¿Que si se alegraba de ver a su sobrina después de tantos meses? Por supuesto que sí. Pero no podía más que estar preocupado... Ese enigmático mensaje, que viajase desde tan lejos para reunirse con él... Había algo que olía mal en todo aquel asunto. No, que apestaba.

Igual que aquel destartalado bar de carretera, sito cerca de un pequeño pueblo de Nueva México llamado La Ciénaga. No es que Wyatt eligiese los mejores lugares para una reunión familiar, ni los más elegantes. Lo único que le gustaba de aquel sitio eran los huevos con beicon que preparaba la dueña del lugar, una sesentona que pretendía ocultar su edad bajo una gran capa de maquillaje, y el hecho de que no le importase servirle alcohol sin importar la hora que fuese.

Por eso estaba degustando un café recién hecho, con unas gotas de whisky, justo cuando Gwen entró por la puerta de aquel local. Al principio no pareció encontrar con el primer vista, así que el cazador le silbó mientras se levantaba.  

—¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este? —bromeó, dándole un gran abrazo en cuanto se acercó a él. El sexto sentido de Wyatt estaba algo atrofiado, sin embargo la conocía lo suficiente como para saber que había problemas bajo aquella sonrisa que vio en cuanto se separaron— ¿Y esa cara que me traes? ¿Tienes hambre? ¿Sed? La cerveza de este lugar es bastante aceptable —sugirió mientras volvía a tomar asiento, dejando ambas manos sobre la mesa, un tanto grasienta al igual que la mayor parte de aquel lugar.

—¿...o es solo que me echabas de menos? —se imaginaba que sí, al igual que él la había echado de menos tanto a ella como a su hermana Gin, sin embargo esperaba que le contara lo que sucedía. Después, podrían celebrar con unas cuantas bebidas su reencuentro, como era su tradición.

Llevaba días conduciendo sin descanso. No había parado en ningún lugar salvo para pasar la noche. En cuanto llegaba el alba, seguía conduciendo.

Su mente era un caos, desde que había visto el positivo en el test. El miedo a que algo malo volviera a suceder la aterrorizaba. Y es que, en el mundo en el que Gwen vivía, se trataba de una posibilidad muy alta. Especialmente, si llevas el apellido Ashkore.

Y por eso necesitaba verlo a él.
A su tío.

Era lo más parecido a una figura paterna que tenía, incluso si este nunca había ejercido el papel de padre. Él fue quien estuvo para ella en uno de los peores momentos de su vida. Sabía que podía contar con él para cualquier cosa...

O para casi cualquier cosa.

Y es que, temía cual sería la reacción de este cuando se enterara de la noticia.

Porque la persona a quien más temía decepcionar nunca había sido John, sino Wyatt.

Aquel bar

— Buscar a mi tío favorito. He escuchado que este lugar empieza a tener problemas de abastecimiento — trató de bromear para fingir que en realidad, no estaba aterrorizada. No dudó en abrazarle con fuerza, impregnándose de aquel aroma a whisky que este desprendía —. Pues claro que te echaba de menos — esbozó una pequeña sonrisa. No era mentira, por mucho que su familia no fuera la más unida, siempre había tenido un fuerte vínculo con Wyatt. Fue quien le regaló su primera ballesta y le enseñó a dispararla. Para ella, era un héroe —. En realidad, con un vaso de agua me basta — era consciente de que aquella sería la primera señal rara que notara su tío. ¿Gwen diciéndole que no a cualquier tipo de cerveza por muy mala que fuera? —. No me encuentro bien. Ando con el estómago revuelto — añadió apresuradamente en un intento de excusa pobre. Era obvio que no iba a poder ocultarlo durante mucho tiempo. Pero necesitaba encontrar el momento.

