Últimamente le habían quitado un poco de medicación, por lo que estaba más despierto de lo habitual e incluso le permitían tener visitas... No es que tuviera, por supuesto, por eso le sorprendió que le dijeran que un hombre quería verlo y que su nombre era Auron. No conocía a ningún Auron, pero prefirió no decir nada porque al menos así tendría una excusa para salir de su habitación y de la maldita sala de ocio, plagada de jóvenes como él, a cada cuál más perdido y loco.

Llevaba el pijama gris, con una chaqueta oscura con capucha. Metió las manos en los bolsillos de la prenda mientras lo llevaban por los pasillos interminables y blancos, con algunos cuadros de paisajes para aliviar tanta monotonía. Los colores no eran demasiado llamativos... Nada en aquel lugar era demasiado llamativo, todo transmitía calma y paz. Menos los pacientes, claro.

—¿Solo media hora? —se quejó cuando lo dejaron frente a una puerta, explicándole que la visita no debía superar ese tiempo, pero que al menos podrían estar solos— Llevo mucho tiempo sin ver a... Auron, ¿no pueden ser al menos cuarenta y cinco minutos? Venga, Robby, enróllate —trató de colega al único celador que le seguía el cuento, que puso los ojos en blanco y terminó por asentir antes de abrir la puerta, cerrándola tras de sí cuando entró.

Una vez dentro, Balthazar se encontró con un hombre de pelo oscuro y ojos claros, joven y de rasgos afilados, expresión seria y mirada curiosa. De pronto, se sintió incómodo y carraspeó, tomando asiento frente a él con cierta parsimonia.

—Usted debe de ser Auron —comenzó, haciendo una mueca y cruzándose de brazos sobre la mesa— ¿Quién eres?, ¿un trabajador social o algo así? —soltó su primer pesquisa, tuteándolo. No era el primero con el que se entrevistaba sobre las opciones de su reinserción social, aunque era extraño porque en ese caso siempre se lo decían. En aquella ocasión solo le habían dado un nombre— Me dijeron que me conocías, pero yo no tengo ni idea de quién eres —recordó entonces, esperando a que el desconocido se pronunciara.

Aquel tipo de lugares le repelían. En cierta medida, le recordaban al tiempo que pasó encerrado entre las paredes del orfanato en el que se crio después de que todo su aquelarre fuera masacrado.

O casi masacrado...

Oficialmente, Auron era el único superviviente del aquelarre Ackerman. El último de un linaje de magos rúnicos cuyo origen se remontaba a cientos de años atrás. Pero aquella fatídica noche en la que se propusieron exterminar hasta al último de los suyos, el pequeño Auron no fue el único que logro escapar al cruel destino.

Hubo otro Ackerman que se salvó de la masacre. Uno que ni siquiera era consciente del tipo de sangre que corría por sus venas y cuya pista había decidido seguir... Hasta un centro psiquiátrico.

Y ni siquiera le sorprendía.

Aguardó en aquella deprimente sala hasta que la puerta se abrió. Enarcó una ceja cuando lo vio entrar, antes de que su mirada se entrecerrara para poder observarlo mejor. Apenas era un adolescente y su aspecto era... lamentable. Sin embargo, cuando su mirada se cruzó con la de este por primera vez, lo supo. Sus orbes de un azul intenso eran los mismos que lo observaban cada vez que se miraba al espejo. No tenía duda alguna, era un Ackerman.

— ¿Tengo pinta de trabajador social o algo así? — chasqueó la lengua con sorna. No le tenía demasiado aprecio a la humanidad como para ejercer una profesión tan... humana —. En realidad, no te conozco, pero sé quien eres — matizó, echándose hacia adelante para apoyar los brazos sobre la mesa —. A quien sí conocí fue a tu madre... Layla — aún recordaba ese nombre... El nombre de la mujer con la que su padre tuvo una aventura —. Fue hace mucho tiempo. Vino a casa una vez, buscaba a mi padre y fui yo quien le abrió la puerta. Una suerte que no mi madre no estuviera allí ese día — comentó, mientras su mandíbula se tensaba ante el recuerdo de la mujer que le dio la vida. En esa época, Auron era todavía pequeño para comprender algunas cosas, aunque nunca fue capaz de olvidar esa visita.

