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Deimos T. Ellsworthbrujo
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Deimos T. Ellsworth
...That nobody, nobody, nobody knows.


Kehlani escribió:I want someone, with secrets
That nobody, nobody, nobody knows
My freakness is on the loose
And running, all over you
Please take me to places, that nobody, nobody goes.

tw: madness, blood, bloodplay, sexual elements.


—Te lo dije, bebé...—Su ronco susurro, oculto tras el pie de la cama, resulta tan... siniestro, capaz de helar la sangre a cualquier cuerdo, consciente del peligro que Deimos significa. Cualquiera menos Heidi Ellsworth, claro. Porque ella, ella inventó la palabra peligro.—Que te daría una sorpresita.—Seductor... un tono donde otras advirtieron incontables peligros, ella le encuentra seductor. Heidi se lo ha demostrado tantas veces que Deimos está seguro, jamás podrá sentir pavor de él. ¿Por qué lo haría?

Su verdadero yo, intenso y retorcido es gemelo del suyo.

Agazapado detrás del pie de la cama del lujosa suite, como si se tratara de un chiquillo jugando a las escondidas, Deimos deja ver sus emocionados ojos, contemplando a la mujer que despierta: la propia Heidi. Su marido la ha dormido y secuestrado, tal y como lo han hecho antes con algunas de sus víctimas. La acomodó en posición fetal sobre una cama doble extragrande, rodeada de círculos y círculos de filosas hojas de metal: cuchillos. De todos los tamaños y con las puntas señalando el menudo, lozano y blanquecino cuerpo femenino.

—Ta-dá! Feliz pre-aniversario.—Se incorpora de un raudo movimiento, sonriendo de forma genuina de oreja a oreja, mostrando toda su dentadura. En la mano sostiene una botella del licor favorito de Heidi y un par de copas. —Cuidado. Si te mueves, pierdes.—Advierte antes de carcajearse, el tipo de chiste que solo ella encuentra siempre gracioso.—Sorpresa: si me muevo yo, también.—No solo la cama está repleta de cuchillos, la carísima alfombra bajo sus pies, también lo está, como si se trataran de pétalos de rosas rojas.

Ah, el bello romance de amantes retorcidos.

26/09 • 20:00 •  @Heidi C. Ellsworth
Heidi C. Ellsworthfantasma
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Heidi C. Ellsworth
...That nobody, nobody, nobody knows.
Aprendieron a encontrar amor, placer y belleza en lo siniestro, juntos, en perfecta sincronía, y como si hubieran nacido para encontrarse. Aquel día, veintiséis de septiembre, ambos se conocieron el uno al otro tal y como eran realmente. Entonces, Heidi había escondido aquella Beretta 92 —una reliquia familiar—, en el estudio de Deimos, y cuando se citó con su cuñado, trató de volarle la cabeza de un disparo. Para su desgracia —y para su fortuna en el futuro cercano—, Heidi se sorprendió con un arma de fuego incapaz de disparar... porque estaba descargada.

Deimos descubrió el arma a tiempo y, creyendo que fue colocada allí por su mujer, decidió dejarla en su lugar con el tambor vacío. Se sorprendió notablemente cuando Heidi se delató a sí misma, siendo quien estuvo realmente tras su intento de asesinato.

Ella quiso saber qué fue de las balas, y aquella noche, a Huxley se le cayeron los primeros dientes de leche, después de descubrirse que había escondido aquellas en el pastel de manzana que preparó para el postre.

Diecinueve años han pasado desde entonces, y Heidi Ellsworth sigue viviendo aquella fecha con tanta intensidad como la primera vez. Aunque quizá, si hay alguien que vive con más intensidad su pre-aniversario, es el propio Deimos. —¿Qué...? —Aturdida aún a causa de los somníferos que Deimos utilizase horas antes para dormirla y llevársela, abre los ojos poco a poco hasta descubrir dónde se encuentra: parece una carísima habitación de hotel.