—¿Ah, si? Ya sabes que, si eso sucede, es momento de buscarse otro antro —le siguió la broma, pues ya se había ganado la fama de "borracho" hacía demasiado tiempo, tanto como el que le había llevado decidir que era algo que no le importaba y que, si no moría a manos de un vampiro, seguramente lo haría por un fallo hepático—. Tanto como para hacer un largo viaje hasta aquí. ¿Mystic Falls se te ha quedado pequeño? —preguntó de forma casual, descubriendo con cada nuevo gesto de su sobrina que algo no debía marchar del todo bien.  

—¿Agua? —saltó, como si hubiera hecho algo terrible. Aquello fue sin duda la gota que colmó el vaso, y nunca mejor dicho— A ti te pasa algo —apoyó la espalda contra el respaldo de su asiento, cruzando los brazos sobre su pecho y evaluándola con mayor detenimiento—. Nunca te has negado a una cerveza, ni cuando estabas con la peor de las resacas —agregó, intentando hacer memoria por si se equivocaba... Pero no, parecía que no.

—En fin, un vaso de agua para mi sobrina, ¡y patatas fritas con bacon! —le pidió a la señora tras la barra, alzando la voz y volviéndose hacia la Ashkore— Porque comerás algo, ¿no? Tienes cara de estar pasando hambre, ¿ese chucho no te alimenta bien? —en realidad, solo la estaba picando un poco, como solía hacer cada vez que recordaba que su querida sobrina estaba casada con un licántropo, y no cualquier licántropo... Uno con el apellido Lanvik.

Pero, al reparar en él, se le vino a la cabeza una teoría que explicaba los bajos ánimos de la contraria, así como que hubiera abandonado el pueblo en el que residía con Aron.

—¿No te habrá hecho algo, no? —su expresión se ensombreció. Porque, entonces, sí que lo mataría.

— Mystic Falls siempre fue pequeño — pero suficiente para ella. En realidad, mientras tuviera a Aron, no necesitaba nada más. Un pensamiento que se había afianzado tras el último año sin él, donde se había sentido perdida y vacía la mayor parte del tiempo —. En realidad, hacía mucho que no hacía un viaje por carretera. Además, tenía ganas de verte — algo que no era mentira y que no levantaría sospecha.

Al menos no como el hecho de que pidiera un vaso de agua antes que una cerveza.

— He decidido dejar el alcohol por un tiempo —  si ya de por si había levantado las sospechas de su tío, ahora no podía ser más evidente que algo le sucedía. Aun así, hizo como si nada sucediera —. Pues… — su estómago rugió ante la mención de las patatas. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido? Ni siquiera lo recordaba. Los últimos días habían sido una locura —. ¡No lo llames así! — lo regañó, como cada vez que lo escuchaba referirse a él de esa forma —. Te recuerdo que ahora sois… familia. De manera oficial — añadió consciente de lo raro que era imaginarse  que Aron Lanvik se hubiera convertido en el sobrino político de Wyatt Ashkore. Y la poca gracia que debía hacerle a su tío —. ¿Podemos ponerle mucho queso a las patatas? — añadió, sintiendo que se iba poniendo más nerviosa.

Tomó el vaso de agua para darle un trago, pero a punto estuvo de escupirlo al volver a escuchar a su tío.

— ¡Claro que no! — negó de inmediato. Dios, menudo desastre... —. Aron no me ha hecho nada. Todo está bien con él. Soy yo la que necesitaba un tiempo... Para pensar — y para asimilarlo —. Por cierto, ¿Te dije que he reformado tu caravana? Cuando la veas no la vas a reconocer — y ahí estaba, cambiando de tema una vez más. Había decidido que prefería que su tío bebiera un par de cervezas más antes de contarle lo que sucedía en realidad.

—Demasiado pequeño para tanto vampiro —comentó con amargura. Esa plaga se había ido de las manos, y a esas alturas Wyatt dudaba que hubiera alguna forma de solucionarlo—. De vez en cuando sienta bien volver a las raíces, ¿no? Y, por supuesto, ver a tu tío viejo y cascarrabias, pero favorito —creía, incluso, que más favorito que su padre, aunque Wyatt era demasiado mayor como para volver a ser tan competitivo con su hermano John en todos y cada uno de los aspectos de su vida.

