Mia revisó su mochila por última vez antes de emprender el camino hacia el cementerio: llaves, linterna, velas, botella de agua y su mp3, uno de sus objetos más preciados. Los últimos rayos de Sol del día bañaban el cabello de la joven de un tono aún más dorado de lo habitual mientras ésta se hacía paso entre docenas de personas que caminaban apresurados, intentando que sus tuppers y sus regalos sufrieran lo menos posible en el proceso. Nochebuena, una de las noches más esperadas del año para muchos, aunque no para ella; podría decirse que se identificaba un poco con el Grinch de la Navidad. Si bien comprendía la parte estética de estas fiestas -¿a quién no le iba a gustar unas luces de colorines?-, no podía vibrar con el significado de estas. Fechas en la que las familias se reúnen, se dan abrazos, cantan villancicos, comen dulces…y un largo etc. Pero, ¿qué se supone que debe hacer una persona que no tiene una? Vale, sí, están también los amigos. No obstante, los pocos que tenía iban a pasar la noche con sus familias, como es normal.

Por ese motivo se le ocurrió la loca idea de ir al cementerio en plena Nochebuena; al fin y al cabo, allí es donde se encontraba su única familia. Cuando llegó, encendió su linterna y empezó a buscar la tumba de sus padres. No era la primera vez que los visitaba, pero de noche la visibilidad y, por ende, la facilidad para orientarse, no era la misma. —Hola, mamá y papá.- Dijo más bien en un susurro para seguidamente sentarse frente a sus lápidas. Sus padres fallecieron cuando ella tenía apenas dos años, por lo que no tiene recuerdos con ellos y tampoco sabe cómo sentirse respecto a ellos. No les echa de menos, porque no puedes echar de menos algo que nunca has tenido. ¿No? Lo cierto y verdad es que sí le inundaban oleadas de melancolía y de tristeza de vez en cuando, y estas fiestas acrecentaban esas sensaciones aún más, por mucho que ella se esmerara en restarles importancia.

Al diferencia que otras personas, para Mia, aquel lugar abandonado no le inflingía pavor; al revés, disfrutaba de la soledad y del silencio que éste le ofrecía. Y, sinceramente, seguro que era de los pocos lugares en Mystic Falls que no estaban abarrotados en aquel momento. Durante un instante, sujetó la linterna con su mano izquierda para alumbrar su mochila y sacar el par de velas que había traído consigo. Las colocó frente a las lápidas y, para su asombro, justo cuando iba a encenderlas con unos fósforos, se encendieron solas. —Gracias, seas quien seas- Replicó con tono irónico. Aquello le había ocurrido ya en un par de ocasiones, por lo que ya se lo tomaba con otra filosofía.

Aún ensimismada por lo que acababa de ocurrir, un ruido cercano la alertó. Inmediatamente cogió la linterna y apuntó hacia los arbustos situados a su izquierda, de donde creyó que había provenido el ruido. ¿Un animal? ¿Otra persona que no tenía otro sitio mejor al que ir? ¿Chavales haciendo el tonto?

Su conversación con Hécate le preocupaba. Le preocupaba bastante. Aun tenia que regresar a Nueva Orleans. Tenia que verle expresamente a el, pero… no sabe ni como ha acabado en aquel cementerio, pero una sensación desagradable recorre sus cuerpo. Un mal presentimiento.

Olympia suspira, exasperada, dándose cuenta de la tontería que en ese momento está pensando. ¿Mal presentimiento? Lleva con esa sensación la mayor parte de su vida, ¿en que iba a cambiar aquello? En nada. Asique sencillamente deambula intentando sentir algo que le permita relajarse. Y siente lo mismo que ha sentido siempre: la muerte.

En aquel cementerio haya tanta esencia a muerte que resulta altamente intrigante para ella. Una masacre quizas… ¿Cómo las suyas? Suspira. Ha vuelto a caer en esos pensamientos autodestructivos justo antes de que una luz alumbre directamente a su cara.

— ¿Pero que narices…? —pregunta en voz altas sin acabar siquiera la pregunta. Tiene la tentación de hacer magia en ese mismo momento, apagar aquella luz. Pero no. Se continente, porque sabe lo que puede llegar a pasar. Alza su mano hacia arriba con la intención de cubrir su rostro y vislumbrar el origen de aquella luz—. Esta no es forma de saludar a alguien —se queja claramente molesta. Sabe que hay una persona al otro lado, porque la luz, proviene de una linterna.

-¿En serio?- refunfuñó para sus adentros cuando oyó la voz de aquella mujer desconocida. Tenía tan pocas ganas de compañía humana que esperaba que lo que había en los arbustos hubiera sido un animal, pero no tuvo esa suerte. Ignoró totalmente la protesta de la mujer, aún apuntando la linterna en su dirección. ¿Saludar? No la estaba saludando precisamente.