Ante su pregunta, lo observó mejor, de arriba a abajo, con una ceja alzada. Terminó por darle la razón, negando con la cabeza y sonriendo por lo que estaba a punto de contestarle.

—La verdad es que no, no lo pareces —coincidió—. Pareces más bien un inspector de hacienda o algo así —su sonrisa se ensanchó, aunque no le duró mucho la diversión, pues aquel hombre no era nada de aquello. Se quedó helado, procesando lo que acababa de soltarle… así, sin anestesia.

—¿Mi madre? ¿Y por qué conocías tú a mi madre? —comenzó a notar que sus pensamientos se aceleraban. Nunca había escuchado el nombre de su progenitora, Layla, ya que para él no era más que aquella que había rechazado hacerse cargo de su propio hijo. Le hubiera gustado no creerse nada de todo aquello, sin embargo el tal Auron parecía demasiado serio como para tomarse la molestia de ir hasta allí para mentirle a la cara.

—¿Qué quieres decir? Vamos, no me... —no sabía porqué le afectaba, pero lo hacía. Balthazar se había dicho muchas veces que su origen le daba igual, tanto como las personas causantes del mismo. ¿Qué importaba si nunca habían estado allí?— O sea, que mi madre era una... y mi padre, tu padre, ¿un adultero? ¿Es eso? ¿Entonces qué coño somos, hermanastros? —no era difícil llegar a esa conclusión en base a sus palabras. Balthazar debería estar en shock, pero lo cierto es que parecía estar analizando toda esa información con bastante frialdad, como si ni siquiera le importara.

En realidad, sí lo hacía.

"Inspector de hacienda".

Colocó los ojos en blanco cuando escuchó esas palabras. De todas las profesiones que podía haber elegido, tenía que ser una tan odiosa y aburrida como su propio nombre indicaba.

Pero Auron no había ido hasta allí para perder el tiempo hablando de su profesión y tampoco es que tuviera mucha paciencia y tacto, por lo que no dudó a la hora de soltarle la verdad sobre su origen de golpe.

Como era de esperarse, su rostro quedó petrificado durante unos instantes en los que Auron simplemente se a observarlo en el más absoluto silencio, analizando con la mirada sus facciones, en busca de la mínima reacción y le sorprendió la aparente frialdad con la que habló.

¿Realmente se sentía así o tan solo se trataba de un mecanismo de defensa?

— Medio hermanos sería el término exacto — puntualizó el rúnico, esbozando una irónica sonrisa, mientras alzaba el mentón —. La sangre de los Ackerman fluye por tus venas, de la misma forma que también lo hace por las mías — lo que no solo lo convertía en familia, también, parte de su malogrado aquelarre —. Dime una cosa... ¿Por qué acabaste aquí? — le preguntó afilando de nuevo la mirada. Ya había investigado al respecto, pero quería escucharlo por él.

—Ah, perdone usted, señor de Hacienda —puso los ojos en blanco ante la corrección del pelinegro—. Hermanos, medio hermanos... ¿qué más dará? —farfulló, más para sí mismo que dirigiéndose a él. Cruzado de brazos, en una pose resignada y casi infantil, lo observó en silencio. Debería sentir algo, ¿no? Más allá de aquella indiferencia fría, que ocultaba la realidad, aquella que se había empeñado en esconder: la necesidad de pertenecer a algo. De no estar solo.

Ante aquella pregunta, sintió el eco del recuerdo en sus muñecas, un dolor cortante justo donde ahora tenía unas cicatrices que nunca desaparecerían. Tragó saliva y se abrazó a sí mismo, incómodo, como si de pronto tuviera frío.

—¿Quieres la versión larga o la corta? —preguntó entonces, como si de verdad tuviera opción a decidir. Iba a contarle lo que le diera la gana— No es muy difícil de averiguar en realidad. Ya sabes, ¿qué hago aquí sino? Resulta que estoy cucú —dijo sin mucha gracia. Al final, hasta él mismo se lo había acabado creyendo, aunque su diagnóstico no estaba del todo claro.

