No había ido a la misa de aquella mañana. Velkan no era ningún creyente y no le apetecía asistir en algo que consideraba hipócrita por su parte. Sin embargo, sí que estuvo presente para las palabras de la alcadesa. Tampoco creía en ella. La política hacía tiempo que había dejado de interesarle por lo vacua que le parecía, pero deseaba igualmente escuchar aquello que quería decirles.

Nada importante.

No se saltó el protocolo y les dedicó a todos las frías palabras de celebración. La Navidad era la bonita excusa para reunirse y para proyectarse hacia un único objetivo: el bien de la comunidad. Pamplinas. Le gustaría haberle preguntado qué entendía ella por ese concepto de comunión.

Finalmente, hastiado de tanta ceremonia, se dirigió hacia uno de los puestos de chocolate. Hacía mucho frío aquella mañana y deseaba combatirlo con algo tan dulce como ese brebaje:—Una taza bien grande para mí. ¿Tenéis algún vaso que no sea esa miniatura para pitufos?—una niña de la cola lo miró con curiosidad, dispuesta a pedir lo mismo si le ofrecían el tamaño deseado. Hubo algunas miradas más, ansiosas por descubrir si había más variedad de vasos.

No obstante, sólo ofrecían pequeños y todas las desilusiones de los de la fila se concentraron al unísono en un largo suspiro.

Pese a que odiaba la Navidad con todas sus fuerzas, Erin había decidido que no se quedaría en casa viendo la tele y que saldría a disfrutar de todas las actividades que se habían organizado en Mystic Fall. En su mente las llamó "actividades invernales" y trató de ignorar cualquier referencia a la Navidad que hubiera en ellas, un motivo para saltarse la mesa. El motivo de su aversión a la Navidad no era haber sufrido un hecho traumático ni nada parecido, sino todo lo contrario: los recuerdos de las Navidades felices la sumían en una enorme tristeza. La última vez que había celebrado la Navidad con alegría estaba embarazada y recordaba decorar el árbol junto a...

Sus pensamientos se interrumpieron bruscamente al creer distinguir una silueta conocida en el puesto de chocolate. Tal fue su sorpresa que se detuvo en seco, haciendo que un grupo de chavales estuviesen a punto de topar con ella. ¿Era él? ¿O es que estaba empezando a tener problemas mentales? No, no podía ser, Gin le había dicho que...

Decidió avanzar directamente hacia el hombre que parecía ser Velkan, con aquellos inconfundibles cabellos rubios, esa forma de pararse mientras miraba a su alrededor y la actitud acechante de forma involuntaria. Habían compartido bastantes sesiones de caza como para no reconocerlo pero era imposible que fuera él... hasta que estuvo literalmente a un metro de distancia. Por los dioses, hasta podía oler su perfume. Era él.

Y su primer impulso fue del todo inesperado hasta para ella. Tan solo le dedicó un golpe en el brazo, mullido a causa de la chaqueta con la que se abrigaba.

—¡Velkan! —exclamó mirándole con la incomprensión en su mirada, sintiendo un cálido bullicio en su interior cuando vio aquellos ojos azules de nuevo —¿Cómo...? ¿Por qué no estás muerto?

Nada más pronunciar aquellas palabras se dio cuenta de que lo mal que sonaban pero su cabeza no daba para más. Solo acertó a atrapar la manga de su chaqueta entre los dedos con fuerza, como si temiera que escapara o desapareciera, mientras se llevaba la otra mano al pecho, tratando de calmar los latidos de su corazón. Ni siquiera se dio cuenta de que se le estaban humedeciendo los ojos.

—Sí, qué remedio. Me quedo con esto—agarró el pequeño vaso que le ofrecían con actitud resignada. Velkan sabía que tendría que volver a por otro porque esa cantidad no era suficiente para él. El cazador estaba acostumbrado a otro tipo de raciones y aquellas no llegaban ni al mínimo de sus exigencias:—A mi salud—sus labios estuvieron muy cerca de tocar el borde de plástico del vasito, pero un golpe sobre su brazo detuvo su cometido.

Su chocolate caliente cayó al suelo y, si no reaccionó con violencia ante ese desperdicio, fue porque una voz familiar lo paralizó:—¿Erin?—su rostro expresaba la misma estupefacción que su compañera. No la había visto desde su liberación, ya que el ex armero había decidido romper los lazos con sus antiguos aliados, pero no esperaba encontrársela en un lugar como aquel. Tan navideño.

—No. Claro que no. ¿Por qué me dabas por muerto?—entrecerró su mirada. Comprendió de inmediato que Erin había sido informada por alguien de su desaparición:—¿Quién te hizo pensar eso? ¿Has visto a alguien de los nuestros?—una sombra de dolor paseó por su mirada al utilizar el “nuestros”. Hacía ya unos meses que no los consideraba como tales. Había perdido esa opción desde que se había convertido en aquello que cazaban:—Ven, vamos hacia ese banco—la mirada anegada de su amiga lo inquietó, por lo que intentó conducirla con suavidad hacia el lugar señalado.

Como aún no había salido del estupor de aquel inesperado reencuentro, Erin siguió con docilidad a Velkan mientras éste la conducía hasta un sitio apartado, o al menos todo lo apartado que pudiera estar teniendo en cuenta la celebración que había en el lugar.

