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Frank A. Walkercazador
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Frank A. Walker


Way down we go
down til' you fall


Un sudor febril cubría su espalda, cuyos músculos se tensaron al ser víctima de las caricias prohibidas de una mujer también prohibida, que no dudó en quitarle la camisa con una habilidad pasmosa. No debería haber aceptado esa primera copa, ni la que vino después… Podía culpar al alcohol, sería más fácil así, pero sería una mentira.

Frank besó los labios de Layla mientras la mujer lo empujaba hasta caer sobre la misma cama en la que pasaba las noches con él. Daba igual.

Toda culpa se fue consumiendo mientras ellos también lo hacían, presa de los deseos dormidos que, rencorosos, despertaban y exigían un lugar en su mundo en llamas.

Dos horas antes…

Se le había hecho un poco tarde. Había acordado con Layla y Robert que los visitaría si tenía algún trabajo por la zona y, ya que llevaba bastante tiempo sin verlos a ellos y a Natalie, así lo había hecho. Lo habían invitado a dormir en su casa esa semana y se suponía que esa noche cenaría con la familia King al completo y después saldría junto a Robert a ver un partido de fútbol americano en su bar favorito, como en los viejos tiempos, pero a esas alturas estaba seguro de que él ya no estaría en casa.

El cazador miró su reloj de muñeca al salir de su camioneta, marcaba las 21:13 de la noche. Antes de echar a andar hacia la casa, limpió unas gotas de sangre seca que manchaban su mano izquierda. ¿Ajena o propia? No lo sabría decir a ciencia cierta.

La que abrió la puerta fue ella, sonriendo a pesar de que lucía cansada. Criar a una niña de cinco años no podía ser tan fácil, sobre todo con tenía tanta energía como Talie. Esta los observaba desde las escaleras que subían el segundo piso, intentando camuflarse entre los barrotes del pasamanos. Frank, al verla, le sacó la lengua, algo sin duda digno de ver en un hombre tan sumamente serio como él.

¿Sabes qué, Layla? He escuchado el rumor de que los niños que no se van a dormir a su hora, se quedan sin postre. Es una nueva norma universal —fingió que no seguía viendo a la pequeña, aún escondida y con ganas de todo menos de irse a dormir, al parecer. Avanzó un paso para cerrar la puerta y, dándole la espalda a las escaleras, añadió en un susurro, aunque lo suficientemente alto como para que la Talie lo escuchara— Y, sobre todo, nada de s'mores. Todos se los comerían los adultos. Es terrible —sabía que ese era su postre favorito. No es que supiera mucho más... solo detalles como aquel.

Cuanto menos supiera, mejor.

Siento no haber llegado a tiempo para la cena. ¿Robert te ha dejado sola con el pequeño monstruito? ¿Necesitas ayuda...? —preguntó dubitativo. Siempre era extraño pasarse por allí y recordar que no se trataba de una niña cualquiera, sino de su hija, aunque nunca hubiera ejercido como tal y se limitara a visitarlos de vez en cuando y llevarle algún juguete. Muchas veces había creído que lo más inteligente era mantenerse alejado, no solo por aquel secreto, sino por otro más...

Otro que los incumbía tan solo a Layla y a él.


10/08/2003
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@Layla S. King



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Estaba mal.

Lo que estaban haciendo estaba muy mal. Ambos lo sabían, eran conscientes de ello... Y no parecía importarles. Al menos no en ese momento.

Todo empezó con una copa. Una sutil caricia en el rostro, un silencio electrificante que lo envolvió mientras sus miradas se encontraban y después llegó el momento en el que sus labios se encontraron después de tanto tiempo, ansiando aquel reencuentro.

Para cuando quiso darse cuenta ya no había vuelta atrás.

Aquel desliz era un insulto al matrimonio que, durante años, había construido junto a su marido y que ahora parecía carecer de cualquier tipo de valor. Y aun así, era incapaz de echar el freno a esa vorágine de sentimientos que Frank provocaba en ella con cada caricia y cada beso.

Que siempre había provocado.

