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Ariadna D. Atreidesvampiro
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Ariadna D. Atreides
A Christmas sunrise in La Petite Venise

Francia.

Colmar es quizá, el destino más famoso de Francia para visitar mercados de navidad. El pueblo entero se convierte en un paraíso navideño con sus cinco mercados, el nivel de belleza se eleva hasta límites insoportables. Para quien ha pisado Colmar y para quien no, es una joya para la vista y un deleite para los sentidos.

Casas con entramados de madera, ya de por sí preciosas, adquieren un colorido navideño, árboles bellamente decorados, fuentes, comercios. Todo lo que se necesita para desconectar y vivir una auténtica aventura navideña.

Y este es el lugar a donde Ariadna Atreides ha traído a Oliver Trudeau. Un lugar que de alguna manera, está relacionado con ambos.

Ah, pero eso Oliver Trudeau lo descubrirá justo hoy.

—¿Quieres un dato? Prúebalo junto, le encontrarás diferencia. Come un trozo y luego, toma un trago pequeño. Anda, pruébalo.—Le invita, señalando el croissant ajeno y el vaso del Vin Chaud con el mentón. Para mostrarle, Ariadna lo hizo primero, cerrando los ojos par degustar la mezcla de sabores en su boca.

Por supuesto, no le dijo que el vino caliente tiene algo más... un toquecito de sangre. Igual no necesita decirlo. Aunque no en grandes cantidades, Oliver la habrá sentido con tan solo probarlo.

—Ese croissant guarda una diferencia con el habitual de Francia.—Explica antes de rozar su propia vaso con los labios.

Ariadna desvía la mirada hacia la hermosa vista, sintiendo el viento azotar su rostro y cabello. Entrecierra un poco los ojos.

—Me apetece ir en bote, ¿quieres acompañarme? —Le invita sin más, echando un vistazo al canal de una Pequeña Venecia de Francia. Ambos se encuentran caminando por uno de los mercados más famosos del pueblo, a la orilla del canal.

Nochebuena se acerca y Ariadna todavía no le ha dicho a Oliver por qué están pasando estas fechas en ese pueblo.


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24/12 • 22:00 •  @Oliver F. Trudeau


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Oliver F. Trudeauhíbrido
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Oliver F. Trudeau
A Christmas sunrise in La Petite Venise
Francia.

Que los orígenes de Oliver se remontan a Francia no debe ser ningún secreto para nadie que escuche con atención su apellido y sepa sumar dos más dos; lo cierto es, sin embargo, que nunca tuvo la oportunidad de abandonar el Nuevo Mundo para conocer aquel país. Resulta irónico que su vida haya tenido que terminar patas arriba para plantearse gozar de la suficiente libertad como para recorrer el mundo.

Podría decirse que hubo de perderse a sí mismo para encontrar el camino correcto... con la mujer correcta, tal vez.

Aún no se atreve a poner un nombre a la curiosa relación que mantiene con la vampiresa; no cargando ya con el fracaso de un primer matrimonio a sus espaldas. Tampoco parece necesario, no obstante. Cuando compartes la vida con una mujer que se acerca a los mil años de vida, las etiquetas no parecen necesarias realmente. Están recorriendo el casco antiguo de una de las ciudades más hermosas de Francia, perdiéndose entre sus calles y sus mercados de Navidad.

Y están juntos. Eso es lo único que importa. —Y yo que pensaba que los croissant se disfrutaban con el café.—Bromea con reticencias, aunque finalmente se anima a probarlo. Ya antes de darle un trago al vino, sabe que está adulterado; ventaja de su olfato como híbrido.—¿La misma diferencia que el vino?—No se ha negado a degustar la sangre como sí trató de hacerlo la última vez. Oliver empieza a asumir que hay ciertas facetas del pasado y el presente de Ariadna que nunca le van a gustar, y sobre las que prefiere no preguntar.

Más le cuesta asumir, sin embargo, que habrá de aceptar aquellas facetas mientras decida compartir su vida con ella. —Depende. ¿Sabes pilotar un bote?—Por supuesto aquello no será necesario; los capitanes de sus pequeños botes se ofrecen a pasear a los turistas a lo largo del canal, pero Oliver, de nuevo, sólo ha vuelto a bromear. Está de buen humor.

Podría decirse que no recuerda la última vez que se sintió tan tranquilo, fuera de amenaza y en paz como en aquel viaje.

Por desgracia, la sombra de todo lo que han dejado en Nueva Orleans aún sigue persiguiéndolos silenciosamente, siendo quizá aquella la razón por la que, limitándose a seguir a la griega a modo de confirmación y respuesta, no logra privarse de preguntar—: Aún no me has contado por qué elegiste... este lugar.—Colmar precisamente, de entre todos los rincones del mundo a los que podían haber marchado.

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24/12 • 22:00 • @Ariadna D. Atreides


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A Christmas sunrise in La Petite Venise
—¿Qué puedo decir? Soy una mujer de placeres culposos.—Se encoge de hombros, limitándose a contemplar al híbrido accediendo a su petición, aún sabiendo de antemano —por su olfato— el ingrediente oculto en el vino. Ariadna no comenta una sola palabra, pero no puede evitar alza las cejas casi de forma imperceptible, sorprendida. Lo ha observado lo suficiente como para saber con certeza de que no lo habría probado por obligación, aunque tampoco por placer.