Lo siguiente que alcanza a ver, son las decenas de cuchillas, señalándola.

Y, lejos de horrorizarse, su expresión se ilumina. —Mi amor... ¡Mi amor!—Se encuentra fascinada, embelesada. Deimos ha preparado la macabra sorpresa, y ella no puede sentirse más emocionada.— ¿Son para mí?—La ha encerrado entre aquellas cuchillas y prácticamente, no se pude mover; su marido ha hecho lo propio consigo mismo, sonriendo radiante mientras sostiene aquella botella.

Luciendo su sonrisa torcida, Heidi alza una mano lo suficiente como para que la cara interna de su muñeca se corte con las cuchillas. Sonríe un poco más, devolviendo la muñeca hacia sus labios y acariciando con la lengua el fino hilo de sangre que comienza a brotar de la herida. —Oh, he perdido.— Hace un mohín que aparenta ser apenado, pero no puede sentirse más dichosa de comenzar aquel juego.— Y ahora quiero mi castigo. —O premio. Hoy es su día.

Se lo merecen, ¿no?
26/09 • 20:00 •  @Deimos T. Ellsworth



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Deimos T. Ellsworthbrujo
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Deimos T. Ellsworth
...That nobody, nobody, nobody knows.

Mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu señor. Mírame con atención, te verás a ti mismo.

Sabias palabras de Charles Manson, asegura Deimos. Una frase que ha calzado perfectamente con la retorcida y sádica historia de atracción del brujo junto a su enajenada esposa. Se han compenetrado a tal punto de que aceptan sus verdaderos rostros, los errorres de la naturaleza y las dementes bestias que son ambos, capaces de encontrar placer, adrenalina y entretenimiento cuando sus propias vidas se hallan en riesgo como sucede en aquella extraña celebración.

Conocen otra forma de vida, pero no les interesa.

La idolatra, no existe otro término para lo que Deimos siente por Heidi. Será capaz de todo por protegerla, de quien sea. Porque al final... Solo él puede tomarse la libertad de dañarla. Lo prometieron juntos. Se prometieron que ambos morirán por la mano del otro, siendo esta la única razón por la cuál Deimos Ellsworth se niega a permitir que alguien acabe con su propia existencia. Hay honores que se guardan para los selectos. Bueno, honores o depravaciones... da igual, Deimos no encuentra diferencia.

Depravaciones, hablando de ellas...

—Eres toda una obra de arte.—Sádico, depravado y loco todo lo que quieras, pero eso no anula sus habilidades para identificar el verdadero arte. Y aunque posee la capacidad de mostrar un gusto exquisito y más convencional de cara al aburrido mundo, hallar belleza donde otros se asquean con horrores, es su indiscutible fuerte:

El iluminado rostro de su esposa mientras su menudo y —aparentemente— frágil cuerpo se rodea de un peligro que puede acabar con su vida en un santiamén, es la belleza hecha carne. Lo más deleitable que Deimos ha admirado en mucho tiempo.

Y le excita. Está tan enfermo que Heidi se le antoja erráticamente excitante en ese plan.

—Son para ti, bebé.—Confirma con un parsimonioso asentimiento de cabeza.—Para... cada... centímetro... de tu... piel... órganos... huesos.—Susurra antes de prorrumpir en una hilarante carcajada, como si hubiera contado el mejor chiste de la velada.—De acuerdo, los huesos no. Una vez lo intentamos con esa pequeña sabandija y no fue tan fácil.—¿Alguna vez has intentado clavar un cuchillo en el centro de un hueso mientras su dueño se retuerce? ¿No? No lo hagas, es una pérdida de tiempo y paciencia. Un verdadero grano en el culo.

Mucho más si es un adolescente fastidioso. Pfff.

