El olor a sangre se entremezclaba con el de la ceniza. El cielo ya no estaba tan oscuro, y el sol del amanecer comenzaba a alzarse, dando mayor visibilidad a aquel escenario desolador. Los estragos de la batalla eran evidentes, también las pérdidas; los cadáveres y heridos estaban repartidos entre los escombros. Los pocos que aún se mantenían de pie intentaban socorrer a aquellos que podrían sobrevivir, e identificar a los que estaban perdidos para siempre. El Aquelarre de los Ragab nunca se recuperaría de aquel ataque.

Y la familia de Tarik, tampoco.

No la había soltado, sin ser consciente del tiempo que había pasado allí, arrodillado entre el desastre con su esposa entre sus brazos. Sus ojos, aún abiertos y sin vida, miraban al cielo sin mirar. Se movió para cerrar sus párpados y se quedó unos instantes más observando su rostro, cubierto de sangre y suciedad. Habían intentado apartarla de ella, pero no lo habían conseguido, mientras aquella nueva realidad que negaba lo envolvía en un frío abrazo que lo arrastraba a las sombras.

¿Cuál era el siguiente paso? No había siguiente paso.

¿Cómo iba a explicarle a Mak que ella estaba muerta?, ¿acaso existían las palabras correctas para comunicar algo así?

Con el rostro inexpresivo, el brujo se levantó y cargó con el cuerpo de Sophie hasta dejarlo al lado del resto. Le costó alejarse y levantarse, y aún más dejar que pusieran aquella sábana raída sobre ella, como si ya no fuera nadie, como si ya no estuviera. No supo entonces que una parte de él se quedaba allí, junto a su memoria, para siempre.

Debería hacer algo útil, como ayudar al resto, mas era incapaz de hacerlo. Solo quería encontrar a su hijo para asegurarse de que seguía en el lugar donde lo habían dejado. Fue hacia allí a trompicones, cojeando pero sin sentir apenas el dolor de la herida abierta en su rodilla derecha. Era como si todo a su alrededor sucediera a cámara lenta, ajeno a él, y apenas pudiera distinguir qué era real y qué no.

Por suerte, la estructura de su casa familiar apenas había sido alcanzada por la magia que se había desatado de forma violenta hacía apenas unas horas. Una vez dentro, bajó al sótano y eliminó el hechizo de protección que había dejado en aquel armario donde solía guardar los planos que ya no usaba, y donde su hijo había permanecido a salvo.

Sí que pudo sentir el alivio al verlo sano y salvo. Lo ayudó a salir del pequeño armario y lo abrazó, lo abrazó como nunca antes. Sintió que una sola lágrima recorría su mejilla, y alargó el abrazo más de lo necesario; quizá porque lo necesitaba, o quizá porque así no tendría que darle aquella noticia que rompería su pequeño mundo con tan solo diez años. Que los rompería a ambos.

—Estás a salvo, estás a salvo... —repetía de forma obsesiva, una y otra vez. Pensó que podría estar asustándolo, así que terminó separándose de él— ¿Estás bien? Siento haber tardado tanto —a simple vista, sí que parecía estar bien. Él, en cambio, estaba pálido y su expresión había adquirido un nuevo tinte de angustia. La pena lo carcomía por dentro, al igual que la culpa; la que sentía por no haber podido salvarla...

La que sentiría por romper el corazón de su hijo.

Estaba muy asustado. Nunca había visto a mis padres tan nerviosos y preocupados. Aunque intentaban ocultarlo yo ya tenía diez añitos y me daba cuenta de algunas cosas. Además, el ruido y los gritos que provenían de la calle daba que pensar.

Cuando mi mami me dio un beso en la mejilla y otro en la frente no me esperaba que fuese los últimos gestos de cariño que recibiría de ella. Por otra parte, le di un abrazo a mi padre antes de que los dos me dejaran en un armario y lo cerraran después. Papá me dijo que no me moviera bajo ninguna circunstancia de allí y con el paso de las horas, a pesar de que me hacía pis y tenía mucha hambre y sed, le obedecí.

