WILMINGTON, CAROLINA DEL NORTE.

Hacía mucho que Rebekah y Kol no pasaban tanto tiempo juntos y a la vez, no se sentían tan solos.

Su familia no les ha abandonado. Elijah consiguió su ubicación gracias a una strix que, contra todo pronóstico, le era leal; y han seguido trayéndoles alimento y alguna que otra cosa con la que dejar pasar las horas cada día más largas y tediosas. Kol tiene entre sus manos una vieja edición del “El Rey Lear” que apenas está leyendo por encima y sin prestar atención, a la luz de unas pequeñas velas. El contenedor en el que Rebekah y Kol fueron encerrados tiene el paredón abierto, pero la luz de la luna y las estrellas no es suficiente para lidiar con un hábito como la lectura.

Por desgracia, la temperatura es cada vez más fresca, y aunque tienen mantas con las que resguardarse del frío, lidiar con un fenómeno tan natural como el viento no está dentro de sus posibilidades. Una ráfaga apaga la luz de las velas y Kol chasquea la lengua con molestia. —Mierda. —En la semioscuridad, Kol trata de buscar los fósforos sin demasiado éxito—. Creo que se han acabado las cerillas. —Informa con resignación a su hermana, volviendo a tomar asiento y dejando caer la cabeza sobre la pared metálica.

La peor parte de no tener nada que hacer... es que tienen demasiado tiempo para pensar.

Por lo que a Kol respecta evita conversar con Rebekah, porque cada día tiene menos esperanzas y está de peor humor. ¿La peor parte? Lleva sin tener noticias de Davina en los últimos meses. Quizá aquello sería lo mejor para ella: que siguiera con su vida.

Pero el original es más egoísta de lo que le gustaría.

Por lo pronto, Kol y Rebekah son todo lo que el otro tiene ahora mismo. El original mira con elocuencia a su hermana y, echándose una manta por encima, ladea el rostro. —Cada noche hace más frío. —Le dice simplemente, invitándola a sentarse a su lado.

WILMINGTON, CAROLINA DEL NORTE.

Rebekah pensaba que no había nada peor que el castigo que Nik infligía sobre sus hermanos al clavarles la daga con cenizas de roble blanco para sumirlos en un sueño hasta que le diera el antojo de volver a despertarlos. Bueno, después de pasar los últimos tres meses encerrada en aquel contenedor, había cambiado de opinión.

La única ventaja era que en aquella tortura de la que aparentemente no había salida alguna, no estaba sola. Junto a ella se encontraba su hermano, Kol. Ambos Mikaelson fueron los únicos que cayeron en la trampa perpetrada por los Strix junto a Aurora y Lucien.

Atrapados supuestamente por el resto de la eternidad.

— Deberíamos pedirle al servicio de habitaciones que nos traigan más — respondió de manera irónica. Permanecía con los ojos cerrados y la cabeza reposada contra la chapa del contenedor —. Tampoco estaría mal unas mantas extras — se quejó. Puede que no estuvieran en un hotel de cinco estrellas y que tuvieran que agradecer la suerte que tenían de que alguien les llevara algunas cosas a pesar de lo arriesgado de la situación. Sin embargo, el mar humor de Rebekah —al igual que el de su hermano— se hacía más evidente con el pasar de los días.

— Si crees que ahora hace frío... Espérate a que llegue diciembre — abrió los ojos para dirigir la mirada hacia la de su hermano. Finalmente, aceptó su invitación de unirse a él, dejándose caer a su lado —. Porque a este paso... Asumamos que este año pasaremos aquí las navidades — apuntó con una mezcla de sarcasmo y frustración —. Mínimo, espero que nos traigan un árbol para alegrar el ambiente — al final el humor era lo único que les quedaba, pues la esperanza cada vez brillaba más por su ausencia.

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Kol sonríe de forma irónica ante las palabras de su hermana. Siempre compartieron similar sentido del humor, y es agradable poder bromear con la trágica situación por la que están pasando. No hablan de ello —o al menos Kol no se atreve—, pero la realidad es que el original no tiene perspectivas muy optimistas sobre su futuro.

La razón por la que nadie ha activado jamás la Serratura es porque sus efectos eran conocidos como irreversibles. Se conocía la maldición que activaba su poder, pero no se conoce maldición alguna capaz de desactivarlo o destruirlo. Es un objeto oscuro de poder casi ilimitado, lo suficientemente fuerte como para encerrar a dos originales... durante el resto de la eternidad. Y aunque sabe que su familia invertirá los mejores esfuerzos para sacarlos de allí, cada día que pasan encerrados en aquel tanque metálico Kol lo tiene más claro.

Están condenados.

—Ni me lo recuerdes. —Le dice, dejando escapar un bufido y rodeando los hombros de su hermana con el brazo que tiene a su lado. Puede que los Mikaelson no sean la familia más cariñosa del planeta, pero de vez en cuando necesitan recordarse que aún se tienen los unos a los otros—. Bueno —se encoge de hombros—, mirémoslo por el lado positivo. —Sugiere, tratando de verse falsamente animoso—. Al menos no tendremos que escuchar los berrinches de Nik durante la cena de Navidad.—No todo podrían ser desventajas, ¿verdad?

Sin embargo, un triste pensamiento se deja ver en su mente durante aquel instante. —Esta será la segunda Navidad de Hope.—Y no estarán allí para verla. Aunque en realidad, y bien pensado, puede que ninguno de los Mikaelson pase aquellas fechas con la pequeña—. Nik tiene que estar echando humo por las orejas sólo de pensar que Hope pasará las fiestas en el pantano.—Y aunque sus berrinches no sean nada que eche de menos, pagaría por ver en directo su enfado ante aquella circunstancia.

