Si Minerva tiene días malos, aquel es precisamente el peor de todos. Y no sin motivo alguno. Aquel día, tendría que estar celebrando su aniversario de boda con el que fue su marido tiempo atrás. una fecha que lleva quince años recordando con un puñal clavado en el pecho.

Es incluso peor que recordar el día en el que lo asesinaron y dejo de estar a su lado. Por eso, si aquel día puede empeorar, para Minerva solo puede mejorar. Y no va a ser así, porque su desesperación siempre se ha abierto paso y en un día como aquel… bueno, siempre es mejor no molestarla.

Pero eso no quiere decir, que ella no quiera explicaciones de ningún tipo. Aprovechando que su hijo más joven se encuentra allí, ha elegido expresamente ese día para atormentarlo un poco más. Para exigirme noticias de cómo va en su única misión: la de revivir a Vulcano.

Minerva esta al límite y aunque en el fondo su corazón sigue sintiendo, la mujer cada vez esta más cerca de cometer el peor de los actos que puede cometer alguien en su situación—. Reverie —lo llama desde la oscuridad de aquella habitación cuando el finalmente entra en la misma. En un principio Minerva no se muestra, la oscuridad de aquella habitación y distancia a la que se encuentra, no pueden permitir que el joven brujo vea el aspecto de la que ha considerado su madre durante la mayor parte de su vida.

Que Minerva lo citase personalmente a su despacho nunca había traído noticias buenas. Al menos no había sido así en los últimos años, pues Reverie podía recordar con anhelo y angustia aquellos días donde ser llamado por ella tal vez sí significaba una palabra de aliento, algún consejo, incluso en ocasiones obsequios... o simples caricias. Minerva nunca había sido la mujer más demostrativa, por eso cuando dichos gestos de cariño se expresaban era de valorarse inmensamente. ¿Hacía cuánto que no recibía uno de éstos? Reverie pensaba y estaba convencido de que, de todos modos, se lo merecía. Sus avances en magia y en su capacidad de revivir a Vulcano siempre fueron lentos, habían pasado ya muchos años desde la primera vez que pisó la casa de los Cayeldra y si la matriarca perdía la paciencia con él, buenas razones tenía.

—Aquí estoy, lamento la demora. —Demora que no había sido más de uno o dos minutos de la hora pactada y que se debía a que estaba trabajando en sus investigaciones acerca de esos extraños mensajes que les había dejado Vulcano, pero una demora al fin y al cabo—. ¿Qué puedo hacer por ti, Minerva? —consultó de inmediato mientras intentaba acostumbrar su vista a la casi falta de luz, rogando internamente que la mujer le pidiera algo como consultar brevemente el futuro de alguna situación específica o le preguntase su opinión sobre algo como en los viejos tiempos...

Aquel muchacho era un prodigio. Eso era algo que Minerva siempre habia tenido claro. Por eso había terminado acogiéndolo como parte de su familia. Por eso, y porque lo necesitaba. Porque necesitaba alguien con su poder y sus capacidades. Era así de sencillo. Para ella al menos lo era. Y por eso quizas llego a considerarlo como parte de sus hijos.

Sin embargo, últimamente la decepción había aflorado fuertemente en su pecho. No tener respuesta… o peor aún que la hubiese y no saberlas… atormentaba su mente poco apoco, haciendo que su parte más humana comenzase incluso a perderse en el pasado más lejano. La matriarca del clan se había convertido en una mujer muy diferente de aquella que todos eran capaces de recordar.

— Dime una cosa Reverie… ¿Cuánto tiempo llevas ya con nosotros? —pregunta, y no es una pregunta que tenga trampa alguna, es una forma más de demostrar que el tiempo que ha pasado con ellos es un tiempo que quizas se ha empleado mal—. Desde entonces… ¿Cuánto has avanzado en tus estudios? En la posibilidad de… ¿traerlo de vuelta? —añade a sus preguntas, una tras otra sin dejar margen de respuesta aun—. Dime Reverie… ¿Cuál es la situación que afrontamos ahora mismo? ¿Cuánto han progresado tus esfuerzos? —Con aquellas preguntas está dejando claro que quiere dos cosas. La primera soluciones. La segunda saber que no se han rendido. Que siguen adelante.

Nada podía doler más que la decepción de un ser querido. Porque, sí, más allá de lo difícil que había sido y de que Reverie siempre se había sentido más empleado que hijo en la familia Cayeldra, él consideraba que tenía un enorme aprecio por sus miembros, pero especialmente por Minerva. En su momento, la mujer que supo ver como una madre hoy era una jefa a veces despiadada que jugaba con su mente —que en realidad, siempre lo había hecho— y a veces le costaba reconocer. Pero lo que más costaba era eso: la decepción en su mirada.