Papá era mi gran figura de adoración. En realidad mamá también lo era, pero por papá sentía una admiración especial. Era mi modelo a seguir, yo quería ser fuerte, justo y poderoso como él cuando creciera.

El paso del tiempo y los ruidos, cada vez más fuerte, que venían de fuera me aterrorizaron. ¿Por qué papá y mamá no volvían? ¿Qué estaba pasando allá fuera? Esperaba… esperaba que estuviesen bien. Deseaba muchísimo salir de allí e ir a buscarlos, pero él me había pedido que me quedase allí, así que eso hice.

Fue un gran alivio cuando, después de que el ruido cesara, el armario se abrió y vi la cara de papá al otro lado. No tardó, no obstante, en asustarme su aspecto. Seguía muy asustado y parecía… parecía que había estado llorando. O al menos así veía a mami cuando ella tenía puesta alguna película que no entendía por qué miraba si la hacía llorar.

—Sí, papi, estoy bien… aunque me duele la barriga —Le expliqué mientras lo abrazaba con fuerza, como si hubiese pasado años sin verlo—. ¿Tú estás bien? ¿Y mami? ¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? Había mucho ruido y no me explicaste por qué antes…

Las palabras se atragantaba en su garganta, era incapaz de pronunciarlas. Deseaba que aquel abrazo fuera eterno y no tuviera que enfrentarse a un momento que marcaría para siempre la vida de su hijo. Solo un niño, apenas diez años y tenía que aprender que el mundo era cruel y te arrebataba aquello que más amabas, sin pedir permiso, sin avisar...

—Llevas mucho aquí encerrado, tienes que comer algo... —sentía una ansiedad en el pecho que apenas le dejaba hablar con claridad. Lo asfixiante de aquel sótano no ayudaba, pero Tarik temía salir y que su hijo viera a su madre entre los cadáveres del resto— Todo irá bien, te lo prometo —era incapaz de mirarlo a los ojos y mantener aquel vil mentira. Porque nada iría bien a partir de entonces.

La pregunta no tardó en llegar, dejándolo sin escapatoria.

—Tu madre... —vaciló, apartando la mirada de la suya. Aún arrodillado ante él, sintió que estaba a punto de derrumbarse. La imagen de su rostro sin vida lo perseguiría siempre, una imagen que no lograría olvidar y que, al menos agradecía que Mak no hubiera visto— Ella está... —podría mentirle en muchas cosas, pero no en eso. Cuando volvió la mirada hacia él, sus orbes estaban iluminadas por un sinfín de lágrimas de dolor, que contenía a duras penas.

—Un ataque, ha sido un ataque... Gente muy mala que quería hacernos daño —y lo habían conseguido. La ira pareció quemar todas esas lágrimas en sus ojos por un breve instante, convirtiéndolas en cenizas amargas—. Se han ido, ahora estás a salvo, pero tu madre... Ella... —agarró a su hijo por los brazos con fuerza— Lo siento mucho, hijo mío. Ha muerto... Ella está... muerta —balbuceó, mientras su corazón parecía congelarse para siempre en aquel momento.

Ni siquiera él, la persona que más quería ahora que ella ya no estaría nunca más, podría conseguir que volviese a latir.

—No, papi, no tengo hambre… solo mucho pis. No he ido al baño desde que me dijiste que me quedara escondido, te obedecí, papi, te obedecí… —dije con la voz impregnada en desesperación. Estaba a punto de encontrar una crisis, como si no tuviera ahora a mi padre junto a mí. Quizá era porque, aunque estaba él, mamá no se encontraba allí.

No contesté cuando me dijo que todo iría bien. Papá no me miró en ese momento y él siempre lo hacía cuando me hablaba… a menos que estuviese trabajando en sus planos.

—¿Papi…? —pronuncié cuando no me respondió en el momento y se trabó hablando. Aquello no sonaba bien, incluso a pesar de tener diez años sabía que eso no significaba nada bueno.

¿Un ataque? ¿Qué gente mala querría hacernos daño? Si nosotros éramos muy buenos, nuestro aquelarre no hacía daño a nadie, vivíamos tranquilos. Hice una mueca de dolor cuando, mientras él hablaba, me agarraba los brazos con una fuerza que me hacía daño. Quise decírselo, pero mi atención se fue a otro tema. A la palabra «muerta» refiriéndose a mi mamá.