Entreabre los labios muy ligeramente, emocionado porque Heidi hace con exactitud lo que Deimos siempre ha pretendido. ¿Y por qué siempre lo ha pretendido? Fácil... Le gusta castigarla. ¿O premiarla? Al decir verdad, no hay diferencia en el vocabulario de estos.

Le sacan todo el jugo posible a cualquiera de los dos.

—Eres una niña muy mala.—Susurra en un hilo de voz mientras sus ojos impregnados de deseo siguen la trayectoria de la lengua ajena limpiando la sangre de la herida. Pero... ¿por qué conformarse con una sola de esas?—Niiiiiiñaaaaa Mala.—Arrastra las vocales con su aterciopelada voz, a medida que con un movimiento de su mano, alza una de las enormes dagas dispuesta al pie de la cama y la arrastra mágicamente por una de las piernas de Heidi. Con su ligero toque, la punta filosa corta la piel a su paso, creando una abertura desde el tobillo hasta la zona de la vesícula.

Sí, la vesícula.

—¿Quieres que te regale tu propia vesícula? —Le pregunta con viva emoción, como si la fascinante idea le hubiera golpeado la cabeza repentinamente.— Si te mueves, la hoja se irá hundiendo poco a poco.—El cuchillo espera, levitando a centímetros de aquella zona, listo para recibir órdenes.—Veámos cuanta sangre te sale. Yo digo que más que la última vez. Y menos que a mí la vez anterior.—Sí, como ves, llevan en este tipo de juegos un largo rato. Ah, pero Deimos no se lo dejaría fácil. Sabe los puntos débiles de Heidi, donde se vuelve loca por las cosquillas.

Sí, cosquillas.

Cualquiera diría que las coquillas en la pierna no existen, pero oye, ya ha quedado claro que este par no es de este mundo.

Deimos consigue sortear sus propias trampas en el piso para subirse a la cama y moverse sobre las hojas afiladas, ocasionando cortes en su propia piel, pero nada alarmantes. Ya está acostumbrado; como cuando danza junto a su esposa sobre brasas ardiendo.

Un vals oscuro.

Toma a Heidi por el tobillo de la manera delicada, como si cuidara no hacerle daño, y tira de la pierna procurando extenderla sobre la sábana. Comienza a deslizar su lengua sobre la abertura de la pierna, saboreando la sangre que brota con lentitud de la herida. Deimos no apartar la mirada de su mujer, vigilando que ésta no ceda ante las coquillas. Porque si ríe, la daga se hundirá y... perderá algo más que un hilo de sangre.

Aunque también ganará. He ahí el secreto de esta velada.

26/09 • 20:00 •  @Heidi C. Ellsworth


the
devil in
disguise.

Heidi C. Ellsworthfantasma
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Heidi C. Ellsworth
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«Eres toda una obra de arte.»

Sonríe. Dicen que el amor es una locura donde loco y loca, no quieren encontrar la cordura... y tienen razón. Deimos y Heidi gozan de un concepto tan depravado y retorcido del amor; un concepto que jamás necesitaron explicarse el uno al otro, porque Heidi sólo hubo de conocer cómo era su cuñado en realidad, para comprender que eran lo mismo: las dos mitades de una misma realidad.

Aquel amor es riesgo, adrenalina, incendio. Heidi ya no tiene miedo a morir en aquellos depravados juegos, a pesar de saber que la clave está, precisamente, en la pérdida de control: dejarse llevar hasta las últimas consecuencias, sin pensar en las probabilidades, en el mañana. No importa el mañana, ni tiene sentido en un universo alternativo y seguro donde Heidi y su marido no puedan regirse por sus propias y delirantes reglas.

La carcajada de Deimos inunda la estancia, y Heidi se deja llevar al compás de la melodía, rompiendo también a reír. —Ah, sí. Me acuerdo.— Recuerda bien la anécdota de la cuchilla y los huesos.—Ya te lo dije entonces. Pensé que sería más divertido si se revolvía, pero...— Pero todo a su alrededor fue rápidamente una lluvia de sangre y horror, sin lograr alcanzar del todo el hueso.—La próxima vez, inmovilizaremos mejor a la víctima. Todavía quiero saber lo que se siente...—No ha podido jamás deleitarse con el placer de cortar un hueso con hoja y a mano alzada.