-Esa no es forma de acercarse a alguien- argumentó en su defensa, visiblemente molesta. Aprovechó la visibilidad que le ofrecía su linterna para apreciar a la extraña, viéndose reflejada de algún modo en sus rasgos: ojos claros y pelo rubio ondulado. Le pareció inofensiva, pero Mia no bajaba la guardia tan fácilmente; a fin de cuentas, se trataba de una persona deambulando en la oscuridad de un cementerio en Nochebuena. Bueno, como ella.

Acabó liberando del destello a la mujer, pero mantuvo su linterna encendida, apuntando a otro lugar. -Mira, siento haberte dejado ciega momentáneamente. No quiero problemas, sólo estar sola. - Se sinceró, esperando que la disculpa fuera suficiente y simplemente pasara de largo, pudiendo disfrutar nuevamente de su aislamiento auto-impuesto.  

— Es un poco egocéntrico pensar que estaba acercándome a ti, ¿no crees? —Es una pregunta claramente retorica. No espera respuesta alguna por parte de la contraria, pero espera a que aquella luz deje de deslumbrarla—. Estas en un cementerio, ¿crees que eres la uncia que viene a ver a sus difuntos? —calara dejando claro que no era su intención acercarse a ella.

Olympia tampoco estaba allí precisamente para rezarle a sus muertos. Porque sus muertos no eran precisamente de su interés. Una familia que durante tanto tiempo la odio y repudio… una familia a la que ella misma mato… es sencillo, ella no tiene muertos a los que rezas ni mucho menos familiares perdidos.

Pero si le ha llamado la atención que aquella muchacha creyese que iba a atacarla. ¿A caso tiene algo que ocultar? ¿Algo por lo que sentir temor? Olympia observa la linterna apuntando en otra dirección. Tras la chica, pudo ver una tumba y ligeramente los nombres escritos de alguien—. ¿Padres? —deduce en un susurro, por lo bajo. No le interesa lo más mínimo pero aquella pregunta a salido de sus labios de forma involuntaria. Como una reflexión al aire.

La mujer tenía razón, pues claro que cualquier persona podía venir a un espacio público como es el cementerio. Lo que le extrañaba a la joven es que hubiera alguien más que, como ella, hubiera decidido pasar aquella noche tan señalada en un lugar como aquel. -Sí.- Concretó brevemente ante la pregunta de la desconocida mientras volvía a encender las velas con un fósforo. No tenía intención alguna de conversar sobre un tema tan delicado como lo era para ella el de su familia; es más, no era algo que soliera hacer ni con sus amigos más cercanos. Mia es como un libro cerrado que solamente se abre en contadas ocasiones. No es que guardara secretos inconfesables -de hecho, consideraba que no había nada de especial en su historia-, sino que había crecido como una persona desconfiada y callada por naturaleza.


-Un momento… ¿Y si…?- pensó para sí misma con los ojos clavados en las lápidas de sus padres pero con la mente en otro lado. ¿Y si la mujer conocía a sus progenitores y por eso andaba por esos lares? La posibilidad era remota, era consciente de ello, pero no desperdiciaba una oportunidad cuando se le presentaba en bandeja. Quizás era mera casualidad, pero la desesperación por averiguar algo sobre la muerte de sus padres iba in crescendo. 


-¿Por algún casual…los conocías?- Se atrevió a preguntarle finalmente. En su tono de voz podían apreciarse tintes esperanzadores, aunque en el fondo no se permitía que éstos la cegaran. Debía mantener los pies en la tierra.

Olympia y acerca entonces a aquella lapida que ha estado contemplando la contraria. La observa teniendo claro que no va a hacerle daño pues parece haberse relajado un poco en su presencia. Tampoco es que le interese, pero pensativa trata de recordar aquellos nombres y en el fondo siente cierta empatía por la contraria.

Ella no tiene padres a los que echar de menos. Nunca tuvo ese tipo de relación con sus padres pues ella misma fue quien los mato. Pero si perdió a alguien que amaba, y sabe la soledad y el hueco que dejan ese tiempo de personas. No importa que sean padres, amantes, novios o animales, el vacío siempre es el mismo.

— Lo siento… pero no —responde finalmente tras dejar pasar unos segundo. Lo siguiente que hace es sencillamente sentarse sobre la superficie de arena, frente a aquella lapida. Si la contraria hace lo mismo ya es decisión suya—. Parece que... fueron buenos padres —susurra con cierta nostalgia, deduciéndolo por como la contraria ha relacionado antes. ¿Qué le está ocurriendo? Ni siquiera ella misma lo sabe.

Nunca ha tenido necesidad de sentir lastima por la pérdida de unos padres pues su situación es muy dispar a la de la contraria. Aun así, no le importa que la contraria decida usarla para desahogarse, si es que es eso lo que necesita.