Dos horas antes…

Se encontraba concentrada, leyéndole El traje del Emperador a Talie cuando escuchó que llamaban a la puerta. Dejó el cuento sobre la mesita y se levantó de la cama para abandonar la habitación de la menor, consciente de que esta tardaría en seguirla.

¿Ah sí? Es la primera noticia que tengo — se cruzó de brazos, con una sonrisa divertida en los labios ante la interacción del hombre con la pequeña. No podía no preguntarse que estaría pasando realmente por la cabeza de Frank en ese momento —. ¿No será que en realidad estás planeando comerte tú todos los s'mores que hay en casa? — alzó ambas cejas, colocando ambos brazos en jarra, como si lo hubiera pillado en medio de un plan malvado —. Porque siento decirte que Talie se comió el último hace un rato — se giro hacia la pequeña que todavía los observaba desde los barrotes, y le guiñó un ojo —. Hicimos un trato. Yo te leía un cuento y tú te dormías. ¿Recuerdas? — meneó la cabeza, asumiendo que tendría que empezar de nuevo.

No la llames así — lo reprendió, dándole un empujón en el brazo con la palma de la mano —. Robert se fue hace diez minutos. Quería quedarse a esperarte. Pero lo convencí para que se marchara o se perdería el primer tiempo del partido. Imagínate que ganan — esbozó una sonrisa, el equipo no estaba teniendo una buena temporada, pero todo podía cambiar esa noche —. ¿Tienes hambre? Te he guardado algo en la cocina. Hoy tocaba noche mexicana. Sírvete tú mismo mientras acompaño a Talie a la cama... —  le hizo una señal con la mano para indicarle que solo tardaría unos minutos en reunirse con él, pero mientras subía las escaleras, se detuvo a la mitad —. A no ser... Que tengas un talento oculto para contar cuentos. En ese caso te invito a intentarlo — le ofreció, volviéndose de nuevo para dirigir la mirada hacia el cazador.


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Era incapaz de mirarla sin pensar en todas las formas en las que la deseaba. Cientos, miles... Pero era imposible. Pudo haberla tenido una vez, y su ocasión había pasado ya.

La visión de Talie, escondida de forma traviesa en las escaleras, se lo recordó.

¿Yo? No podría... Bueno, vale, me has pillado, señora agente —bromeó con una sonrisa, seguro de que la niña estaba escuchándolos también— ¡Vaya! Eso es una lástima. Es una glotona esa niña, ¿no crees? —agregó, aunque aquel juego terminó en cuanto Layla se dirigió directamente a la pequeña, que parecía estar muy satisfecha consigo misma por saltarse las normas.

Auch —se quejó, aunque lo había empujado a modo de broma—. Pero lo es, ¿verdad? Se ha comido todos los s'mores, es el monstruo de los postres —pudo escuchar la risita de la niña a lo lejos—. Vaya... Aunque no lo culpo, se me ha hecho demasiado tarde. Quizá debería marcharme, mañana será otro día —propuso, aunque la rubia tenía otra propuesta—. Gracias. Eso es tentador —admitió porque, en efecto, no había cenado nada... y, en realidad, una parte de él deseaba quedarse. Una parte que, más tarde, maldeciría.

Iba a dirigirse a la cocina cuando Layla llamó su atención, haciéndole una pregunta a la que no sabía que contestar. Hacía cinco años se había privado a sí mismo de esos momentos, que tan solo disfrutaba cuando acudía de visita; algo que no hacía demasiado, porque temía lo que eso suponía, el dolor y la culpa que venían después.

Eh... Creo que será mejor que vayas tú. Estoy seguro de que eres una experta —terminó dejándose llevar por el miedo. Sí, miedo a contar un maldito cuento. ¿No era ridículo?— Talie, no se lo pongas difícil a tu madre. O mañana no jugaré contigo —alzó la voz para que lo oyera la pequeña, antes de que desapareciera por las escaleras, y antes de que él se encaminara a la cocina, donde esperaría a Layla.

