Velkan había decidido, tras el chocolate caliente, hacer algo más deportivo. Los olores dulces y fuertes de algunas de las paradas deseaba reservarlos para más tarde. Su propósito al asistir al centro del pueblo no había sido otro que el comer, pero la gran pista montada cambió su parecer:—Una talla 40, por favor—pidió al joven asistente que, de inmediato, le dio un par de patines negros. Justo su color favorito.

Sin prestar atención a la gente que ya circulaba por la fría plataforma, se sentó en un banco para cambiarse su calzado. Mientras lo hacía, distinguió distintos aromas familiares que provenían de su próximo destino lúdico, pero los ignoró:—Bueno, ahí voy—dio sus bambas al servidor para que se las guardase y, tras ponerse unos guantes de lana, se metió directo en la pista.

Velkan ya había patinado de pequeño. Había tenido mucha facilidad para los deportes y aquel no había sido una excepción. Asimismo, su madre había sido una experta y le había enseñado toda clase de trucos. No obstante, toda habilidad, por muy dominada que esté, puede fallar cuando un elemento inesperado se presenta. En otras palabras, cuando hay algo que desestabiliza la mente de la persona:—¿Bat?—la había atisbado a lo lejos, pero al acercarse, comprobó que se trataba de ella:—¿Pero qué…—no pudo terminar su frase, ya que chocaron y cayeron.  

Su niñez en Alaska se había caracterizado por tres elementos esenciales: frío, patines y acampadas. Cuando incluso Mystic Falls se veía cubierto por un manto gélido y blanquecino, Bat se regocijaba y desempolvaba sus viejos patines para disponerse a ir a la pista pública más cercana.

Ese año no había sido diferente, pues aunque las fiestas no representasen para ella nada más que un recurso barato del capitalismo para alimentarse con la venta metafórica y literal de un espíritu de amistad, afecto y que daba sin recibir, no se podía negar que disfrutaba ciertos aspectos de la época.

Se deslizaba por el hielo con confianza, derrapándose cada tanto, raspando así el hielo de la pista. Fue entretanto que se dispuso a escribir su nombre en el suelo con los patines, por lo que necesita hacerlo con cierta velocidad, sin embargo, no había conseguido hacer nada más que la línea recta de la letra «B» cuando escuchó su nombre pronunciado en alto por una voz que, de inicio, la aturdió.

Era familiar, pero…

Fue incapaz de reflexionarlo, ya que el impacto se dio a una velocidad vertiginosa y debido a lo mismo, el golpe la hizo rebotar y caer sentada en una de la orillas de la pista. Sus manos se hundieron en la nieve, el trasero le dolía y tuvo que ladear la cabeza antes de reintegrarse.

—¿Qué diablos fue eso? —Masajeó un poco su brazo —. ¿El maldito expreso polar? —Porque había aparecido de la nada y Bat sentía como si se hubiera estrellado con algo duro como el metal de una locomotora o quizá con Tom Hanks.

Cuando alzó la vista, se encontró con que no era ni un expreso ni Tom Hanks, sino con quien se le manifestaba como su fantasma personal de las navidades pasadas: Velkan “el desaparecido” Strøm.

—Sigues… sigues con vida. —Lo observó estupefacta, decidiendo tallarse los ojos antes de volver a arrojarle otro vistazo —. ¿O acabo de morir yo? —Se dio unas palmaditas en el torso para corroborar ese último dato.

 

La nieve fue lo que ayudó a que ambos patinadores no se hiciesen mayor daño en aquel choque. Tanto Bat como Velkan acabaron sentados sobre el esponjoso y frío colchón blanquecino. Con todo, cabe decir que el cazador se estampó primero contra el suelo de cara. Intentó que su avistada amiga fuese la que menos sufriese por su torpeza, por lo que giró su cuerpo como escudo para que ésta no impactase contra algún lugar peligroso y fuese él quien recibiese el mayor golpe.

“Sigues estando con vida”

El primer recibimiento que escuchó sus oídos lo sobresaltó. ¿Todos lo daban por muerto? ¿Nadie había albergado una esperanza? Estos pensamientos hicieron que una sombra de tristeza se pasease sobre su cristalina mirada:—No, sigues aquí en este maravilloso mundo—había sarcasmo en su voz:—Sigo presente, fui liberado—aquello era una verdad a medias, pero Bat no debía saber el resto de la historia.

