Sin una realidad con la que pasar estas fiestas había terminado por caminar sin un rumbo fijo por la ciudad. No estaba segura de que buscaba exactamente, pero probablemente buscase algo que me hiciese contagiarme mínimamente de un espíritu navideño que destacaba por su ausencia en mí.

Tras un largo rato caminando y algunas paradas por los puestos, llegué a la iglesia Saint Anne. No tenía intención de entrar, por que tampoco tenía nada que hacer allí. ¿El problema? Tampoco tenía nada que hacer en otro sitio. Por eso terminé por entrar en silencio. Mis pasos pasaban desapercibido con la gente que había por allí repartiendo y recogiendo comida.

Yo no era de ninguno de esos tipos por lo que me aparté del centro del lugar con tranquilidad para pasear por aquella iglesia observando a la misma y a las personas que parecían disfrutar de ceder sus últimas horas del año a hacer mínimamente felices a otras personas. Con todo lo que había vivido sonaba raro que existiesen aún este tipo de personas.

Que fuese un miembro de la alta sociedad no significaba que me olvidase de la gente que más ayuda necesitaba. Además… a pesar de tener gustos de lujo, no me gustaba mucho codearme con la gente que tenía mi mismo nivel pudiente. Muchos eran muy arrogantes, se creían mejores que los demás y, a veces, incluso intentaban hacer creer que eran más listos y sabían más cosas de las que realmente conocían.

Por eso, y porque estaba un poco solo, decidí que sería buena idea acudir a un comedor de caridad el último día del año.

Lo que me tiró un poco para atrás fue la rejilla que me dieron para ponerme en el pelo una vez llegué al lugar en cuestión. Torcí el gesto, pero no me quejé. Acepté el accesorio y con cierta resignación me lo puse de la mejor forma posible. Al menos la llevaría con dignidad.

Y no me arrepentí, porque la gente de allí solo se fijaba en la cantidad de comida que les ponía, que no era poca. Si faltaba más me encargaría de que trajeran suministros. Era lo bueno de ser tan pudiente.

—¡Hola! —saludé a una chica jovencita que no estaba en la cola, pero tampoco con nosotros. No parecía una persona en situación de pobreza—. ¿Vienes a ayudar? —le pregunté con la misma sonrisa con la que había atendido a todo el mundo.

Mis pasos por aquella iglesia eran tranquilos y silenciosos. Aunque con el ruido que había en aquel lugar, cualquier tipo de pasos hubiese sido silencioso, incluso los de un elefante. Por eso, simplemente caminaba con las manos en los bolsillos. Probablemente diese la vuelta al lugar y me marchase. No tenía nada que hacer allí y ayudar a otros... no era algo que me entusiasmase.

Por desgracia mi idea fue negada cuando escuché el saludo de alguien. Alcé la mirada para observar aun hombre con una sonrisa radiante y un aspecto de... no estaba muy segura de que, pero de lo que si estaba segura era que esa redecilla en la cabeza no le quedaba nada bien. En absoluto. - Em... hola.

¿Ayudar? Dejé ver una pequeña mueca que alternaba un poco entre la sorpresa y la disculpa. - Solo estaba mirando. - ¿Solo estaba mirando? Vaya respuesta más.... en fin. No era probablemente algo que el contrario esperase. - Pero si necesitas algo puntual, quizás, pueda ayudar un rato. - Pero entre esas cosas no entrarían ponerme una redecilla. Adoro demasiado mi pelo para eso.

Fue un poco extraño oír su respuesta. ¿Mirando? ¿Cómo se podía estar mirando en un evento como aquel? No sé, era como ir a un hospital simplemente a «mirar». No es que juzgara a la chica, solo me resultaba muy rara aquella postura.

—Vaya… —contesté, meramente por no dejarla con las palabras en el aire, pues en realidad no sabía qué decirle. Al menos, no hasta que ofreció algo de ayuda. Sin embargo, no le pude contestar enseguida, porque me tocaba servir a alguien nuevo— Buenas noches, felices fiestas —dije con amabilidad mientras le servía un buen plato de comida.

