Sólo una página más y acabo el tema. Venga Mia, tú puedes. Pero no pude. A pesar de mis esfuerzos por mantenerme fresca como una rosa, el cansancio acumulado parecía estar pasándome factura; sin exagerar, me había pasado la última media hora con la mirada clavada en la misma página, releyendo todo una y otra vez. Era como si de repente hubiera sido incapaz de retener siquiera cuatro frases mal contadas. Las letras parecían saltar unas encima de otras, como si estuvieran mofándose de mí. Había perdido la cuenta de cuántas horas llevaba clausurada en la biblioteca, ¿cinco, quizás? ¿O eran seis?

Finalmente me di por vencida. Decidí escuchar a mi cuerpo e irme a casa a descansar, si es que eso era posible. No obstante, parecía que había tardado demasiado tiempo en responder a su llamada. Nada más cruzar el primer semáforo, comencé a sentirme realmente mal. Las luces navideñas que aún colgaban de los balcones de las casas, junto con la de las farolas y la de los semáforos se entremezclaron formando unas ondas de visión de lo más psicodélicas. Nunca había tomado ningún tipo de droga, pero supuse que lo que estaba experimentando en aquel momento podría ser algo parecido a lo que se siente cuando las pruebas. Por si fuera poco, las extremidades también empezaron a fallarme. Y, de repente, nada.

-Mira, se está despertando.- Abrí los ojos con cierta dificultad, llevándome una de mis manos a la cabeza al percibir un dolor agudo. ¿Pero qué…? Entendí que la voz era de una enfermera que estaba en aquella habitación. Una habitación del hospital. No entendía nada. Literalmente hace un minuto estaba casi saliendo de la biblioteca. ¿Cómo había llegado hasta allí? Estaba tumbada en una camilla, gracias a Dios con ropa de calle y con una vía de suero colocada en el brazo derecho. -Estarás bien, por suerte el golpe no ha sido para tanto. Una mujer llamó a una ambulancia por ti.- Dijo con voz tranquilizadora la enfermera. -Ahora viene un médico a hablar contigo.-

Aunque su intención era la de calmarme, no lo había conseguido. Me sentía confundida y muy incómoda. Odiaba no tener el control de la situación y que me hubieran tocado estando yo inconsciente. Giré la cabeza para observar la máquina que me tomaba el pulso y la presión sanguínea; efectivamente, las pulsaciones reflejaban que los nervios me estaban comiendo por dentro.

Le habían advertido ya de la paciente. Tan sólo estaba esperando hasta que despertase mientras acababa de escribir unos nuevos informes sobre los recién hospitalizados. El ruido de su pluma, hasta que empezó a escucharse los movimientos de la joven en la cama, era lo único que se podía escuchar en la habitación.

Al acercarse a la paciente, su sonrisa amable era una mezcla de tranquilidad y empatía:—Buenos días, soy el Dr. Voigt— dijo suavemente, observando los signos de ansiedad en el rostro de la joven. A pesar de su juventud, Lev tenía una presencia tranquilizadora, fruto de sus experiencias tanto humanas como sobrenaturales.

Se sentó al lado de la camilla, manteniendo una distancia respetuosa, y comenzó a explicarle a la paciente lo sucedido:—Has tenido una caída bastante repentina cerca de la biblioteca. Alguien te encontró y llamó a una ambulancia, y desde entonces has estado aquí, bajo nuestra observación.

Mientras hablaba, sus ojos mostraban una genuina preocupación y entendimiento. Era evidente que Lev no era un médico ordinario; su capacidad para conectar con los pacientes iba más allá de lo convencional. Quizás por su desmedida empatía.

—Entiendo que esto puede ser desorientador, pero te aseguro que estás en buenas manos. Vamos a hacer todo lo posible para asegurarnos de que te recuperes completamente—le sonrió con calidez:—¿Te acuerdas de lo que te pasó?

Mis pulsaciones descendieron rápidamente, como si mi cuerpo obedeciera a las plegarias de mi mente. Cuando el médico se me acercó, lo miré con algo de incredulidad ante lo joven que parecía. Era consciente de la cantidad de ideas equivocadas que rondaban alrededor del hecho de que un médico joven te atendiera. Muchas personas podrían creer que no estaban en buenas manos, sobre todo por la falta de experiencia. Pero yo pensaba lo contrario. Si el chico había alcanzado esa posición a tan corta edad, significaba que era bastante capaz e inteligente, el tipo de personas a las que admiraba.

Cuando el Dr. Voigt mencionó la biblioteca, noté cómo la ansiedad intentaba hacer de las suyas de nuevo al recordar la cantidad de exámenes que tenía por delante, pero conseguí mantenerla bajo control; quizás la calidez del doctor también había ayudado a ello. Tal y cómo me pidió, traté de recordar con la mayor exactitud posible lo que me había ocurrido. —Pues…— El dolor punzante en mi cabeza se mangnificaba a medida que los recuerdos se dibujaban como imágenes, cada vez más nítidas, en mi mente. —Estaba en la biblioteca, como casi todos los días. Pero la sesión de estudio duró poco, porque de un momento a otro empecé a encontrarme mal.— Hice una pequeña pausa para beber agua, que me sirvió para ayudarme a ordenar mi testimonio. —Me mareé e, incapaz de seguir estudiando, me dispuse a ir a casa a descansar. Aunque, como puede apreciar, no lo conseguí. Creo que el cansancio acumulado me pasó factura, ya está.—

Y, con suerte, podría irme pronto de allí. Odiaba los hospitales por muchísimas razones, pero la principal era por la cantidad de gérmenes y enfermedades que viajaban por el aire. Además, no soportaba el olor, una mezcla de lo más nauseabunda a látex, gel hidroalcohólico y muerte. ¿Que cómo sabía “a qué olía la muerte” si no había olido antes a un muerto? Simplemente lo sabía.

Lev notó que, ante su pregunta, las pulsaciones de la joven se habían alterado. De este modo, con suavidad, posó su mano sobre la ajena para darle un pequeño apretón. Un gesto significativo, pues intentaba trasladarle la mayor calma y seguridad posible.

—El cansancio podría haberte provocado una baja de tensión, es posible, aunque no veo en estos resultados…—sacó la plantilla, tan sólo para revisar que no se hubiese equivocado en su estudio:—No, todo claro—frunció el ceño y meneó la cabeza:—Estás perfecta, aunque es mejor que ahora reposes un rato aquí. Tu salud es importante.

Volvió a sonreírle, aunque esta vez, parecía haberse percibido un cambio en el semblante de Lev. Había un deje de preocupación, típica inquietud que tenía cuando estaba ante algo inexplicable. Sin embargo, no quiso trasladarle aquella sensación, por lo que optó por hablar un poco con ella y así averiguar un poco más sobre su vida personal.

—¿Eres de aquí? Juraría que nunca te había visto, aunque todo es posible. Yo mismo no soy oriundo de Mystic Falls, sino de Berlín.