Quedan tres noches para la próxima luna llena.

Aquel no sería un dato tan importante si Trevor no se lo hubiera repetido hasta la saciedad durante los últimos días; dato cuya relevancia, al menos a día de hoy, Katerina aún no puede entender. Más preocupada se muestra, sin embargo, desde que Elijah Mikaelson ha dejado de prestarla atención. La mujer puede imaginarse quién está detrás de aquel distanciamiento, y es que no puede ser otro que Niklaus, o Klaus, como prefiere ser nombrado.

El noble no ha dejado de cortejarla desde su llegada a Londres, y aunque Katerina no se ha sentido lo suficientemente atendida por él —como sí lo ha hecho por Elijah—, no ha dudado en dejarse llevar. A fin de cuentas, ya hace dos años que abandonó Bulgaria tras convertirse en la deshonra de su familia; el matrimonio con un noble bien posicionado será de lo más conveniente para ella.

El problema es que Katerina carece de riquezas —su familia la despojó de todas ellas—, y a decir verdad, Klaus no termina de mostrar genuino interés en ella... razones suficientes para que la joven no termine de tener claros los motivos por los que Klaus podría beneficiarse de aquel enlace.

Simple y llanamente, algo no cuadra.

—Milord.—Katerina le saluda con una leve y elegante reverencia. Klaus la ha hecho llamar para reunirse con ella en el gran salón el cual, como es costumbre, se encuentra plagado de nobles dejándose llevar por el festín y la música—. Espero no haberle hecho esperar.—Y sonríe, sin poder evitar arrastrar discretamente la mirada por la sala... buscando a Elijah.

Pero no está allí.

—Lord Elijah... ¿no nos acompañará esta noche?—Aquello sí es de extrañeza para la morena. Rara es la vez que ambos hermanos prescinden del otro para acudir a eventos como aquel.

Pero todo ha cambiado, y aún más está por cambiar. El problema es que, naturalmente, Katerina aún no lo sabe.

Tenía la mirada de un tiburón que nada en medio de un mar plagado de peces, todos a su merced.

Aunque no lo pareciera, o quizá su expresión lo delataba, Klaus detestaba aquel tipo de eventos. La pomposidad y las apariencias eran el refugio de unos pobres desgraciados que desconocían su propia fragilidad, lo insignificantes que eran para el original. Nadie allí destacaba; ya se conocía sus frases de lamebotas, y los halagos que escondían recelo, envidia y miedo.

Todos eran insignificantes... menos ella.

Era hermosa y sin duda destacaba en medio de tanta mediocridad, pero no era la belleza lo que deseaba obtener de ella. Lejos había quedado ya el recuerdo de Tatia, la primera mujer a la que había amado y cuyo rostro era exactamente igual; una tortura que sin duda había afectado a su hermano. Él en cambio, si la miraba bien como en ese instante, solo veía a una herramienta. Y a la llave de su libertad.

—Katerina —arrastró las sílabas de su nombre y, como era costumbre, tomó su mano y besó la misma con delicadeza, saboreando el aroma inconfundible de la mujer—. Estás especialmente deslumbrante esta noche —ignoró sus disculpas con cortesía, aunque su semblante se tensó ante la mención a Elijah.

—Mi hermano necesitaba un tiempo a solas... para ordenar sus ideas —comentó de forma enigmática, evaluando la reacción ajena. Klaus no estaba ciego y había visto perfectamente, y en más de una ocasión, la devoción que la réplica mostraba hacia su hermano. Un terrible error—. Me temo que no podrá volver a gozar de tu compañía... —le ofreció un brazo y volvió el rostro hacia la multitud, esperando a que lo aceptara para perderse entre aquel mar de rostros, ajenos y perecederos— Al menos por un tiempo —Mentira. Su historia de amor sería tan breve como trágica.

—Quizá es momento de que él también ofrezca sus atenciones a una dama a la que desposar —comentó de forma inocente. Claro que su intención era provocar a la contraria. ¿Por qué? Por simple diversión, o quizá porque quería saber si aquella admiración, la misma que él se había encargado de apagar en su hermano, era de verdad mutua.