—Supongo que por eso me hice esto —alzó una mano, bajándose la maga de la sudadera para enseñarle una de sus muñecas. Después volvió a bajarla, sin quitarle la mirada de encima— ¿No me vas a llevar fuera al menos unas horas, hermanito? Me aburro mucho en este sitio... No tienen cerveza —dijo con ironía, volviendo a preguntarse porqué estaba allí sino.

No había ninguna duda; aquel adolescente era su hermano. Poseía la misma habilidad que decían que él tenía de sacar de quicio al resto de personas.

Maldita genética.

— Pues claro que importa, listillo — masculló entre dientes. Casi parecía ofendido con la confusión de términos —. Los hermanastros son aquellos que no comparten ningún tipo de lazo sanguíneo — le explicó, sintiéndose como un profesor de instituto ante un alumno rebelde al que todo parecía darle exactamente igual.

Aunque Auron no terminaba de tragarse esa fachada bien construida.

— Oh, por favor... — rodó los ojos tras recorrer con estos la cicatriz que recorría la muñeca del menor —. ¿Y tú te creíste lo que ellos te dijeron? Pareces un poco más listo que eso — sacudió la cabeza a modo de negación. Aunque, en realidad, podía llegar a entender que hubiera acabado creyéndoselo cuando no había recibido una educación mágica adecuada, ni había tenido un tutor que lo guiara a la hora de entender sus poderes.

Al menos, hasta ahora.

— Cerveza... ¿Eso es lo primero que piensas hacer cuando salgas de aquí? — enarcó una ceja, aunque no se podía decir que fuera algo que le sorprendiese. Adolescentes... —. Ni siquiera tienes edad para beber — le recordó. Vaya... Cualquiera diría que empezaba a tomarse el papel de hermano mayor en serio —. De hecho, puedo sacarte de aquí cuando me de la gana — alzó el mentón, esbozando por primera vez una sonrisa burlona —. Ahora mismo, si quisiera — recalcó, apoyando ambas manos sobre la mesa —. ¿Quieres que te saque? Bien. Entonces responde a mi pregunta; ¿Qué es lo que te hizo creer que te faltaban un par de tornillos? — su curiosidad e impaciencia se hacían de notar cada más. El momento de la revelación estaba cerca.

—¿Quién es el listillo ahora? —alzó una ceja y clavó en él una mirada de animadversión. Aquel sujeto era un incordio, ¿y de verdad eran familia?— Claro que no me lo creí, y claro que no estoy loco —repuso con fastidio, antes de esbozar una sonrisa amarga y añadir—: Aunque se supone que eso es lo que dicen todos los locos.

De forma automática, se ocultó la cicatriz de la muñeca bajando un poco la manga de la sudadera, como si no quisiera enseñar esa parte de sí mismo, aunque tampoco se avergonzaba de ello... Lo había intentado, como muchos otros en aquel lugar, y lo habría vuelto a intentar de no ser porque lo encerraron a tiempo.

—Pero... sí que llegué a pensar que tenía algún tipo de esquizofrenia. Eso dicen que tengo, quizá tú también lo tengas. ¿Es esa mi herencia? —bromeó, soltando una risotada sarcástica, aunque a aquel tipo no parecían hacerle gracia sus bromas y parecía hablar bastante en serio. Cuando le dijo que podía sacarlo, de pronto, le prestó toda su atención y dejó de hacer el idiota.

—Claro que no ibas a sacarme por la simple bondad de tu corazón... —suspiró y lo miró dubitativo. No quería contarle todo aquello a un extraño porque, sí, podían ser lo que él quisiera, pero a fin de cuentas era un extraño. Al final, tampoco es que tuviera mucha alternativa.

—Al principio fueron... tonterías, aunque eran cosas raras. Empecé a asustarme cuando una noche me enfadé con uno de mis "hermanos de acogida", lancé un vaso al suelo y luego sus trozos empezaron a arder. Raro de cojones. Él pensó que era algún truco para asustarlo, pero no lo era —comenzó a contarle. Poco después de eso lo habían cambiado de casa por tercera vez debido a que era un "caso problemático".