Aquellas preguntas, cada una de ellas se le clavaban al nigromante como espinas en heridas que todavía supuraban. Se lo merecía, siempre había pensado así y todavía lo seguía sintiendo, mas últimamente —gracias a ciertos conocimientos que había adquirido, pero que no quería mencionar ni admitir— también él estaba sintiendo algo parecido a la decepción y, por lo tanto, la duda se había instalado en su mente: ¿de veras lo merecía...?

—Diez años, aproximadamente... —Sabía a lo que venía aquella primera interrogante y podía confirmarlo por las siguientes, las cuales antes de ir respondiendo una por una dejó que todas se le vinieran encima para empezar a contestar—. Bueno, yo... —Vaciló, cosa que sabía que no era bien vista, pero era lo que necesitaba para poder acomodar las palabras en su mente antes de poder decirlas. No quería responder cualquier cosa; no podía responder cualquier cosa—. Objetivamente mis estudios en magia general han avanzado en los últimos años, sobre todo desde que me mudé a Nueva Orleans. He aprendido hechizos de curación, he ido perfeccionando mis habilidades como médium y como vidente. En lo que respecta específicamente a revivir personas... todavía carezco de esa habilidad. —El discurso fue dicho en un tono neutro y tranquilo, al menos la mayoría de éste. La última frase bajó una milésima de su tono, así como su cabeza y mirada, que cayeron al suelo junto con su voz. La culpa y la vergüenza eran un pan de cada día, porque Reverie nunca se sentía suficiente, nunca estaba a la altura de lo que necesitaban. Revivir a alguien, sabía, no era algo así como pan comido. Había leído múltiples grimorios de nigromantes y a los más adiestrados en dicho arte les había tomado incluso más de 30 años en traer a alguien de vuelta a la vida. Él entendía eso de manera racional, pero sus emociones siempre se veían disparadas a sentir rechazo y frustración consigo mismo—. Desconozco la manera de cuantificar mis avances en números redondos y específicos, pero... Supongo que si vemos el revivir a Vulcano en términos de porcentaje, siendo el cien por ciento de la cuestión el hecho en sí de traerlo de regreso y cero por ciento la nada misma... Me atrevo a decir que estoy en un setenta por ciento. —¿Lo estaba? El hecho de no estar seguro sobre ello le hizo sentir que mentía y, en consecuencia, su "maldición" actuó: un dolor en el pecho le hizo soltar un silente quejido que se vio más bien por la expresión de un segundo en su rostro, por lo cual rectificó de inmediato—: Tal vez un poco menos... Lo siento... Soy malo para los números...

En ese momento, el terror de ser reprendido por lo dicho lo invadió como siempre, pero con una ligera diferencia: si en el pasado le habría llenado de miedo al punto de comenzar a temblar y casi lagrimear de antemano, hoy en día el medio quedó levemente aplacado por dos cuestiones. La primera: la costumbre, saber lo que se podría venir le había generado algunos callos internos. La segunda: ese sentimiento tan extraño, tan particular... ¿Incomodidad? No, algo más que eso. ¿Rebeldía? No precisamente. Era enojo, desagrado, cansancio. Estaba harto de ser tratado como basura.

Siempre habia sido una persona paciente. Pero esa paciencia se ha ido viendo mermada, por el hecho de no conseguir aun lo que lleva tanto tiempo deseando y al mismo tiempo necesitando. Necesita a Vulcano y por eso, las palabras de Reverie suena en su cabeza como si estuviese dándole largas, aunque en el fondo de su corazón sabe que no es precisamente eso lo que está pasando.

— Diez años… —susurra conforme le observa, escuchando todas y cada una de sus palabras, con paciencia, permaneciendo atenta a todas ellas, a todos sus gestos—. En diez años, un setenta por ciento, ¡no es suficiente Reverie! —termina estallando, alzando más la voz de lo que debe. Y la ha alzado porque aquella cifra no es cierta. Puede sentirlo en los leves movimientos del muchacho. Está mintiendo, o al menos no sabe calcular bien todo aquello.

Sin embargo, Minerva siempre ha sido implacable y siempre se ha hecho respetar, su palabra a sido durante mucho tiempo la ley de su clan, asique contenerla no es precisamente fácil—. No lo trates como un numero —declara en un tono más calmo acercándose, al contrario—. Vulcano no solo es mi esposo —tras acercarse suficiente alza la mano para tocar su cabello y apartar el flequillo del contrario de su rostro—. También es vuestro padre Reverie —dice aquellas palabras con cierto cariño, una prueba más de la mente turbada de la mujer.

Por el momento no hay más recriminaciones. No hay más dulzura ni más reproches, sencillamente su postura cambia, más tranquila, observa al muchacho que siempre ha sido como un hijo para ella—. Quiero resultados. Necesito resultados —declara finalmente—. Si has avanzado en la nigromancia, encuéntralo. Asegúrate de que esta en el Otro Lado… y dile… que vamos a traerle de vuelta. —añade apartándose de el—. Necesito que sepa de alguna manera, que su familia… no lo ha abandonado —finaliza tras un suspiro. Aunque parezca calmada, su cuerpo hierve por dentro. Siente rabia, importancia.