Amélie de Villiers caminaba por las calles del Nuevo Continente como si le pertenecieran, como si lo hubiera descubierto ella. Nada más lejos de la realidad pero, aún así, a Amélie le gustaba destacar. La francesa llevaba consigo unas bolsas de diferentes tiendas de ropa, un atuendo de lo más clasista —y a la moda de los noventa en América, por supuesto— mientras unas gafas de sol adornaban su rostro. Cualquiera diría que estaba en plena misión para la organización, pero lo cierto era que lo estaba.

Además, esa noche posiblemente tuviera otra misión más: continuar seduciendo a Tristán. Ya lo tenía comiendo de la palma de su mano; no por nada mantenían una relación a escondidas de los demás. Una relación que, esperaba Amélie, que Aurora no supiera nada. Todavía.

Si quería destruir a la joven de Martel tenía que hacerlo poco a poco, porque eso dolía mucho más. No tenía ningún interés en que las cosas fueran deprisa, al contrario. Prefería que, cuanto más lento fuera el sufrimiento de Aurora, mejor. Más entretenido.

—Justo estaba pensando en ti —y hablando de la reina de Roma... Amélie rodó los ojos al encontrársela nada más cruzar la calle. Perfecto, en un callejón, además. ¿Qué mejor lugar que ese para mantener una conversación absolutamente para nada civilizada con la vampira?—. ¿Quieres algo? Porque si no, será mejor que te apartes de mi camino, Aurora.

Y eso podía interpretarse de muchas maneras.

No habría recurrido a Amélie de no estar desesperada.

No habría recurrido a ningún Strix, para ser honestos, pero a decir verdad, Aurora está empezando a perder el norte, y ya no sabe en quién confiar. En los últimos tiempos, su hermano se ha comportado de una forma mucho más esquiva y evasiva de lo normal. La pelirroja ha hecho un titánico esfuerzo por pasarlo por alto, pero los eventos han resultado ser cada vez más delatores, amenazando con colocar a la vampiresa al borde del precipicio de su cordura.

Si vuelve a tener un brote, Tristán volverá a encerrarla; lo sabe. No puede permitirse otro desliz. Pero tampoco puede obviar lo evidente a estas alturas. No, después de hallar aquel rastro de carmesí en una de sus camisas.

Su hermano tiene una amante.
Y Aurora sabe perfectamente de quién se trata.

—En realidad, sí quiero algo.—El desdén en la voz de Amélie es evidente, cuanto menos, pero Aurora traga saliva y opta por fingir que no se ha dado cuenta de ello. Lo dicho: está desesperada.—Necesito hablar contigo de... alguien de la organización de mi hermano.—Revela finalmente.—Alguien ha propasado los límites, y temo que esté a punto de traicionar a Tristán.—¿Es cierto aquello último? En absoluto. Pero, si quiere sonar convincente —más allá de la evidente obsesión que viene profesando hacia su hermano desde siempre—, necesita tomarse alguna licencia. La firmeza con la que pronuncia aquel nombre resulta, cuanto menos, dilapidante. Aquella mujer de la que, no duda, Tristán terminó encaprichándose. Una vampiresa antigua a la que, lamentándolo mucho —o sin lamentarlo lo más mínimo—, será necesario apartar del medio.

Ha llegado demasiado lejos tocando lo más importante de una mujer peligrosa.
O eso, al menos, es lo que piensa Aurora.

—Ariadna Atreides.

El temblor en el cuerpo de Aurora es más que visible, incluso lo sería para un ciego, sordo y mudo. La mujer no duda en observar a la vampiresa de arriba a abajo con el mismo asco que solía profesarle abiertamente—. Por lo que puedo percibir de ti, tiene que ser grave para que estés aquí —y mucho. ¿Por fin había decidido quitarse ella sola de en medio o le iba a dar un brote en mitad de la calle justo delante de Amélie? Sea como fuere, esperaba la segunda opción.