Acababa de llegar y ya me habían regañado para decirme que si seguía sirviendo esas raciones tan grandes no habría comida para todo el mundo… pero eso no sería un problema. Tenía mucho dinero y no me importaba gastarlo en algo como eso. De hecho, pensaba que debía hacerlo más a menudo.

—¿Sabes? Sí que podrías hacer algo. La comida se acabará antes de lo esperado —dije mientras extraía una nota de uno de mis bolsillos y vi la alarma en los que estaban esperando más cerca a que les sirvieran a ellos—. ¡No, no se preocupen, lo arreglaré! —exclamé para tranquilizarlos y le tendí la tarjeta a la muchacha— ¿Puedes llamar aquí y explicarles la situación? Que lo carguen a la cuenta de Tayne Kesterton.

Efectivamente mi respuesta le había sorprendido. No había que ser demasiado inteligente para poder verlo en su rostro. Suponía que eso significaba el final de la conversación por lo que simplemente... Me dispuse a darme la vuelta para continuar con aquel paseo sin sentido cuando su voz me hizo detenerme a medio paso.

Me giré observándole con cierta curiosidad y por que no decirlo, cierto temor a lo que pudiese proponerme. Un temor que se convirtió en extrañeza cuando escuché sus palabras. - ¿Quieres que pida que traigan más comida? - A grandes rasgos parecía que era lo que me había pedido. Aunque era cuanto menos extraño terminé por tomar aquella tarjeta.

- Supongo que puedo hacerlo. - Saqué el móvil de uno de mis bolsillos y marqué número despacio para después llevar el mismo a mi oído. Tardaron en cogérmelo pero cuando lo hicieron agradecí enormemente mi fino oído. De tratarse de cualquier humano normal no hubiese escuchado nada con tanto ruido.

Cuando terminé colgué y volví junto al hombre de la redecilla, al tal... Tayne Kestorton. - La traerán en media hora como mucho. Dicen que tienen mucho trabajo hoy. - No sabía si sería lo que quería escuchar o no. Pero tampoco era como que pudiese hacer otra cosa.

Me sorprendió que la chica me preguntara por mi petición. ¿Había tanto ruido? Quizá no me había oído bien, no…

—¡Eso es! —respondí sin perder la sonrisa, con entusiasmo— Por favor —añadí al final y cuando vi que se hacía cargo de la tarea me dediqué a atender a la gente, que se estaba acumulando cada vez más en la cola. Gracias al extra de comida, la gente incluso podría repetir.

No era justo que hubiese personas atiborrándose en aquellas fiestas y que estas en cuestión, encima, no pudieran tener al menos una ración decente de comida porque no había para todos. Podría pensar que al menos había alguien que se molestaba en hacer algo así por los necesitados, pero no podía, porque había muchos pudientes que no se gastaban un centavo en los que lo necesitaban. Aunque, por otro lado, también pensaba que el dinero bien ganado debía gastarse en lo que su dueño deseara, merecido se lo tenía. Cada uno decide qué hacer con su dinero.

—¡Excelente! ¡Muchas gracias! —le dije a la chica cuando me informó de lo que le habían dicho por teléfono. El siguiente chico que pasó por la cola me sonrió y me dijo:

—Gracias. Te queda genial la redecilla.

¿Se podía ser más amable? La gente podía llegar a ser encantadora, sobre todo en Navidad, solo había que detenerse a conocerla.

—Oh, ¿de verdad? Eres muy amable, gracias.
—Claro que no. A nadie le quedaría bien algo así, pero tú además te ves ridículo.

Mudo y con la boca abierta, así me quedé.

Negué despacio por aquella respuesta tan efusiva. Aquel hombre parecía demasiado feliz para lo que normalmente me encontraba. Era como una extraña especie que volaba por libre sin importarle los demás. - No es nada.. - Tampoco me había costado tanto llamar, supongo que eso es mi buena acción del día? O quizás no...

