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Dragoslav P. Hargreevesvampiro
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Dragoslav P. Hargreeves
Keep your face always toward the sunshine

Ser un vampiro era algo que jamás pensó que viviría. Desde muy pequeño, en su aldea, había oído inifinidad de leyendas de seres que parecían humanos pero que poco tenían que ver con ellos. Por las noches, supuestamente, salían a cazar y bebían la sangre de todo aquel que encontraban a su paso. No importaban que fuesen mujeres, hombres o niños. Todos eran claros objetivos de estos seres monstruosos enviados por los dioses como castigo para los impuros. La mayoría no sabía si creer o no, aunque preferían quedarse con la curiosidad. Drago siempre tuvo el respeto que dicha leyenda merecía. Nunca había tenido encuentros con esos seres y, aun así, les tenía miedo.

Ahora, aquel escuálido chico que escuchaba frente a la fogata dichos cuentos, era uno de ellos. En principio sintió asco cuando le contaron cómo debía alimentarse. Lógico. Imaginarse mordiendo a alguien y bebiendo su sangre no era algo muy agradable. No obstante, en cuanto hincó sus colmillos en el cuello de una joven y sintió la sangre fluir por su garganta no pudo parar. Y con "no pudo parar" me refiero a que la dejó completamente seca. Sin vida. Tras eso vinieron algunos complicados episodios más en los que tuvo que ser controlado por uno de sus compañeros Strix. Llegaba la noche y solo deseaba salir y matar. Buscaba la forma de escapar y ser silencioso, más siempre terminaba acabando con una aldea. Más de una vez pensó que el líder se desharía de él. Por suerte se equivocó.

Con el tiempo fue consiguiendo ese control que le faltaba. Siempre supervisado, el vampiro logró ser capaz de tener sangre delante sin perder la cabeza y también aprender a parar cuando era necesario. Todo a base de errores.

Llevaba unos meses de intenso entrenamiento cuando le ofrecieron la oportunidad que no todos conseguían alcanzar: obtener la joya de día. Para un vampiro, aquel regalo era el más preciado que podían darle. De primeras significaba poder salir de nuevo a la luz del día  y no ser un esclavo de la noche. Pero lo que era más importante era que estaban demostrando confiar en ti. Algo así como un ascenso dentro de la organización. Su inteligencia y formas de conseguir información parecían ser importantes en una joven organización que tenía objetivos muy grandes para conseguir.

Parece ser que había conseguido pasar las pruebas que los Strix le ponían y ya confiaban en él para darle más importancia. Tras toda una vida siendo el débil, estaba orgulloso de que alguien se fijase en sus habilidades y las valorase. Siempre fue el niño enfermo de la su hogar y aunque al casarse obtuvo más poder, siguió siendo un hombre enfermo que llegó a sus 40 años casi por suerte.

La bruja que le haría su joya era una auténtica escultura. Alta, piel blanca como la nieve, una larga melena rubia y unos modales que cualquiera envidiaría. Siempre sospechó que era francesa por ese ligero acento que se le notaba a la hora de hablar en inglés y aunque tenía curiosidad, no le preguntó.

Se reunió con ella en uno de los salones donde estaban viviendo en ese momento los Strix. Grande, luminoso, con una decoración lujosa...lo típico en ellos. Al parecer era de una importante familia que se la dejaron. Si por "dejar" se puede entender usar el control mental. Eso también le impactó al enterarse de sus poderes. Ahora lo usaba siempre que podía para todo.

Durante el proceso de la creación se limitó a observar y ayudar en lo que necesitase la bruja. Frente a él veía cómo ella usaba su magia en el viejo anillo de su esposa; una pequeña alianza con una piedra azul en el centro como modificación para el conjuro. Recordaba perfectamente cómo y cuándo le regaló aquel anillo a su difunta esposa y saber que ahora, gracias a esa piedra y al hechizo, le serviría para caminar bajo el sol le parecía como un regalo del destino.

No sabía cuánto duró el proceso ni tampoco tenía la certeza de que funcionase. Se lo colocó en su dedo y tragó saliva justo antes de salir. Si no funcionaba bastaba con esconderse rápidamente de nuevo en el interior de aquella habitación tapiada. Pero no hizo falta. Sintió el calor del sol  en su piel y no de forma que quemase, sino agradable. Lo había conseguido.
05/11 • 16:35 pm • Hace varios siglos



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