—Dime que puedo ir a matar a Uther, dímelo, porfa, porfa. —La tirria que le tiene y que le ha cogido a ese señor en un simple encuentro. Si es que es lógico. Si se va poniendo brabucón en mitad de lo que es una reunión pacífica... Pero no es el único. Palax también llegó a molestarle, aunque si le cayó mal fue apenas unos escasos minutos.

De eso se ha salvado, de no tenerla como enemiga.

—Tiene que ser un infierno tenerlo como Anciano del Barrio Francés. —Y ojalá poder apiadarse de la joven Agwé que comparada con los demás, ella parece la más santa. La que merece la pena, una Anciana de verdad.

—Vamos, Àgnes, no seas tan exagerada.—Comenta el brujo, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia—. Es estricto, pero sabe lo que quiere: lo mejor para nosotros.—Los brujos de la ciudad—. Créeme: te respeta. Todos los brujos son dignos de su respeto, aunque no te lo creas. Pero no… no entiende por qué les ayudas.—Admite, encogiéndose de hombros—. Y, si te soy honesto… yo tampoco lo hago.

Que Àgnes se haya trasladado a Nueva Orleans ha sido una agradable sorpresa; que lo haya hecho en favor de la Facción de Licántropos… no tanto. Por eso, en cierto modo, Phoenix le ha dicho que sí a esa cerveza. Necesita comprenderla y entender por qué ha decidido apoyar a un tirano como Oliver Trudeau…

…Especialmente ahora, que el susodicho ha condenado a todo un aquelarre a no practicar magia: el suyo.

—Sé que puede parecer muy rígido —y de hecho, lo es—, pero siento que es el único Anciano que intenta hacer algo por nosotros. Héctor Palax —bufa con desdén—, él sí es un desastre como Anciano. Ni siquiera entiendo cómo puede mantener el favor de los Ancestros.—Alcohólico, desaliñado y envuelto en tratos con vampiros; lo tiene todo, vamos.

—¿Qué no exagere? ¿Pero tú le has visto? —sí, claro, como no va a verle, si Phoenix es brujo del Barrio Francés y Uther —por desgracia para ella que lo pisa bastante— está allí también—. Lo de que sabe lo que quiere se lo voy a conceder, solo me hizo falta verlo en la reunión para saberlo —y no niega que eso sea una posible «cualidad» pero Uther es... que no, que no y que no. Ese hombre tiene un aura oscura y de ahí no se le saca a la bruja, vamos ni de coña.

De hecho, niega con la cabeza múltiples veces antes de beber de su copa.

—No, no. Tú no estabas allí. Dejó en claro que no me respetaba en absoluto, de hecho, si no recuerdo mal, me lo dejó caer claramente —a ver, a ver, ¿Phoenix está ciego o algo? ¿Sordo quizá? ¿O se ha vuelto la animadora personal de Uther Morningstar? Lo próximo va a ser verle con pompones animando a ese señor—. Siéndote honesta, aún me cuesta un poco entenderlo a mí también. Tú sabes que no es mi guerra, ya ves, nunca he estado metida en esta clase de asuntos. Ni siquiera cuando reinaba Klaus —reinar es una palabra que se le queda muy grande a ese hombre—. Pero no olvidéis que los lobos han estado tan oprimidos como nosotros, y todos por la misma raza: los vampiros. A veces por los originales, y durante otro tanto tiempo por Marcel. Simpatizo con ellos tanto como con los brujos, por eso no quería una guerra entre los de mi especie y aquellos a los que les tengo cariño.

Sin contar la presencia de Benji. Aunque eso ha sido un añadido posterior.

—Te cae bien Héctor, ¿eh? —deja escapar una carcajada dándole una palmada en la espalda—. Personalmente, no me cayó mal cuando fue la reunión. Pero nos echó la culpa de no parar a Oliver, y te aseguro que hemos intentado muchas cosas. Ese chico se niega en rotundo a volver.

No lo culpa, aunque a Àgnes le parece muy triste. Es una tragedia; pero que la de las épocas griegas.

—No estaba allí, no— concede con un asentimiento —, pero le conozco bien, Àgnes. Solía ser...— suspira, tomándose unos segundos antes de proseguir —, era un viejo amigo de mi padre. Los dos eran muy afines.—Orgullosos, ególatras e indudablemente decididos. Morningstar y el señor Sawyer fueron grandes aliados en el pasado—. Probablemente haya sido un poco duro contigo, pero... entiendo que esté confuso.— Como bruja, Àgnes debería estar de su parte. Es lo justo y natural.

