Kikyo se movía silenciosamente por los oscuros pasillos del hospital, sus sentidos agudizados alerta ante cualquier sonido o movimiento que le llamase la atención. Su ropa estaba manchada con la sangre del vampiro que había enfrentado esa noche. Aunque había logrado herir al monstruo, no salió ileso de la pelea. Lo cual era un motivo de vergüenza para él.

Con sigilo, encontró una pequeña consulta vacía. Cerró la puerta detrás de él con cuidado, evitando hacer ruido. La luz tenue de la luna filtrándose por las persianas entreabiertas proporcionaba la única iluminación en la sala, más no necesitaba mucho más gracias a sus habilidades personales. Kikyo buscó rápidamente lo que necesitaba: gasas, desinfectante y cualquier cosa que pudiera ayudarlo a curar sus heridas.

Se detuvo un momento, sintiendo el dolor punzante en su costado. Suspiró, recordando la urgencia de tratar sus heridas antes de que empeoraran. La adrenalina de la caza aún fluía por sus venas, pero ahora era el momento de enfrentarse a las consecuencias y no le daba tiempo de volver a su pueblo para curarse.

Con habilidad, comenzó a limpiar y vendar sus heridas. Cada movimiento era preciso y rápido, entrenado por años de enfrentarse a criaturas sobrenaturales. El silencio del hospital le daba una sensación de clandestinidad, como si estuviera infringiendo las reglas para proteger a aquellos que no sabían de las sombras que acechaban en la noche. En parte estaba haciéndolo, pues dudaba que pudiese estar ahí. No obstante, no era tan fácil asistirse a sí mismo a una herida como esa en el costado que, claramente, necesitaba ser cosida.

Estaba preocupado. Temía incluso que tuviese que volver a tomar medicación… No sabía por qué estaba así de nuevo. Quizá las vueltas que había dado mi vida personal eran el motivo. No quería pensar que solo se debía a haber dejado la medicación —de acuerdo con un especialista, no lo había hecho por mi cuenta—, porque eso significaría que tendría que pasarme la vida medicado para que mi salud mental no se resintiera. No quería estar así. También temía recaer en la bebida.

Hasta la fecha no había tenido la tentación de probar de nuevo siquiera una cerveza…  pero nunca se sabía.

Estaba a mitad de camino hacia los cuarenta y no quería llegar allí de la misma manera en que había llegado a los treinta, viudo y mentalmente destruido por ella.

Estaba volviendo al pozo y, por eso —y a pesar de que tener menos descanso no ayudaba a mejorar—, la forma que tenía de distraerme era esa: trabajar más horas. Por ello estaba haciendo horas extra aquella noche.

Volvía de conseguir un café de la sala de espera más cercana cuando, al abrir la puerta, me encontré con una estampa que estuvo punto de hacer que se me cayera el vaso de la mano. En su lugar, solo me manché un poco cuando esta me tembló ligeramente por el susto.

—¿Qué hace usted aquí? —pregunté, a medias sorprendido, a medias enfadado. Cuando me percaté de lo que estaba haciendo, sentí un nudo en el estómago. Era evidente que estaba robando material sanitario para curarse una herida que tenía un aspecto muy feo—. ¿Por qué no está en urgencias? —añadí a la cuestión inicial, mientras dejaba el café a un lado y me acercaba a mi mesa—. Voy a llamar para que le traigan una camilla.

Kikyo, con las manos ocupadas en la tarea de curar sus heridas, se detuvo al escuchar la voz del hombre. El ruido de la puerta al abrirse lo hizo sobresaltarse ligeramente, y sus sentidos se enfocaron en el nuevo visitante. Rápidamente se calmó. Sin inmutarse ante  las palabras del hombre, continuó con la tarea de curar sus heridas. No mostró arrepentimiento ni disculpas excesivas por su presencia en la sala de hospital, y su tono se volvió más frío y distante.

—  Como ve, la urgencia de mi situación no me deja espacio para formalidades ni urgencias.  — respondió, sin mirar directamente al hombre. Sus palabras eran cortantes, revelando una determinación firme y una pizca de descaro. O mucho. De hecho, estaba completamente tranquilo.

—  No busco su ayuda ni su comprensión. Esto es algo que puedo manejar por mi cuenta. —  agregó, elevando ligeramente la mirada para encontrarse con la del hombre. Su actitud estaba clara: no estaba dispuesto a ceder terreno ni a mostrar vulnerabilidad. El cazador, a pesar de estar en una posición vulnerable, no estaba dispuesto a bajar la guardia o a buscar consuelo en el hospital. La tensión en la sala aumentó, y la conversación se volvió más tensa cuando el recién llegado amenazó con llamar a alguien. Ahí, el del pelo verde, sacó de su cinturón una pistola y apuntó directamente al hombre.