—Y una vez casi me prendo fuego a mí mismo, con la mente... Si era una alucinación, era muy real. Todas lo son... —tragó saliva y optó por dejarlo ahí. Puede que lo creyera, puede que no... No le importaba, con tal de que lo sacara de ese agujero.

De todas las cosas que su padre podría haberle dejado en herencia, más allá de las runas, tenía que ser un hermano adolescente, rebelde y con un sentido del sarcasmo muy parecido al suyo.

Fantástico.

— Oh, créeme. Si has heredado algo de papá, no es precisamente la esquizofrenia — respondió, esbozando una sonrisa sarcástica. Aunque cuando le revelase la verdad, era muy probable que pensara lo contrario. Pero primero, iba a dejarle hablar y que contara su historia. Fue sencillo convencerlo. Él quería salir de allí y Auron podía concederle ese deseo.

Si colaboraba

Colocó ambas manos sobre la mesa, escuchándolo hablar, sin interrumpirlo. No pareció sorprenderle ninguna de sus palabras, ni siquiera pestañeó. En realidad, era lo que esperaba escuchar.

— Ah, el fuego... Lo llevas en la sangre — era un elemento común cuando la magia despertaba en los más jóvenes, pero, además, era algo distintivo de los Ackerman. No por nada toda su familia había perecido entre sus llamas —. Me sorprende que no te hayan encerrado por pirómano — añadió. Realmente, no debería estar encerrado, pero tenía manera de saberlo.

Hasta ahora.

— Felicidades. Tengo buenas noticias para ti. O malas, según se mire... — hizo una pausa a propósito, con intención de hacerlo impacientar —. No estás loco, Balthazar. Solo cargas con el legado de los Ackerman — presionó ambas palmas contra la mesa y se puso en pie, sin dejar de mirarlo —. Eres un brujo — le soltó de golpe, como si fuera lo más normal del mundo —. ¿Es que nunca se te ocurrió pensarlo? — rodó los ojos, como si fuera algo super evidente para alguien que nunca había tenido contacto con el mundo sobrenatural —. Venga, levántate — le exigió, mientras sacaba del bolsillo de su chaqueta lo que parecía una estilográfica.

Sin apenas dejarle tiempo para que procesara lo que acababa de revelarle, el rúnico se subió la manga, dejando al descubierto las runas que cubrían gran parte de su antebrazo.

— Asbrurunnar — siseó mientras repasaba el contorno de la runa con la punta de la estela, que comenzó a brillar ante aquel roce. En cuestión de segundos, un portal se abrió ante ellos —. ¿No querías salir a dar una vuelta? — recuperó su tono sarcástico. ¿Qué mejor manera de hacerle creer en la magia que mostrársela de primera mano? Mucho más sencillo y rápido que perder el tiempo en explicaciones extensas y soporíferas que no entendería.

—¿Eso quiere decir que sí tenía esquizofrenia? —preguntó, únicamente para incordiar. Al final el contrario había ganado y Balthazar se vio obligado a contarle su historia, sintiéndose como un idiota al hacerlo. ¿Por qué iba a creerlo? Nadie lo hacía nunca... y ni siquiera él mismo lo hacía.

—¿Qué quieres decir con que lo llevo en la sangre? —quiso saber, aunque su medio-hermano, no tardó en darle todas las respuestas que buscaba... Sólo que, al escucharlas, no estuvo muy seguro si era lo que realmente quería o esperaba—¿Cómo que un brujo? —se quedó boquiabierto, como un pasmarote, cerrando la boca de golpe al darse cuenta.

En shock, se levantó y su shock fue aún mayor cuando Auron conjuró lo que parecía un portal sacado de una película de ciencia ficción. Se fijó en la runa en su brazo, que había brillado ante el contacto de un instrumento que nunca antes había visto. No supo muy bien porqué aquellos dibujos en su piel se le hicieron familiares.

—Me estás tomando el pelo —acertó a hablar cuando recuperó dicha capacidad, mirando al pelinegro con una expresión de completa confusión— O sea, ¿que no estoy loco? —era innegable que sentía un profundo alivio, aunque eso abría nuevas preguntas, como porqué lo habían abandonado y le habían dejado crecer pensando que estaba solo en el mundo.