No confiaba ya en sus antiguos compañeros. Si éstos descubrían en qué se había convertido, podría sufrir el mismo fin que había visto en algunos de sus experimentos. No obstante, aquella ruptura de confianza le dolía. Ya no podría ser con ellos el mismo de antes:—He estado ocupado. No quise volver a la Sociedad, creo que nunca encajé—otra mentira que, en sus labios, le parecía demasiado pobre para justificar su ausencia.  

Estaba viéndolo y escuchándolo atentamente, con una expresión ligeramente descreída grabada en el rostro mientras en la boca de su estomago se alojaba el tipo de nerviosismo que infundía el temor a la decepción, el desengaño y el despecho.

El hecho era que aunque le alegraba ver a Velkan, no tenía la certeza de que pudiera confiar en sus sentidos en ese preciso instante. ¿Sería realmente él? E incluso en caso de que se tratase, genuina e indudablemente, de Velkan Strøm, ¿podía fiarse de que seguía siendo el mismo?

Quería creer que sí, principalmente porque en la Sociedad los lazos de profesionalidad eran una cosa, pero ella se había convencido de que, dejando de lado ese factor, podía considerarse amiga suya. Probablemente era ridículo, especialmente considerando que su vivencia más personal había sido compartir un chocolate caliente y planificar cosas que nunca se llevaron a cabo.

Ladeó la cabeza y se preguntó entonces cuáles habrían sido los motivos de los secuestradores para dejarlo ir, con vida y en una pieza además.

Bat permaneció en el suelo, formando una bola de nieve con sus manos que arrojó al rostro del contrario en cuanto terminó su último enunciado.

—¡Pero qué tonto eres! —exclamó al tiempo que se ponía de pie y sacudía un poco de la nieve sobre su ropa —. Pudiste haber llamado o… yo qué sé, ¿por qué cuernos los cazadores se tienen que hacer los interesantes y misteriosos todo el rato? —Suspiró y negó con la cabeza.

—¿Y qué quieres decir con que no encajas? Pensé que te gustaba tu trabajo. —Muchas preguntas y pocas respuestas, pero por algún motivo tenía el presentimiento de que, independientemente de si resolvía sus dudas o no, acabaría insatisfecha o frustrada.

 

Velkan se esperaba muchas reacciones, pero no una tan pueril como lanzarle una bola de nieve. Le costó reaccionar, pero finalmente sucumbió a la risa:—Te equivocas. Sólo soy yo el interesante—bromeó, mientras que con la manga de su chaqueta intentaba apartarse restos de nieve que aún se mantenían por encima de su cabello:—Bueno, el móvil lo perdí durante la pelea—tampoco sentía que era una buena excusa, ya que ahora poseía uno nuevo y podría haber contactado si lo hubiese querido.

No obstante, se vio incapaz. No se trataba tanto de aceptar que ya no era uno de ellos, sino el hecho de que los podría sentenciar a otro tipo de peligros. Desde que había empezado a convivir en su nueva “familia”, se había percatado de que su padre era un rival complicado. Lo que menos necesitaba la Sociedad era involucrarse en rencillas con lobos.

Velkan decidió sacrificarse. Romper todos los lazos que había formado a lo largo de su vida si con eso conseguía salvarlos de la amenaza Lanvik.

Sin embargo, con Bat delante de él, sentía que esos inquebrantables principios se disolvían en pos de un egoísmo natural. Los echaba de menos. Extrañaba a esa científica que le rebatía todo y le divertía con sus ocurrencias:—Sí, me gustaba ser cazador pero no con Clinton. Nunca me gustó mucho tu jefe, aunque esto no es ningún secreto para ti—aprovechó ese momento de tensión para lanzarle él una bola. Aquello provocó que volviese a reír:—Necesitaba también un espacio. Fue un poco traumatizante el secuestro y sus consecuencias aún las estoy digiriendo—curiosamente, aquella era una gran verdad.