La luz artificial de las farolas conseguía hacer destellos en los mechones rubios de una mujer que se destacaba en un puesto de comida cercano a él. A pesar del hedor de aceite frito y especias, Demian se sintió atraído por la majestuosidad de la mujer.

—Qué raro—su voz suave contrastaba con el ruido de la festividad:—Aquí estamos, al borde de los combates, y me encuentro más cautivado por la belleza en este puesto de comida que por la violencia en la arena— su acento británico, usualmente tan formal y distante, se suavizó en un tono más íntimo y sugestivo.

Extendió la mano para tomar una brocheta de pollo del puesto, su mirada nunca dejó a la rubia:—Espero que esta comida sea tan deliciosa como la compañía— comentó, llevándose la el trozo a los labios.

No le importaba la comida, por supuesto. Era sólo un pretexto para interactuar con la mujer:—Si tan sólo pudiera tener la suerte de compartir un bocado contigo— prosiguió, su sonrisa pícara sin abandonar su rostro.

Lo que realmente deseaba Demian era probar un bocado de ella

Sabía que estaba jugando con fuego, ya que no sabía qué tipo de ser podía ser el que tenía enfrente. Sin embargo, el cazador siempre había resultado ser alguien temerario y, cuando se trataba de cazar, poco le importaba el tipo de sobrenatural que tuviese enfrente mientras pudiese satisfacerse de éste.

Durante aquellos últimos meses había recibido muchas inscripciones en el dojo que buscaban unas clases "rápidas" para poder participar en un combate que se iba a llevar acabo aquel día. Rápidamente eso despertó mi interés. No para participar, no quería humillar a los demás participantes, pero si para pasar a ver que habilidades de combate eran con las que contaban aquellos que iban a tomar parte de aquella velada.

Antes de dirigirme al lugar me detuve a ver los puestos de comida. Lugar donde apenas llevaba unos minutos cuando una presencia vino acompañada de una voz que pude reconocer con un tono que se me hizo.. conocido. - No puedes culparte de tener buen gusto. ¿No? - Aún no le miraba, mi vista puesta en el puesto dejaba buscar la intriga del contrario.

Una de mis manos subió con tranquilidad al pelo para echarlo por completo hacia atrás antes de ladear mi mirada hacia aquel hombre. Parecía que había encontrado algo con lo que entretenerme antes de pasar al plato fuerte, los combates.

- ¿Que ganaría yo si te ofreciese esa compañía que buscas? - Esta vez una de mis manos bajó hasta apoyarse en aquel puesto. - Quizás podría darte algo de mi tiempo antes del primer combate. Aunque te aseguro que esa comida nunca será tan deliciosa como mi compañía. Ni siquiera.. un poquito. - Un guiño pícaro de ojos y una sonrisa con cierto descaro que iban dedicadas por completo a aquel que creía poder jugar conmigo. Yo había creado aquel juego.

La audacia de la mujer tomó a Demian por sorpresa, aunque por supuesto, no dejó que su rostro lo mostrara. En su lugar, arqueó una ceja, una sonrisa juguetona tiritando en las comisuras de sus labios. Las palabras de la rubia resonaron con desafío y seducción, dos ingredientes que siempre despertaban el interés del cazador.

—Veo que eres directa— murmuró con aprecio:—Me encantan las personas que exuden tal confianza— Se inclinó un poco hacia ella, su presencia imponente en contraposición a su acento suave:—El juego que has creado parece apasionante, y debo admitir que estás a punto de hacerme perder el interés por los combates. Bueno... casi—al fin y al cabo, Demian era una persona que también le gustaba disfrutar de su lado más bélico, guerrero o, dicho de otro modo, más sádico.

Precisamente este último elemento era una de las características que había atrapado la atención de su jefa: la Condesa Sangrienta.

Tomando un breve momento para apreciar su porte y belleza, continuó:—¿Qué ganarías con ofrecerme tu compañía? Quizá el placer de conocer a alguien que puede, en efecto, ser tan deslumbrante como tú—le sonrió con absoluta soberbia:—O quizá simplemente la satisfacción de verme intentar superar tu ingenio—abrió ambos brazos para subrayar la teatralidad del momento.

—Al final del día, señorita, la elección es tuya. Pero te aseguro, perderás una experiencia única si decides apartarte de este juego que ambos estamos jugando. Porque te aseguro que conozco muy bien las reglas.

Al fin y al cabo él era la lujuria personificada.

Aún en la posición que me encontraba sonreí a sus palabras y dejé una pequeña mueca en mis labios, una que fue tornándose de un claro fingido despiste y desinterés. - No veo mucho interés en querer darle vueltas a algo que es obvio... - Tan obvio como divertido me resultaba. Aquellos que querían jugar eran recibidos con los brazos abiertos. Una pena... que al final terminase siendo yo quien jugaba con ellos.

Pero él me hizo reír. Fue una risa tranquila, bastante por lo bajo que buscaba, obviamente, provocar. - Siento decirte que dudo que puedas ser tan deslumbrante como yo, ni que puedas superar mi ingenio aunque... - Me incliné ligeramente hacia él. Clavando mi mirada en la contraria con total descaro y firmeza. - pero admito... que me encantaría ver como lo intentas. ¿Crees que podrías sorprenderme? - Por supuesto que no, pero la diversión si que estaría presente.

Me incliné un poco más hacia él, quitando la distancia que nos separaba. - ¿Me ves con ganas de apartarme? ¿Por que habría entonces tirado de tu anzuelo con tanta fuerza? - Alcé ambas cejas y le guiñé un ojo antes de volver a enderezarme. - Pocos pueden igualarme en este juego, aunque te ves muy confiado y eso.. me gusta.

Manteniendo esa mirada intensa con Melea, los labios de Demian se curvaron en una sonrisa juguetona. —Oh, confianza es algo que no me falta, querida. Pero, te advierto, puede que te lleves una sorpresa. La noche es joven y aún queda mucho por descubrir— murmuró él, haciendo énfasis en la última palabra.

Cuando ella se inclinó hacia él, Demian se sintió como un cazador atrapado por su presa. La cercanía de Melea y su aroma eran embriagadores para él. —Es interesante cómo cambian las tornas. Puede que haya picado el anzuelo, pero eso no significa que el juego haya terminado— respondió, dando un trago a su bebida mientras sus ojos la escaneaban de arriba a abajo.

Se acercó al oído de Melea y susurró: —El hecho de que no me quiera apartar, ¿no te dice ya algo? Estoy dispuesto a seguir jugando si tú lo estás. Aunque, por el momento, disfrutemos de la comida y ya después veremos-tras esto, ambos se perdieron entre risas y pequeños caprichos culinarios, sin perder ni un momento esa pizca de la pasión que los había unido.