Maxon estaba muy enfadado.

Había decidido seguir a sus dos mejores amigos sin que estos lo supiesen. Sabía que deseaban ir al nuevo evento navideño organizado exclusivamente este año por el nuevo alcalde; su Alfa. Maxon, como ellos, tampoco quería perdérselo, pero no podía—ni deseaba—mostrarles que lo haría completamente solo.

Mucho menos Herminia debía enterarse de su absoluta soledad (especialmente causada por ella y por su monopolio sobre su mejor amigo).

De este modo, haciendo uso de su facultad extraordinaria de sigilo y de rastreador, los siguió hasta que llegaron al pueblo. Ahí, en vistas de la cantidad de gente que había, tuvo que optar por otros recursos de camuflaje como las paradas de venta o, en una ocasión muy concreta, un arbusto.

¡Maldita sea el momento en que se escondió tras el arbusto!

Los vio juntos y, sobre todo, los pilló besándose. La visión de Rowdy uniendo su boca a la de Revna provocó que apartase su mirada violentamente y que, al hacerlo, cayese hacia atrás. El ruido que hizo despertó la atención de algunos que paseaban por la zona y de una ardilla que, asustada, le lanzó la nuez que cargaba como método de defensa.

Maxon salió corriendo, soltando improperios por la puntería de la ardilla y rezando para que no lo hubiesen visto. Con todo, tan distraído estaba que no se fijó en un joven que se interpuso en su camino.

—¡JODER!—el choque fue tan fuerte que cayó de nuevo al suelo:—Perdón, perdón, perdón—alzó ambas manos hacia el cielo a modo de disculpa:—Es que Papa Noel me quería meter mano.

Después de una larga —e intensa— mañana en la parroquia como parte del grupo de voluntarios, a Lorin no le quedaba nada más que hacer. ¿Irse a casa y culparse de todo lo que últimamente estaba ocurriendo en su vida? No era una opción. Tampoco le agradaba la idea de introducirse en mitad de aquel barullo de gente que se congregaba poco a poco en la plaza del ayuntamiento para despedir el año y dar la bienvenida al nuevo. Pero fue la que escogió. A lo mejor, la multitud de conversaciones le impedían escuchar la voz interior que lo declaraba culpable una y otra vez.

Estaba despistado, muy despistado. No prestaba atención a nada, su mirada se fijaba en el reloj del ayuntamiento, viendo la aguja moverse y los minutos contar. Tan absorto en aquel tic-tac que en su mente se generaba, evadiéndolo de cualquier otro pensamiento intrusivo, que no se percató de la que se le venía encima. Literalmente.

Un chico lo abordó por la espalda y cayó con él hacia el suelo—. Auch —se quejó, tocándose la frente, lo primero que chocó con el pavimento. Su rostro se desencajó con el comentario que el desconocido hizo—. ¿Papá Noel? ¿Meterte mano? —preguntó de manera inconexa. Le había pillado tan de imprevisto que su mueca de sorpresa era más que evidente—. ¿Estás bien? —cuestionó. Quizás había sido el golpe el incitador de tal ingeniosa excusa.

—Definitivamente uno ya no se puede fiar de Papa Noel—sentenció, mientras intentaba levantarse del suelo con la ayuda de sus manos:—Sí, lo estoy. Nadie puede ganarme en una carrera—tras conseguirse erguirse y atusarse bien el polvo de sus pantalones, ofreció su mano derecha al joven para que pudiese sujetarse y levantarse del suelo.

—Siento en todo caso el golpe—una pequeña mueca de vergüenza se dibujó en su rostro. En su mente aún podía recordar el beso entre sus dos amigos:—Definitivamente estaba demasiado pendiente de…—no hizo falta que lo nombrase, pues había muchos cárteles por la zona de la imagen de Papa Noel. El licántropo tan sólo se limitó a señalar una de las fotografías para que comprendiese la referencia implícita.

—Oye tú me suenas…—arrugó el ceño mientras intentaba acordarse de aquel rostro que se le hacía tan familiar. Maxon aún no asociaba al desconocido con el Mystic Grill, pero sí que lo recordaba sirviéndole alguna copa:—¿Eres de aquí?