Mientras lo hacía, pensó seriamente qué hacía allí. La comida estaba deliciosa; podría comer rápido y, después, marchase. Hacía mucho tiempo que no pasaba tiempo a solas con Layla, y cada vez que eso sucedía en el ambiente entre ambos nacía una extraña tensión, fruto de las heridas del pasado. Y, también, esa atracción que no podía acallar.

Joder... Era la crónica de una muerte anunciada.


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@Layla S. King



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No, no vas a irte sin cenar — advirtió, señalándole con el índice. Conocía a Frank lo suficiente como para saber que si se marchaba, cenaría cualquier guarrería. Si es que cenaba —. No vas a rechazar mis famosos tacos, ¿Verdad? — esbozó una sonrisa. No, claro que no iba a hacerlo, pudo verlo en su mirada. Al igual que otras cosas.

Como ese temor cuando le tendió la oferta de que le contara un cuento a Talie. Por supuesto, no insistió cuando este declinó la invitación. Conocía a Frank. Era el mismo temor que sintió cuando ella le brindó la oportunidad de estar juntos.

Y acabó con el corazón roto.

De acuerdo. Regreso en un rato — concluyó, subiendo el resto de escaleras —. Venga, a la cama — levantó a la niña en brazos y la llevó hasta su habitación, retomando El traje del emperador desde el principio.

Cuando por fin sintió la respiración de la menor más lenta y profunda, dejó el libro sobre la mesilla de noche y la arropó bien con la sábana. Depositó un suave beso sobre su frente y se levantó con cuidado de no perturbar sus sueños.

¿Ya has terminado de cenar? — le preguntó al cazador, una vez que se asomó por la puerta de la cocina. Dejó la cabeza apoyada sobre el marco y se cruzó de brazos mientras lo contemplaba —. Apuesto a que es lo mejor que has comido en meses — una nueva sonrisa apareció en los labios. No tenía la más mínima duda de que así era —. ¿Te apetece una cerveza? — caminó hacia la nevera, para extraer de esta dos botellines de su marca favorita. La misma que se habían pasado bebiendo durante el tiempo en el que viajaron juntos. La misma que bebieron aquella noche y la principal culpable de que se dejaran llevar.

Pero las cosas habían cambiado. Ya no eran jóvenes y volátiles. Layla ahora estaba casada con Robert y Frank... En fin... Nada de lo que sucedió aquella noche iba a repetirse. O al menos, así era como debía ser.

Venga, vamos fuera. Hace una buena noche de verano — lo animó, indicándole que la siguiera hacia el porche trasero, donde tomó asiento sobre uno de los escalones que daban al jardín —. A tu salud — chocó el botellín con el del contrario. Como en los viejos tiempos —. Vamos, cuéntame. ¿Cómo te va todo? — le preguntó, dejando que fuera el cazador el que hablara mientras le daba el primer trago a su botellín.



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No se me ocurriría... Bajo esa oferta parece haber una amenaza —realmente no era así, Frank sabía que la mujer seguía preocupándose por él, incluso cuando estaba lejos. Incluso cuando él se había esforzado bastante en mantenerla alejada, siendo en ocasiones bastante frío y distante, por mucho que en su interior ardiera en deseos de estar con ella.

Quizá era mejor alejar a las personas antes de que se llevaran una decepción. Esa era la idea que pasaba por su mente cuando vio que Layla subía sola con Natalie para contarle un cuento y dormirla, perdiendo él su oportunidad de hacerlo. Sentía cierto arrepentimiento por ello, sin embargo terminó convenciéndose, como tantas otras veces, de que era lo mejor.

Sí, ya he terminado —la había escuchado bajas las escaleras unos minutos más tarde, y lo cierto es que había devorado la cena con demasiada rapidez—. La verdad es que estaba... eh... muy rico, así que no vas desencaminada —se sentía un tanto incómodo, por lo que se levantó y dejó el plato y los cubiertos que había utilizado en el fregadero.

