Maegor estaba sentado en una de las butacas de la biblioteca. Aquel lugar había sido el último donde se había encontrado con Cersei y donde volverían a reunirse.

En su espera, el vampiro estaba cavilando acerca de todo lo sucedido. Desde su conversión hasta la última batalla:—Por fin has llegado—sus pasos los había escuchado desde las escaleras que conectaban con la habitación en la que se hallaban:—¿Alguna vez te has replanteado tu vida?—le preguntó, sin alzar su mirada.

El neófito se consideraba ahora como una espina pequeña y ponzoñosa clavada en la mano de su otrora familia. Y este sino, sencillamente, lo cargaba ahora por ser algo totalmente distinto. Los famosos Valyrian habían sido siempre una familia de guerreros recta. En tiempos actuales, con su conversión, las primeras trazas de rectitud amenazaban con quebrarse por su presencia. Éstos habían disfrutado durante siglos de inmunidad al virus del vampirismo y, ahora, se notaban ya los primeros indicios del rápido y fatal colapso de su familia.

—Olvídalo. ¿Tienes el anillo?—preguntó, bruscamente.

Para una bruja, realizar una joya de día para un vampiro siempre era un reto que inflaba el ego. Que confiasen en ti para pedirte eso significaba que existía cierto vínculo entre ambos. Eso, o que te amenazaban o incluso pagaban. Cersei no usaba mucho su poder para conseguir dinero porque la magia era algo importante y personal para ella. Sin embargo, con aquel vampiro era más que evidente que tenía una buena relación y una química que podía volverlos dos bombas de relojería si explotaban. Por suerte, parecía que eso no iba a ocurrir.

Se sentía orgullosa de aquella piedra que había conseguido hechizar para que el joven pudiese caminar bajo la luz del sol. Prueba de esa seguridad era la forma en que tenía de pisar con sus pies. — Santa Klaus se atrasó un poco.—bromeó entre risas mientras se iba acercando, siempre con Goldie a su lado. Lo cierto era que el mono no se sentía tan incómodo junto a Maegor, lo cual era extraño teniendo en cuenta que no era un animal muy sociable. Alzó una ceja por su reciente pregunta. — Y tanto que me he replanteado mi vida. A diario, prácticamente.— comentó con naturalidad. Iba a preguntarle si le ocurría algo, pero rápidamente cambió de tema.

— Aquí está.— dijo sacando la piedra azul reluciente y varios anillos. — No sabía cuál podía gustarte, así que traje varios modelos. Solo elije y enseguida le añado la perla. Al menos que quieras un colgante, brazalete, pulsera...—sugería. 

—Hmph—emitió un gruñido gutural ante su primer comentario. Maegor no era una persona que tuviese sentido del humor. Ese atributo nunca lo había poseído, ni siquiera cuando era humano. La seriedad y la disciplina, como buen alemán, eran dos características que siempre habían regido en la personalidad del albino:—Supongo que el peso del tiempo tiene esto. Uno le da vueltas a su vida—se levantó de su asiento y, al hacerlo, se percató de que la bruja había venido con su mono.

La mirada del vampiro se ancló en la del animal con intensidad. Por alguna extraña razón, había comenzado a tolerar su presencia:—Ajá—su atención inquisitiva en Goldie se quebró cuando escuchó las distintas opciones para su anillo:—No, prefiero anillo—comentó tras acercarse hasta Cersei para contemplar las diferentes modalidades por las que podía optar para su objeto deseado.

Maegor no había reflexionado acerca de sus preferencias, pero tenía claro que deseaba algo poco ostentoso y oscuro:—Dame este—señaló aquel que reunía las características que buscaba. Era jaspe negro. Su color brillante, a pesar de su opacidad, refulgía en la biblioteca. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención, era esa poca transparencia del material. No mostraba otro matiz que uno totalmente negro y fue aquello lo que le hizo decantarse por esa piedra:—¿Se tarda mucho para esto? 

Cuando Cersei se unió a los Strigoi supo que realizar joyas de día iba a ser algo que tuviese que repetir más de una vez. Ella no sabía qué pensarían las otras brujas; a ella le encantaba usar su magia para mejorar la vida de los suyos. Esos vampiros eran su familia y si podía ayudarlos, lo haría. Además, Maegor podía decirse que era su debilidad, quien había despertado en ella un instinto que hacía mucho que creía perdido.

— Y eso que aún eres joven. Espera a tener la edad que tengo yo, o que tienen los demás. Lo bueno es que siempre contarás con nosotros para cubrirte las espaldas.— aclaró. Sabía que el otro no era muy propenso a hablar de su vida y sentimientos, aun así quería dejarle claro que siempre que necesitase hablar estaría ahí.