— Mejor se olvida de llamar a nadie o esa camilla la necesitará para usted. — dijo dispuesto a disparar, no para matarlo pero sí para asustarlo.

No me importaba su respuesta mordaz, como médico que había trabajado en urgencias había llegado a oír muchísimos improperios y groserías por parte de los pacientes, o incluso de los familiares.

La gente se pone muy antipática cuando está enferma, lo cual es completamente normal, y las personas que las aprecian se dejan llevar por el nerviosismo y la preocupación y no controlan lo que dicen. Es algo que entendía casi desde el principio. Por suerte, estudiar Medicina me ayudó a desarrollar mi paciencia, eso junto con el haber dejado atrás la pubertad había terminado por calmar mis hormonas y ya no saltaba como lo hacía cuando era más jovencito y aún estaba en el instituto.

Me pregunté cómo se habría hecho aquella herida. No parecía un tipo de fiar considerando que se había colado en el hospital y actuaba como si él mismo se las pudiera apañar… esperaba que no fuera un mafioso. No había mafiosos en Mystic Falls, ¿verdad…? Oh, por favor, ya tenía suficiente con los vampiros…

Pero no podía olvidar que los humanos todavía eran peligrosos para otros humanos como yo… y el desconocido me lo recordó cuando dejó de coserse para apuntarme con una pistola. El estómago se me encogió del susto y di varios pasos atrás con las palmas en alto.

—Tranquilo, solo quiero… ayudar —contesté. Era extraño que, por una vez, me amenazaran con algo «normal». Y descubrí cierto alivio al sentir que me daba miedo que me disparara. Sé que suena raro, pero para mí era una señal de que no había retrocedido tanto en mi mejoría por el duelo—. ¿Ha perdido mucha sangre? —pregunté con cautela mientras examinaba rastros de ello—. ¿Cómo se hizo esa herida?

Kikyo, continuó con la tarea de curar sus heridas, enfrentándose a la situación con una tranquilidad aparente. No era la primera vez que se veía envuelto en algo así, aunque no le gustaría tener que usar sus armas para callar a aquel hombre. Las palabras del médico apenas resonaron en su conciencia. Él se mantenía enfocado en la situación personal sin permitir que las palabras ajenas afectaran. El cazador, con la pistola apuntando directamente al médico, había dejado claro su deseo de mantener el secreto de su presencia en el hospital. La atmósfera estaba cargada de tensión, y Kikyo observó cada movimiento con una vigilancia experta, fruto de sus entrenamientos. Si el médico hacía algún intento por pulsar un botón de emergencia o algo similar no dudaría en darle un susto mayor.

El médico, visiblemente asustado, intentaba calmar la situación, expresando su deseo de ayudar. Kikyo notó el alivio al percibir el miedo en el médico. Para el cazador, este temor era una señal de que no había perdido completamente su capacidad de reacción ante las amenazas.

— No es asunto suyo cómo me he hecho esto. Puedo manejarlo — respondió Kikyo, su tono frío y distante como un muro que separaba su intimidad de cualquier intento de intrusión. Sin embargo, no todo era tan fácil como quería aparentar. Apuntar con su pistola mientras que con la otra mano se intentaba curar una herida complicada no era una tarea sencilla.

Entonces solo le quedó una opción. Miró a aquel hombre.   — Creo que necesito que alguien me cosa la herida.— murmuró. No iba a pedirle ayuda directamente, pero el costado le dolía y sangraba horrores.

¿Cómo podía coserse con esa pasividad, como si no sintiese nada? Dudaba mucho que se hubiese puesto anestesia local, así que aquello debía de estarle doliendo horrores. En realidad, esa curiosidad de mi mente no me duró mucho, porque me podía más el miedo por el arma con el que me estaban apuntando.

Después de haber sido atacado por múltiples vampiros, parecía irrisorio que me asustara por la amenaza de un humano como yo, pero la realidad es que los seres humanos seguíamos siendo peligrosos los unos para los otros. Y un disparo podía matarme en cuestión de segundos. O al instante.

Tragué saliva al oír cómo hablaba, como si no se estuviese cosiendo una herida muy fea mientras me apuntaba con un arma. Como si no se estuviese desangrando.

—Está bien, le coseré la herida… pero necesito que baje el arma. —Yo no era cirujano, pero sabía coser heridas abiertas. Después de todo, seguía siendo médico. Y más aún: era obstetra—. Tengo buen pulso, pero normalmente no está mi vida en juego cuando hago esto… —Esperaba que fuese razonable, porque ya me había quedado clara su amenaza y no iba a intentar llamar a nadie. No cuando sabía que tenía un arma encima—. ¿Cuánto lleva sangrando así?