Los lobos, a fin de cuentas, forman parte de otra Facción: una que, al parecer, se halla enfrentada a la de los brujos actualmente. Aquello, de una forma u otra, convierte a Phoenix y a Àgnes en enemigos de forma incidental, pero Sawyer no está dispuesto a permitir que Bargmann se convierta en una víctima del fuego cruzado. Aún podría hacer... las cosas bien.

Es su maestra y su gran amiga. ¿Qué clase de hombre sería Sawyer si se rindiera totalmente con ella?

—Por eso tampoco entiendo que los lobos hayan permitido que un híbrido les gobierne.—Apunta a continuación, aprovechando la mención de los vampiros—. Créeme, Àgnes, sé lo que intentas decir: los chupasangres no hacen más que armar problemas. Y mira ahora el lío en el que estamos metidos por culpa de Oliver Trudeau: enfrentados los unos a los otros, como ratas, cuando deberíamos habernos posicionado juntos contra el enemigo común.—Porque no nos engañemos: para Phoenix, Uther procedió tal y como debía proceder. La culpa de todo lo que ha pasado la ha tenido sólo Oliver.

—¿Tanto se me nota?—Nunca lo ha ocultado: Palax es una auténtica vergüenza para el aquelarre del Barrio Francés, y Phoenix personalmente no se enorgullece que aquel hombre sea uno de los encargados de representarlos—. Alguien tiene que tener la culpa de todo, esto. No digo que la tengas precisamente tú —aclara, antes de que Bargmann pueda darse por aludida—, pero la Facción de lobos tiene varios líderes, igual que sucede en los aquelarres. Si Oliver no se responsabiliza de sus propios actos, alguien tendrá que hacerlo en su lugar.—Y, le guste reconocerlo o no a Àgnes, pararle los pies al híbrido es una misión que debería corresponder únicamente a la Facción Lupina.

—Hazme caso: los lobos no van a acabar bien. No mientras ese tal Trudeau siga en el poder.—Phoenix lo tiene claro—. Si quieres un consejo, yo intentaría desmarcarme cuanto antes. No te ofendas, pero últimamente tienes una cara de daño colateral que no consigues quitarte de encima.—Y a pesar de sus mofas y bromas, Sawyer tiene un gran aprecio por la bruja. No desearía que encontrase prematuramente su final sólo por hallarse en el bando incorrecto.

—No fue duro, fue irrespetuoso, y eso es algo que yo no voy a tolerar. De nadie. Y mucho menos de un anciano con ínfulas de grandeza, que lo único que busca es enzarzarse en una guerra —aunque lo mismo puede decir de Oliver, por eso está buscando de manera desesperada el espabilar al hombre antes de que sea demasiado tarde.

Si es que no lo es ya.

—Mira, eso te lo concedo. Ahí tienes razón —y si la tiene, la tiene—. Pero como druida de la facción lupina siento que es mi responsabilidad hacer algo para que despierte, y es justo eso lo que estoy intentando con ayuda de los demás alfas —menciona, dejando su botella en la barra. Se le han ido hasta las ganas de beber, fíjate—. Con un poco de fe, conseguiremos nuestro objetivo y podremos unirnos. De paso, podríamos intentar así que haya una tregua entre lobos y brujos.

Pero lo duda mucho. Lo duda por Uther, más que por Phoenix.

—Ya lo sé, por eso estamos intentando hacerle recuperar la humanidad lo antes posible —y tal vez hasta destronarle. Pero no puede contarle todo a Phoenix, lo cual es bastante extraño dada la amistad entre los dos. Àgnes se gira hacia él con su ceño fruncido—. Empiezas a hablar como Uther —solo que de una manera mucho más descafeinada—. Soy consciente de los riesgos, los peligros y las pérdidas. ¿Crees que si estuviera con los brujos no tendría cara de daño colateral? Venga ya, Phoenix. Eso es absurdo. Y si vas a subestimarme por ser ciega, por favor, ahórratelo.

De todas maneras, Àgnes no va a desmarcarse. Es la druida, y punto. Está para quedarse, para dar por culo y arreglar los posibles desastres de la facción, además de aconsejar. No va a dejarlos solos cuando la necesitan.

