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Cedric J. Harrisnigromante
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Cedric J. Harris
Are you still there
Marlene


FB. 1992

—¿Marlene sigues ahí?

Dos niños, sentados sobre su cama, conversaban en la tenue y pálida oscuridad de su habitación. El chico joven de cabellos azabaches agarraba la mano de su hermana con suavidad mientras le explicaba sus últimas aventuras. Solía hacerlo siempre a horas muy tardías de la noche y a escondidas de sus padres quienes, si supiesen de estas fechorías, los hubiesen separado y llevado a habitaciones distintas.

—Vale, veo que sí—escuchó el quejido de su hermana por la hora, pero aquello no impidió que el terco de su mellizo se detuviese:—Espera y escucha—le reclamó, autoritario, mientras su mano se aferraba más a la ajena en un suave apretón:—Aquí comienza mi historia de hoy…

ACTUALIDAD. JUNIO 2013

Hacía tiempo que no pisaba aquel pueblo. Cuando se apeó en Mystic Falls y contempló su recogida fisonomía a la luz incierta y plateada de la luna, sintió una cálida humedad en los ángulos internos de sus ojos. Cedric no había querido regresar tras la desgracia; tras aquel asesinato.

La ciudad se había vestido de verde, anunciando un pronto verano, para obsequiar con sus mejores galas al recién llegado. Sin embargo, el nigromante se mostraba indiferente y su actitud, contemplada desde fuera, no parecía la de un hombre normal. Se hallaba detenido en la puerta de hierro posterior a un lugar donde el descanso era eterno y el silencio su único amigo.

Cedric abrió la puerta con un chirrido y se lanzó a caminar hacia su interior.

El chasquido monótono de sus pisadas ponía la única nota de vivacidad sobre esa ciudad muerta. Andaba de prisa. Le empezaba a invadir una vaga congoja, un difuso conocimiento de una relación latente entre ella y aquellas añosas piedras blanquecinas que sobresalían del terreno.

Cedric, de pronto, se detuvo y permaneció un rato absorto sin saber hacia dónde exactamente se dirigía. Hasta que lo vio. Encima de uno de esos pequeños monumentos, se alzó un cuervo indeciso y gritador de la muerte. El ave negra, se enredó al vuelo entre los olmos, con su aletear oscuro, un poco fúnebre.

Poco a poco se fue acercando hacia ahí.

—Estás aquí. No te encontraba—su actitud inexpresiva aún se mantenía firme mientras la contemplaba:—Creo que mi historia de hoy es un poco larga, pero intentaré resumírtela—se apretó aún más la chaqueta alrededor del cuello:—He estado viviendo en Nueva Zelanda con Keira e Ethan. Debo decirte que la niña se parece mucho a ti, pero él…—chasqueó su lengua:—Es un completo inepto y si algo me pone nervioso, como bien ya sabes, es la absoluta ignorancia para las cosas más evidentes—inconscientemente, detuvo un momento su relato para observar a su alrededor.

No había absolutamente nadie. Sólo había una helada vecindad.

—He vuelto porque mi sitio está aquí contigo, ¿no?—hizo una tentativa por sonreír, pero sus comisuras tan pronto intentaron elevarse, se retiraron a su posición inflexible inicial:—Ellos están bien, no te preocupes. A buen cargo. Sabes que yo protejo a mi familia—sintió su sangre agitarse tras haber dicho aquella palabra: proteger.

Cedric no sentía que lo hubiese hecho.

—Siempre me ha urgido la presencia de los muertos. Acercarme a ellos; convertirme en su dueño—una carcajada sombría interrumpió un momento el discurso de sus pensamientos:—Y tengo entendido, según me cuentas, que se me necesita bastante aquí, ¿no?—asintió con gravedad:—Mi sitió está aquí, entre los vivos y mis muertos, actuando de intercesor. Como siempre he hecho.

La mente del nigromante experimentó algo. Comenzó a gestarse el ímprobo alentar de su cerebro y ahora, ya vencido, trágicamente derrotado ante quien creía que estaba contemplando, se percató de que estaba haciendo renacer en su interior retazos truncados de su pasado.

El poso de sus memorias es lo único que le quedaba. Igual que aquel nombre que fosforescía sobre aquella lápida; anunciándole una carga eterna de sinsabores y pesadumbres.

—Eh, Marlene…—repitió su nombre, sintiendo su eco en la lejanía:—Marlene—insistió, acercando—como hiciera antaño—su mano para buscar la ajena:—¿Sigues ahí?

Sin embargo, sus dedos no encontraron la familiar calidez, sino que sintieron una fría superficie sobre sus yemas.

No se trataba de la lápida. No era Marlene tampoco quien estaba fría.
Era la muerte.

Cedric volvía a encontrarse solo.
02/06 • 23h • AC



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