No se acostumbraba al blanco, pero no quería desentonar y la etiqueta establecía límites claros de vestimenta.

Esperaba que la velada del año fuera una exquisitez como las expectativas que se había creado del evento. Siendo una guerrera letal Aya disfrutaba de cualquier estilo de combate, cualquier disciplina llamaba su atención y tenía su respeto. Mucho más si los participantes eran sobrenaturales, alli si que realmente valía la pena ser espectadora. Los humanos eran realmente muy frágiles.

No participaría porque no necesitaba hacerlo, pero ella estaría atenta a los combates, su interés no era ningún tipo de apuesta, era sentarse y disfrutar del arte de la contemplación mientras que otros se batían magistralmente a golpes, arañazos y mordidas, ojalá ningún guerrero decepcionara y todos lucieran una técnica apropiada que la hiciera sentir como un espectáculo digno de contar con su presencia.

Aunque sí no lo era había encontrado un espacio que le había robado por completo la atención. Una exposición de arte al aire libre del Ogden Museum of Southern Art. A veces olvidaba que no todo se trataba de los Strix con sus planes de poder y dominación, en el fondo se sintió aliviada de tener un día libre, para ella.

A lo lejos se escuchaban los acordes melancólicos de un violín y violonchelos. ¿Podía haber algo más hermoso? Faltaba buena compañía o compañía. Entre las obras vio un rostro muy conocido que iba perfecto con la música y la nostalgia. Se acercó con lentitud y se colocó a su lado.
— ¿Has visto algo que te guste? — le preguntó con voz suave.

—Muchas cosas, querida —Deucalion vislumbró a Aya por el rabillo del ojo y, atreviéndose, cogió su mano para dejar un pequeño beso en su dorso. Demasiado tiempo conociéndola, obviamente que tenían la suficiente confianza como para que alguien con el rango de Deucalion tuviera la capacidad de hacer eso sin morir en el intento—. ¿Y a ti? —preguntó de vuelta con una suave sonrisa.

Se fijó en su atuendo y asintió con la cabeza, como si diera su visto bueno. Irónico, teniendo en cuenta que Aya no necesitaba de esas cosas.

—Estás preciosa, angelical diría yo —pero el bueno de Deucalion siempre quería halagar a los demás, e incluso agradarles. Por alguna extraña razón creía que, a fin de cuentas, era su deber. Puede que porque fuera el mayor de los hermanos.

Eso influenciaba demasiado a Deucalion, desde luego.

El suave tacto de Deucalion en su mano la hizo sonreír con complacencia. Era uno de los únicos seres que podía tocarla sin hacerla sentir amenazada o invadida, uno de los pocos que tenía el derecho sin el riesgo de llegar a perder una mano como mínimo. Aya lo consideraba un hijo al igual que a sus otros dos hermanos, aunque sin duda con Ariadna sentía un lazo mucho más inquebrantable.

— Acabo de llegar, pero no dudo que algo termine pronto por convencerme. Estoy por creer que el gusto por el arte es una debilidad y virtud obligada para ser un Strix. — aseguró soberbia y jocosamente mientras analizaba de arriba a abajo la pieza que tenían en frente, era interesante y bastante evocadora. Una forma abstracta que simulaba el bosque de madrugada en la tundras islandesas, rusas... De Alaska quizás. Aya sintió frío, o simuló que lo sentía con la idea que recordaba de esa sensación en la mente y la piel.

— Angelical... — repitió saboreando el significado de esa palabra y amplió una sonrisa ante lo prohibido que era para ellos y ante los colores azules de la pintura. — Nunca pensé que fuera un adjetivo que me pudiera definir. Pero me gusta, es engañosamente ambiguo. Así como el blanco de esta ropa y toda esta noche. — lo observó de reojo, cómplice. — Tú te ves como un dios griego, como siempre. — era verdad, Deucalion siempre había sido un hombre muy atractivo. Aya estaba fascinada con la belleza y elegancia de los Atreides.

— ¿Crees que como ángel y un dios tendremos más suerte y juego al cazar? — la pregunta buscaba ponerlos en un divertido escenario en el que vestidos de blanco buscarán ingenuas víctimas, tal como lo habían hecho en el pasado.
— Quisiera hacerte un regalo. Piensa bien cuál deseas. — giró viéndolo enigmática para de paso seguir a la siguiente obra.

—Te diría que, como griego, es un requisito indispensable que algo así nos guste. Crecimos con el arte en todas su formas muy presente en nuestra vida diaria, en nuestros templos y costumbres. Tuve la ventaja de nacer con eso para luego convertirme en Strix —bromeó con una sonrisa danzándole en los labios. La visita de Aya al White Linen Night era todo un gozo del que Deucalion Atreides pudiera disfrutar.

Y lo agradecía. Necesitaba de los suyos, necesitaba codearse con gente como él. Culta, agradable y mortal.

—Sí, el blanco no es... Creo que no me pega, siempre preferiré el color negro —admitió con una sonrisa ladina. En pocas palabras, con lo que el blanco normalmente significaba, Deucalion no se sentía merecedor de llevarlo. El blanco transmitía pureza e inocencia y el griego carecía de ambas cosas—. Gracias, mi querida Aya —sonrió.

Sus cejas se alzaron al escucharla y Deucalion suspiró. ¿Qué podía decir? Cada vez que le daban un obsequio se ponía nervioso porque no sabía cómo aceptarlos y normalmente era él quien los hacía, no al revés.

—¿Qué tal eso? —señaló una pintura que parecía de una época clásica, evocando recuerdos del renacimiento—. Me parece fascinante. Lo aceptaré únicamente si dejas que te haga un regalo a cambio.