—Vaya…— Como se temía, la mujer no podía ayudarla, aunque agradeció su honestidad, porque detestaría que alguien le diera falsas esperanzas. —No los conocí, así que no puedo saberlo.— Recalcó con solemnidad. —Yo sólo…— Hizo una pausa para autoregularse, intentando deshacerse del nudo que se había formado en su garganta. —Sólo quiero saber qué les pasó.—

Contrariamente a lo esperado, la protagonista no experimentaba repulsión en presencia de la desconocida. Quizás esto se debía a que la mujer respetaba tanto su espacio como su privacidad, evitando cualquier intrusión excesiva. A lo largo de su breve existencia, había enfrentado a muchos extraños entrometidos y molestos que intentaban moldearla en algo que no era: una joven sonriente y extrovertida entrenada en charlas superficiales. 

—Soy Mia, a todo esto. ¿Y tú eres…?— Su voz se fusionó por un momento con el canto de los grillos y al susurro apacible de las hojas, que eran la banda sonora del peculiar escenario en el que se encontraban. —¿También te parece más aterrador el Papá Noel hinchable del centro que el cementerio?— ¿Estaba bromeando? ¡Guau Mia! Quién te ha visto y quién te ve. 

Lo cierto y verdad es que la joven no pretendía explayarse más sobre sus padres. Ni tampoco estaba ahí para llorarlos o para que la acompañaran con su fantasmagórica presencia, a diferencia que la mayoría podría asumir. Su propósito era evadirse del bullicio y del tentador aroma de buñuelos recién hechos. Pues era en medio de la inmensa multitud donde se sentía más sola y miserable. ¿Que las cosas no habían salido como ella había planeado? Afirmativo. Pero así es la vida.

La bruja permanece sentada, observando la lápida delante de ella con cierta nostalgia. Una nostalgia que ni siquiera sabe porque siente puesto que la relación con su familia nunca fue buena, y mucho menos con sus padres. Le arrebataron tanto que no puede sentir lastima.

— Olympia —acaba susurrando cuando la contraria se presenta y le pregunta por su nombre. Lo cierto es que la bruja siente cierta empatía con la contraria y aunque no sabe porque acaba riendo ligeramente ante el cometario de la contraria—. La verdad es que no resido en este pueblo. Estoy de paso asique… no he tenido oportunidad de pasarme por el centro —confiesa finalmente. No ha mentido. Sus quehaceres están en Nueva Orleans, pero necesita ver a alguien.

Y sin embargo el primer lugar que ha visitado es el cementerio sí. Porque es el lugar al que inconscientemente se ha dirigido nada más poner un pie en aquel pueblo—. Este lugar… parece irradiar mucho poder —comenta en un susurro, sin ser demasiado concreta. Pero como bruja, ella ha sentido que en aquel cementerio la magia es algo más que evidente y palpable. Cree que es eso lo que la ha atraído.

—Oh, Olympia. De ‘Olimpo’, supongo, hogar de los dioses griegos.- La mitología y la etimología están más entrelazadas de lo que uno habitualmente pueda pensar. Había leído lo suficiente en el pasado como para darse por aprobada en la materia. —En cuanto a Mystic Falls…- Desvió momentáneamente su mirada hacia el cúmulo de edificios y las luces parpadeantes. —Sinceramente tampoco te pierdes mucho. Es un pueblo pequeño que se puede ver en un día.- Aun así sería más llevadero recorrer sus calles una vez pasadas las fiestas, o al menos eso pensaba ella.

Volvió la vista de nuevo a la mujer, algo perpleja. —¿A qué te refieres con ‘poder’?- Se permitió por unos segundos para volver a un plano más personal, intentando escuchar las sensaciones que le transmitía su cuerpo. Mia no podía ponerle palabras a lo que sentía, era como un ligero cosquilleo que parecía hacer un trayecto que iba de su espalda a su cuello. ¿Sería eso a lo que se refería la desconocida? Ella no era muy esotérica, por decirlo de alguna manera. Por otro lado, tampoco quería sugestionarse más de la cuenta; al fin y al cabo se encontraban en un cementerio, ¿no?

La bruja nunca ha sido alguien que se andase con rodeos. Asique tampoco lo hace cuando se refiere al poder de aquel lugar. Algo que unos interpretaran de una manera y otros de una muy diferente. Y eso, dependerá del tipo de personas o más bien de ser que escuche y entienda sus palabras.

Ante la referencia a su nombre sencillamente se encoge de hombros, restándole importancia a la apreciación de la contraria. En realidad, fue un nombre que nunca se usó en su infancia, pues solían llamarla Anastasia. Salvo el. Por eso decidió que quería seguir llamándose así tras su muerte.

— Si… poder —responde ante la pregunta de la contraria—. Se dice, que los muertos a veces hablan. Que sus alamas residen en la tierra y que donde yacen sus cuerpos hay magia. —Un humano podría creer en sus palabras como delirios, o sencillamente una fanática de según que religiones. Otros podrían darse cuenta de que los brujos existen y sienten la magia. Como ellas dos.