Los invernaderos habían tomado mucha más relevancia e importancia con el paso de los años. En la actualidad, Narcissa abastecía a la mayor parte de las floristerías de la ciudad, por no decir a todas. También se encargaba de abastecer eventos y de conseguir plantas o flores singulares para algunos clientes concretos, además de alguna que otra cosa.

Concretamente, aquella mañana había citado a la dueña de una de las floristerías de la ciudad. Había recibido nuevas flores acordes con la estación en la que se encontraban y Narcissa estaba segura que aquella mujer encontraría interesante el contar con algunas de ellas en su floristería.

También había algunas algo más especiales que le ofrecería en un aspecto más personal, pues no era una incógnita para ella que la otra mujer era una bruja al igual que ella.

Por el momento, Narcissa se encontraba junto a una de las entradas del invernadero. Allí había una mesa de madera donde podían verse varios recipientes con diferentes flores. Concretamente, una de mayor tamaño, era aquella a la que la bruja prestaba especial atención. Una de sus manos se movía con elegancia echando lo que parecía agua en la tierra de la misma. - Bienvenida.

Si había un lugar que Adrienne disfrutara de visitar esos eran los invernaderos. Era como un pequeño pedazo de paraíso en la tierra a ojos de la bruja, y estaba segura de que no era la única que pensaba de aquel modo. Siempre tenían cualquier variedad de flores y plantas que uno pudiera llegar a pensar, por ello acudía allí siempre que quería agregar nuevas variedades entre las flores de su tienda.

Y es que Narcissa tenía una mano especial para tratar con las plantas, nadie que la hubiera visto trabajar podía decir lo contrario, y esa pasión en común era lo que hacía que le cayese bien en un principio. También contaba que también fuese una bruja como ella, pero eso era un tema totalmente diferente y que no tenía tanto que ver.

Había hecho una parada en una pastelería para hacerse con unos bombones antes de hacer su aparición en los invernaderos. No le gustaba llegar con las manos vacías cuando visitaba a alguien, y que fueran a tratar negocios no le iba a impedir llevarle un detalle como aquel. Tomó la bolsa del asiento del copiloto cuando llegó al lugar y aparcó el coche, dirigiendo sus pasos hacia ella cuando bajó del vehículo. —Buenas tardes, Narcissa. Espero no haberte hecho esperar mucho, hoy había bastante tráfico.— Se levantó las gafas de sol para dejarlas sobre su cabeza, ahora que el sol no la cegaba y se las podía quitar.

Narcissa mantuvo sus manos ocupadas en aquella llamativa planta que se encontraba frente a ella. Escuchaba, sin embargo, cada una de las palabras contrarias. Prestándoles atención suficiente para que las mismas no cayesen en saco roto.

- No te preocupes. - Una respuesta finalmente tras varios segundos de silencio. Segundos en los que se había tomado la delicadeza de terminar de echarle aquella agua antes de dejar el recipiente vacío en uno de los lados.- He aprovechado para hacer algunas tareas pendientes. - Como dueña de los invernaderos sus trabajos de "campo" eran más bien algo voluntario y también la supervisión de que todo se realizaba adecuadamente.

Giró entonces su cuerpo para separar finalmente su atención de la planta. Fue en ese instante en que realmente miró por primera vez a la otra bruja. Una mirada tranquila, elegante como cada uno de sus movimiento. Una mirada que sin ser demasiado exhaustiva era suficiente para dar un rápido vistazo a todo.

- He recibido algunas plantas que creo que podrían ser de tu interés. - Pasando al punto directo de la razón por la que la había hecho desplazarse hasta lasa afuera de la ciudad. - Si me acompañas puedo enseñártelas. - Un lento y sutil movimiento de sus manos para señalar uno de los amplios pasillos del invernadero en el que se encontraban en aquel instante. Pero no llegó a esperar respuesta concreta cuando Narcissa ya había comenzado a girarse para empezar a andar.

Su mirada se había quedado prendada de la flor que la propietaria del lugar estaba regando. Había sido imposible no fijarse en ella, más grande y llamativa que el resto que descansaban en sus respectivas macetas en aquella mesa, pero se guardaría sus preguntas para cuando terminaran los asuntos primordiales. Había ido por una razón, y eso sería lo primero a tratar.

Con las gafas de sol sobre la cabeza, dedicó una sonrisa a su interlocutora cuando terminó con su tarea, después de haber estado esperando mientras la observaba trabajar. —¿Vine en mal momento entonces? Podemos dejarlo para otro día, si te viene mejor.— Ella entendía bien lo que era tener tareas pendientes todo el tiempo. Si además había hecho un hueco en su agenda por ella, lo mínimo era ofrecerle aplazar aquella "cita" hasta un día que tuviera más tranquilo.

Aun con todo, supuso que aquello seguiría hacia delante, especialmente por la forma de examinarla que tuvo cuando por fin le dio su atención. Ya se había acostumbrado a ello, después de tantas veces que había ido para reabastecer su floristería, pero al principio aquella mirada tan analítica la había llegado a incomodar un poco.

Una pequeña sonrisa curvó la comisura de sus labios, alcanzando su altura en un par de zancadas para caminar a su lado. —Esas son justo las palabras que estaba esperando escuchar. Te sigo, querida.— Y ese sería el momento que aprovecharía para ofrecerle la pequeña bolsa que aún colgaba de su diestra, antes de que se centraran demasiado en el negocio y se olvidase de ello. —Por cierto, te traje unos chocolates. Aprovechando las fechas no quería aparecer con las manos vacías.— Y el chocolate pocas veces fallaba. Al menos en su experiencia.

Un suave movimiento de cabeza por parte de la bruja fue la negación que precedió a sus palabras. Había citado a aquella mujer y tenía el espacio preciso para ello, no había posibilidad de cancelarlo. - No te haría perder el tiempo de esa forma después de haber venido. - Si bien no estaba demasiado lejos, los invernaderos se encontraban a las afueras de la ciudad, no era un camino de cinco minutos.

Por ello no hubo más palabras o explicaciones mientras caminaba por aquellos invernaderos. Sus pasos eran seguros, elegantes y claros. Eran sus propios tacones los que resonaban en aquel suelo de piedra. Unos tacones que se detuvieron al escuchar aquello. - Muy amable querida, no tendrías que haberte molestado. - Una sonrisa cordial mientras tomaba aquella bolsa en una de sus manos antes de retomar sus pasos.

Pasos que no detuvo cuando llamó con la mano a uno de los trabajadores que en ese instante pasó cerca ellas. - Lleva esto a mi despacho. - Dejó la bolsa en manos contrarias y después hizo un gesto a la contraria para pasar de un invernadero a otro. - Te hice venir por que me han llegado nuevas flores que creo podrían ser de tu interés.