—Pero, ¿a dónde vamos? —pareció dudar, mirando a la puerta que llevaba de nuevo a los pasillos interminables del manicomio. La idea de volver a ellos le causó tal rechazo que, en apenas un segundo, su convicción nació y le hizo dar unos pasos hacia aquel portal— Da igual... Lo que sea, con tan de salir de aquí —no esperó a su señal.

Cerró los ojos, y avanzó hacia lo desconocido.
Hacia su nuevo futuro.

Una vez más, colocó los ojos en blanco. ¿Por qué tenía la sensación de que si pasaba mucho tiempo junto al muchacho acabarían saliéndole canas demasiado pronto?

— Un brujo, sí, un brujo — repitió ante la incredulidad mostrada por el el menor —. De los que hacen magia. ¿Es que no has leído Harry Potter? Está muy de moda ahora entre los críos de tu edad — aunque Auron no era muy de seguir modas, tampoco era ajeno al fanatismo que estas despertaban. Lo cual, por cierto, detestaba.

Haciendo uso de la magia que las runas le otorgaban, abrió un portal en medio de la sala.

— ¿Te parece esto una locura? — su pregunta era retórica e irónica. Pudo notar el alivio en la expresión del menor —. A dar una vuelta. ¿No era eso lo que querías? — más el joven tampoco insistió mucho en saber su destino y para sorpresa del propio Auron, se lanzó a lo desconocido sin que siquiera le diera tiempo a explicarle nada más.

En fin...

El viaje entre portales duro tan solo un parpadeo, pasando de un segundo a otro de estar en aquella sala blanca y aburrida a las calles de la gran ciudad de Nueva Orleans.

— Si sientes nauseas y el estómago revuelo, es normal, con el tiempo desaparecen. Si vas a vomitar, que sea detrás de los contenedores — le advirtió señalando con un ademán de la diestra el lugar el indicado. Solo faltaba que le manchara sus impecables zapatos nuevos —. Bienvenido a la familia, hermanito — pronunció, haciendo hincapié en la última palabra.

En realidad, siempre quiso tener un hermano.
Además de un discípulo al que adiestrar.

—Por supuesto que no he leído esa bazofia —frunció el ceño, ofendido—. No soy ningún crío... —añadió. En realidad, Balthazar había preferido no aferrarse a ninguna vana esperanza que justificara todo lo que le pasaba. Al final, terminó asumiendo que sí que estaba loco.

—Sí, claro que es una locura... Pero tiene que ser real, después de todo lo que me han drogado en este sitio —terminó aceptando lo que sucedía, pues aquella medicación era demasiado fuerte para permitir que tuviera alucinaciones de ese tipo. Además, Balthazar necesitaba que fuera real porque, desde entonces, todo empezaría cobrar sentido.

No, no estaba loco. Nunca lo había estado.

Al dar aquel paso hacia delante, la realidad a su alrededor se desdibujó y bajo sus pies ya no había suelo firme; o, al menos, así fue por unos segundos. Al llegar al otro lado del portal, estuvo a punto de caerse, de no ser porque se agarró al cubo de basura más cercano, donde no dudó en vomitar al escuchar la sugerencia de Auron.

—¿Por qué no me avisaste de esto antes de cruzar? —le recriminó, mirándolo con rencor mientras se recomponía— ¿Cómo se supone que voy a controlarlo si vomito? —esperaba que fuera cierto y lograra evitarlo, con el tiempo y la práctica.

—No me llames así, Auron —entrecerró los ojos. Puede que, a pesar de que su caracter era demasiado parecido como para congeniar, terminaran consiguiéndolo con el tiempo. El joven echó la vista hacia atrás, justo donde segundos atrás se había abierto el portal. Ahora ya no estaba, y no pudo evitar sentir un vacío en el pecho por todo lo que dejaba atrás, por ella. Cerró los ojos un momento, como si se despidiera de su recuerdo, y cuando los abrió caminó hacia Auron, a su lado, por las calles de Nueva Orleans... Su nuevo hogar.