Había reunido el valor necesario para despedirse cuando soltó aquella oferta, que suponía pasar más tiempo a solas. Pareció meditarlo un largo rato para al final terminar por asentir, alcanzando la cerveza que le ofrecía. No pudo bloquear los recuerdos que acudieron a él al observar de cerca aquel botellín.

Sabes cuáles siguen siendo mis debilidades —parecía que había pasado una eternidad, que aquellas personas eran otras diferentes, pero ambos sabían que no era así. Hubiera deseado que Robert estuviera presente, o que apareciera mientras salían al porche a disfrutar de la cerveza y de aquel clima perfecto de una noche de verano.

Habéis dejado muy bonito el jardín con estas luces —observó mientras se sentaba. ¿En serio, Frank? ¿Las luces? Rodó los ojos por su propio comentario y optó por mantener el pico cerrado y darle un buen trago a su cerveza después de aquel pequeño brindis silencioso.

Todo sigue igual, Layla, igual que la última vez que nos vimos —respondió de forma un tanto monótona. Era cierto: no había nada nuevo que contar, ni un cambio en su modo de ver la vida ni nada parecido—. Sigo vivo, eso es importante —hizo una broma de mal gusto—. En realidad, hace un par de meses estuve a punto de no contarlo. No es que fuese la primera vez, pero esa vez creí que de verdad iba a pasar, y... —hizo una pausa, bebió un poco más y se percató de que estaba a punto de terminarse aquel botellín.

"...y pensé en ti, en qué habría pasado si hubiera actuado de forma distinta". Le hubiera gustado tener el valor suficiente para decírselo pero, por supuesto, no iba a hacerlo.

En fin, no es que importe ahora. ¿Cómo estáis Robert y tú? —cerró los ojos con cierta frustración por un instante breve. Puede que ella se diera cuenta de aquel gesto, o puede que no. Fuese como fuese, esas palabras que no había pronunciado ahora ardían en su lengua... y serían su perdición esa noche.


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Quizás no debería haber insistido y dejarlo marchar, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez que se habían visto. ¿Qué había de malo en que se pusieran un poco al día con sus vidas? Al fin y al cabo, Frank siempre sería una persona importante en su vida.

Digamos que Robert ha descubierto su talento oculto por la jardinería — esbozó una pequeña sonrisa. Su marido había trabajado duro para mantener un jardín de portada de revista y que se había convertido en la envidia de los vecinos —. Tienes que verlo en Halloween y Navidades. Se lo está tomando muy en serio — todo lo contrario que ella, que carecía de ese talento pero que compensaba con la cocina.

Pero el tema de la decoración perdió toda importancia en el momento en el que el cazador le contó lo que había estado a punto de sucederle.

¡Dios mío, Frank! — se cubrió la boca con una mano, horrorizada ante las palabras del mecánico. Sintió un pinchazo en el pecho ante la idea de que aquello en realidad podría pasar. Pensar en que algo malo le sucediese y que probablemente no llegaran a enterarse, dolía —. ¿Y...? — lo miró expectante, como si estuviese esperando algo... Más el cazador decidió que aquello no tenía importancia. O simplemente, prefería no compartir lo que fuera que estaba pasando por su cabeza con ella.

Un comportamiento típico de Frank.

Tienes razón, todo sigue igual — le dio la razón, dejando escapar un suspiro —. No has cambiado nada. Sigues escudándote en ti mismo. Sin dejar que las personas a las que les importas entren del todo en tu vida — comentó con cierta amargura, dándole otro trago a su botellín de cerveza. Porque eso fue lo que hizo con ella, cerrarle la puerta a un futuro juntos.

Y así estaban ahora las cosas.

Bien. Todo bien — respondió de manera automática, como si de un guion se tratara. Porque eso era lo que debía responder —. Como ves, nos hemos comprado una casa típica estadounidense en un vecindario super encantador Desayunamos tortitas antes de ir a misa los domingos y estamos pensando en adoptar un perro. A Talie le hará mucha ilusión — expresó, quedándose mirando el botellín de cerveza, sin saber muy bien como continuar —. Pero...todavía pienso en ti cada día y en como habría sido una vida a tu lado —. En realidad... No, nada está bien, Frank — se sinceró finalmente, alzando la mirada hacia el cazador —. No todo es tan perfecto como parece — concluyó con un deje de tristeza en el tono de voz. Podría haber añadido algo más, pero todo lo que se le ocurrió hacer fue vaciar el botellín de cerveza de un último trago —. ¿Otra? — le preguntó, poniéndose en pie para dirigirse hacia la nevera.