—¿Qué? —dije, incrédulo. Por un momento me asusté, pensando en mi mamá muerta, pero luego llegó la fase de negación, en la que no asimilaba aquellas palabras—. No te entiendo, papi. —La verdad es que podría haberlo asimilado de no haber sido una noticia tan espantosa, pues nunca había visto a mi padre así… tan compungido. Es que se le notaba que no se encontraba bien—. ¿Cómo va a ser eso…? Mami está bien, la vi justo cuando te fuiste con ella y me quedé aquí a esperarlos. Venga, vamos a buscarla —dije, intentando iniciar la marcha, aunque sería imposible si él no dejaba de sujetarme los brazos tan fuerte.

#RagabFamily

—Puedes ir ahora... Vamos, salgamos de aquí —lo miró con aprensión. Daba gracias a los dioses porque lo hubiera obedecido. Tenía diez años, pero imaginaba que no habría sido fácil quedarse allí abajo mientras todo parecía derrumbarse sobre aquel sótano—. Y has hecho lo correcto, Mak... Has hecho lo correcto —lo que habría querido su madre: que estuviera sano y salvo.

No podía seguir posponiendo aquel momento. Por eso, aunque apenas fue capaz de encontrar las palabras para hacerlo, terminó contándole la verdad.

Su madre ya no estaba, y no volvería nunca.

—Hijo, sé que es demasiado doloroso para comprenderlo... Eres demasiado pequeño para procesar algo así —terminó soltándolo, quedándose paralizado mientras él parecía de verdad dispuesto a encontrarla, viva. Obviamente, lo último que quería era que viera su cadáver, irreconocible; no era la última imagen que tendría de ella.

Al darse cuenta de esto, se apresuró a seguirlo, subiendo las escaleras e intentando pararlo antes de que abriera la puerta.

—¡Espera! —apareció tras él mientras, ante ellos, se mostraba la imagen de su hogar, medio derruido. Una dolorosa metáfora de su realidad— Mak, tu madre... No la vamos a encontrar con vida. Yo estaba allí cuando... —intentó abrirse paso entre los escombros, manteniéndose al lado de su hijo, hasta que llegaron al exterior.

El escenario no era mucho más alentador. El sol había comenzado a ascender en el cielo, iluminando los restos, toda aquella destrucción provocada por el odio y la rivalidad.

—Puedo llevarte ante ella... Pero no dejaré que la veas —después de todo, no podía negarle el saber dónde estaba su madre, pero no iba a traumatizarlo mostrándole lo que había bajo aquella sábana.

Asentí con la cabeza mientras ya empezaba a soltar algunos quejiditos porque estaba a punto de explotar. Necesitaba hacer pipí cuanto antes o acabaría haciéndomelo encima. Me ayudó oír que papá me decía que había hecho bien, eso siempre me alegraba. Papá y mamá siempre me regañaban cuando hacía algo malo, pero también reconocían cuando me portaba bien. Eso me había convertido en un niño sano y educado que rara vez se metía en líos o los hacía enfadar.

Papá corrió tras de mí cuando me adelanté para salir del sótano, pero me detuve de golpe al ver cómo estaba la casa. Eso era lo que había estado oyendo entonces… Me quedé sin aliento durante unos segundos y, a pesar de que aquello no tenía buena pinta, me enfadé con mi padre. ¿Por qué decía esas cosas? ¿Por qué decía que mamá estaba muerta? ¡Mamá no estaba muerta! Luego se me pasó el enfado al pensar que quizá no estaba mintiendo, sino confundido. Sí, era eso: había creído ver que le pasaba algo a ella, pero era otra persona.

Era un crío, no me importaba pensar que una mujer hubiese muerto con tal de que no fuera mi madre.

Ver el exterior fue desolador. Sentí miedo, porque había varios bultos tapados con cualquier tela y yo había visto lo suficiente la televisión y era lo bastante mayor como para saber que eran personas que estaban muertas. Mis esfínteres se aflojaron y no me pude aguantar más: me hice pis encima. No me importó, ni siquiera me di cuenta en ese momento.