Por que una escena un tanto escamosa se empezó a desarrollar frente a mí. El hombre continuaba con esa alegría tan extraña cuando un chico hizo algo ante lo que no pude evitar elevar una ceja. Era cierto que al hombre le quedaba ridícula la redecilla pero... ¿Qué razón había para decírselo a la cara? Era quien le estaba dando comida gratis... Creo que me había olvidado por un segundo del mundo en el que nos encontrábamos.

- Ey. Te olvidas las servilletas. - Me acerqué a él con el primer trozo de papel que vi y fui a dejársela en la bandeja solo que... eso solo era la excusa. - Discúlpate con él. - Si, estaba usando esa habilidad que Klaus me había dado en su "infinito amor por el sufrimiento".  El chico parpadeó un par de veces y miró al hombre. - Discúlpame, soy un bocazas tío.

Asentí despacio y volviendo a usar la compulsión me acerqué un poco más a él para que no me escuchase el sonriente. - Y dale tu bandeja al primero que veas. - No estaba enfadada. Quizás algo molesta. Un poco.

Pero tras eso me separé con una suave sonrisa. - Te había dado más servilletas de lo normal, perdona. - Me encogí de hombros separándome esperando que el chico se alejase para hacer lo que dije y ver de paso la reacción del hombre sonriente.

Me sentí un poco mal, la verdad, no iba a negarlo… Ni podía hacerlo, porque seguro que se me notaba en la cara. Y en el lenguaje corporal al completo, porque me había quedado congelado. No supe qué decirle, lo cierto es que ya me creaba cierta inseguridad llevar aquello puesto en el pelo, yo solía peinármelo de forma perfecta y vestía de manera impecable. Ahora tenía un delantal con el que apenas se lucía la ropa —aunque tampoco quería hacerlo y dar la sensación de que estaba restregándosela por la cara a personas que no podían permitirse algo la mitad de caro— y aquella dichosa redecilla que me daba tan mal aspecto.

No reaccioné hasta que la chica, tan amable ella desde el principio, le dijo que se disculpara conmigo. Sonó a una orden, una que dudaba que el chico fuese a cumplir, y estaba a punto de decir algo cuando él me sorprendió. Había cerrado la boca y la volví a abrir para hablar, pero me quedé con esta abierta cuando él habló.

—No hacía… —traté de decir. Normalmente no me quedaba sin palabras, solía saber qué debía decir, aunque en los conflictos y momentos tensos me costaba un poco más, pero la situación se me hizo tan rara que me resultó algo más complicado hablar— Te lo agradezco mucho —le dije a la chica con una sonrisa amable—, pero yo no le habría ordenado que me pidiese disculpas. Creo que es mejor explicarles por qué está mal lo que han hecho, o intentar entender por qué han dicho eso, no creo que sea un mal chico sin más… y exigirle una disculpa no servirá de nada si no la siente de verdad.

Le serví más comida a otra persona que estaba en la cola y luego a otra. No sabía qué tendría aquel chico a sus espaldas, pero estar en situación de pobreza siento tan joven no debía de ser fácil precisamente. Yo no podía imaginarme en su situación, era angustiante.

—¿Te puedo pedir un favor más, si no es molestia? —hablé a la chica, una vez más— ¿Podrías ir a preguntarle su nombre? Al muchacho.

Miré de reojo al hombre cuando me lo agradeció, fue una pequeña mueca de mis labios la que le di por respuesta. Incluso cuando escuché aquel pero al que siguieron unas palabras de lo más..."idealizadas". Suspiré con un pequeño sonido de exasperación mientras negaba con cierta incredulidad en mi rostro.

- Hay personas que simplemente, no lo entenderían. Explícaselo y su burla será mayor. - Desde que todo ocurrió, desde aquella fatídica noche, admito que me había vuelto bastante negativa. Bastante apática. Pero no había otra realidad. Esperar algo bueno de alguien que no tenía nada bueno, era lo mismo que poner la otra mejilla para ser golpeado una vez más.

