunta, Stefan, no me has respondido —y Lexi alza un dedo acusador en su dirección, con una ceja también alzada y un rostro más serio.

Bromista, sí, pero serio al mismo tiempo. La situación lo amerita, según ella.

—No creo que lo haga, ya somos bastante maduros los dos, ¿no te parece? —vamos, ella pasa los tres cientos años de edad y él los cien, han tenido más que tiempo para poder madurar—. Vale, pues... Eh... —atascada, nerviosa, y sin un ápice de sarcasmo como normalmente suele haber en sus palabras, Lexi no sabe cómo actuar por primera vez en mucho tiempo—. Mejor cierra los ojos.

Ni siquiera se lo pregunta cuando atrae a Stefan hacia ella cogiéndole por la camisa para plantar un beso casto y suave en sus labios; tal vez algo brusco por cómo lo ha hecho pero...—. ¿Y bien? —pregunta al separarse con un ligero rubor en sus mejillas.

Deberían repetirlo para saber qué sienten. Porque sí, ha sido un beso corto y según Lexi, «cobarde». Seguro que no les ha dado tiempo a nada.

—Alguna vez, sí —contesté finalmente, no sin esfuerzo. Incluso tuve que tragar saliva antes de hacerlo, porque sentía que me estaba metiendo yo solo en un aprieto. Bueno, que me había metido, pues ya estaba hecho.

Alcé las cejas, sin embargo, cuando ella dijo que éramos bastante maduros. No sabía qué contestarle, sinceramente, ¿qué era la madurez al fin y al cabo? ¿No me estaba comportando como un adolescente idiota?

—No lo sé, Lexi, la madurez es un concepto muy subjetivo —respondí. Biológica y oficialmente tenía una definición, pero esa palabra, ese estado de la vida, era una especie de sube y baja. A veces estabas en él y a veces caías. Damon era un ejemplo muy claro de ello.

Ni siquiera tuve tiempo a decir algo más cuando ella me dijo que cerrara los ojos, ni pude seguir su consejo, pues ella me atrajo hacia ella y me dio un beso. Uno muy rápido para que pudiera llegar a sentir nada. O a entender o descubrir si de verdad sentía algo. La miré a los ojos cuando me preguntó por el beso. Era una mirada profunda, aunque confundida. Tras eso solo me dejé llevar… sin tocarla y también sin decir nada bajé mi rostro para besarla. Si ella no se apartaba y lo correspondía, ese gesto duraría más.

Y esperaba que sirviera para aclarar nuestros sentimientos. Seguramente que al final solo sería raro e incómodo, y en unos meses o años lo recordaríamos y nos reiríamos de cómo creímos por un momento que podíamos ser algo más que mejores amigos.

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—¿Cómo has dicho...? —dejar a Lexi Branson sin palabras es, si no imposible, infinitamente difícil. El único hombre en la faz de la tierra que lo ha conseguido ha sido Stefan Salvatore justo en ese momento—. ¿Lo dices en serio? —que tu mejor amigo te diga que «alguna vez, sí» ha pensado en eso de estar juntos o no, o qué podría haber ahí, descoloca. Por eso la expresión de Lexi está totalmente acorde a su reacción: parpadeando deprisa y con la boca abierta—. Oh, wow, vaya...

Y muda, bastante muda.

Lexi rueda los ojos ante el comentario de la madurez. Sí, claro que es objetiva, pero a Stefan le gusta poner excusas y sacarle punta a todo, puede que por eso vaya tan a saco con él. Como si fuera un duelo intelectual del que la rubia definitivamente disfruta.

Por un momento, y después del beso que la misma vampiresa inició, Lexi se perdió en los ojos de Stefan. Y no sabe si es por los nervios, por la conversación con Elena, por la navidad o por... qué, exactamente. Pero se hubiera metido a nadar en ellos sin ningún problema. Por eso cuando Stefan vuelve a unir sus labios ella no se aparta; se queda quieta durante unos segundos antes de corresponder con menos vergüenza y menos torpeza, con los brazos rodeándole sutilmente el cuello, dejando las manos posadas en la nuca. Ahora más cómoda, es ella quien ladea la cabeza un poco para que ambos pares de labios se puedan unir mejor.

Y no sabe si están bajo un muérdago o no, pero desde luego la tradición la están cumpliendo.

Aquello iba de mal en peor… o al menos esa era la sensación que me daba. Lexi parecía asombrada, de un modo en que nunca le había visto antes. La pregunta que hizo después me provocó más nerviosismo, que rayaba la ansiedad. Ya había metido la pata hasta el fondo. Tenía que haberle dicho que no, que nunca lo había pensado. Aunque fuese mentira.

Y, sin embargo, allí estábamos. Ella me besó y yo la besé a ella. Tardó en reaccionar, pero al final terminó por corresponderme… y no solo sus labios hicieron contacto con los míos. Sus manos tomaron mi nuca y yo, dejándome llevar, apoyé las manos en su cintura… y sentí cómo parecía dispuesta a continuar aquel gesto hasta, quizá, quedar sin aire.