Y los deseos de Heidi, son órdenes para Deimos.
Pero su marido tiene hoy preparados otros planes para ellos.

Aquel corte en la muñeca dejaría cicatriz, y Heidi espera de corazón que así lo haga. Será un recuerdo más de la velada. Su marido parece más que dispuesto a ofrecerle su ansiado castigo y la señora Ellsworth aplaude enérgicamente; el movimiento propicia que otra de las cuchillas le haga un corte en el otro antebrazo, lesión a la que no le presta la más mínima atención. Otra de aquellas cuchillas comienza a deslizarse —por obra y gracia de Deimos—, por su piel, a lo largo de su pierna y hasta la vesícula, deteniéndose allí.

«¿Quieres que te regale tu propia vesícula?»

—Amor, ¡qué osado!—Parece reprenderlo, pero nada más lejos de la realidad.—Si me regalas mi propio cuerpo en nuestro aniversario, ¿qué me quedará para tu cumpleaños?—Sin embargo, la idea de teñir las sábanas con su propia sangre le arrebata un escalofrío de excitación. Siguiendo con su retorcido juego, Heidi permanece inmóvil, a escasos centímetros de la amenazadora cuchilla; le conoce tan bien que ya sabe la prueba a la que la va a someter. Esquivando las trampas filosas que él mismo ha colocado sobre la cama, se abalanza sobre ella para comenzar a lamer la incisión sangrante sobre su pierna, atacando directamente a su punto débil.

Sí, amigo mío: Heidi tiene cosquillas prácticamente en cada rincón de su piel, y aún más en las heridas abiertas.

La desquiciada bruja respira profundamente, concentrándose en la sensación y realizando un titánico esfuerzo para no romper en una carcajada letal. Las cosquillas y la contención avivan también el retorcido deseo hacia su marido, dejando escapar un suspiro. —Deimos...—Está tratando de contenerse, alargando aquella fase del juego, pero no conseguirá aguantar mucho más...

0 - 25 - 50: Se aguanta la risa.
75 - 100: Se ríe. La cuchilla se le va a clavar.

26/09 • 20:00 •  @Deimos T. Ellsworth



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Deimos T. Ellsworth
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Mario Benedetti escribió:Yo me enamoré de sus demonios, ella se enamoró de mi oscuridad. [Somos] el infierno perfecto.


Como buen marido, siempre se ha esforzado por rememorar sus mejores experiencias con Heidi de una manera entretenida y excepcional: recreando detalles claves de dichos inolvidables momentos. No es la primera vez que Deimos cercena la pierna de su esposa para devorar su sangre con estudiada lascivia, no; lo hizo cuando Heidi era todavía una adolescente y ambos comenzaron a danzar peligrosamente por ese escabroso camino de probar hasta qué punto eran capaces de llegar el uno con el otro.  

Deimos Crewe, un empresario, esposo y padre joven, iniciaría a la errática y rebelde Heidi Ellsworth en la retorcida práctica del bloodplay, sin importar que la morena todavía asistía a una distinguida escuela para señoritas. El brujo lo recuerda a la perfección como si hubiera sido ayer: sus dedos deslizándose bajo la cinturilla de las medias de colegiala, revelando la piel más suave y deliciosamente tentadora que acarició en su vida…

No le tomó ni dos segundos usar su athame para teñir la palidez de la piel de un rojo carmesí. La incisión recorrió la extremidad hasta el muslo interno. Sus emocionadas orbes se anclaron en las ajenas, aquellas que apenas descubrían un mundo lleno de interesantes posibilidades —aunque terriblemente depravadas— de sentir un placer tan alucinante como el sexual. Esa primera vez que sus labios saborearon atenciosos cada hilo de sangre, inevitablemente se perdieron bajo la falda del uniforme.

