Era una noche de profunda oscuridad. La nieve había comenzado a caer hacía un par de horas, mientras todos dormían... O, al menos, casi todos. Un coche negro y grande recorría la carretera con los focos apagados. Su conductor no necesitaba la luz para guiarse en la oscuridad, y tan solo los encendió cuando estuvo a escasa distancia de la moto que perseguía.

Su presa notaría el fogonazo de luz y también la velocidad de su perseguidor. Puede que intentase huir, puede que creyera poder conseguirlo, sin embargo el vehículo terminaría por golpearla con tanta violencia que su moto iría directa a la cuneta y ella saldría despedida.

Los ojos claros de Klaus Mikaelson se reflejaron en uno de los espejos retrovisores, presenciando aquel momento. Pisó el freno de forma que los neumáticos de su coche chirriaron contra un asfalto antes de frenar de golpe. Al salir no se tomó demasiadas prisas... Probablemente ella estaría bastante malherida, al borde de la muerte. Solo que su presa tenía más sorpresas que aquella que lo había guiado hasta ella.

—Sabine Thawne —la llamó, siguiendo su rastro. Vio su moto destrozada, y la marca de unas pisadas que guiaban al interior del bosque—. También conocida como "Silver" —prosiguió, su voz grave resonando por cada esquina, por cada hueco, persiguiéndola—. Sabía que eras buena, pero no tanto como para salir por tu propio pie de algo así —admitió, sin apenas hacer ruido mientras la perseguía, más allá de aquel de sus palabras.

—Mi nombre es Klaus Mikaelson, y tienes algo que me interesa. Si crees que puedes huir... te equivocas —aunque podía intentarlo. Siempre le había apasionado una buena persecución.

“Sé que estás enfadado conmigo, pero lo cierto es que ya está hecho. ¿Vale? Y puedes odiarme todo lo que quieras, lo asumo. Pero lo que no voy a aceptar es que no tengas la vida que deseas. Lo único que quiero es que seas feliz, Desmond. Sí, quiero que tú seas feliz. Porque es la primera vez en toda mi vida que de verdad me importa algo más que mi misma. No es uno de mis juegos. Es real.  Te qui… ¡Mierda!”

Soltó un resoplido, masajeándose la sien. El pitido del buzón de voz le avisó de que se había quedado sin tiempo antes de que pudiera finalizar su mensaje.

Guardó su dispositivo en la chaqueta y se concentró. Desmond y ella poseían una conexión especial que se había ido reforzando con el paso de los meses. Sabía donde podía encontrarlo.

Y con ese rumbo en mente, se subió en su moto. Conduciendo a toda velocidad por la carretera de Mystic Falls. No le quedaba mucho para llegar, estaba cerca. Podía sentirlo... Sin embargo, antes de que pudiera llegar a su destino, su camino se iluminó con los focos de un auto y todo sucedió demasiado deprisa. Antes de que pudiera entender qué sucedía, el fuerte impacto sacudió su cuerpo, que salió despedido de forma violenta, golpeando con fuerza el tronco de un árbol, que le fracturó varios huesos en el proceso.

Podía sentir un fuerte zumbido en la cabeza, como si estuviera a punto de explotarle. Su visión se encontraba nublada y apenas era capaz de distinguir nada más allá de las sombras.

Parpadeó un par de veces, tratando de enfocar la mirada, mientras se incorporaba a duras penas. Podía escuchar el sonido de sus pisadas, retumbando sobre el asfalto de manera imponente, como si de un rey se tratara. Su primer instinto fue alejarse al interior del bosque, cojeando de una pierna.

Su voz retumbaba en cada rincón del frondoso lugar, como lo haría la de un depredador al acecho de su presa. La conocía. Sabía su nombre. Había ido a por ella. E intuía que era lo que estaba buscando.

Klaus Mikaelson.

Pues claro que había escuchado ese nombre. Si era una leyenda. La leyenda de las leyendas sobrenaturales. Uno de los primeros vampiros. El híbrido original. Prácticamente, inmortal.

Prácticamente... Porque irónicamente, justo en ese momento poseía en su poder el único arma que podría acabar con él.

— ¿Y quién ha dicho que vaya a salir corriendo? — respondió de manera bravucona, apoyando la espalda contra el tronco de un árbol. Si algo no era Silver, era precisamente una cobarde. Incluso si la muerte le sonreía en la cara —. ¿Sabes? Me has destrozado la moto. Y le tengo mucho aprecio — sus labios se fruncieron. Le estaba aguantando mantener la compostura teniendo en cuenta que debía tener media docena de costillas rotas —. Entonces, ¿Qué? Rellenamos un parte amistoso, ¿O prefieres hacerlo por las malas? — y ya se olía cuál iba a ser la respuesta del híbrido. No había que ser ningún genio. Esa noche iba a correr sangre. Aún más.