—¿Dejar el alcohol? Qué aburrimiento de existencia —soltó con sinceridad, cada vez sospechando más que había algo que no estaba bien en su sobrina. Seguro que tenía que ver con aquel licántropo con el que se había casado... Puede que la hubiera apoyado en su momento, pero sabía que tarde o temprano todo se iría al traste. ¿Una Ashkore y un Lanvik? Era como juntar agua y aceite.

— ¿Y cómo quieres que lo llame? —le quitó importancia. Chucho no era tan despectivo, se le ocurrían mil formas peores de referirse a su marido— Por favor, no me lo recuerdes. Es demasiado pronto —negó con la cabeza, como si siguiera sin aceptarlo, aunque en realidad lo había hecho en el momento en el que supo que, por mucho que Aron no le gustara, la hacía feliz.

No dudaría en arrancarle la cabeza si eso cambiaba.

—¿Para pensar el qué? —no lo entendía— Se supone que el primer año de casados es el mejor, tampoco es que lo sepa... —puntualizó, pues su experiencia en la materia podría considerarse nula— Pero se supone que ahora debería ser vuestra época más feliz. ¿Tienes dudas? —inquirió, sin poder ocultar esa pizca de esperanza en su voz. Quizá aún podría arrejuntarse con un hombre digno de una Ashkore.

—¿Que has reformado...? ¿Qué? —se olvidó por un tiempo de aquel tema, cayendo en la trampa ajena, cuando su caravana salió a colación— Te dije que era tuya, pero se supone que debías mantener su esencia. ¿Sabes cuántos años tiene esa caravana? Espera, un momento —dio un suave golpe con una mano a la mesa, antes de señalarla de forma acusadora—. Estás usando una de mis debilidades para cambiar de tema —la pilló, un poco tarde— ¿Se puede saber qué ocurre? —lo cierto es que empezaba a preocuparse.

Estaba de acuerdo con su tío. Mystic Falls era un pueblo demasiado pequeño para la cantidad sobrenatural que habitaba en este. Lo cuál lo convertía en un peligro, especialmente, ahora que la cazadora se encontraba en su momento más vulnerable.

— Siempre has sido mi favorito. Pero eso ya lo sabes — esbozó una pequeña sonrisa que no tardó en desaparecer al recordar que aquella visita tenía un objetivo al de simplemente sentarse a beber con su tío sobre la barra del bar. Además, ella ni siquiera bebía ya, para disgusto del Ashkore.

— Podrías empezar a llamarlo por su nombre; Se llama Aron — le recordó, dudando que tuviera un episodio de memoria selectiva — No, no es eso. Jamás dudaría de lo mucho que lo amo — por mucho que decepcionase a su tío, aquella era una realidad que no podía ni tampoco estaba dispuesta a ocultar. Porque Aron Lanvik era su todo —. Es solo que algunas cosas no son sencillas y... — como por ejemplo, aquella conversación que estaban teniendo. De la cual se veía en la necesidad de esquivar un poco más.

La distracción de la caravana no había sido efectiva y si eso fallaba, no había mucho más que pudiese hacer. Era evidente que su tío sospechaba que algo estaba sucediendo. Y en realidad, no podía seguir esquivando más el tema.

— Es que... — tomó el vaso de agua que había sobre la barra y le dio un trago, dándose cuenta que por más que bebía, su garganta seguía tan seca como a su llegada —. No podía quedarme en Mystic Falls. Ya sabes todo lo que ahí allí y... — dejó el vaso de cristal vacío sobre la mesa, antes de posar la mano sobre su vientre —. Necesitaba ponerle a salvo del peligro para poder pensar con claridad — susurró, agachando la mirada, incapaz de enfrentar la de su tío.

El cazador no lograba comprender qué pasaba por la mente y por la vida de su sobrina. Lo más fácil era echarle las culpas a su marido, como si después de todo no fuera tan adecuado para ella como parecía, sin embargo Gwen parecía decidida a defenderlo una vez más.