Tiempo ha pasado desde entonces, y de todos los cuerpos que ha manipulado como su pertenencia, toda la sangre derramada manchando sus dedos, aquella es la única que jamás le aburrirá. Su aroma entremezclado con cada gota de sudor dilatan sus pupilas tanto como antaño, llevándolo casi al culmen del deseo.

Well, well, well ríe ligeramente divertido por las heridas que las múltiples cuchillas causan en la piel de su mujer con cada descuidado movimiento.—Le das a mis labios más entretenimiento de lo normal —susurra, relamiendo sus labios antes de ensanchar su sádica sonrisa.

«Si me regalas mi propio cuerpo en nuestro aniversario, ¿qué me quedará para tu cumpleaños?»

Suelta una sonora y tintineante carcajada.—Eres tan ingeniosa… —¿Cómo no amarla y desear saborear cada parte de su cuerpo?—Si pudiera poner tu cerebro en un altar, lo haría.—De poder, puede. Sin embargo, por desgracia, sus tradiciones se lo impiden.—Pero nuestros Ancestros mandan.—Pese a sus prácticas depravadas, Deimos era defensor acérrimo de sus tradiciones, entre ellas la consagración, habiendo elegido convertirse —irónicamente— en el terror de criaturas de la noche que torturan y matan por sangre.

Incomprensible, lo sé. Pero… ¿No es así casi todo con los esposos Ellsworth?

Tal y como en su adolescencia, su mujer no parece que conseguirá controlar sus cosquillas por demasiado tiempo.—¡PERO, PERO, PERO!— Sus ojos abiertos como platos, alternan emocionados entre las respiraciones profundas de Heidi y la punta del filoso cuchillo insertándose poco a poco. Deimos separa su danzante lengua de la pierna.—¡Amor! Me dejas en ridículo —¿Frente a quién?—¡Aguanta, aguanta, aguanta un poquito más! —Le anima. No obstante, Deimos sabe lo que hay con Heidi. No soportará. Al igual que también sabe que no quitará el cuchillo por ella misma, rindiéndose.

Porque sabe, será Deimos quien se rinda primero. Casi siempre ha sido así.

De un manotazo al aire, aleja el arma blanca de su esposa, la cuál se clava en algo más, algo invisible cercano al lujoso peinador de la habitación de hotel.—¡Tramposa! ¡Tramposa! —Le grita entre risas, presionando distraídamente su mano derecha sobre algunos de los cuchillos desperdigados por la cama.Oops! Game over para mí —se desternilla de la risa mientras levanta su mano sangrante. Luego, se inclina sobre el cuerpo ajeno y verifica la herida superficial en el abdomen.—Veamos la prueba de tu victoria.—Lame la sangre, la saborea. Imita un redoble de tambores y hace una desmañada reverencia con la cabeza:—La señora tramposa ha ganado.—Anuncia con una chiflada sonrisa antes de murmurar un hechizo para dejar la cama limpia de cuchillos.

Deimos se deja caer a un lado de su mujer, gira el rostro y le mira con intensidad, como nunca ha mirado a nadie.

—Si jugamos un rato más —alza su mano herida, un par de dedos ensangrentados—, te daré tu premio.—Propone el demente brujo, pasando la yema de su pulgar por los labios ajenos suavemente, entreabriéndolos. Heidi sería capaz de saborear su propia sangre entremezclada con la de su marido.—¿Qué me dices, bizcochito? —Añade, tomando su cara con ambas manos, estrella sus labios contra los suyos, introduciendo salvajemente su lengua en su boca mientras sensaciones crudas y primitivas azotan como una tormenta de fuego.