Fue entonces cuando me separé de ella, con la sensación de que mi respiración agitada iba más allá de la falta de aire durante el beso. La miré a los ojos, sin saber ni qué expresión facial poner, y, en un susurro, repetí sus palabras anteriores:

—¿Y bien?

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En el momento en el que se separan, Lexi vuelve a la realidad. Es como un jarrón de agua fría que acaba de caer encima de sus cabezas. No es que no sepa qué contestar —aunque es cierto que no sabe muy bien qué decir— es que tampoco sabe por dónde va a ir la situación a partir de ahora, y eso puede que le preocupe aún más.

¿Será esta una de las pocas veces en las que Lexi se arrepienta de sus actos?

—Yo... —comienza hablando torpemente. Sus manos siguen en la nuca de Stefan, así que no dice nada porque no cree que haga falta. Es muy posible que el vampiro sea capaz de interpretar el pequeño brillo en los ojos de Lexi diciendo que sí, le ha gustado el beso. Por eso se lanza ella una vez más. Los tacones ayudan mucho, pero no duda en ponerse de puntillas para poder alcanzar los labios de Stefan mucho mejor.

Es suave, dulce y tierno, pero también duradero. Ya no hay tantas vergüenzas o, al menos, no como antes. Solo cuando se separa vuelve a hablar—. Creo que te has quedado un poco de mi pintalabios —bromea intentando limpiarle con el dedo pulgar—. Y... también creo que ha estado... Bien. Me ha... me ha gustado.

Después de sincerarse y ser honesta tanto con él como con ella misma, ha respirado profundamente soltando la nuca de Stefan para poner los brazos a ambos lados de su cuerpo—. Te toca ser sincero a ti ahora.

No sabía si interpretar el silencio de mi amiga como algo bueno o malo. Se trataba de algo nuevo, pues a Lexi no la había visto jamás tan callada, no en medio de una conversación. Nunca la había visto quedarse sin palabras.

Cuando dijo solo una palabra estuve a punto de pedirle disculpas, decirle que lo sentía y que no debería haber dicho nada o habernos conducido a aquella situación, pero… cualquier atisbo de palabra se quedó atascada en mi garganta.

Y después no hubo posibilidad de hablar, porque Lexi se lanzó hacia mí y, una vez más, nos besamos. La besé con cariño, con esa calidez que me provocaba su presencia, su propio cariño. Esa sensación de sentirse querido y protegido.

Mis ojos volvieron a los suyos cuando nos separamos y no pude contener una carcajada cuando hizo una broma. Lexi siempre me hacía reír y yo siempre se lo agradecía, de un modo u otro. La sonrisa no se me borró, a Lexi le había gustado besarme.

A mí también me había gustado besarla. En el último beso ni siquiera me sentí tan incómodo como cuando llegamos allí.

No dejé de sonreír ni cuando ella me instó a que fuera sincero con aquella posición corporal que en ese momento me pareció muy graciosa.

—¿Quieres que sea sincero? De acuerdo. —Me remojé los labios, que sentí secos de repente, antes de volver a tomar la palabra— No sé a dónde nos podría llevar esto, pero si Elena tiene razón no me importaría darle una oportunidad a algo así. Quiero decir… creo que no podría estar mejor que con quien, durante décadas, ha sido la persona que mejor me conoce y más se ha preocupado por mí. No podría estar mejor con nadie que con mi mejor amiga.

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Es como si de repente, al escuchar las palabras de Stefan, toda creencia y anterior percepción de él se hubieran ido bajo tierra y no precisamente por algo malo. Más bien todo lo contrario. Lexi se encuentra sonriendo al escucharle, rodando los ojos para ponerlos en blanco.

Siempre tan «cursi».

—Así que quieres intentarlo —rescata eso de las palabras de Stefan, asintiendo con la cabeza. Posiblemente ninguno de los dos sepa dónde se está metiendo, y aunque hay cierto riesgo, Lexi también desea lo mismo que él—. No tenía pensado acabar besando a mi mejor amigo y ver dónde nos lleva algo así, pero creo que estamos en la misma página, Stef —admite con una sonrisa, mordiéndose el labio inferior con los dientes en un acto de nerviosismo.

Algo que rara vez sucede.

—¿Quieres que bailemos o prefieres besarme otra vez?

Ah, sí, en cuanto se siente en confianza vuelve a ser la de siempre.

Ante su pregunta, me encogí de hombros, con una sonrisa tímida —que no de timidez— en el rostro.

—Yo tampoco tenía eso pensado, pero es lo bueno de estar contigo: podemos hacer planes, pero tarde o temprano habrá algo de improvisación, o que me sorprenda —comenté de buen humor. Al final, Elena iba a tener razón y se había dado cuenta de algo que Lexi y yo no habíamos pensado… algo que, no podía hablar por ella, pero yo todavía no había terminado de asimilar.

Y es que darle un beso pasional o romántico a quien lleva décadas a tu lado como amiga no es algo para tomarse a la ligera. Afortunadamente, fue agradable cómo desembocó todo.

Ante su pregunta, sonreí de lado, burlón, y coloqué mis manos a cada lado de su cintura mientras la miraba a los ojos.

—¿Y por qué no ambas opciones? No veo la incompatibilidad. —Acto seguido, empecé a moverme al ritmo de la música.

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