Negué una vez más apoyándome en una de aquellas mesas con los brazos cruzados hasta que aquella pregunta sin sentido me hizo alzar una ceja confusa. - ¿Para que quieres saber su nombre? - No comprendía por que volvía a aquel chico. Por lo que había visto, dudaba de que fuese a tratarse de una cuestión de "venganza". Por eso, quería saber para que era ese nombre. - ¿Hay algún motivo? - Lógico.

Aquella mujer no se parecía en nada a mí, desde luego. Era una pena, en realidad. No que no fuera como yo, claro, cada uno es como es… Me refería más bien a que pensase de esa manera tan negativa de la gente siendo tan joven. La verdad es que yo siempre había sido un poco idealista, mi padre me lo repetía constantemente, aunque no usaba nunca esa palabra, sino una más desagradable e insultante. A veces parecía que insultarme fuese uno de sus pasatiempos favoritos.

—Bueno, si se burla más, es problema suyo. Las burlas no ofenden si el objetivo no lo permite —dije mientras me encogía de hombros y la verdad es que no estaba siendo hipócrita. Las palabras del adolescente me habían tomado desprevenido, pero… unos minutos después ya no me molestaban, no me afectaban. Ni siquiera lo conocía.

Serví más comida a un par de personas más mientras escuchaba, a pesar del ruido del ambiente, la pregunta de la muchacha. No me gustaba responder con otra pregunta ni que me lo hicieran a mí, pero en esa ocasión lo consideré la mejor opción.

—¿Cambiará tu respuesta lo que te conteste?

Negué despacio a aquellas palabras. Definitivamente aquel hombre parecía demasiado feliz. Quiero decir, no había problema en ser feliz. Ojalá yo pudiese serlo. Ojalá siguiese habiendo muchas cosas en mi vida. Pero la realidad era diferente y el mundo en el que vivíamos también. De nada servía en este ser tan bueno y poner la otra mejilla. Por que eso... solo traía más dolor.

- Es una forma bonita de verlo. Pero las burlas no dejan de ser también violencia. Y no creo que permitirla sea lo mejor. - Especialmente por que si se burla de la persona equivocada, quizás, aquel chico, estaría firmando su sentencia de una forma sencilla y rápida.

Hice unas preguntas que esperaban tener una respuesta. Esperaban tener una razón para que ese hombre recapacitara y cambiase de idea. Pero no hubo ninguna reacción, si no otra pregunta que consiguió que elevase la ceja en su dirección mientras cruzaba mis brazos. - Puede ser. Según la respuesta que me des. Y si tiene una razón lógica para ello.

Serví algunos platos más mientras ella me contestaba y, cuando acabó de hablar, le dediqué otra sonrisa.

—Tienes razón —concedí con calma—. Pero no se trata de permitirla y responder a la violencia con más violencia solo trae más violencia —añadí. Qué disgusto mencionar tres veces esa palabra y más en esas fechas—. Sé que no siempre funciona, pero se matan más moscas con miel que con vinagre.

Serví más comida y me reí por la respuesta que me dio. Parecía una chica dura, pero me caía bien. No le daba tanta importancia a las personas «fuertes» como mi padre, sobre todo porque él tenía una forma un tanto peculiar de considerar fuerte a una persona, pero admiraba a las que tenían tal firmeza en su proceder. A menos que ese proceder fuese dañino, claro.

—Quiero hablar con él. Si veo que se le puede salvar, antes de que se convierta en un maleante, quiero apadrinarlo. —Esperaba que aquello fuese suficiente para la chica. Si no… supuse que tendría que escaparme unos minutos para hablar con él directamente.

Pareció que me iba a dar la razón, pero el nuevo cambio en sus palabras resultó una vez más una incógnita a la que no tenía respuesta. Todo continuaba siendo lo mismo, algo que en su mundo humano podría funcionar. A duras penas, podría hacerlo. ¿En mi mundo? En mi mundo era una sentencia estúpida y arrogante.

