Salón de baile.

Que no tenga plan para compartir un baile con nadie esta noche, no significa que no esté dispuesto a disfrutar del champán y de la buena música. Apartado a uno de los laterales de la sala, sostiene su fina copa en la mano mientras bebe un trago o dos, oteando el lugar con discreción.

No ha acudido tanto por ocio ni para disfrutar, sino por cuidar de Nadia Petrova, aunque sea en la distancia. Sin embargo, no parece el único que ha venido de misión. —Debí imaginarme que los Strix haríais acto de presencia a un convite de este nivel.—Eleazar mantiene la mirada enclavada al frente —con aquella sonrisa socarrona suya, tan característica—, pero reconoce a la perfección aquella sombra deslizándose justo hasta llegar a su lado.

Deucalion Atreides.

—Supongo que confiaba en que aplazaríais las villanadas, al menos, hasta pasada la Navidad.—Pero puede que se equivocara. Se mantiene tranquilo, sin embargo, porque ni siquiera los Strix se atreverían a preparar un escarnio en público; no cuando probablemente, y al igual que él, también se hayan presentado para tratar de indagar información sobre el misterioso aquelarre Grigori.

Cualquier espectáculo innecesario, llamaría demasiado la atención.

Salón de baile.

—Touché. Habría sido demasiado insensato el no hacerlo, y más insensato aún por tu parte el pensar que los Strix no haríamos acto de presencia —siendo quiénes eran y cómo eran, estaba claro que los Strix iban a acudir sí o sí. Especialmente porque Tristán no tenía ni idea de quiénes eran aquellos misteriosos Grigori ni cuál era su función en la ruleta que era Nueva Orleans, donde cada vez el liderazgo y el mando de la ciudad lo tenía una facción diferente.

Debería andarse con cuidado si quería una noche tranquila. Sobre todo porque Deucalion no estaba solo.

—¿Quién te crees que soy, eh? —por favor. Deucalion, sin ir más lejos, era uno de los Strix más profesionales dentro de la organización. No iba a exponerse tan fácilmente—. No soy un novato. Cuento con que tú tampoco lo seas y no llames la atención demasiado —apuntó, llevando su copa de champagne a los labios para darle un trago.

Desde la última vez que se vieran hace un par de meses tras la pelea en la que uno de los Mikaelson resultó herido mortalmente, Eleazar y Deucalion no han vuelto a verse. Podría decirse que, los dos, sabían perfectamente jugar a su juego.

Eleazar no puede evitar sonreír con ironía, si bien no devuelve la mirada a su interlocutor; al contrario: todavía mantiene la vista enclavada en el baile, como si fuera mucho más interesante que las tensas palabras intercambiadas con el vampiro Strix.

Está caminando en la cuerda floja, pero no parece preocupado en absoluto. —No hemos venido a armar un espectáculo, ¿cierto?—Inquiere, sin perder su sonrisa, y prácticamente con camaradería; como si Eleazar no les hubiera traicionado tiempo atrás. Como si él no fuera un desertor, y su cabeza pudiera convertirse en un digno presente por Navidad.—Veo que Tristán sigue siendo un hombre de modales...—Y de protocolos. A la par que sus seguidores.

—¿Negocios con los Grigoris, o mera curiosidad por conocer al hermético aquelarre?—No espera en absoluto que Deucalion suelte prenda, pero cualquier grieta en su barrera para poder indagar la posición de los Strix en aquel tablero, podrá permitirle indagar algo más.

Deucalion tuerce una sonrisa al escuchar las palabras de Eleazar y sabe entonces que los dos están allí por lo mismo: trabajo. Tal vez mezclado con placer por parte del Strix, que decidió en su momento llevarse a Bartholomew como compañía, todo para que aquel evento fuera mucho más agradable y menos estirado. A fin de cuentas, Atreides cuenta con que no sea el único con un palo metido por donde el Sol no se asoma por allí.

Y no es que se equivoque precisamente, viendo algunas de las célebres caras que contempla.

—Por supuesto que no. No sé tú, pero todavía me considero un hombre de modales y muy educado —claro que aquello no implica que, llegado el momento y en caso de ser absolutamente necesario, Deucalion no le arranque el corazón de cuajo y lo lance al ponche—. Me temo que no estoy autorizado para decirte ni una cosa, ni la otra —ni autorizado ni no autorizado, simplemente no quiere—. Aunque buen intento por tu parte. Sin embargo... —Deucalion se moja un poco los labios con el champagne al notarlos resecos—, me parece que ha sido muy inocente creer que, precisamente yo, hablaría.

De todos los miembros de la organización, ¿Deucalion va a hablar? En otro universo y una realidad paralela, tal vez. ¿En este? Ni en sus sueños.

—Por supuesto.—Se permite sonreír, porque los Strix y sus costumbres no han cambiado nada. Y, porque no han cambiado, es que Eleazar puede permitirse estar tranquilo. Conoce su modus operandi, su forma de proceder… Sus debilidades.

Él fue Deucalion una vez, al fin y al cabo. Uno de aquellos Alfiles; un miembro del círculo de confianza de Tristán. Pagó el precio de ser un vampiro Strix… y Deucalion también lo pagaría, tarde o temprano.

No hay lugar para deseos personales —como vivir un enamoramiento, ni aunque tu marido sea asimismo otro miembro en las filas de Tristán—, cuando eres un Strix. —Ya veo.—Se encoge ligeramente de hombros.—Oh, Deucalion; subestimas mis capacidades de observación. Tus actos hablan por ti mucho más que tus palabras.—Le asegura, todavía con la mirada enclavada en aquel baile lleno de siluetas desconocidas que giran y se mueven al compás del vals.—Es evidente que estás aquí por negocios.—Ya fueran unos u otros.—De otro modo, no estarías aquí, calculando mentalmente las diez posibles formas que tendrías para sacarme de esta sala y rebanarme el cuello en privado… Y estarías ahí —alza el mentón al frente, de forma elocuente, refiriéndose a la pista—, disfrutando de una noche de ensueño con la persona amada.—Ah: pobre primogénito Arrecifes. Gracias a Olimpia, su trágica historia de amor con Dion de Lesage no es, en absoluto, un misterio para él.

De nuevo: un deseo personal que, junto a las personas equivocadas, Deucalion no podrá disfrutar en plenitud.