—No entiendo qué ha pasado… —dije con la voz temblorosa pese a que mi padre ya me lo había dicho. Estaba muy asustado y preocupado, así que eché a correr, desesperado—. ¡Mamá! —grité. Necesitaba oír su voz, lo necesitaba más que nunca. Jamás había deseado que mi padre estuviese equivocado, porque era mi modelo a seguir y confiaba plenamente en él como hombre fuerte e inteligente, pero en ese momento necesitaba que estuviera errado—. ¡Mamiiii, ¿dónde estás?!

#RagabFamily

Tarik no era consciente de cómo se rompería su familia a partir de entonces; la muerte de Sophie sería como una grieta en un cristal, haciéndose cada vez más profunda hasta quebrarlo todo en añicos irreparables.
Makalani tampoco era consciente. Tan solo era un niño que esperaba de verdad que su madre no estuviera muerta, que apareciera en cualquier momento y le dijera que todo estaba bien. Pero, a medida que caminaba en medio de ese paisaje de desolación, toda esperanza e inocencia iban esfumándose. Su padre apenas era un mero testigo... No podría protegerlo de eso, por mucho que quisiera.

Lo observaba todo como si fuera ajeno a su propia realidad. Las caras que reflejaban dolor, miedo, pérdida... Todas ellas entremezclándose entre sí. Muchos habían perdido a alguien esa noche: un hermano, un padre, un hijo, una madre... El aquelarre jamás lograría reponerse de ese ataque, sobre todo porque Tarik centraría sus esfuerzos en destruir al causante, y no en ayudar a su familia a reconstruir lo que habían destruido.

—¿Mak...? —escuchó cómo llamaba a su madre, y vio cómo echaba a correr, alejándose de él. Todos se apartaban y miraban sin mucho afán de detenerlo, así que Tarik lo siguió, con una terrible idea en su mente: no podía llegar hasta Sophie, no podía verla, porque eso lo destrozaría— ¡No! ¡Para! —vio de reojo el lugar en el que yacía la misma, con una sábana sucia cubriéndola, aunque su brazo izquierdo estaba a la vista y podía verse una pulsera reconocible.

En pánico, el egipcio detuvo a su hijo agarrándolo de un brazo y forzándolo a girarse, esperando que no se hubiera percatado de ese detalle. De todas formas, aunque lo hubiera hecho, no dejaría que viera más que eso.

—Nos vamos de aquí, tienes que cambiarte. No hay nada que podamos hacer ahora, ¿me oyes, Mak? ¡Está muerta! Está... ella está... —a medida que hablaba, iba perdiendo la fuerza. Era como si, de pronto, sintiera un cansancio que pesaba como una losa— Nos ha dejado, y no voy a permitir que la veas así —dijo finalmente, con un hilo de voz. A riesgo de que Mak intentara alejarse nuevamente, lo arrastró consigo sin soltarlo del brazo.

No podía ser. Simplemente no podía creérmelo.

Todo cuanto veía eran rostros magullados, sucios, llenos de lágrimas… algunos me miraban, pero enseguida apartaban la vista, como si les causase rechazo mantener contacto visual conmigo. Por supuesto, en ese momento no razoné nada de eso. Ocurrió después, cuando las pesadillas me acosaron durante años.

—¡Mami! —chillé. Era tanto mi afán, mi necesidad, de encontrarla que incluso me pareció oír su voz. Sonreí, esperanzado, y corrí en dirección a su voz. No obstante, seguí sin verla… hasta que mi mirada, por algún motivo, se dirigió a algo que había en el suelo. Era una mano… Había alguien bajo la sábana y la pulsera que se veía en su mano era la de mi mamá—. ¿Mami…? —susurré, confundido, pero antes de que pudiera acercarme a ella, papá me sujetó del brazo y me obligó a girarme hacia él. Quería preguntarle por qué mamá estaba acostada y debajo de una sábana, pero él empezó a hablar y dijo que estaba muerta.

No… no… no podía ser. Era imposible. Mi mamá no podía estar muerta.