—Bueno, nadie me dijo que estabas muerto... —reconoció sin apartar la mirada de su rostro, pues realmente había llegado a pensar que jamás volvería a verlo. Si siempre había sentido cierto reparo al mirarle a los ojos, en aquel momento parecía no ser capaz de hacer otra cosa —Pero Gin me contó que los Lanvik te habían secuestrado y que no era capaz de encontrarte ni de tener noticias tuyas... ¿Dónde has estado? —inquirió con auténtica curiosidad, pues Velkan parecía estar bien.

Erin no fue capaz de sentarse sino que puso una bota sobre el asiento del banco para intentar concentrarse en otra cosa. Tenía la cabeza llena de interrogantes y la sensación de que había algo que se le escapaba. Su instinto parecía estar gritándole algo al oído pero ella no era capaz de entenderlo.

—¿Te trataron mal? ¿Te dejaron escapar? ¿Por qué no... —"me avisaste", pensó en preguntar, aunque se dijo a sí misma que no tenía derecho a hacer aquel reclamo —... avisaste a nadie? Gin estaba muy preocupada... Es a la única que he visto en este tiempo...

Suspiró dejando escapar el aire por la nariz, mordiéndose la lengua y conteniéndose para no darle un fuerte abrazo y decirle las veces que había creído verle cuando un motero había atravesado Mystic Fall y los silencios que había llenado pensando en él.

—¿Gin?—el nombre de su otrora líder y amiga hizo que en el semblante de Velkan se dibujase una mueca de profundo dolor. Hacía mucho tiempo que no la veía y el descubrir que su compañera había intentando buscarlo, le hizo sentirse culpable:—Sí, estuve secuestrado por ellos—soltó un suspiro largo tras escuchar las siguientes preguntas de su compañera.

En ese momento, Velkan tuvo la sensación de haberse transformado en piedra. Su voluntad y su deseo por contar la verdad se petrificaron. No podía hacerlo. Luchaba desesperadamente por encontrar una respuesta que le prometiese aún la libertad de verse juzgado por los suyos. No obstante, resultaba ya infructuoso huir de su pasado. Ocurría ahora que la realidad del mundo exterior parecía estar esperándole de brazos cruzados, mientras que él forcejeaba por librarse de la pegajosa lija de su nueva condición. Con todo y con eso, tal realidad que le hacía el “favor” de esperar no era una realidad que augurase buenas cosas. Se trataba de un futuro predecible, pero que no le convenía por los sentimientos que le ataban a esas personas.

—Es complicado, Erin. No quería que nadie de nuestros compañeros me buscasen—se llevó la mano derecha a su cabello y se rascó con rabia:—Ya es demasiado tarde. Deberías ya olvidarte de mí. No quiero saber nada—incapaz de mirarla, se giró para darle la espalda mientras se cruzaba de brazos.

La única solución para aquel problema era tratarlos con dureza para que se olvidasen de él.

Erin tuvo que contener un respingo cuando Velken confirmó que, en efecto, había permanecido secuestrado por la manada de los Lanvik. Vio entonces que algo en la expresión de su rostro parecía transformarse, como si los malos recuerdos estuvieran acechándole, o al menos así lo interpretó ella. Sintió el impulso de abrazarle y ofrecerle consuelo y su mano estaba elevándose para coger la de él cuando le escuchó hablar.

—¿Qué? —acertó a decir sin más ante la aparente frialdad con la que Velkan le estaba pidiendo que se olvidara de él.

Se quedó como una tonta mirándole mientras él se daba la espalda, escenificando con claridad sus intenciones, pero Erin no pensaba conformarse. Llena de rabia caminó hasta ponerse frente a él, buscando sus ojos todo el tiempo.

—¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? —le espetó —¿Qué te ha pasado para que ahora me digas eso? ¿Desde cuando estorbo en tu vida?

Erin se dio cuenta de que quizá aquella última frase había sido demasiado delatora pero sentía desesperación y rabia ante la perspectiva de que Velkan volviera a desaparecer ahora que lo había encontrado de nuevo. El corazón le latía a mil por hora y solo había una forma de intentar calmarlo. Sí, encendiéndose un cigarrillo aun con las manos temblorosas.

“¿Desde cuándo estorbo en tu vida?”

Velkan se sintió mal al escuchar aquello. De todas las personas de sus años en la Armería, Gin y Erin eran de aquellas que más apreciaba. El renunciar ahora a éstas, con aquella absoluta violencia, le estaba resultando mucho más duro de lo imaginado:—No lo entenderías—le respondió, con la misma brusquedad:—En todo caso, debes hacerme caso. El asociarte ahora conmigo te puede exponer a grandes peligros—meneó su cabeza para sacudir de su mente las posibles situaciones que podrían originarse si su padre descubriese su asociación con la cazadora.

Todas ellas acabarían con un único destino y final: su muerte.

—Basta, Erin. No vuelvas a buscarme—ancló su mirada azulina en la de ella con dureza. En sus facciones se expresaba su aflicción al romper esa relación de amistad:—Y dile Gin que pare de soñar con volverme a ver. Estoy muerto para ambas y para el resto. ¿Entendido?—redujo las distancias para arrinconarla contra el tronco del árbol que estaba más cercano a la cazadora:—Y si no lo cumples, me encargaré de dejártelo aún más claro—su última amenaza salió entre dientes, desgarradora y emitida con el más genuino odio.

Odio a sí mismo.

—Hasta nunca, Erin

Sin volver a mirar atrás, se camufló entre la multitud para dirigirse a otro sitio. Lejos de ella.