— Entiendes que era inevitable, ¿verdad? —Confía en que Àgnes pueda concederle aquello.— Mira, reconozco… que los métodos de Morningstar puedan ser algo radicales. No supo guardar las formas contigo. —Aunque Phoenix no estuvo allí para verlo, conociéndole, puede imaginarse lo que ha pasado.— Pero si no era contra nosotros, Oliver os habría llevado a la guerra contra cualquiera que no estuviera dispuesto a someterse. Lo sabes, Àgnes. Ese hombre es un tirano. —Y confía en el buen razonar de la bruja como para que no se atreva a negarle aquello.— Y su nueva ley, una humillación. Para todos. —A los brujos del Barrio Francés se les ha negado la práctica de la magia —como si de verdad ningún brujo estuviera dispuesto a renunciar a practicar, siendo para ellos algo tan natural como respirar—, pero al Tremé y al Garden les ha convertido en sus perros de caza. Sinceramente —se encoge de hombros, tomando el botellín de cerveza para darle otro trago—, no tengo claro que es peor. —En cualquier caso, el destino de los brujos ha sido puesto en jaque, y sobra decir que plantarán cara.

Por supuesto que van a plantar cara.

Desgraciadamente, Àgnes se encuentra ahora en medio de un fuego cruzado del que, sin duda, saldrá malparada. — Siempre tan idealista. —Fue la única que incluso, conservó fe en sus dones cuando nadie, ni siquiera él mismo, lo hacía.— Si quieres mi opinión —no se la ha pedido, pero se han reunido por algo, ¿verdad?—, me temo que para cuando consigáis hacerle despertar… será tarde para todos vosotros. —Como siempre, Phoenix tan optimista.— Àgnes, te lo digo porque me importas: sal de ahí. No vas a acabar bien. —Y es lo único que le preocupa.

El destino del resto de la Facción Lupina se la trae al pairo a estas alturas.

«Empiezas a hablar como Uther.»

— Me lo tomaré como un halago. —Sobra decir que no ha sido la intención, pero dada la admiración que el brujo siente hacia Morningstar, tampoco puede tomárselo de otra manera.— No pretendo subestimarte por ser ciega, paleta. —Bromea, aún sintiéndose algo ofendido ante la acusación.— Eres… la bruja más fuerte y resiliente que conozco. —Admite. No todos habrían sido capaces de seguir adelante después de lo que le pasó.— Pero los lobos… no tienen ninguna posibilidad contra nosotros. Sabes que tengo razón. —Los licántropos son más fuertes, sí, pero son bestias al fin y al cabo. Los brujos, sin embargo, cuentan con la magia y los Ancestros en su favor. Aún más después de aquel intento de humillación por enésima vez.— Formas parte de una guerra perdida. —Tomándose la confianza, Sawyer descansa una mano sobre la de ella, buscando intensamente su mirada.— Ya te lo he dicho: me importas. Eres mi amiga. De las pocas personas que siempre han confiado en mí. —En todos los sentidos. Meritorio, cuanto menos.— Si sigues adelante con los lobos, no… no podré protegerte. —Ni impedir que nada malo le pase.

Eso es lo que hacen los amigos después de todo, ¿verdad? Velar los unos por los otros.

—Entre uno y otro desde luego se volvió en algo inevitable —pero es curioso como antes de que llegara Uther, los lobos y los brujos vivían en paz y armonía. Más o menos. La suficiente como para no enfrascarse en algo que puede llevarse a decenas de vidas inocentes por delante, la suya incluida. O peor, la de Phoenix.

La verdad no le apetece nada pasar por ahí.

—Sí. Por eso tiene que volver —y lo admite abiertamente. Oliver se ha convertido en un tirano, uno de los peores. Diría que incluso está a la misma altura que Klaus Mikaelson, si es que no peor. Eso es decir mucho—. Creo que eso fue una de las cosas más frustrantes. Entiendo que los brujos estéis, no, estemos, enfadados con él. Créeme, yo sería la primera en ir a la guerra, Phoenix —pero hay gente que no tiene nada que ver, y eso es lo que tienen que pensar. Ambos bandos, no solo los brujos y no solo los licántropos. Los dos.

Pero no está segura de que a Uther siquiera le importen esas bajas.