—En eso tienes razón: las cosas nunca son sencillas —admitió con cierta melancolía. Empezaba a creer por dónde iban los tiros... Quizá su sobrina estaba repitiendo su misma historia, huyendo de lo que prometía ser una vida junto al ser amado, tranquila y lejos de la caza—. ¿Crees que es hora de dejarlo atrás y volver a la vida solitaria de un cazador? Mira, cielo, eso es algo que debes pensar muy bien... Si eres feliz con él, no lo tires por el retrete —le aconsejó, orgulloso de sí mismo por estar dándole el consejo que a él jamás le habían dado. Aunque, en su caso particular, estaba seguro de que no hubiera servido de nada.

Pero no, no se trataba de eso. Al ver que por fin estaba dispuesta a sincerarse, la observó en silencio. Ante aquel gesto, al que en principio no le dio importancia, se quedó pensativo y empezó a atar cabos. No tardó en empalidecer, quedándose quieto y con la boca semi-abierta mientras la camarera dejaba las patatas en la mesa, entre los dos.

—¿Estás... estás segura? —cabía la posibilidad de que fuera un error, ¿no? Pero ella no estaría allí, contándole aquello, si no estuviera segura al cien por cien. Era verdad.

El Ashkore apoyó ambas manos en la mesa y se levantó, le dio la espalda a Gwen y se pasó una mano por la frente y por el cabello mientras procesaba la noticia, aunque necesitaría todas las reservas de alcohol de aquel antro para hacerlo.

—Ese Aron... Me lo voy a cargar... —por fin lo llamó por su nombre, aunque era difícil determinar si era para bien o para mal. Traer a un niño a aquel mundo era peligroso, algo que Gwen ya sabía de sobra. Ni loco iba a darle la espalda— Anda, ven aquí —se giró hacia ella y le hizo un gesto, por si necesitaba un abrazo. Imaginaba que no había sido fácil para ella cargar con algo así—. Él no lo sabe, ¿verdad? —solo eso podía explicar que hubiera huido sola.

Su boca se entreabrió por la sorpresa cuando escuchó aquel consejo por parte de su tío. Un consejo que le habría venido muy bien escuchar hacía un año, cuando su relación con su marido atravesaba aquella etapa en la que no quería ni pensar.

Claro que ella no quería dejar a Aron atrás. ¿Qué había pensado en más de una ocasión que la vida del licántropo hubiera sido mucho más tranquila sin ella? Por supuesto. ¿Qué creía no merecérselo? También. ¿Qué era incapaz de renunciar a él y que incluso tras su muerte hizo lo imposible para volver a sus brazos? Sin duda.

Pero no, ese no era el problema. No eran sus dudas la razón de su huida, sino el miedo. Y había llegado el momento de compartirlo con Wyatt.

"¿Estás... estás segura?"

Asintió con la cabeza, sin alzar la mirada, ni tampoco dirigirla hacia el plato que la camarera acababa de poner sobre la mesa. A decir verdad, su apetito se había esfumado. No estaba muy segura de lo que estaría pasando por la cabeza del Ashkore en ese instante, pero nada bueno. Apretó los labios cuando este se levantó de la silla. ¿Iba a irse? ¿Iba a dejarla allí? ¿Tanto lo había decepcionado al contárselo?

Menudo momento el que había elegido para llamar a Aron por su nombre. Porque no sabía si era algo bueno, o algo muy malo. Finalmente, se armó de valor y se atrevió a alzar la mirada hacia este, justo a tiempo de ver el gesto que este le hizo.

"Anda, ven aquí"

No lo dudó ni por un instante; se levantó de la silla y se tiró sobre sus brazos, ocultando la cabeza en su pecho, de la misma forma que hacía años atrás, siendo tan solo una niña a la que John quemaba con sus duros entrenamientos y que encontraba refugio en las visitas esporádicas de Wyatt. Su tío favorito.

El que nunca la había decepcionado.