A ojos de Kol, sería justicia kármica. Después de todo, Klaus ocultó la supervivencia de Hope a todos en la ciudad... inclusive el propio Kol.

WILMINGTON, CAROLINA DEL NORTE.

La navidad...

— Este año le tocará a Elijah lidiar con la pataleta de Nik. Como ha hecho durante todos estos años, en realidad — pensar en sus hermanos le hizo esbozar una pequeña sonrisa que acabó desvaneciéndose en apenas unos segundos —. Al menos ahora, Hope está junto a su madre... Aunque... Echo de menos eso de cambiar pañales y dar biberones por la madrugada — algo a lo que se había acostumbrado en el tiempo que vivió junto a ella en Newport. Unos recuerdos a los que se aferraba día tras día para sobrellevar aquel infierno.

Porque eso era lo único que le quedaba además de su hermano, sus recuerdos.

Recargó la cabeza sobre el hombro de su hermano y durante unos segundos cerró los ojos al recordar la vieja tradición familiar, la favorita de Rebekah, en la que se reunía junto a sus hermanos frente a la hoguera para quemar sus deseos.

— Si consiguieramos salir de aquí para entonces... — aunque la posibilidad fuera remota, no podían perder las pocas esperanzas que todavía mantenían o perderían también la cordura —. ¿Qué sería lo que pedirías este año? — le preguntó con curiosidad. Ahora que tenían tanto tiempo para pensar y reflexionar, puede que la respuesta le sorprendiese.

Kol vuelve la mirada hacia su hermana, francamente sorprendido. —Será una broma.—Pero la mirada de Rebekah carece del suficiente brillo para estar bromeando. Es cierto: echa de menos todo de Hope, inclusive las tareas más tediosas. Por eso, entre otras razones, fue la más indicada para cuidar de la pequeña lejos de Nueva Orleans. Una verdad que le ocultaron a todos... inclusive a él mismo.

—Sabes, me hubiera... me hubiera gustado saber la verdad.—Le confiesa entonces, bajando la mirada—. Sé que igualmente no habría conocido a la cría, ni habría podido llamarte por teléfono para saber de vosotras.—Por aquella época, Klaus y Elijah redujeron su contacto con Rebekah al máximo, por seguridad de la pequeña. En cuanto a Kol, dedujo que su hermana simplemente necesitaba espacio y lo dejó estar—. Me lo esperaba de Nik, pero... me hubiera gustado que al menos tú me dijeras la verdad. —Por desgracia para él, existe un código de lealtad entre Klaus y Rebekah que Kol no podía aspirar a quebrar.

No debería haberse sorprendido por lo ocurrido, en cualquier caso. Debió imaginar que Klaus no podría haber permanecido de brazos cruzados tras la muerte de su hija; que había gato encerrado. Un complot del que ni siquiera su propia familia quiso hacerle partícipe.

Conflictivo, independiente y convencido de que la familia era un valor del que podía prescindir, Kol se jactó durante siglos de estar por encima de los valores morales de los Mikaelson, de que perfectamente podía sobrevivir sin ellos. Y sin embargo, allí está: dolido porque, una vez más, la oveja negra de la familia fue brutalmente apartada del eje del conflicto, sin opción alguna para implicarse u opinar.

«¿Qué sería lo que pedirías este año?»

El moreno alza la mirada, reflexivo. Nunca ha sido demasiado supersticioso, pero soñar despiertos parece una buena forma de seguir matando las horas. ¿Qué deseo habría pedido por Navidad? De pronto, tiene clara su respuesta. —Que ella sea mejor que nosotros. Hope.—Kol desvía la mirada hacia su hermana. De algún modo, es lo que todos necesitan.

Esperanza. Una esperanza para ser mejores, para hacer mejor las cosas.

—¿Y tú?

No, no era ninguna broma. En aquellos últimos seis meses antes de su encierro, Rebekah se había acostumbrado a aquella vida humana que siempre soñó. Una vida mortal. Nadie apostaba por ella, por al final, la menor de los Mikaelson se había demostrado a sí misma, que era capaz de vivir sin tener que depender de las ventajas que el vampirismo podía ofrecerle.

— No fue decisión mía... Si te digo la verdad, yo ni siquiera tenía idea del plan que urdieron para hacer creer que Hope había muerto — eso fue algo de lo que se enteró meses después, a través de Mary Jude —. Incluso aunque se tratase de proteger a la familia, yo no habría permitido que culparan a Marcel de la muerte de nuestra sobrina — algo qué, no tuvo oportunidad de recriminarle a Nik y que a esas alturas ya no tenía caso —. Yo solo me marché junto a Hope, lo más lejos posible, tal y como me pidieron — y al contrario que Kol, en aquella reunión familiar de principios de año, no cuestionó nada más. Su prioridad era la seguridad de su sobrina. Una seguridad que no encontraría en Nueva Orleans.

¿Qué sería de ella ahora?

— Lo será — le dedicó una pequeña sonrisa a su hermano —. Todos velaremos por ella, para que esa luz que desprende cuando sonríe nunca se apague — aunque en la posición en la que ambos Mikaelson se encontraban, no podían hacer mucho. Pero si de ellos dependía, protegerían la sonrisa de su sobrina.

— Paz — respondió, prácticamente sin pensárselo —. No solo para ella, sino que para toda nuestra familia. Después de mil años de guerra, es lo que nos merecemos — un deseo que era prácticamente una fantasía improbable de lograr. Al menos, en un corto futuro —. Es lo que Hope merece — un lugar en el que poder crecer y sentirse realmente a salvo.