Gentil, cortés e indudablemente atractivo; Lord Niklaus, o Klaus, como prefería ser nombrado, reúne todas las características para convertirse en uno de los hombres más deseados de todo el país. Katerina tiene la fortuna de haberse convertido en su favorita, al punto de haberse prometido bajo el lema de tener a su disposición todo un porvenir a compartir por el resto de la eternidad. Y sin embargo, aunque la joven puede reconocer las aptitudes para hacer de aquel hombre un sujeto altamente deseable con el que desposarse, Katerina sigue soñando con algo más.

Su vida ha demostrado ser de todo, menos perfecta, y conformarse debería ser su regla. Ya defraudó a su familia una vez, obligándola a abandonar Sofía; habiendo llegado a Londres con una mano delante y otra detrás, no estaba en posición de rechazar el cortejo que eventualmente, Lord Niklaus demostraba hacia ella.

Pero, ¿tan terrible es no querer conformarse?

—Siempre tan adulador, Milord.—Un suave rubor tiñe sus mejillas, a pesar de ser consciente de que ni siquiera sus propias palabras son verdad. Klaus tiende a prestarle atención sólo en determinadas ocasiones, cuando empieza a ser muy evidente que el noble no tiene genuino interés en ella. Aquel es uno de los motivos por los que el cortejo del Lord sigue resultándole tan... inquietante. —Oh. —Trata de reprimir la expresión de desilusión en su rostro, si bien previsiblemente no lo ha conseguido. Cabía esperar que algo así sucedería, tarde o temprano. Su compromiso con Lord Niklaus ya está arreglado, y siendo Elijah un noble asimismo interesante y de buen ver, le conviene encontrar a otra mujer con la que desposarse...

Sin embargo, aunque Elijah sólo está dispuesto a hacer lo que se supone, debe hacer, Katerina no puede evitar sentirse profundamente decepcionada.

—Quizá sí. —Concede, dejando escapar un suspiro, mas recuperando la compostura. No desea que Lord Niklaus se percate de cuánto han podido afectarle al ánimo aquellas palabras. —Espero entonces que tenga suerte. Con el debido respeto, Milord... la corte está llena de arpías zalameras.— ¿Tan evidente es que está celosa?— Cualquiera de ellas podría aprovecharse de vuestro hermano. Elijah es... un buen hombre. —Demasiado para pertenecer a aquel lugar, de hecho.— Se merecería lo mejor. —Algo que, por desgracia... Katerina no puede entregarle.

—En fin. —Suspira nuevamente, tratando de cambiar de tema.— ¿Qué se celebra esta noche?

Tantos siglos en aquel mundo cambiante, le habían enseñado cómo actuar para manipular a la gente que lo rodeaba. Cortejar a una dama seguía siendo un proceso que debía atender con cuidado, y que normalmente el original aborrecía por su falta de paciencia y porque, a decir verdad, nadie había captado su atención desde su historia con Aurora de Martel. Lo único que le atraía eran los cuellos pálidos y delicados, la hermosura finita que él podría saborear y extinguir. Los sentimientos eran una debilidad que los seres como él no poseían, ni debían anhelar.

Katerina Petrova no era más que otra belleza finita, pero una que sería también la llave de su tan ansiada libertad. Debía atraparla en sus redes, de las que igualmente no podría escapar.

—No es adular exponer un hecho tan cierto como el aire que respiramos —admiró aquel rubor ligero en sus mejillas, cómo una sangre de olor delicioso se acumulaba en aquel lugar de su rostro. Si fuera consciente del poder que dicha sangre albergaba…— ¿Acaso eso te decepciona? —enarcó una ceja, sin ocultar demasiado el hecho de que aquello le resultaba cruelmente divertido. Se reiría de ello de no ser porque, de ser algo mutuo, sus planes peligrarían. Sin embargo, sabía que su hermano mayor dejaría a un lado lo que parecía ser tan solo un capricho momentáneo si se trataba de su propia felicidad. Siempre había sido así. Para Klaus sería terriblemente dramático que él también lo decepcionara, al igual que toda su familia.

—Cuidado, esas arpías podrían escucharte —en esa ocasión, el original se rió abiertamente. No podía creer lo que veían sus ojos, aquellos celos que sacaban la peor parte de la joven, que había mostrado ser bastante comedida en sus palabras hasta ese momento—. No querrás ganarte enemigas en la corte tan pronto —añadió. Oh, él de eso sabía mucho, aunque la mayoría de sus enemigos desaparecían misteriosa o no tan misteriosamente. Gracias a ello se había ganado cierta fama, y todos lo respetaban… o, más bien, temían. El temor era mucho más práctico.