Su sangre.

Podía percibir el aroma de su sangre que, junto a su voz, se convertía en un camino de migas que lo llevaría hasta ella. Arrebatarle la cura sería como arrebatarle un juguete a un niño; por muy hábil y astuta que fuera, no era rival para él.

—Tendrás que pasarme la factura del taller... si es que sales viva de aquí —lo que inició como una forma de seguirle la broma terminó sonando como una oscura amenaza. A Klaus no le gustaba que lo retaran, que se burlaran de él abiertamente.

Aunque, si esas eran las últimas palabras que elegía su víctima, ¿quién era él para juzgar?

Guardó silencio, no quería revelarse si posición pero si llegar hasta la suya de forma que no pudiera percibirlo. Siguió su rastro, sus pisadas eran silenciosas y sus instintos de lobo se encontraban en su máximo esplendor. Era en momentos como aquel, de caza, en los que el original se sentía más conectado con su lado animal. O con su monstruo interior.

En medio de la oscuridad divisó el tronco tras el cual se encontraba la mercenaria. Una sonrisa sanguinaria asomó en sus labios antes de usar su velocidad de vampiro para aparecer ante ella. Rodeó su cuello con una mano, alzándola en el aire mientras mantenía su espalda contra el árbol. El aire abandonaría sus pulmones y su cuerpo reaccionaría como lo hacía cuando se enfrentaba al peligro cada vez más real de la muerte. Su corazón latía tan rápido... No parecía el corazón de una humana.

—No eres un lobo, tampoco un vampiro, pero está claro que no eres humana... ¿De qué se trata entonces? —ladeó la cabeza, observándola con detenimiento. Sus heridas no habían curado, lo que indicaba que no era un vampiro, y su olor no era el de un licántropo; pero estaba claro que era algo, de no ser así ya habría muerto con el choque— Tengo que admitir que tengo curiosidad, pero he venido por otra cosa. Dámela, y te prometo que tu muerte será rápida —no había porqué hacer de aquel simple intercambio una carnicería, ¿no? Aunque una parte de él estaba deseando que no se lo pusiera fácil.

La tomó por sorpresa. Antes de que pudiera hacer nada o pensar una estrategia, sintió la mano del original agarrar su cuello. Su cuerpo se elevó al mismo tiempo que el aire se escapaba de sus pulmones. Y la mirada del híbrido original la sobrecogió. Aun así, no iba a ponerse a temblar de miedo ante este.

— Esa es una pregunta demasiado personal. ¿No crees? Al menos invítame a una copa primero — apretó la mandíbula, luchando por retener algo de aire en sus pulmones —. Que considerado... Pero, ¿Sabes? Creo que elijo la tercera opción... Seguir con vida — empuñando un pedazo de rama partida, trató de defenderse, clavándosela en el brazo al mismo tiempo que, valiéndose del tronco como punto de apoyó, alzó ambas piernas al mismo tiempo para tomar impulso y poder patearlo para alejarlo de ella.

¿En qué momento su vida había pasado a segundo plano? ¿Cuándo había empezado a importarle algo más que el salvar su propio pellejo?

Unos meses atrás, un año atrás... La antigua Silver no habría dudado en tirar la cura para así ganar algo de tiempo y poder salir corriendo. Pero ahora todo había cambiado.

Se había enamorado de Desmond Kane.

E iba a pelear por la cura. Aunque en el fondo supiera cuales eran sus posibilidades.

¿Contra un vampiro cualquiera? Un 100%.
¿Contra Klaus Mikaelson? Ninguna.

Y por eso hizo lo más inteligente que se le ocurrió; intentar huir a través de aquel bosque nevado sobre el que iba dejando un rastro de sangre a su paso.

¿No eran la muerte y la vida en sí algo maravilloso? Por siglos, Klaus había escapado de la primera hasta considerarla una vieja amiga, alguien de quién no preocuparse, alguien a quien incluso honrar con todas las pobres almas que había enviado al otro barrio.

Había contemplado cientos de veces esa magia; cómo una persona, cuando sabía que iba a morir, mostraba quien era de verdad. Mostraba sus miedos, su dolor o el amor hacia quien le importaba. Aunque eso dejaba de importar cuando cerraban los ojos, y la vida los abandonaba. ¿Cómo sería de verdad su nueva presa? ¿Cuáles serían sus miedos, sus ilusiones, sus últimas palabras? Estaba a punto de averiguarlo.

