—De todas las personas que me podría encontrar de mi querido aquelarre, apareces tú.

Sentado sobre uno de los muchos bancos que había por el parque de Mystic Falls, Cedric dejó de leer su periódico para centrar su mirar en aquella figura familiar que se había acercado hasta él. No podía decirse que en el pasado hubiesen estrechado mucho su relación, ya que apenas se habían hablado.

Ankou era una nigromante reservada y él, siendo por excelencia un hombre de carácter difícil, había propiciado que casi nunca tuviesen que dirigirse la palabra salvo por cortesía protocolaria. Con todo, esa falta de información sobre la asiática la hacía especialmente peligrosa. El conocimiento de sus adversarios era lo que le confería poder, ya que sabía entonces cómo actuar para terminar con ellos.

Ankou era un enigma.

—Espero que te hayas despedido de tus seres queridos, porque yo ya lo hice—sonrió con cinismo mientras iba doblando su diario de noticias:—Hoy los Levesque tendrá una nueva baja—con lentitud, se fue levantando del banco.
No la subestimaba, pero Cedric era alguien muy seguro de sus habilidades.

—On y va—sin darle tiempo de reflexión, le lanzó el primer hechizo de fuego en el que pudo pensar.

Vida: 20
Dado 1:

Caminaba por el parque del pueblo con los cascos puestos y la mente perdida en otro lado cuando la voz y la presencia de alguien me hizo detenerme por completo. Al principio, admito que no le reconocí. Le miraba y me resultaba algo familiar, pero no…

Hasta que siguió hablando y aquellas amenazas me hicieron abrir los ojos más por la sorpresa que por otra cosa. Aún tenía la música resonando en los oídos, pero la voz profunda de él parecía llegar sin problemas. - ¿Qué? - Fue la primera reacción ante aquello. ¿Me iba a matar? ¿Qué?

Balbucee un poco, no demasiado antes de ver aquella bola de fuego salir disparada en mi dirección. No había mucho tiempo para reaccionar, por no decir casi nada. Retrocedí como pude alzando las manos y pronunciando el primer hechizo que vino a mi mente. - Oboreru - Curioso que precisamente este fuese un hechizo en japonés.

La bola de fuego fue ahogándose ante la falta de aire hasta que desapareció. Bastante al límite, si no hubiese retrocedido, me hubiese dado de lleno. Hasta los cascos habían caído sobre mis hombros de la brusquedad de aquel instante. - Estamos en un parque. Pueden vernos. - Le miraba incrédula sin comprender. Había hecho cosas para el aquelarre que podrían estar algo cuestionadas. Pero a él no le había hecho nada. No que yo supiese al menos. - ¿Por qué me atacas? Cedric. - Ahora, si, había recordado exactamente quién era y su nombre. Uno de los traidores. El hermano de aquella hereje.

El toque de cinismo en su voz era inconfundible. ¿Acaso esperaba que él, Cedric, le diera una justificación por su presencia? Era risible, en el mejor de los casos. Se cruzó de brazos y levantó una ceja con una expresión de pura condescendencia.

— ¿Atacarte? Oh, por favor, un simple hechizo de fuego no es un ataque, es una lección de vida — Le corrigió con sorna, sin preocuparse por las miradas que los rodeaban. — Si alguien te atacara de verdad, no estarías aquí para cuestionarlo.

Su mirada recorrió el parque, tomando nota de la preocupación en su voz por ser vistos. ¿A caso ella pensaba que a él le importaba lo que los demás vieran o no?

— No deberías preocuparte tanto por los demás, no te harán ningún favor — Le aconsejó, aunque sonó más como una burla que un consejo genuino. — Al final, cada uno cuida de sí mismo. Eso es lo que la vida me ha enseñado.

Puso su atención de nuevo en ella, su expresión era una mezcla de desdén y sarcasmo.

— La pregunta no es por qué te ataco, sino por qué no lo he hecho antes — Le corrigió. Señalando con su dedo índice en su dirección, su voz bajó a un gruñido casi amenazante. — Tú y tu aquelarre habéis causado suficiente daño. Y si crees que me voy a quedar de brazos cruzados mientras sigues campando a tus anchas, estás muy equivocada.

Cedric no era un hombre de muchas palabras, pero sí era alguien de actuar. Aquel aquelarre había despreciado a su hermana, habían ayudado a matarla y a él le importaba poco y nada los remordimientos que tuvieran ahora. Los despreciaba a todos ellos, por su cobardía, por su deslealtad, por su falta de humanidad. Y si tenía que enfrentarse a ellos uno por uno, lo haría.