Se echó a un lado para que viese bien los modelos de joyas que podía crearle. Era algo personal, así que no le metió prisa hasta que finalmente se decantó por uno. — Elegante elección. Sin duda tienes buen gusto.— dijo agarranco aquella pieza y echándola en un cuenco hecho tamién de piedra. — Para un humano sí que es un tiempo, pero con magia puedo hacértelo en unos minutos.— comentó empezando con sus rituales y hechizos con un tono de voz bajo. — Mientras puedes contarme cómo te va ¿no? Hace tiempo que no coincidimos.

—El tedio supongo que lo sufriré en algún punto, especialmente si carezco de víctimas con las que entretenerme—Maegor tenía una mente de ideas peligrosas y sádicas que difícilmente iban ya a abandonarlo. Sospechaba que su creatividad macabra iba a tener algún límite, pero esperaba que con los recursos que le estaba ofreciendo Balaur aquello nunca ocurriese.

O que al menos pudiese suplir su vacío con otras actividades similares a su particular caza.

— Lo sé—le reconoció cuando le mostró el material que había escogido para su futuro anillo:—Eso me alegra. Quiero ya explorar este condenado pueblo con luz propia—frunció sus labios en una siniestra mueca:—Estoy seguro que descubriré nuevas presas que se escondían en la oscuridad de la noche—sabía de las desventajas que tendría asimismo con la luz solar cuando quisiese asesinar, pero al menos conseguiría un amplio abanico para escoger víctima.

—Voy bien. Sinceramente no sé qué quieres que te explique—frunció el ceño ante la curiosidad de la bruja, pero finalmente cedió a ese capricho particular de su interlocutora en gratitud por la joya que le estaba creando:—He estado entretenido con los aliados de la Condesa Bathóry. Son bastante…—se interrumpió al escuchar el suave murmullo de Cersei mientras conjuraba el pequeño objeto y, se sobrepuso, cuando ésta le devolvió la mirada:—Particulares—chasqueó su lengua:—Por otro lado, he estado torturando a mi cazador favorito. ¿Te acuerdas del amargado de Frankie?

Quería ver a Maegor feliz porque le recordaba demasiado a su hijo. Era algo que nunca había verbalizado y dudaba que lo hiciese porque conocía el carácter del peliblanco; por eso prefería callarse y seguir ayudándolo desde la distancia. — Lo importante es buscar formas de entretenerte. Existen decenas de idiomas que aprender y lugares que visitar. Si trabajas bien no tendrás porqué sentirte aburrido ni vacío nunca.— mintió, pues era imposible estar siempre lleno. De hecho, ella seguía sintiéndose fuera de lugar más de una vez.

— No te emociones demasiado con el pueblo. Es bonito, sí, y tiene su encanto, pero no deja de ser un lugar aburrido. Aunque hay ciertas personas...digamos que interesantes. — aclaró con una sonrisa. Porque sí, Mystic Falls no dejaba de protagonizar historias y leyendas que a cualquier bruja le llamaban la atención.

Mientras que lo escuchaba, Cersei seguía concentrada en terminar esa joya de la forma más rápida y eficaz posible. — ¿Crees que la Condesa puede ser una buena aliada? Tal vez nos venga bien.— comentó como si nada. Conocía las habladurías que se contaban sobre esa mujer y si eran ciertas podría ser una buena pieza con la que contar. — Cómo olvidarlo. Es dificil olvidarse de esos cazadores, por desgracia.— soltó una risotada mientras le entregaba finalmente la joya. — Mira si te gusta.

—Por supuesto, hasta que éstas mismas actividades se vuelvan tediosas. La dominación de un idioma, inclusive el de todos, no me aportará la satisfacción que busco—no ahondó más en ese debate, sino que permitió entretenerse en la actividad a la que estaba dedicándose la bruja.

—Dudo que me emocione—ese sentimiento estaba totalmente extinto en él. Lo único que le ilusionaba era el poder alimentarse y recrear su imaginación con distintas torturas en sus víctimas:—En cuanto a la Condesa, no lo sé. Francamente los encuentros que he tenido con sus supuestos aliados no me han aportado mucho—con sus excepciones, pero Maegor no estaba muy satisfecho. El vampiro tendía a compararlos con Balaur y no había nadie aparentemente que se acercase a su nivel.

—Está perfecta—tomó la joya entre sus largos dedos y, tras girarla una o dos o tres veces a la luz de la pequeña lámpara, se lo colocó en el dedo de en medio:—Muchas gracias. Creo que ya hemos terminado—con una pequeña inclinación de su cabeza, abandonó la sala con su nuevo poder.