Our families were written in the stars... and destiny it's not easy to run from.

Marzo 1987:

Esa fue la pedida de matrimonio más rápida y temprana que Natasha Keyser tuvo en su vida. Por desgracia, la pureza de lo que debería ser un hermoso y tierno recuerdo, se vio empañada por muchos otros acontecimientos en su vida, mucho recorrido que acabó por sepultar gran parte de los recuerdos de su niñez.

Hasta ahora. Cuando alguien que cree saber quién, le ha enviado aquel anillo. Pero Natasha no ha recordado sin más, no. El anillo ha sido hechizado para con tan solo el toque, ese recuerdo se despliegue en tu cabeza como trailer de película contado desde… la perspectiva de alguien ajeno a los protagonistas.

—En algún momento de mi vida tienes que aparecer otra vez, perra maldita.—Escupe entre dientes aunque nadie la escuche. Sí, se refiere a su infame madrastra. El detalle del anillo es suficiente para saber que la mujer le vigila de cerca, y sabe que los planes no van exactamente como deberían.

Pero esta noche, la última del año, Natasha decide hacer todo eso a un lado. No se amargará esa noche con alguien que aún no le da la cara, no. Esa noche ha citado a Phoenix en una dirección muy particular...

Un Planetarium.

Todavía no puede creer que New Orleans carezca de un planetarium decente, viéndose en la tarea de procurar uno en otro lugar, afortunadamente el lugar donde se encuentra está en la propia Louisiana.

—Te dejé solo una nota con la dirección, y una muy breve nota...—"Viste presentable".—Me sorprende que sí vinieras.—Admite en cuanto Phoenix Sawyer atraviesa las puertas del planetarium. Natasha, quien se inserta rápidamente el anillo en su anular derecho, le ha estado esperando desde hace una media hora.

Al volverse finalmente, esboza una sonrisa suave. Suspira antes de ser quien vuelva a tomar la palabra.

—Te ves muy… —Contiene el aliento.—Tú.—Natasha desliza su mirada por el cuerpo masculino y sonríe de medio lado.—Con tu traje de abuelito.—Agrega una pequeña broma. Y no, no está burlándose del gusto de vestir ajeno como hizo antaño, no. Realmente lo encuentra atractivo y, maldita sea, se le nota tanto en la cara.

Ah pero, Natasha no se queda atrás. Lleva un vestido azul cielo y su cabellera rubia suelta, nada elaborado. Después de todo, aquello no es una fiesta para agradar a los demás, ni resaltar sobre el resto de las chicas.

Aquí solo está ella junto a… Phoenix. Nadie más.

—Y bien, ¿qué tal lo ves? Ni te imaginabas que te citaría aquí.—No es una interrogante, lo da por hecho. Y además, está plenamente segura que ninguna mujer lo ha conducido antes a un planetarium.

De hecho, probablemente Sawyer ni siquiera se imaginó que le citaría en algún lado, pues Natasha no dio señales de vida en Navidad. La rubia no pudo evitar preguntarse si el brujo le ha extrañado esos días de celebración.

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Marzo 1987:

—Debo reconocer —admite al llegar—, que como mínimo, es original.—Y sonríe, con aquella habitual sonrisa ladina; aquella tan propia de Phoenix, y sin embargo, tan genuina y natural, cuando se la dedica a ella.—De entre todas las citas que he tenido, nunca me habían llevado a un Planetarium.—Puede decirse, de hecho, que es el típico rincón de tu Estado natal para el que no se te ocurre salir de Nueva Orleans; un lugar que no se te ocurre visitar a menos que te espere un evento especial.

Como por ejemplo, una cita con la mujer de tu vida.

Ni siquiera tiene claro cuándo lo supo con certeza. Por alguna razón, de alguna manera... siempre lo ha sabido. Hasta el más caprichoso de los destinos está escrito en las estrellas. —Nunca dejarás de burlarte de mi forma de vestir, ¿verdad?—Y eso que le encanta. ¡Por favor! No hay más que mirarla. La dulce expresión en Natasha tan sólo puede ser el reflejo de la del propio Phoenix, contemplándola embelesado.

—No se me habría ocurrido ni en un millón de años.—Pero es que así es Natasha Keyser: ocurrente, sumamente inteligente, y toda una caja de sorpresas y enigmas que aún está por descubrir.

Lo sé: no todos serán agradables.

Pero Phoenix está dispuesto a llegar a donde sea necesario llegar... si es con ella. —¿Y bien? ¿Vas a explicarme ya el porqué de esta cita, o me vas a obligar a suplicar?—¿Conociéndola? Existen altas probabilidades de que se decante por la segunda opción.

Pero qué demonios: hemos venido a jugar.

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—¡Sí! —Celebrando, alza los puños al aire, estirando los brazos.—Lo sabía, lo sabía.—Canturrea, deleitándose en la sonrisa ajena. Le hace feliz haber dado en el clavo.—Me encanta este fresquito que se siente cuando admites que soy la primera en algo.—Luego, como si se hubiese dado cuenta de algo, advierte con rapidez:—No es competencia con tu pasado.—Arquea las cejas y alza el dedo índice en dirección a Sawyer.—Pero, me gusta diferenciarme.—Sí, ya Phoenix le ha dejado claro que no ha conocido una mujer como ella, Natasha lo ha interiorizado y le encanta eso, sin embargo, le gusta resaltarlo en detalles como esos.

