Ravenna había dicho que ella elegiría el lugar, la fecha y la hora. Se encargaría de todo eso. No esperaba menos de una mujer dispuesta a imponer sus creencias allá donde fuera, especialmente si la persona que la acompañaba era el Expresionista. Todavía había rencilla entre los dos y precisamente de eso era de lo que quería sacar provecho.

—Espero que estés a gusto aquí —por lo visto, cuanto más lejos se encontraran de Mystic Falls y Grove Hill, mejor—. No habrás decidido Nueva Orleans por la lejanía, ¿verdad? —lo que suponía que se quedarían en el Casino Palace Royale para pasar la noche. En qué condiciones lo hicieran, lo decidirían ellos a medida que pasara el tiempo—. Me dolería mucho saber que te avergüenzas de mí.

Podría llegar a ser cierto si Ares no tuviera una sonrisa pintarrajeada en el rostro que demostraba todo lo contrario. Era una pena que cuando quisiera fuera tan mal mentiroso y embustero.

—¿Por dónde nos quedamos la última vez? Recuérdamelo, Ravenna —fingiendo su caballerosidad, le dejó pasar primero al Rousseau. Había que admitir que se había vestido de gala esa noche. Fíjate, el hombre, tan egocéntrico, quería causar una buena impresión en aquella vampiresa. Irónico hasta cierto punto, ¿no?—. Adelante, siéntate y cuéntame.

Les quedaba una larga noche por delante.

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—No es lo más elegante de la ciudad —debe concederle aquel punto—, pero no encontrarás mejor bourbon en Nueva Orleans.—Aunque no ha elegido el Rousseau's únicamente por la bebida. El lugar se halla especialmente concurrido —y aún más en una noche como aquella—, por lo que la vampiresa espera que Ares tenga cierta sensación de intimidad para poder explayarse.

—¿Avergonzarme de ti? Oh, querido. No podía estar mejor acompañada esta Nochebuena.—Sus palabras contienen cierta dosis de sarcasmo, aunque esconden una verdad a medias, y Ares lo sabe. No le importa hacer aquella afirmación en voz alta: esta noche será todo lo zalamera que sea necesario, si es que así el Expresionista accede a mostrarse colaborador.

Porque, le guste o no... Va a necesitar su ayuda. —Pero —añade, sin embargo—, dado tu excéntrico estilo de vida, me preocupaba cruzarnos con alguna de tus pelandruscas.—O pelandruscos, también en masculino. Aún no termina de entender ese rollito raro que se trae con Demian Hunt.—¿Acaso puedes juzgarme?—Oh, no: no lo haría.

Le interesa tan poco como a ella misma empañar aquella velada con distracciones innecesarias.

—Nunca me contaste qué te obsesiona tanto de mi segundo nombre.—Comenta entonces, de forma casual, antes de finalmente tomar asiento.—Pero creo que podemos dejar la anécdota para otra ocasión. Estábamos en la parte en que tú me ayudarías con cierto asunto escabroso relacionado con la Cazadora. ¿Te suena de algo, querido?—No dudes ni por un momento que Maeve se lo recordará cuanto sea necesario hasta dar con su prometida solución... Una solución que, para Miklos, ya llega tarde, pero que habrá de poner igualmente en práctica para liberarlo de la piedra fénix.

Efectivamente: la vampiresa no ha perdido la esperanza.

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—No hace falta que mientas tan abiertamente, no soy un crío estúpido —la percepción que tiene Ares sobre sí mismo dista muchísimo de esas palabras, desde luego—. Más bien soy todo lo contrario —exacto—. Pero por supuesto que debes estar encantada de que estemos aquí, mujer. ¿Acaso no te trae viejos y agridulces recuerdos?

Espera que sea así, porque en su caso, sí está ocurriendo. Y es que a Costa siempre le ha gustado mucho más lo agridulce que lo directamente dulce o, en su defecto, lo sano. Nunca ha estado ni estará preparado para algo así.

—¿Huelo a celos, entonces? —es difícil que Ares no sonría con sus comentarios. A decir verdad, para ninguno de los dos es un secreto que el brujo siempre ha sido hombre de múltiples amantes, hombres y mujeres; nunca se ha privado de nada y no lo haría ahora. Excepto, tal vez, cuando conoció a la vampiresa hasta el punto de intoxicarse con ella y su presencia—. Tranquila, estaremos solos.

Si es que es eso lo que realmente le preocupa.

—Todo el mundo te llama por el primero y a mí me gusta ser especial. El apellido me resulta demasiado impersonal, ya sabes. Me gusta destacar —además es otra forma de posesión. Ravenna siempre será suya, quiera ella o no. De alguna manera, lo sería durante el paso del tiempo, sin importar qué. Muchos conocerán a Maeve, muchos tratarán con ella de mil formas diferentes, pero solo Costa conocerá a Ravenna y lo que ello implica—. Oh, sí, me suena —asiente con la cabeza mojando sus labios en el vino tinto que descansa en su copa—. No obstante, empezaré diciendo que es muy tarde para tu amigo. Aunque... Hay una manera.

Una manera un poco peliaguda y, para Costa, hasta inútil. Pero, ¿Quién es él para romper las ilusiones de los demás?

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—¿Y quién ha dicho que seas estúpido?—¿Acaba de llamarle directamente crío? Es probable. Algunas de sus actitudes caprichosas podrían recordarle vagamente a una vulnerable criaturita, si bien Ares está muy lejos de serlo. De hecho, el expresionista aún sabe golpear donde más duele.

«¿Acaso no te trae viejos y agridulces recuerdos?»

Frunce el ceño en silencio. Sí, es posible que sí. Pero, porque no ha venido a este lugar a hablar de ellos, ni mucho menos a remover el pasado, Maeve se limitará a seguir el guión. Que aquella cita salga bien es capital para salvarle la vida a Miklos.

Y aquello es lo único que, por ahora, debe importar. —Lo dices como si temieras no ser capaz de destacar sólo con tu aplastante personalidad.—Y es que el hecho de que sea de las pocas personas —sino la única—, que a día de hoy sigue refiriéndose a ella por su segundo nombre, sólo hace de su relación algo más turbulento, inquietante... y, puede que tenga razón: especial. Toma una respiración profunda.—Una manera.—Repite.—Y supongo que hay un motivo para que no me lo hayas dicho hasta ahora.—¿Por qué esperar a aquel preciso instante para revelar que Miklos Pálffy aún puede tener salvación?

Fácil: porque se trata de Ares Costa. Y Ares no sería Ares si no tratase de buscar tajada de cuantas oportunidades se le presentan.

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