Aquello era demasiado inesperado y ni quiera me importaba ahora que la música siguiese sonando de los cascos que ahora se encontraban colgados de mis hombros. Parecía que quería darme consejos y al mismo tiempo parecía querer amenazarme. Todo de forma tan gratuita y extraña que era incapaz de reaccionar propiamente.

- ¿No acabas de decir que cada uno cuida de sí mismo? Te contradices tu solo. - Tomé aire con fuerza y arrugué los labios con cierta molestia y un poco de respeto sin querer bajar la guardia ni un solo segundo por miedo a otro hechizo.

- Tu hermana nos atacó a Lucien y a mí. Intentó matarnos. ¿Y nosotros somos los malos? - Por que aquella vez que se enfrentaron a aquel traidor Levesque, quien por lo visto mató a Maddison e intentó lo propio con Lucien y conmigo...estaba la hermana de Cedric. - Y a ti no te he hecho daño, no tengo nada contra ti. Sigo sin entender por que me atacas... - Por que parecía una venganza con la que parecía ser suficiente para él verterla contra el primero que encontrase. Es decir, conmigo.

Cedric miró a Ankou con un desdén malicioso. La mención de su hermana fue un claro golpe bajo, y aunque su rostro se mantuvo inexpresivo, el destello frío en sus ojos delataba la ira que sentía.

—Primero que nada —dijo con un tono cargado de veneno—aprende a diferenciar. Quiero decir que no espero que nadie me salve. Son dos conceptos distintos. Uno se refiere a la autosuficiencia, y el otro a la falta de esperanza en la humanidad.

Sin embargo, al escuchar las acusaciones en contra de su hermana, la atmósfera en el parque pareció cargarse aún más. Cedric estaba haciendo un soberano ejercicio de paciencia con la asiática—Mi hermana tenía sus razones. Es muy fácil juzgar sólo desde un bando —la pausa que hizo después fue palpable, dejando un tenso silencio en el aire— Pero tú, Ankou, estás pisando un terreno peligroso al mencionarla frente a mí.

Había cruzado una línea muy fina al nombrar a Marlene. Cualquiera del aquelarre Levesque conocía la historia de la familia Harris, especialmente el traidor que los abandonó en defensa de su melliza; la aberración.

—¿Qué por qué te ataco? Me sorprende la pregunta, no te hacía tan naive—chasqueó su lengua con desagrado:—Básicamente porque eres fiel a alguien que odio. Sigues unos principios deleznables y no voy a tolerar que los Levesque se expandan.

Aquel que tenía en frente parecía tener un odio demasiado marcado contra los Levesque. Nada de lo que dijese o pudiese mencionar parecía poder cambiar eso. Además... creo que solo le estaba haciendo enfadar más... Genial Ankou... simplemente genial.

- Pero es que.. tu lo estás diciendo... - Intentaba mantenerme serena pero dentro de la neutralidad que intentaba fuese mi tono, bueno, se notaba en el fondo un pequeño vibrato preocupado, incluso asustado. - Es fácil juzgar sin conocer... Tu no me conoces, no conoces mis razones o lo que hago. Tu.. - Estaba jugando con fuego y lo sabía. - solo me estás atacando por tener sangre Levesque. No eres mejor que nosotros. - Además, tampoco es como que yo fuese a tener hijos.

Alcé mi barbilla con cierto orgullo que aunque algo oculto en mi interior si era verdad que sentía. - A si que, deja de decir tonterías y vete. - Una vez más, intenté sonar más firme y "mala" de lo que realmente me sentía. - No me obligues a hacer lo que no quiero. - No estaba muy segura de si lo creería pero.. por intentarlo.

Las palabras de Ankou no le estaban convenciendo en absoluto. No empatizaba con su situación ni tampoco con las justificaciones que le estaba dando. Cedric percibía fácilmente la mentira, habiendo sido un espía durante mucho tiempo en el aquelarre, y podía distinguir entre una verdad y una historia falsa.

—Me he cansado de tanta cháchara. Tienes suerte de que nos hayamos encontrado en un lugar público, pero la próxima vez no seré tan benévolo.

Tuvo que controlar la risa que le dio al ver cómo la morena intentaba ahuyentarlo con amenazas. No obstante, consciente que no podían llamar más la atención, le dio la espalda y se marchó del parque.

La promesa de que la atacaría la próxima vez pensaba cumplirla.