Natasha rompe en una carcajada.—Si yo no me burlo, ¿entonces quién lo hará? —Pregunta sin borrar la sonrisita burlona de sus labios.—Si te sirve de consuelo, la primera vez que te vi creí que eras atractivo.—Admite con un suspiro de resignación. ¿Qué? Al fin puede decirlo, se encuentra en zona segura, no la juzgues.—Siempre fue más fácil el argumento del traje de abuelito.—Se encoge de hombros, tan descarada como de costumbre.

Sabiendo que Phoenix tiene presente la indiscutible verdad detrás de aquellas bromas.

«No se me habría ocurrido ni en un millón de años.» Su rostro se ilumina con una sonrisa radiante y sus mejillas se sonrojan muy ligeramente.—¿Hacerte suplicar? ¿Yo? —Posa la palma de su mano sobre su pecho de forma teatral.—Pero, ¿qué clase de desalmada crees que soy? —Pregunta con el ceño fruncido como si en verdad no supiera a qué se refiere Phoenix. Luego, vuelve a reír ligeramente. En una muda respuesta, Natasha le toma de la mano y entrelaza sus dedos con los suyos.

—He reflexionado en algunas cosas que quiero compartir contigo, sobre... nosotros.—Que bonito se oye hablar en plural. Natasha comienza a dar un paseo por  la enorme y circular sala, reemplazando su tono bromista por uno entusiasta.—Me encantan las estrellas, Phoenix. En mi hogar, la palabra constelación se usaba con mucha frecuencia, y digamos que yo no me quedaba atrás.—Nastasha, hermosamente ataviada con un vestido azul tan oscuro como el propio cielo estrellado, se desplaza con total naturalidad entre los aparatos astronómicos, acariciando alguno de vez en vez.

—No solo provengo de una larga línea de brujos videntes, Sawyer. También de una de brujos antiguos astrónomos y arqueólogos.—Le cuenta, dispuesta a hablar de su vida. Por supuesto, sin tocar temas que le comprometerían. No creas que no se ha visto tentada a ser completamente sincera con Phoenix. Es solo que ahora más que nunca siente temor de ser descubierta en un engaño. No quiere perder lo que ha conseguido con el brujo.—¿Crees en el destino, Phoenix Sawyer? —Pregunta entonces repentinamente.

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—Conque no es competencia...—le dice, sonriendo de forma ladina, pero no añade nada más. Le resulta especialmente gracioso, porque no hay más que ver a Natasha: está claro que no tiene competencia. A duras penas puede imaginarse a nadie llegándole siquiera a la punta de los talones; haciéndole reír, sacándole de sus casillas, y en definitiva, poniendo su mundo del revés como Nat sí consigue hacerlo.

No hace ni un año que se conocen, pero Phoenix ya no tiene ni idea de qué haría sin ella. Porque tiene razón, después de todo: si ella no se burla de él, ¿quién lo haría? Si ella no está ahí para concederle calor a su corazón, y devolverle un nuevo sentido a la vida, ¿quién lo haría?

—¡No me lo puedo creer!—Incrédulo, Sawyer deja escapar una carcajada.—¿Ese es el regalo que tenías preparado para Navidad? ¿Una verdad?—Porque la aceptaría de buena gana. Ahí la tienes: Natasha Keyser, reconociendo finalmente lo que Phoenix jamás se esperó escuchar en sus labios: que, a pesar de todo, quizá no consiguió resistirse a él como aseguraba. Al contrario que la mayoría, sin embargo, no se rindió a sus encantos tan deprisa.

Sin pretenderlo, invitó al brujo a jugar de un adictivo toma y daca del que nunca supo cómo desprenderse.

—Aunque debo admitir —comenta, ladeando ligeramente el rostro—, que esto hace que pierda un poco el chiste. Pensaba recordarte toda la vida que te prendaste de un abuelito.—Supo herir su ego de formas inimaginables; obligarle a perder el control como nadie, ninguna otra mujer que hubiera conocido, hubiera logrado antes. Rueda los ojos, sin embargo, entre divertido y emocionado ante la expectativa de lo que les esperará esta noche.

Todo lo bueno, todavía, está por llegar.

Frunciendo el ceño, Sawyer la escucha con atención. Las palabras de Natasha empiezan a tomar un rumbo nuevo e inesperado, invitándole a acompañarle a un nuevo desafío, un misterio que mataría por desentrañar. Y lo harían, como se prometieron desde que Phoenix descubriera hasta dónde era capaz de llegar el valor de Natasha: juntos. —En realidad... nunca he creído demasiado en el destino.—Comenta entonces, entornando la mirada.—Una forma de negar la realidad, supongo.—Los videntes, más que nadie, son conscientes de la fuerza del destino en las decisiones humanas; todavía en un proceso de perfeccionar sus dones —con un aprendizaje no resuelto y en interrupción hasta nuevo aviso, tras las últimas diferencias que tuvo con su maestra, Àgnes—, Phoenix se negaba a enfrentar la verdad, convenciéndose de que el funcionamiento del mundo no se regía en base al destino, o al porvenir, o a la Diosa Fortuna.

—Me gustaba pensar que yo era el dueño de mi propio destino.—Sonríe finalmente, alzando la mirada.—Y entonces...—Entonces, Natasha entró en su vida.

Y aquel fue el principio del fin.

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