26/09 • 20:00 •  @Heidi C. Ellsworth


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Heidi C. Ellsworthfantasma
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Heidi C. Ellsworth
...That nobody, nobody, nobody knows.
Dicen que siempre hay un roto para un descosido, pero lo de estos dos alcanza una relevancia especialmente peligrosa y reveladora. El éxtasis, la depravación y el vicio llega a niveles insospechados cuando se trata del matrimonio Ellsworth; niveles cuyo límite ni tan siquiera ellos mismos conocen.

Por eso siempre han sabido que estaban hechos el uno para el otro: cuando se trata de Heidi y Deimos, el cielo es el límite. Nada parece suficientemente grave, inquietante, perturbador o importante. Ellos, su desquiciada dinámica, es lo único realmente relevante durante aquellas veladas de sangre, dolor e intenso placer. —Nuestros Ancestros, nuestros Ancestros.—Refunfuña por lo bajo.—Algún día conseguirán que me ponga celosa, ¿lo sabías?—Heidi no es tan correcta con los portadores de la magia ancestral, por decirlo de alguna manera. Más caprichosa y egoísta que su marido —no por nada consiguió que se acabase convirtiendo, precisamente, en su marido—, difícilmente discierne la línea que separa el bien del mal, y los venerados Ancestros se encuentran en un limbo que no logra ubicar del todo.

Sin embargo, porque Deimos respeta a sus Ancestros con una lealtad tan sólo comparable a la que profesa hacia Uther Morningstar, Heidi los respeta igualmente.

«¡Amor! ¡Me dejas en ridículo!»

—¡No puedo más! ¡No puedo más!—Se ríe, enérgica, desatada, incapaz de contenerse por más tiempo. Sólo su marido conoce a la perfección sus puntos débiles; los domina de manera que Heidi, por más que desee reprimir su estallido en carcajadas —si es que quisiera lo desea—, no lo consigue. Cuanto más alto se ríe, más siente la hoja afilada desgarrándole la piel, en medio del éxtasis de pasión, excitación y deseo.

Como lo oyes: la lesión y la autolesión están muy arriba en su lista de perturbadores fetiches.

—¡No puedo! ¡No puedo!—Y lo más importante: no quiere. Aquella lucha de poder, llena de trampas y jugarretas, culmina en una victoria compartida; una que Heidi toma para sí, y que sigue siendo de ambos por igual. Lo de él es de ella; lo de ella, es de él. ¿No es así como funciona el matrimonio? Es ahora Deimos, en cambio, quien se clava las filosas cuchillas aún sobre la cama, alzando su mano ensangrentada en una carcajada tan rasgada como su propia piel.—Pero amor, ¿no lo sabes? Yo siempre gano.—Y porque Heidi siempre gana, Deimos también gana.

Aquel juego inquietante y peligroso que no terminaría hasta que sus propias vidas también lo hagan.

Su marido finalmente se tumba a su lado, contemplándola con intensidad mientras Heidi le devuelve la mirada de igual manera; entreabriendo cuidadosamente sus labios a la par que Deimos los recorre con uno de sus labios ensangrentados. El intenso aroma metálico de la sangre del brujo Ellsworth la embarga, arropándola en aquella caricia mientras Heidi sonríe. —¿Vas a seguir torturándome, amor mío?—Y créeme: no lo dice ni por un momento, porque estén jugando con fuego. No literalmente, aunque puede que sí lo hagan de forma literal más tarde; no sería la primera vez.

Ah, no: Heidi disfruta como nadie de aquellos bloody games. Pero es la contención ante sus merecidos premios lo que suponen una verdadera tortura para ella.

Relamiéndose los labios con cierto deje pensativo, disfrutando del sabor de la sangre de su marido, la bruja finalmente concluye—: ¿Me dejarás ahora utilizar esos cuchillos?—¿Jugar un poco más antes de recibir su premio? Está bien: ¿por qué no?

Pero ahora, será ella quien lleve la iniciativa.

26/09 • 20:00 •  @Deimos T. Ellsworth



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