Nada más lejos de la realidad, pero igualmente interesante. La francesa dejó escapar una pequeña carcajada tapándose la boca con ambas manos en un intento —torpe y mal intencionado por supuesto— de hacer como que sentía haberse reído—. Discúlpame, Aurora. Pero me cuesta creer eso. Tu hermano siempre tiene las cosas bajo control —lo sabía ella perfectamente, teniendo en cuenta que la tenía bajo su cuerpo casi cada noche—. Ya veo que tu preocupación no es infundada —suspiró. Bien, le seguiría el juego solo para saber si la había pillado —aunque lo dudaba— o no—. ¿De quién crees que se trata?

Y, para su suerte o para su desgracia, Amélie tenía cierto pálpito.


Y su pálpito se confirmaba. Si Amélie pudiera matar dos pájaros de un tiro, mejor que mejor.

—¿Qué te hace pensar que Ariadna tiene intención alguna de traicionar a Tristán? —cuanta más información le diera, mejor.

¿Que si es grave? ¡Vaya si es grave! Aurora tiene la intuición de que el tiempo no ha dejado de correr en su contra, y si no reacciona con rapidez, no sólo no podrá impedir que algo terrible le suceda a su hermano: Ariadna intentará quitársela del medio, hurtándole hasta la última oportunidad para intervenir.

Necesita aliados... o aliadas.

Y lo cierto es que la pelirroja no confía en ninguno de entre los Strix, pero si algo pueden tener en común Amélie y Aurora, es la preocupación genuina que profesan hacia Tristán. Hermano, líder, amigo... y algo más. —No seas ilusa, Amélie. Las dos sabemos que incluso Tristán no es invulnerable a los placeres de la carne.—Las acusaciones de Aurora son graves, pero cree tener motivos fundados para pronunciarlas. Aquella diosa griega habrá utilizado sus mejores armas para seducir a su líder...

...Y, al final, Tristán habrá sucumbido a sus encantos, dejando de prestar atención a todo lo demás.

—Los rumores vuelan.—Confiarle todo lo que sabe no parece prudente, pero es su única opción.—Sé que Ariadna está intentando convencer a Tristán para volver a encerrarme.—O, en otras palabras: alejarle de él.—Para protegerme, decían.—Y deja escapar una carcajada sorda, teñida de ironía.—Pero si me quiere lejos de él, Amélie, es porque sabe que haría cualquier cosa para protegerlo.—Incluso aunque ni siquiera goce de las armas adecuadas para conseguirlo.

—Sé que tiene una amante.—Le dice entonces, con firmeza, llena de una implacable seguridad apuntando hacia un objetivo totalmente equivocado.—Sé que es ella. Y va a ir a por mí... para después, ir a por Tristán.—Tienen que protegerlo.

Amélie tiene que ayudarla.

Amélie tenía la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro. Ahora mismo, tenía frente a ella a Aurora de Martel absoluta y completamente desesperada, mientras que, sin saberlo, le vendía la cabeza de Ariadna Atreides.

¿Acaso la vida no es bonita? ¿Acaso no hay momentos mágicos donde la misma te sonríe y te da una palmada en la espalda para decirte lo bien que lo has hecho?

Sí, los hay. Y ese era uno de esos momentos mágicos.

—Por supuesto, sigue siendo un hombre. Vampiro, pero hombre —y Aurora podía darle la razón en eso. De hecho, Amélie lo sabía de primera mano. A fin de cuentas, la que estaba acostándose con el líder Strix era ella y no Ariadna Atreides, pero ya tocaríamos ese tema más tarde—. Gilipolleces —hablando mal y pronto—. No necesitas ni que te protejan, ni mucho menos que te encierren —cuanto más suelta estuviera Aurora, mejor. Más posibilidades de que le diera un brote. Usar la enfermedad de Aurora en su contra era ruin, cruel, mezquino.

Pero Amélie no era una buena persona. Dudó serlo en algún momento.

—Tiene... bastante sentido lo que me cuentas. Pero, ¿Tienes pruebas? No valen solo rumores —Amélie se acercó a Aurora dejando una mano sobre su hombro en un intenso falso por reconfortarla—. No quiero que vuelvan a tomarte por loca y que salgas tú herida, en especial si llevas razón en todo esto —ella haría el esfuerzo de creerla.