Negó con la cabeza repetidas veces, incapaz de pronunciar palabra. Temía que si lo hacía se derrumbase, pues estaba a punto de echarse a llorar. Y no quería hacerlo delante de su tío. Porque los Ashkore eran duros.

Ellos no lloraban.

— Solo lo sabe Gin. Y ahora tú — tras unos segundos de silencio, consiguió alzar la voz, aunque temblorosa —. Ella fue la primera en darse cuenta de que... Bueno, en fin — aun se le hacía raro mencionarlo en voz alta, como si tuviera miedo de que al hacerlo, sucediese algo malo —. No sé que voy a hacer. No sé cómo decírselo. Tengo miedo de lo que pueda pasar. De que aparezca otro vampiro en mi vida y... — se quedó callada, sintiendo como las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas.

Y ahí estaba... rompiéndose.

Saber aquello sin duda era un shock. Una parte de él quería alegrarse porque algo así siempre debería ser una buena noticia, sobre todo después de aquella desgracia que había sufrido previamente su sobrina. Sin embargo, era inevitable que Wyatt sintiera preocupación, por el peligro al que se exponía ahora Gwen y por aquel al que se expondría su hijo, naciendo en un mundo tan peligroso como el suyo, y justo en medio del conflicto de dos familias.

Pensaba en todo eso mientras la abraza con fuerza, como si todo fuera a estar bien y él pudiera protegerla de todo mal. Ojalá pudiera hacerlo... pero para eso no estaba solo, y por eso era importante que Aron supiera lo que sucedía. No fue muy difícil adivinar porqué Gwen había huido de Mystic Falls.

—No puedes ocultarle algo así, nena... Mira, no me cae bien —suspiró. ¿Acaso no era evidente?— En parte por el apellido que lleva, pero es tu marido y va a ser el padre de la criatura que llevas dentro ahora. Tiene que saberlo —en su caso, habría deseado que Rose le confesara que estaba embarazada antes de que fuera demasiado tarde y él no pudiera hacer nada para evitar lo que sucedió—. Tiene derecho a saberlo, y además su deber es protegerte a ti y a el bebé una vez lo sepa —aquello era algo que todo hombre debía hacer, y confiaba en que el Lanvik fuera lo suficiente hombre como para hacerlo.

—Eh, no vas a estar sola —le frotó la espalda mientras mantenía aquel abrazo, como si volviera a ser una niña pequeña. Cómo echaba de menos esa época—. No solo lo tienes a él, tienes a tu hermana y me tienes a mí. Y pobre del vampiro que te quiera hacer daño a ti y a ese futuro Ashkore. Porque, sí, no te volveré a hablar si lleva el apellido del padre —intentó bromear; no solo para sacarle una pequeña sonrisa a Gwen, sino porque, si seguían así, temía terminar uniéndose a ella.

Y los Ashkore no lloraban.

Sabía que no podía ocultárselo. Y tampoco quería hacerlo. Claro que no. El problema era que no sabía como contárselo cuando era algo que ella todavía estaba procesando. Cuando en lo único que podía pensar era en un escenario lleno de catástrofes en el que volvían a perder.

La idea de ser madre la abrumaba, pero sobre todo, la aterraba. Porque se veía capaz de poder serlo después de lo que sucedió. Sentía que era algo que no se merecía.

Aun así, a pesar de todas las dudas y temores, en medio del caos que inundaba su mente, mientras las lágrimas seguían descendiendo, fue incapaz de contener una pequeña y seca carcajada ante la broma —o no tan broma— de su tío.

— Será un Ashkore-Lanvik — consiguió pronunciar con la voz entrecortada, apartándose para poder secarse las lágrimas con el dorso de la mano —. Lanvik es también el apellido del hombre que amo — el que ella misma había aceptado el día en que se casaron —. Y él no es solo su apellido — igual que ella no era tan solo una Ashkore. Alzó la mirada, apretando el brazo de su tío con cariño —. Gracias... — susurró volviendo a abrazarlo. En realidad, había muchas cosas que quería decirle a Wyatt. Cosas que nunca le había dicho y que se había guardado para ella durante todo ese tiempo.

