Se había vuelto un lugar peligroso para los vampiros el Barrio Francés y, sobre todo ahora, que habían subido los brujos más radicales al poder. Corrían tiempos convulsos, tiempos de guerra, como siempre. Nada a lo que nuestro querido Lucien Castle no estuviera acostumbrado. Por suerte para él contaba con los recursos suficientes como para tratar de vivir en las sombras durante un tiempo.

Claro que, había algo que le faltaba para conseguir sus objetivos, y Lucien era conocedor de que las cosas no siempre podían conseguirse a solas.

La oscuridad del Rousseau le acompañaba por suerte. No quedaba nadie en el local excepto una persona: Camille O'Connell. Digamos que entre los dos existía cierto pasado interesante que, a la vuelta de Lucien, no podría ignorarse—. Oh, discúlpame. ¿Te he asustado? No era mi intención, Camille. Buscaba hablar contigo, ahora que he vuelto.

Bien, que comience el espectáculo.

No es nada bonito cuando un día tan simple y tranquilo como ese, repentinamente aparece un tétrico fantasma del pasado para echarte a perder todo. Demasiado pasado hay entre Lucien y ella como para ignorarlo sin más y pretender que no le asusta volver a verlo.

El corazón de la rubia retumba en su pecho. Sin embargo, pese a su expresión de sorprendida —para mal, naturalmente—, alza el mentón y se mantiene alerta: con los ojos vigilando cada movimiento del vampiro más viejo del mundo después de los Originales.

Ja! Como si ella, casi una neófita delante de él, lo viese venir.

Lucien le haría papilla en un santiamén, y sin embargo, no parece que sea lo que ha venido a hacer esa noche.—Lucien Castle.—Pronuncia aquel nombre con desprecio medido. Suspira.—¿Qué haces aquí en New Orleans? —La verdad, para empezar, ¿por qué se marchó en primer lugar? —No creas por un segundo que te he creído esa disculpa.—Ríe ligeramente, sarcástica. Ella en carne propia ha vivido la clase de horror y terror que es capaz de causar el longevo vampiro, y sobre todo, lo mucho que le divierte.

—Bien, a diferencia de ti, algunos necesitamos trabajar para mantenernos. Así que no tienes mucho tiempo. ¿De qué podríamos hablar tú y yo?—¿De cuándo por su culpa mataron a su tío? ¿O de cuando también por su culpa ella acabó transformada en vampiro?

—Visitar la ciudad, tal vez quedarme. Aún estoy considerándolo. Pero no te preocupes, mi querida y bella Camille, no tiene nada que ver contigo —por ahora, al menos. Aunque tampoco es que aquello fuera del todo cierto. La única realidad posible era que Lucien Castle mentía más que hablaba, nada más—. Y lo entiendo, te lo aseguro —el vampiro avanzó hacia ella un poco más. Despacio. Con cautela.

Lo que menos le apetecía en esos momentos era que Camille O'Connell echara a correr otra vez despavorida y asustada. No, no le convenía.

—Sé que en el pasado he hecho cosas horribles —por supuesto, y todas ellas han quedado atrás en el tiempo. Seguro—. Pero precisamente porque me fui, he tenido tiempo para pensar —cogió una mano de la vampira y la apretó con la propia, la acarició y jugó con ella. Su vista estaba baja, igual que sus hombros. Mostraba un arrepentimiento tan sumamente real que cualquiera—. Tal vez la anterior disculpa no te la creyeras, pero créeme cuando te digo que estoy arrepentido de todo lo que pasó. De lo que sufriste por mi culpa. No tenías por qué y lo siento —Lucien tomó una bocanada de aire. Un segundo, dos segundos, tres segundos...

Hizo contacto visual con aquella mujer —aprovechando que el brillo en sus ojos había cambiado a uno triste y melancólico— y, despacio, apretó un poco más su mano hasta terminar por soltarla—. Lo siento mucho, Camille —sentenció.

Esperaba que fuera creíble.

Intrigante y en parte, alarmante.

Lucien Castle de vuelta a la ciudad solo pueden significar problemas. ¿Qué otra cosa puede ser? No se cree ni por un segundo que el vampiro no sabe de antemano si va a quedarse o solo está de paso. Realmente la traducción que Camille le da a sus palabras es que efectivamente, viene para quedarse.

La pregunta es para qué.

Pero Lucien mantiene el misterio.—¿Horribles? Horribles es poco.—Atenta a su repentino, aunque cauteloso avance, Camille continúa plantada en el sitio, como dejando claro que no saldrá corriendo a ningún lado.—¿Estás diciéndome que llegaste a la conclusión por ti mismo, Lucien? ¿Sin ayuda profesional?—Camille no retira la mano de inmediato, sino que ancla su mirada ahí, sobre el contacto de la extremidad del vampiro con la suya. Luego sostiene la mirada ajena en cuanto ésta se cruza con la suya.

No puede ser hipócrita, lo sabe. No puede asegurar que cree en la redención ajena, como cuando lo hizo en Klaus, y ser implacable con Lucien.

Bueno, sí podría, después de todo lo que Lucien le hizo, pero Camille no era así.

Por supuesto, tampoco se lo dejaría en bandeja de plata.—Lo siento, Lucien. Pero las cosas no se arreglan con palabras de disculpa y un tono delicado, ni una mirada entristecida.—Aparta su mano en cuanto el propio vampiro la suelta.—Con hechos, sí.—Ánade bastante seria, aunque manteniendo un tono de voz más calmado y receptivo.

