El plan era sencillo: colarse en la mansión que los Mikaelson usaban como residencia, localizar el ataúd en el que estaba Kol y llevárselo. No obstante, tenía que admitir que sentía miedo.

Magda quería a Kol como a un hijo, sentía una lealtad completa hacía él y, por lo tanto, haría lo que fuera para asegurarse de que estuviera a salvo de la ira de su padre: Mikael. Precisamente por eso arriesgaba su vida, porque sentía que, de no hacerlo, si no se arriesgaba por él, se arrepentiría el resto de sus días.

Aun así, dado que ya había muerto en una ocasión y que conocía sobradamente la crueldad de la que eran capaces los hermanos originales, sabía cuáles podían ser las consecuencias de sus actos. Y aun así, iba sola, caminado entre los desiertos pasillos, buscando aquel preciado objeto que encerraba lo más valioso de su vida.

El sonido de unos pasos desconocidos, le alertaron que no se encontraba sola. La menor de los Mikaelson se mantuvo atenta, mientras afinaba el oído, llegando a una obvia conclusón; no se trataba de ninguno de sus hermanos.

Valiéndose de la velocidad que el vampirismo le otorgaba, la rubia no tardó en recorrer la distancia que la separaba, cortándole el paso a la intrusa al interponerse en medio de su camino.

Y para su sorpresa, su cara le era conocida.

— Magda... — pronunció el nombre de la bruja, entrecerrando los ojos mientras la examinaba —. ¿Qué estás haciendo aquí? Colándote a escondidas... Como si estuvieras a punto de hacer algo que no debes — aquella mujer, era una de las leales brujas de su hermano, Kol. Sin embargo, este no se encontraba disponible al encontrarse en medio de un profundo sueño... Cortesía de Nik.

La ráfaga de viento era la primera señal que se detectaba antes de que un vampiro apareciera a toda velocidad. Magda había aprendido a ver las señales que delataban el momento en que uno de ellos aparecía. Era observadora y detallista, lo cual, a veces, podía servir de algo. Como en esa ocasión.

Soltó un suspiro en cuanto vio de quien se trataba la mancha borrosa que se cruzó en su camino en el momento menos oportuno. Si bien Magda no soportaba a ninguno de los hermanos originales, Rebekah era la menos... odiosa. A diferencia del resto, sabía que Rebekah fue en otro tiempo como ella, una bruja y eso le daba cierto interés. No obstante, no había ido para alabarla ni para aguantarla. Tenía un propósito más importante.

—No tengo tiempo para darte explicaciones.— Intento sortear a la rubia, cruzando por uno de sus costados y adentrándose más en la casa. Pero obviamente no iba a ser tan fácil. —Sabes lo que pretendo hacer y ambas sabemos que es lo mejor. Él no merece estar aquí y nosotras podemos cuidarlo.— No hacía falta que especificara a quien iba a buscar o rescatar, para la bruja solo existía un ser en esa casa que mereciera sus esfuerzos.

Al ver el movimiento de la bruja, la rubia se movió ágil, para volver a cortarle el camino e impedir que siguiera avanzando hacia su objetivo.

— Sabes lo que pasaría si en vez de haber sido yo quien te ha descubierto, hubiera sido uno de mis hermanos — especialmente, Nik... Negó con la cabeza. Su hermano no habría tenido ningún reparo en acabar con la mujer —. No puedes llevarte a Kol. Él está a salvo con nosotros — con una daga que lo mantenía dormido, pero a salvo —. Lo mejor es que esté con nosotros. Nik lo despertará en algún momento — aseguró, aunque su convicción flaqueó al recordar a Finn y como el mayor de sus hermanos llevaba atrapado siglos en su ataúd —. No quieres ganarte a mi hermano de enemigo. Sabes lo que pasaría si descubre que te has llevado a nuestro hermano — siguió insistiendo.

Puede que la bruja tuviera razón y Kol no se mereciera el destino que su hermano le impuso. Pero Rebekah jamás se pondría en contra de Nik. Al fin y al cabo, ella siempre había sido leal a este.

La esperanza de lograr convencerla comenzaba a flaquear. Magda entendía los lazos que unían a los Originales, ella misma había sido una incansable defensora de tales lazos familiares en el pasado. Pero ya aprendió su lección. Dolorosa y trágicamente. Precisamente por eso no estaba dispuesta a dejar que Kol, su adorado Kol, cayera en el mismo error.

—No me iré sin él.— Sentenció al escuchar a la rubia nombrar a su hermano, aquel tan terrible cuyo nombre ni siquiera tenía que ser pronunciado para saber a cuál se refería. Sabía perfectamente cuáles eran las consecuencias al cometer el riesgo de adentrarse en la plantación. Y estaba más que dispuesta a dar su vida por la única persona que merecía la pena.

Ya murió una vez, otra vez no sería para tanto.

El revuelo del exterior, ese que anunciaba un mal aún más terrible que el propio Klaus, le incito a dar un paso más hacia el interior. —Es un riesgo que permanezca en el ataúd, es un riesgo que siga junto a tu hermano...— La bruja conocía bien donde pinchar, donde dirigir sus palabras. Mikael se acercaba. Y era lo único que ellos podían temer. —Deja que me lo lleve.— Volvió a repetir casi suplicando.

La bruja era obstinadamente leal a su hermano. No parecía que fuera a ser fácil de convencer para que dejara estar las cosas, pero Rebekah tampoco era de las que daban su brazo a torcer. Al final, la rubia siempre sería leal a Nik ante todo.

Sin embargo, el ruido de fuera la alertó de que el peligro se acercaba y de que no podían seguir manteniendo esa discusión por más tiempo. Debían de cortarla ya.

— No — se negó en rotundo ante las palabras de la bruja —. No vas a llevarte a Kol — respondió tensa y alerta, presa de un evidente nerviosismo —. Ven con nosotros, Magda. Es lo más seguro. Si te marchases tú sola, serías una presa fácil para Mikael — y en consecuencia, también lo sería su hermano —. Podemos ayudarnos la una a la otra mutuamente y asegurarnos de que Kol esté bien — insistió la Mikaelson, consciente de que la arena del reloj estaba a punto de agotarse.