—Veo que mi hermano te ha causado verdadera fascinación —opinó, sin mostrar nada más que indiferencia. Era trágico que fuera a morir, en parte, gracias también a aquel hombre del que había decidido prendarse— ¿Alguna candidata que sea aceptable a tus ojos? —prosiguió aquella broma cruel, señalando al montón de pomposos nobles que se reunían en aquel elegante salón de fiestas.

—Se celebra el fin del invierno y el comienzo de la primavera —respondió a su pregunta mientras paraba a uno de los camareros, tomando dos copas de vino de una fina bandeja de plata. Al menos tenía que admitir que aquellas celebraciones tenían algo positivo: el buen vino. Ofreció una de dichas copas a la castaña, buscando su mirada—. Es curioso, ¿no crees? Cómo el fin de algo puede ser a su vez un comienzo —de igual forma que su muerte marcaría el inicio de su libertad—. Por los nuevos comienzos —hizo que ambos cristales chocaran entre sí, proponiendo un brindis que, irónicamente, anunciaba el trágico destino de Katerina.

«¿Acaso eso te decepciona?»

Repentinamente, Katerina se percata de que Lord Niklaus está formulando las preguntas equivocadas. La pregunta correcta en este caso sería: ¿Y quién no se habría sentido decepcionada? Pero, ah: jamás podría responder a aquella incógnita en voz alta. — ¿Por qué habría de hacerlo? —Responde, por contra.— No, milord. Pronto, Elijah será mi familia también. —Inevitable tras su matrimonio con su hermano menor.— Preocuparme por su bienestar es también mi deber. —¿Quizá se ha sobrepasado en sus apreciaciones? ¿Lord Niklaus habrá interpretado su comportamiento como inapropiado? El caballero deja escapar una carcajada, y Katerina sonríe. No le ha dado importancia o, al menos, la que debería.

Por fortuna. — Disculpad mi osadía, milord. —Le dice, siguiendo con aquella broma, como si de verdad lo fuera.— La cautela nunca ha sido una de mis prioridades. Prefiero que vos me conozcáis tal y como soy. ¿O acaso no es eso en lo que consiste el matrimonio? —Transparente como el cristal, Katerina se esforzaría por convertir aquel enlace en una unión real.— Y con un poco de suerte... lograré convenceros para plantar cara a las arpías de la corte. —Al fin y al cabo, el mismo aprecio que la muchacha profesa hacia Elijah Mikaelson, también lo profesa igualmente el propio Niklaus.

De algún modo.
«¿Alguna candidata que sea aceptable a tus ojos?»

Sí: ella misma. Por enésima vez, Katerina se muerde la lengua. — Ninguna que no busque de vuestro hermano más que el título. —Observa, frunciendo la expresión.— Aunque he oído que la corte de Enrique VII ha recibido este año a muchas damas de alta alcurnia. Quizás sea el momento de demostrarle vuestra generosidad a su Majestad. —Algo muy típico en la nobleza de la época: organizar grandes festines en nombre del Rey. Lord Niklaus es de los pocos caballeros que no invierte implacables esfuerzos en demostrarle su devoción al rey, prácticamente siendo él mismo la única ley que se digna a obedecer.

El cambio de tema resulta más agradable para Katerina: hablar del hombre que desea y al que nunca podrá tener, puede llegar a ser realmente agotador. La perspectiva del futuro que ostenta Lord Niklaus es optimista, cuanto menos.

«...Cómo el fin de algo puede ser a su vez un comienzo.»

— Me atrevo a decir que he entendido la referencia. —Y es que la inocente Katerina no puede evitar relacionar sus palabras con su próximo enlace... pero la realidad será mucho más cruel para ella.

Qué diferente habría sido su vida si, después de todo, hubiera logrado comprometerse con el hombre que amaba de verdad. Quizá, la gran leyenda de Katherine Pierce, jamás se habría visto obligada a nacer. — Por los nuevos comienzos. —Pero aquella, por supuesto, habría sido otra historia.

Y, chocando ambas copas, Petrova le da un trago a su bebida.