Hechos, hechos, hechos. ¡Oh, por favor! Todo el mundo estaba pidiéndole hechos una y otra vez. Lucien estaba harto de que la gente fuera tan genuinamente molesta. Y además, los hechos, por cierto, también acababan valiendo nada y menos una vez alguien mostrara su verdadera cara.

El que era un mentiroso y un traidor lo seguiría siendo siempre. Lucien, por suerte, no era más que un superviviente—. Por suerte, sí. Sin ayuda profesional —intentó no tomarse aquello como una ofensa, aunque siendo auto-críticos, el vampiro no estaba muy allá. Bien, tal vez eso pudiera medio concedérselo. Disfrutaba haciendo daño a la gente y era consciente, así que—. Lo entiendo. Pero ahora mismo no sé qué clase de hecho quieres que te muestre. Acabo de llegar, prácticamente —añadió, intentando sonar lo más humano posible.

A pesar de no haber apagado su humanidad y de no ser posible ahora, Lucien Castle jamás se ha sentido tan desapegado de aquella humanidad como cuando se convirtió en vampiro. Ya no lo era y, puede que hubiera sido aceptar eso, lo que lo convirtiera en lo que era a día de hoy: un monstruo desenfrenado, desalmado y sin un ápice de arrepentimiento o aprecio por la vida excepto una, la suya.

—Agradecería algo de guía por tu parte, Camille.

¿Cómo neutralizas mil años de caos, dolor y destrucción sin ayuda profesional? Individuos como Klaus y Lucien, no pasan por ese proceso de arrepentimiento y lo superan por sí solos. Le habría creído todo menos eso.

Está comprobado.

—¿Sabes qué? No tienes que fingir conmigo. Puedes admitir que todavía estás luchando con tus demonios.—Se cruza de brazos, y aunque le analiza con su mirada en busca de algún ápice de engaño, no le teme.

Sí, Camille ha conseguido aplacar su temor. Después de todo, si la intención de Lucien fuese matarla, ya lo habría hecho.

—Ese es mi punto, Lucien. Acabas de llegar. ¿Por qué esperas un perdón cuando no has movido un dedo para ganarlo? —Su voz carece de reproche alguno, solo expone la lógica del proceder. Todavía no está convencida del todo, de hecho mantiene sus sentidos alerta y se maneja con cautela. Sin embargo, no será ella quien se niegue a actuar con inteligencia.

Ajena a todo lo que pasa por la mente del vampiro, Camille decide ponerlo a prueba.

—Usa tus recursos económicos para apoyar una conciliación entre las razas de la ciudad, incluyendo los humanos.—A los que claramente ha demostrado despreciar en el pasado. Si en verdad Lucien ha cambiado, debería animar el orden y paz, abstenerse de alimentar el caos.—Y busca guia psicológica, puedo recomendarte.—Porque no creerás que ella lo hará. A veces se toma lo de conflicto de intereses demasiado en serio.

Aunque haya hecho varias excepciones, Klaus Mikaelson la más distintivas

Camille O'Connell quería hechos y Lucien iba a dárselos. Ahora bien, la psicóloga jamás dijo cómo debieran ser esos hechos, ¿verdad? No. Primer error: confiar en la palabra de Lucien Castle, aunque fuera un mínimo o, mejor dicho, darle el beneficio de la duda. Segundo error: creer que no encontrará un vacío legal.

Pero bien, continuemos con el espectáculo. De todas maneras, a Lucien se le daba bien eso de poner ojos de cachorro desvalido, ¿no era cierto?

—¿Quieres que sea sincero, Camille? Seré sincero entonces —con el uso de su velocidad vampírica se había acercado a ella con rapidez. Tanta, que ni lo habría visto venir—. Es difícil luchar contra una naturaleza que tira de ti constantemente, que desea que muerdas, mates y descuartices, que desea que manipules y que seas el monstruo que todo el mundo espera que seas. Créeme, Camille, es muy difícil luchar contra eso —Lucien se tomó la libertad de observarla a los ojos; sabía que sería difícil aguantarle la mirada al vampiro. Por eso se también le apartó un mechón de pelo y se apartó, volviendo a su lado más inocente. Una inocencia falsa—. Pero incluso si cuesta, es posible redimirse. Imagino que tu transformación no fue sencilla y sin embargo, te redimiste.

Si era posible para ella, ¿por qué no para él? Ah, sí, claro. Porque él era un cerdo salvaje. Un asesino en serie.

—No estoy acostumbrado a pedir disculpas, creo que eso es un paso —se encogió de hombros. Sinceramente, era probable que eso fuera lo único honesto que había dicho en toda la noche—. ¿Los humanos? —la voz de Lucien se alzó, las cejas se fruncieron. Maldita Camille O'Connell por ponerlo a prueba, maldita fuera ella una y mil veces—. Los humanos son el sustento de muchos de nosotros, tú incluida, aunque bebas de bolsa —bueno, qué se le iba a hacer, no iba a ser una mujer perfecta.

Para eso ya existía @Aurora de Martel.

—¿Quieres que me encargue de eso? Bien, lo haré —accedió fácilmente. Se las ingeniaría para que las cosas no salieran tan bien sin que él tuviera nada que ver—. Pero tú vendrás conmigo. Confiarán más en ti que en mí, por obvias razones —y no le importaba admitir aquello—. Ah y, sí, necesitaré esa lista. Me vendrán bien algunas recomendaciones. Ven a buscarme a mi penthouse a las afueras de la ciudad cuando la tengas, estoy seguro de que encontrarás donde vivo en seguida.

¿Para tratar sus demonios? Pf, no. Para comer. Para eso iba a usar a sus recomendaciones. Comer y tener sexo, por supuesto. Lucien seguía siendo un hombre con necesidades.