Si hubiese sido por mí, no habría ido a aquella fiesta. Habría mucha gente, demasiados estímulos y, tal y como estaban las cosas en la ciudad, debíamos cuidarnos de posibles encontronazos. No creía que ninguno de nuestros enemigos fuese a armar una batalla campal en plena fiesta, pero siempre era mejor mantener un perfil bajo.

No obstante, no podía decirle que no a esos ojos de cachorrillo que me había puesto mi hermanita. Mi hermana pequeña. Mi consentida. Ella quería ir y no podía negarme, no después de tenerla tan sobreprotegida durante tanto tiempo… Además, estaría allí para protegerla, así que no tendría nada que temer… ¿verdad?

—No te vayas a alejar mucho, ¿de acuerdo? Con lo hermosa que estás seguro que tendrás a un montón de babosos detrás y entonces tendré que matarlos… y no quiero mancharme el traje —dije con una sonrisa. Por supuesto, mi hermana no sabía de lo que yo era capaz (con humanidad), así que seguramente pensaría que era solo una broma… cuando en realidad lo decía totalmente en serio—. Y tampoco quiero que te pase nada, ya sabes cómo están las cosas en Nueva Orleans.

¿Cuántas veces se te presentaba la oportunidad de celebrar nochebuena en un lugar como el castillo Grigori? Muy pocas, por eso no podía desaprovechar la que le pusieron entre las manos. Especialmente cuando por fin iba a poder celebrar la navidad con su hermano bien. Sin problemas, sin complicaciones, solo ellos dos disfrutando de una noche en familia.

Y allí estaban, ella agarrada a sus brazo, caminando entre la gente que se había sumado a aquella fiesta. Por una parte se le antojaba extraño estar en un lugar así. Por otra, sentía una curiosidad enorme por conocer cada rincón de aquel lugar. Pero contendría sus ganas por el momento.

Una risita se escapó de sus labios con el comentario de Rowan. Una parte de ella quería pensar que estaba bromeando, pero una vocecita le decía que no era tan broma y que era totalmente capaz de hacer una cosa como esa si alguien le miraba de más. —Entonces tampoco vayas a alejarte tú demasiado, ese traje te queda demasiado bien, juraría que ya he visto a alguna mirarte de más cuando llegamos a los jardines.— Ladeó una sonrisa, acercándose un poco más para poder besar su mejilla. —No pasará nada, salvo que te arrastraré a bailar conmigo.— Con un suave tirón a su brazo, le hizo seguir caminando con ella.

Aprovechó que un camarero pasó por su lado para deshacer el agarre y tomar dos copas de champagne. No era muy aficionada a esa bebida, pero un día era un día ¿no? —Pero primero una copa. ¿Quieres que brindemos?— Le ofreció una de las copas con una sonrisa cálida, la misma calidez que le hacía sentir en el corazón el tenerle a su lado y verle sonreír.

Y no eran nada halagüeñas para los vampiros precisamente… no cuando formabas parte de los aliados de Klaus Mikaelson —ella no lo era, pero sí alguien importante para mí—, ni siquiera si eras vampiro… Malditos brujos. Por ser como eran muchos de ellos no me fiaba de esos seres. Ni siquiera me fiaba del todo de Sissi, aunque había que admitir que su figura era intrigante. No todos los días se conoce a una casi humana que ha vivido tanto como ella.

Observaba la expresión de Ursula. Para mí, un lugar como aquel no era gran cosa. No podía impresionarme realmente. Para ella, sin embargo, podía ser una experiencia nueva —claro que no conocía todas las vivencias que tuvo mientras la creía muerta— y no iba a perderme su cara de curiosidad e ilusión.

La miré con suspicacia y un gesto cómplice cuando ella me devolvió el comentario. No pude evitar reírme y cerrar los ojos cuando ella me dio un beso. Aquellos gestos, tenerla a mi lado, oírla hablar, verla mirarme… verla tan viva era, sin duda, la sensación que debía de tenerse cuando estás en lo que llamas hogar.

—¿Ah, sí? —dije con tono juguetón—. ¿Solo a alguna? ¿Y a alguno no? Últimamente me llaman más los hombres. —No era mentira, después de todo. Ambos géneros tenían mucho que ofrecer y por eso no me privaba de ninguno, pero… eso no significaba que, por épocas, no tuviera preferencias—. Vaya, ¿tú con champán? Debería buscarte una copa de champín —bromeé mientras tomaba la copa que me ofrecía—. Por Ursula, la mujer más valiente e increíble que he conocido. Y porque estemos juntos siempre —dije para brindar, alzando la copa entre los dos, y esperé a que ella la chocara con la suya.

Tras ese brindis, bebí todo el contenido de la copa y después me incliné un poco para decirle algo en confidencia.

—¿Ya tienes mi regalo de cumpleaños? —le pregunté en voz baja, de broma. Nada me importaba menos que eso, pues el mejor regalo que podía hacerme era estar conmigo y eso ya lo tenía, pero me gustaba muchísimo bromear con ella. Con Ursula siempre me había sentido cómodo. Dejando a un lado temas sexuales —o escabrosos de los que, como hermano mayor, debía protegerla—, podía hablar con ella de cualquier cosa. Y en una época en la que mis supuestos amigos demostraron lo opuestos que eran a esa palabra, ella fue de los pocos que me hicieron sentir querido y bien conmigo mismo.