Wyatt había sido para ella ese referente paterno que le faltó cuando John se empeñó en ejercer como líder de la Hermandad y no como padre. Wyatt había sido su héroe. Su referente. Había estado en sus peores momentos. Fue el primer rostro que vio cuando despertó en el hospital después del ataque de Rodolphus. En ese momento, fue él quien impidió que se hundiera y quien le dio aquella palmada que necesitaba para seguir luchando.

Y puede que fuera gracias a ese coraje que le infundió, el que provocase que meses más tarde, su camino se cruzara con el de Aron Lanvik.

Y por eso, había algo que quería pedirle. Pero no podía hacerlo todavía. No cuando ni siquiera había hablado con Aron.

— Tengo que llamarle — se apartó de su tío, con la cabeza todavía dándole vueltas —. Tengo que contárselo... No puedo seguir evitándolo — y tenía que hacerlo cuanto antes. —. Wyatt... — alzó la mirada hacia este, mucho más determinada —. ¿Estarás cerca? — aunque él ya le había dicho que podía contar con él. ¿Y la verdad? Eso le hacía sentir mucho más segura.

Nunca creyó hablar en favor de aquel licántropo Lanvik, después de la desconfianza innata que producía en él dicho apellido. Sin embargo, había demostrado querer de verdad a su sobrina, incluso aunque eso supusiera ganarse el desprecio de su familia. Había permanecido a su lado, más que cualquiera. Quizá era hora de darle una oportunidad, y también de motivar a Gwen a hacer lo correcto.

En el pasado él habría deseado tener a alguien que hiciera tal cosa por él, aconsejándole en sus momentos de más dudas... Pero Gwen lo tendría, Gwen aún podía hacer lo correcto y tener la vida que sabía que deseaba.  

—De eso nada... Sobre mi cadáver —soltó una pequeña risa. Aún debía aparentar detestar al marido de Gwen, por mucho que ambos supieran que no lo hacía; o que, si una pequeña parte de su ser lo hacía, se había antepuesto la felicidad ajena—. Supongo que sabéis que esa mezcla no gustará a muchos Lanviks, y tampoco a muchos Ashkores —pensó, sobre todo, en John. No quería nombrarlo por el momento, arruinando aquel abrazo que correspondió, sintiendo que se le humedecían un poco los ojos. Definitivamente debía ser que se hacía viejo y comenzaba a chochear...

—Exacto, tienes que hacerlo —intentó animarla una vez se separaron, aunque no hacía falta; veía la convicción en ella, por mucho que seguramente estuviera muerta de miedo.

"¿Estarás cerca?"

—Siempre —afirmó, tan seguro de ello como que la sangre que corría en sus venas era la misma, tan seguro de que aquel bebé que ahora creía en el vientre de Gwen sería su familia—. Supongo que es hora de hacer una pequeña visita a Mystic Falls. Estaré allí cuando vosotros lleguéis. Ahora ve y llama a ese lobo tuyo, antes de que me arrepienta de aconsejarte que lo hagas —aunque no se arrepentiría. Sabía que estaba haciendo lo correcto.

A pesar de las lágrimas que todavía cubrían su rostro, no pudo reprimir una risa al escuchar la oposición de su tío. Aunque su expresión volvió a tornarse seria cuando mencionó una de sus mayores preocupaciones.

— Lo sé... — apretó los labios. Ahora más que nunca, debía andarse con mucho cuidado. No podía permitir que nada ni nadie tocara al bebé que iba a proteger con su vida —, Gracias, tito — lo abrazó una vez más, sintiéndose mucho más segura ahora que él no solo le había asegurado que volvería a Mystic Falls, sino que también, le había dado su bendición a su manera.

Aquella conversación le había infundido el valor que necesitaba para mandarle un mensaje a su marido y citarle en su lugar especial, Tenía un largo recorrido en coche hasta que llegara allí, pero no podía decírselo por teléfono.

Tenía que ser en persona.