Total, le beneficiaba más de lo que pudiera imaginarse.

«No necesitas que te protejan, ni mucho menos que te encierren.»

Y así, con aquel discurso por y para mujeres empoderadas, Aurora le vende su confianza a la vampiresa que, eventualmente, atentaría contra su vida. —Lo sé.—Le asegura, sirviéndose de las afirmaciones de su interlocutora como una confirmación de su propia realidad.—Pero Tristán…—Frunce la expresión, compungida.—Lleva siglos tratando de liberarme de mis demonios, Amélie.—Como si Aurora no fuera consciente de que aquellos demonios forman parte de ella de forma permanente e irrevocable.—Si alguien le convence de volver a encerrarme…—La decisión de su hermano será en firme.

Porque siempre hará lo posible para protegerla. Porque siempre hará por ella, aquello que crea correcto… incluso, aunque no lo sea.

—Por eso precisamente estamos teniendo está conversación.—Le dice entonces.—No… sabría describir la sensación, Amélie. Puede que se trate de una cuestión de instinto.—Las pistas suficientes y una acusada condicionada bajo la propia percepción de Aurora. La pelirroja no ha necesitado más… pero bien sabe que no es suficiente.—No tengo aliados entre los Strix.—Al final, aunque todos puedan protegerla siguiendo las órdenes de su hermano, es a Tristán a quien se deben realmente.—Y mi hermano no me dejará tocarla.—Porque Ariadna, como el resto de hermanos Atreides, son la joya de la corona en su organización.—Necesito encontrar esas pruebas… y necesito que tú me ayudes a hacerlo.—Sólo de aquella manera podrá, en palabras textuales de Amélie, evitar salir herida.

—Cualquiera en tu lugar me tomaría por loca, Amélie. Pero sé que no estoy equivocada.—Tienen que trabajar juntas… para proteger a Tristán.—¿Puedo contar contigo?—Se me acaban las opciones.

Y Amélie, que bien podría haber sido el motivo de su salvación… terminará convirtiéndose en la razón de su última perdición.

O lo habría hecho, de no ser porque aquella mujer a la que intenta acusar, logrará salvarle la vida en el último momento.

Pobre, pobre, pobre Aurora de Martel. Pobre de ella por tener un hermano tan sobreprotector, calculador, maníaco y mentiroso. Y pobre de Aurora, también, por haber caído en tan malas manos como las de Amélie—. Oh por favor. Que le den a tu hermano, Aurora —ya lo hacía ella cada noche que era conveniente, por supuesto—. No entiende lo que yo sí hago —apenas se acercó un poco más; solo un par de pasos convincentes que serían suficiente para convencer a Aurora de que tenía una amiga, alguien que velaba por ella.

Qué inocente.

—Él no ve lo que yo veo. En tu enfermedad reside tu poder, y aunque controlarlo no es una mala opción, no se puede encerrar a una tigresa en una jaula sin esperar consecuencias después —se las ingenió para mirarla a los ojos sin reírse de ella en su cara. A fin de cuentas, Amélie sí creía que Aurora estaba psicótica casi la mayor parte del tiempo, que era un juguete roto del que poder aprovecharse y, precisamente por eso, necesitaba apartarla del medio lo antes posible. El «juguete roto» de Aurora continuaba entorpeciendo y metiéndose en el medio de la relación de Amélie con Tristán.

No podía permitir eso.

—Las mujeres sabemos muy bien cuando un hombre miente, o cuando alguien está detrás de él —validar los sentimientos de Aurora era otro paso más para ganársela. De todos modos, Amélie no se equivocaba: existía un sexto sentido que no se iba por más que te convirtieras en vampiro; es más, se agudizaba. Solo que las sospechas de Aurora... bueno, fallaban—. Me tienes a mí —no, no tenía aliados entre los Strix, pero ahora sí—. Ahora me tienes a mí. Puedes contar conmigo, Aurora de Martel.

No sabía hasta qué punto le acababa de hacer fácil la vida, pero pronto, muy pronto, lo sabría.