- Por desgracia, a veces, solo tienes una oportunidad y si fallas... - Negué despacio mordiéndome el labio antes de tomar aire. No quería hablar de más, pero la vida me había enseñado que en ocasiones, solo podíamos responder a la violencia con violencia.

Pero aquel hombre seguía empeñado en su inútil empresa. Negué despacio mientras me encogía de hombros. - Supongo que no puedo hacerte cambiar de opinión. - Me encogí de hombros y me separé de donde estaba apoyada para caminar por aquella iglesia hasta donde estaba el chico sentado en silencio viendo comer a sus... ¿amigos? No me importaba. Usé mi compulsión para averiguar el nombre y evitar problemas. Después, volví hasta el otro hombre. - Se llama Antón. - Y Apadrinarlo me parecía la peor idea.

Me encogí de hombros ante la respuesta de la chica. No le faltaba razón, pero en ocasiones merecía la pena arriesgarse. No pretendía convencerla de mi opinión y ella tampoco iba a imponerme la suya, así que no añadí nada más a ese tema de la conversación y esperé que aceptara mi petición mientras servía más comida. Al final, aquello no estaba siendo tan malo. No sabía si era porque tenía conversación o porque al parecer el ser humano se acostumbra a todo, pero aquella acción de servir la comida se había convertido en algo casi automático.

Negué con la cabeza, sonriente, cuando aceptó que no iba a cambiar mi forma de pensar.

La vi marchar y, por un momento, dudé de lo que iba a hacer… pero entonces aprecié cómo se acercaba al muchacho de antes. Me esperaba que la mirase mal, que le dedicase una mirada de desprecio, pero no pareció estar enfadado ni sentir rencor hacia nadie en ese momento. Aquello me hacía pensar que no me había equivocado: el chico necesitaba ciertas cosas… y yo se las podía dar. No iba a adoptarlo, no me veía… teniendo hijos. Al menos aún. Ya, ya sé, no es que fuese un yogurín para esperar más tiempo, pero había pasado mucho tiempo bajo el yugo de mi padre y consideraba que era tiempo de ser libre y hacer lo que yo quisiera.

Pero sí que podría apadrinarlo y asegurarme de que obtenía mejores prendas, una buena educación y se juntara con personas que fueran una buena influencia para él.

Sonreí más cuando la muchacha volvió y me dijo su nombre. Tener el apellido también habría sido de más ayuda, pero no iba a pedirle más a la pobre chica.

—Muchas gracias… no sé cuál es tu nombre —dije al ir a mencionarlo y darme cuenta de la realidad—. Tengo curiosidad por algo. ¿Cómo…?

—¡Llegó la comida extra! —exclamó alguien detrás de mí con alegría y pronto el servicio de catering se encargó de repartir la comida, así que me quité la redecilla y el delantal y salí de detrás de la zona de reparto.

Me reuní con la chica allí y sonreí de nuevo.

—Hola —saludé con aire afable.

Hice un ligero movimiento con los hombros cuando me agradeció aquello. Me seguía pareciendo una mala decisión, pero no iba a interponerme entre un hombre rico y sus caprichos. Nuestras vidas no podían ser más diferentes.

De todos modos iba a decirle mi nombre cuando nos cortaron la conversación. Aquel grito me hizo mirar a los que suponía eran los que yo misma había llamado minutos atrás. Alcé las cejas y me hice a un lado para no molestar. De hecho, en poco estaba a punto de marcharme cuando aquel hombre volvió a acercarse a mí.

Claro que ahora ni llevaba redecilla ni delantal. Ganaba bastante así. Pero eso no significaba que me interesase más y aún así él se había acercado a saludar. Suspiré con calma por que al final tampoco tenía nada más importante que hacer. - Buenas. - Hice un gesto con la cabeza. - Soy Sapphire por cierto. - Al final, antes habían interrumpido la conversación. - ¿Que ibas a preguntar antes?