¿En serio acababa de confesarle a Frank que las cosas entre ella y Robert no estaban bien?


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Se alegraba por sus dos amigos, pero lo cierto es que los envidiaba. Se sentía muy mal por hacerlo, aunque no es como si pudiera evitarlo. Se imaginaba a él en el lugar de Robert, completamente fuera de lugar en una vida tan idílica y americana como la que parecían llevar junto a Talie. Le costaría ser feliz, pero no parecía tan difícil cuando se lo imaginaba.

Y nada —se apresuró a decir, quitándole importancia—. No sé porqué estoy contándotelo, no era la primera vez —solo que realmente nunca había estado tan cerca de morir y eso, por unos instantes, le había hecho replantearse muchas cosas; como todas las decisiones que lo habían apartado de esa vida idílica para condenarse a sí mismo a la soledad de un cazador como era ahora.

Supongo que eso es cierto —admitió. Aquel comentario le había dolido un poco, no obstante era la pura verdad y Layla ya lo conocía lo suficiente como para guardarse su opinión—. Somos demasiado mayores para cambiar, ¿no crees? —se justificó a sí mismo. En realidad sí que podía cambiar, el problema era que le asustaba hacerlo.  

Empezaba a pensar que había sido una malísima idea aceptar su invitación y no marcharse en cuanto vio que Robert no estaba en la casa. La situación era cada vez más incómoda, y esta llego a su cénit en cuanto Layla le confesó que no todo era tan perfecto como el cazador creía.

¿Ha pasado algo entre Robert y tú...? —se atrevió a preguntar, sin quitarle el ojo de encima— Sí, pero si tienes algo más fuerte que una cerveza, mejor —se le escapó de una forma demasiado honesta, seguro de que una cerveza poco iba a hacerle a los dos.

Aunque podría irme, si lo prefieres —se levantó también, aún lo suficientemente sobrio como para saber que no debía hablar de Robert precisamente con ella, no después de ser consciente que seguía sintiendo algo, por mucho que lo disimulara. Se preguntó si sería el único, y se maldijo a sí mismo por seguir teniendo esperanzas después de todo lo que había pasado.


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Rodó los ojos, aunque puede que el mecánico tuviera razón. Ya eran demasiado mayores... Aunque más bien le sonaba a que se estaba poniendo una nueva excusa para seguir eludiendo las responsabilidades y compromisos.

Se quedó callada, tras darle el último trago al botellín. Había hablado demasiado. Más de la cuenta. Por lo que en parte buscó la excusa de ir a por otra botella para eludir aquella pregunta mientras pensaba qué era lo que podía decirle.

No. Quédate — aquella petición casi sonó desesperada en sus labios. Hacía mucho tiempo que Layla no era honesta, ni siquiera consigo misma —. Si te vas ahora... Lo más probable es que no te vuelva a ver hasta el año que viene — expresó con sinceridad. Quizás demasiada. Se dirigió a la cocina y tomó una botella de wishky del estante que llevaba demasiado tiempo criando polvo —. ¿Suficientemente fuerte para ti? — le preguntó, dejando la botella en sus manos cuando regresó al porche —. Te dejo hacer los honores — le concedió, para que la abriera, volviendo a sentarse a su lado. Más cerca de lo que lo había hecho en un inicio.

Aquella cercanía con él, le hizo rememorar por un instante los viejos tiempos. Aquellas conversaciones que tenían a altas horas de la madrugada, cuando se encontraban los dos solos después de que Robert se durmiera.

Como echaba de menos aquellos tiempos... Justo antes de que le rompiera el corazón.