—Oye, una hace lo que puede —se ríe ante su comentario. Sí, tal vez sea idealista, pero si no es ella, ¿Quién va a serlo?—. Venga hombre, un poco de optimismo. Tal vez yo sueñe demasiado pero tú a veces eres excesivamente pesimista —le intenta quitar un poco de hierro al asunto, pero en realidad Àgnes está asustada. No porque Phoenix no se sepa defender, sino por si llega el momento de que tenga que defenderse de él.

Eso le duele. Le duele en el alma.

—Te lo perdono —le da una palmada en el hombro de manera amistosa, escuchándolo atentamente. Exhala un suspiro profundo después—. No los subestimes tampoco, tienen ciertas habilidades muy... interesantes —pero es verdad que frente a la magia es difícil. Si a un lobo le provocan una aneurisma, está fuera de juego en segundos—. Y lo voy a seguir haciendo —esa es justo la peor parte. Àgnes y Phoenix confían el uno en el otro, se quieren, son amigos y sin embargo...

Esa amistad puede peligrar por culpa de una guerra en la que los dos han tomado parte. Quieran o no, pero ya lo han hecho.

Àgnes dibuja una sonrisa triste, pasando su pulgar por la mano de él—. No te preocupes, ya me encargaré yo de protegerte entonces.

— Los brujos de esta ciudad hemos... tolerado demasiados insultos, Àgnes. —Suspira con frustración. Su vieja amiga sólo puede empatizar con él en la medida en que le crea; al fin y al cabo, Bargmann sigue siendo una recién llegada a esta ciudad.— Muchos estamos... cansados. —Phoenix entre ellos.— Era cuestión de tiempo que alguien alzase la voz y dijera basta. —Y ese alguien, cómo no, hubo de ser Uther: un brujo mucho mayor que él, respetado y con la autoridad que Sawyer no puede aspirar a tener.

Al menos, por ahora. — Prefiero pensar que soy realista. —Matiza, alzando su cerveza.— Aunque morirás siendo una optimista incurable. —Y en realidad, es lo que más le gusta de ella: que a pesar de los tiempos sombríos y de la tempestad, Àgnes sigue siendo capaz de ver el lado bueno de las cosas.

Con todo, la expresión de Phoenix se entristece. — No hay nada que pueda decir para hacerte cambiar de opinión, ¿no es verdad? —Aquella es otra de sus características: además de optimista incurable, es una auténtica amante de las causas perdidas.— No los subestimo, pero... hay que ser realistas. Los lobos no abandonaron el pantano hasta que tuvieron apoyo mágico. —No habrían podido ganar aquella guerra por sí mismos; eso es todo.

«...ya me encargaré yo de protegerte entonces.»

— Àgnes Bargmann —le dice, como si pretendiera echarle una reprimenda—, últimamente no me das más que disgustos. —Ojalá de verdad pueda protegerse a sí misma y lidiar con aquella situación... sin convertirse en un daño colateral.

Lo duda severamente.

Sí, puede ser. Àgnes no ha vivido en Nueva Orleans hasta ese mismo mes, pero sí ha hecho algunos viajes recurrentes y la historia era la misma. De un modo u otro los brujos siempre se han visto bajo el yugo de algún tirano; ha sido cuestión de tiempo que la bomba explotase. Y no ve mal que exijan respeto que se merecen y que ya deberían haberles dado por el simple hecho de existir.

Simplemente no así. No con una guerra en la que sí, en principio lobos y brujos están involucrados, pero todos sabemos que pasará a otras razas. Seguro.

—¿Quieres dejar de pensar que voy a morir? Al final lo vas a manifestar y capaz se hace realidad, porque con mi suerte... —hace una pausa bufando entre pequeñas carcajadas nerviosas—. Y si muero, más te vale estar le primero ahí en mi entierro llorándome como un descosido —o irá a molestarle.

Bueno, eso iba a hacerlo de todas maneras.

Àgnes niega con la cabeza. Tozuda como ella sola—. Nope, nope, nope —repite varias veces como una niña pequeña. Como cuando era una niña, mejor dicho—. Dios, pareces mi padre diciendo eso. Anda, cállate y sigue con la cerveza.

La bruja suspira. En el fondo tiene miedo; un miedo que no quiere dejar salir. Seguramente tengan que enfrentarse y, si eso pasa, ella no va a estar preparada para hacerle daño.