—¡No! —grité, intentando soltarme, una tarea imposible para un niño pequeño—. ¡Papá, por favor, quiero abrazarla y decirle que estoy bien! ¡Seguro que solo está dormida! ¡Por favor, papi, déjame abrazarla! —grité, en vano, mientras sollozaba de pura desesperación. Quería ver de nuevo a mi madre, quería abrazarla, besarla y dejar que me besara toda la cara como hacía veces, algo de lo que yo, como niño mayor, ya había empezado a quejarme.

Cómo deseé que pudiera volver a hacerlo. Nunca deseé tanto algo… hasta que mi padre me dejó de lado por su maldita venganza. Entonces deseé que me diese un abrazo y me dijera que estaríamos siempre juntos. No… ese día perdí a mi madre a manos del líder del aquelarre atacante, pero… también perdí a mi padre, que se dejó arrastrar por el dolor y se sumió en una venganza que destruiría todo el aquelarre enemigo, pero también lo que quedaba de nuestra pequeña familia.

#RagabFamily

Los gritos de su hijo le rompían el corazón. No podía consolarlo, no podía ofrecerla respuesta que quería. Ella los había dejado, sin medias tintas, sin posibilidad de volver atrás para evitarlo.

—No, no está dormida —negó con sumo cansancio—. Le han hecho daño, Mak, gente muy mala... Un daño irreparable —era imposible asumir el significado de sus propias palabras, no era tan fuerte como para hacerlo y brindarle a su hijo el apoyo que necesitaría a partir de ahora. Nunca podría cumplir el papel de Sophie, ni llenar su ausencia, ni olvidar ese sentimiento negativo que comenzaba a nacer fruto del dolor.

Venganza, una venganza que lo consumiría todo.

—...no, no. No voy a permitirlo —repetía una y otra vez, en voz baja, mientras agarraba con fuerza a su hijo y caminaba con él, alejándose todo lo posible de aquel lugar. Al mismo tiempo, intentaba ordenar en su cabeza los pasos que debería seguir ahora: ayudar a los heridos, organizar un entierro, llamar a la familia de Sophie, consolar a su hijo, llorar a su mujer... Pero solo quería hacer una cosa, algo que, con el paso del tiempo, nublaría su juicio sin remedio. Iba a matarlos a todos.


Era el tres de febrero de 1997, una fecha manchada por la sangre y la pérdida. Su hijo y él habían cenado en un silencio sepulcral, ni siquiera lo había escuchado cuando le dio las buenas noches, antes de subir a su habitación. Se había quedado allí sentado, llenándose la copa de vino una y otra vez hasta que vació lo que quedaba en la botella.

Después, sin saber muy bien cómo, había acabado en su despacho con un libro abierto sobre su escritorio. De joven descubrió que le apasionaba coleccionar libros sobre magia y hechizos en diferentes culturas y momentos históricos... Uno de ellos, demasiado peligroso, había quedado relegado en el fondo de una estantería. Escondía un pergamino arrugado que hablaba sobre un ritual prohibido que otorgaba un poder único a un brujo, aunque el precio por este era atroz y no todos lo lograban.

Con un poder así, ¿qué no podría lograr?

Podría aplastar a los Ahmed, y a su líder como si tan solo fuera un insecto. Les pagaría con la misma moneda, pero multiplicado por cien. No quedaría ni uno en pie para contar la historia.

Furioso consigo mismo, Tarik cerró aquel libro de golpe y pensó en tirarlo pero, en lugar de eso, volvió a dejarlo en el mismo lugar. No podía tomar aquel camino, era demasiado arriesgado y podría perderlo todo, incluso a Mak. Él lo necesitaba más que nunca y, con cada día que pasaba, sentía que estaba más lejos de él. Era como si su espíritu hubiera desaparecido de su cuerpo y solo quedara una cáscara vacía y gris. Quizá nunca volviera a ser el que era, pero al menos debía intentarlo.

Intentando olvidar lo que acaba de ocurrir, el brujo abandonó su despachó, apagó la luz y cerró la puerta tras de sí. Sin embargo, aquella idea ya había nacido en su cabeza y, como una mala hierba, sería incapaz de arrancarla de ella.