Sobre lo que me has preguntado antes... — reflexionó unos segundos, sin saber muy bien por donde empezar. Nunca había hablado de ello, de como se sentía realmente atrapada en un matrimonio en el que se sentía incompleta. Vacía y sola —. No es que haya pasado nada con Robert. Él es maravilloso. El hombre correcto — lo miró de soslayo, repitiendo las mismas palabras que Frank pronunció la noche que la empujó en brazos de su mejor amigo. Ahora se arrepentía de no haber luchado más por lo que en realidad quería —. Es solo qué...sigo enamorada de ti, idiota —. Nos hemos estancado. Todo se ha vuelto monótono. Él pasa mucho tiempo en el trabajo y yo estoy todo el día con Talie — y es que, decidió renunciar a su vida profesional para dedicarse al completo a la educación de su hija —. Nuestras conversaciones no tienen nada de especial. Hablamos del trabajo... De lo buena que está la cena... Y de como la vecina nos roba los tomates del huerto cuando cree que no estamos en casa — dejó escapar una risa seca y hastiada. En realidad, sabía que Robert no tenía la culpa de que la rutina los hubiera tragado. Lo cierto era que era la propia Layla la que no parecía tener intención de ponerle un remedio —. No sé... Supongo que es normal en todos los matrimonios... ¿no? — volvió la mirada hacia Frank, dejando escapar un suspiro de resignación —. Pero qué sabrás tú de eso... — fue incapaz de contener la respuesta.

Pues claro...

¿Qué iba a saber el cazador si ni siquiera se arriesgó con ella cuando tuvo la oportunidad?


10/08/2003
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@Frank A. Walker



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"No, quédate".

Tuvo que disimular lo mucho que le gustó escuchar esas dos palabras, la necesidad en su voz. Sabía que era egoísta deleitarse en algo así cuando él mismo la había alejado, cuando nunca se atrevió a dar un paso adelante. Sabía que era todavía más egoísta al ser consciente de que, aún así, debía retirarse si su amistad con Robert significaba algo.

Y no lo hizo.

Está bien, me quedo —aceptó finalmente, intentando apartar los remordimientos de su mente cuando se quedó a solas—. Mmm, whisky. Esto me gusta más, te lo agradezco —de verdad lo hacía. No demoró en abrir la botella, dando un trago directamente de ella antes de ofrecérsela a Layla— ¿Como en los viejos tiempos? —le recordó a cuando bebían, como si fueran dos adolescentes, directamente de la botella.

Ya no eran esas personas, pero le sentaba demasiado bien fingir que sí. Algo que en realidad era demasiado peligroso.

Layla, yo... —quiso interrumpirla y decirle que él no era la mejor persona para hablar de aquel tema. De hecho, era al peor opción posible dada su historia previa— Perdona, sigue —siguió escuchándola mientras se desahogaba, hablando cosas que en realidad Frank no podría llegar a comprender. Como ella no dudó en señalar, ¿qué iba a saber él de relaciones y matrimonios si nunca había estado en uno?

Olvidaba lo honesta que puedes ser a veces —bromeó con ironía, sintiéndose bastante incómodo a pesar de notar una mayor embotamiento a causa del alcohol—. Eso siempre me gustómierda. Apartó la mirada y cerró los ojos por un instante mientras procesaba aquella cagada y pensaba en un modo de arreglarla.

Quiero decir... —sentía su cercanía, sabía que debía apartarse. Ojalá pudiera hacerlo— Quizá deberías ser honesta con él, con Robert. ¿Él sabe cómo te sientes? —no podía alejarse de ella, no podía irse, pero al menos aún era capaz de recordar que Layla ahora era inalcanzable para él; que debía respetar la relación que tenía con su amigo, que había tenido su oportunidad demasiado tiempo atrás.

Si se lo dices, puede que entre los dos encontréis una solución, ¿no? —inquirió, atreviéndose a mirarla. No pudo evitar preguntarse si el problema era la monotonía o es que acaso había algo más.


10/08/2003
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@Layla S. King



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