Un rugido, que sonó como el de una bestia herida, salió de la garganta del híbrido cuando Silver le clavó la rama partida en el brazo. Le costaría recobrarse unos segundos, segundos que ella utilizó para escapar. Apretando los dientes, agarró la rama y la extrajo para lanzarla lejos de él. El aroma de su sangre impregnó el ambiente, pero la herida se cerró con suma rapidez.

—Adoraba esta chaqueta —siseó con rabia y cierto sarcasmo, pues la prenda no correría tanta suerte como él—. Si eliges el camino incorrecto, que así sea —la advirtió antes de perseguirla. No era difícil, pues el rastro que dejaba tras de sí era demasiado evidente y, además, su rapidez se veía mermada por las heridas que aún tenía.

En cuanto vio una melena rubia entre la oscuridad del bosque, la agarró y la arrastró hacia él, sujetándola contra su pecho. Con las uñas de su diestra, más similares a las de un lobo que a las de un hombre, rasgó su cuello prácticamente hasta el hueso. Una herida bastante fea que la dejaría a las puertas de la muerte. La sangre le había empapado la ropa cuando la lanzó al suelo para que se desangrara a sus pies.

—Si huyes con tanto ahínco es porque la llevas encima... La cura. Está bien, la arrancaré de tu frío cadáver —se arrodilló junto a ella. Apartó el cabello de su rostro, cada vez más pálido pero con su belleza intacta. Se fijó en sus ojos, quería ver lo que expresaban antes de cerrarse—. Me pregunto quién sería el afortunado o afortunada al que ibas a entregársela. ¿Quizá por amor?, ¿o por venganza? Ahora nunca lo sabremos —porque su historia, por desgracia, se terminaba esa noche.

Sabía que si se transformaba tenía una posibilidad de huir, aunque fuera mínima. Sin embargo, con ese movimiento, condenaría la cura. Y no podía permitirse el perderla.

El tirón en su cabello le hizo soltar un alarido de dolor. Y partir de ese momento, todo sucedió demasiado rápido. Prácticamente, en un parpadeo.

No pudo hacer nada para defenderse o para tratar de huir. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, las garras del lobo se clavaron en su cuello, desgarrando su piel y destrozándola. No fue capaz de gritar siquiera, pues sus cuerdas vocales habían quedado rasgadas.

El impacto contra el suelo, la dejó boca arriba, con vista de un hermoso cielo estrellado mientras se ahogaba con su propia sangre. Su cuerpo, convulsionó sobre la blanca y fría nieve, que se iba tiñendo de rojo a medida que los segundos pasaban.

Su mirada brilló en un tenue color esmeralda apenas perceptible cuando el híbrido se inclinó sobre ella. Quiso hacer ademan de alzar la mano contra este. De seguir peleando… Más su cuerpo no respondió ante la severidad de sus heridas.

¿Tenía miedo? Pues claro que sí. Estaba aterrorizada. Silver nunca había querido pensar mucho en la muerte. Tenía 32 años. Toda una vida por delante. Todavía le quedaban muchas cosas por hacer. Muchos sitios que visitar. La mayor parte de su vida la había dedicado a vivir como si fuera su último día, aunque siempre con la certeza de que habría un mañana aguardando por ella.

Si alguien le hubiera avisado unas horas antes de que no habría un mañana para ella pues esa misma noche encontraría la muerte, se habría reído.

Qué ingenua había sido al creer que su final podría haber sido distinto al de la mayoría de cazadores.

¿Una vida feliz junto al hombre que amaba?

Oh, Desmond…

Qué irónica podía ser la vida. Se había pasado casi toda su existencia huyendo del amor, sin querer comprometerse con nadie y rompiendo corazones para evitar que alguien más rompiera el suyo.

Un corazón que ahora se hacía pedazos al darse cuenta de una realidad; Nunca le había dicho a Desmond que lo amaba. Moriría sin haberle susurrado aquellas palabras al oído.

¿Sabría él lo que significaba para ella?
¿Lo estaría sintiendo en ese instante?

Trató de concentrarse en él, en dedicar su último pensamiento al vampiro. Su último latido. En que pudiera sentir una última vez ese amor que no había expresado con palabras.

Y con ese pensamiento, el brillo en la mirada de la bastet se apagó al mismo tiempo que lo hizo su corazón.