Touché.En efecto, la misma diferencia que el vino.—La receta es mía.—Revela entonces.—Hace algún tiempo —siglos para ser exactos—, tuve que encontrar otra manera de que los míos y yo consumiéramos lo que necesitábamos, sin recurrir demasiado a las fuentes originales y evitar exponernos.—¿De qué otra manera creíste que alguien como Ariadna Atreides con más de nueve siglos encima ha sobrevivido? Si hay algo que ha aprendido en los Strix, es que todo son estrategias.

Una vez más, Oliver le contesta con una ingeniosa respuesta y Ariadna no puede evitar sonreír genuinamente, encantada y divertida. Sin siquiera proponérselo, Oliver le recuerda a Ariadna la razón del porqué se fascinó tanto con él desde el primer día que se conocieron. Ciertamente él era un híbrido sin humanidad, pero la morena ha sido capaz de encontrar ciertos detalles similares entre ambas caras de la misma moneda. Y adentrarse en aquel terreno le tiene completamente atrapada.

—Botes, aviones, automóviles de Fórmula 1, globos aerostáticos, submarinos…—Ríe ligeramente. Ariadna Atreides nunca pierde ocasión de presumir, ¿por qué sería diferente con Oliver?—¿Sigo o ya te asustaste demasiado? —Bromea también ella, reanudando la risa.—Tomaremos uno sin capitán, quiero total intimidad contigo.—Expone, habituada a comunicar sus deseos y caprichos tal cuál los desea, sin sentirse incómoda o avergonzada por ello.—Y si eres de esos que te gusta aprender, puedo… enseñarte.—Si es que Oliver se interesa en ello.

«Aún no me has contado por qué elegiste... este lugar.»

—Ya te habías tardado…—Le comenta, mientras avanza hacia el pequeño muelle.—Tus orígenes están aquí, en Colmar. No fuiste el primer Trudeau que conocí. Solo que no lo recordé hasta que te investigué.—Admite sin rodeos. Aunque sin duda alguna comenzará a darlos, porque debe explicar aún mejor aquella revelación para el híbrido.—Espera aquí junto a tus múltiples preguntas.—Porque lo más probable es que Oliver no apruebe su proceder para conseguir el bote sin capitán.

Ariadna se aleja un poco y aborda a uno de estos humanos con facilidad. Le extiende algunos billetes, pero el hombre niega con la cabeza. Entonces, incrementando la cantidad surte el efecto deseado. Cualquiera habría dicho que bastaba con usar compulsión, pero no siempre es la estrategia más adecuada como primera opción.

La vampiresa vuelve y le extiende su mano.—Soy tu nueva capitana. Vamos.—Mueve suavemente la cabeza invitándolo a que seguir.—La noche nos espera.—Y una experiencia que el híbrido jamás olvidará.

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Oliver F. Trudeau
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Podría acostumbrarse a esto.

Podría acostumbrarse a una rutina de placeres culposos; a recorrer el mundo de la mano de Ariadna, y a descubrir poco a poco, cada día, quién es él, y qué le espera en esta nueva vida. Podría acostumbrarse, sí... Pero Oliver no se olvida de que, a pesar de que se quedaría para siempre en aquel pequeño oasis, esto es lo que es esta escapada a Europa: un oasis, un escape efímero y temporal. La realidad sigue ahí afuera, esperando, preparándose.

Y tarde o temprano, ambos tendrán que despertar.

Le consuela pensar, al menos, que no tendrá por qué suceder hoy. —Entiendo.—Asiente.—Me imagino que te habrás tenido que enfrentar a toda clase de situaciones peligrosas en tus diez siglos de vida.Diez siglos, que se dice pronto. Oliver sigue sintiéndose abrumado cada vez que lo mencionan o lo tienen más presente.—¿Funcionó? ¿Evitasteis ser descubiertos?—Pregunta, porque sabe que fue una historia con final feliz: de otro modo, ella no seguiría aquí.

Ni Oliver jamás habría podido conocerla.

Cuán diferente habría sido su vida sin ella.
¿Habría seguido vivo siquiera, sin ella?

Los ojos del híbrido se abren un poco más, presa de la estupefacción. —Venga ya. No puede ser verdad.—¿Aviones? ¿Submarinos?—Asustarme no es la palabra. Más bien, estoy impresionado.—Y no porque no la crea capaz, sino porque... Ah, claro. ¿A qué no da tiempo en prácticamente mil años? Hasta que Oliver no ha conocido a Ariadna, no ha sido realmente consciente de las posibilidades de la inmortalidad.

Para Trudeau, transformarse en un híbrido siempre fue un final atroz, una desgracia. Nunca tuvo la oportunidad de conocer la mejor cara de aquello en lo que se ha convertido. Nunca... hasta que la conoció.

Por desgracia, tuvo que conocer a la vampiresa en la que, bien podría afirmar, fue la peor etapa de su vida, tanto mortal como inmortal. Y, quién sabe: puede que, dentro de otros diez siglos, Oliver haya reunido muchas más anécdotas y experiencias, y no todas serán buenas.

Pero está convencido: no cree que nunca pueda llegar a decepcionarse más a sí mismo de lo que ya lo ha hecho. —Me apuesto el cuello a que eres una buena maestra.—Tratando de deshacerse de tan intrusivos pensamientos, Trudeau regresa a la conversación.—Está bien. Vayamos a por uno de esos botes.—La conversación torna aún más interesante cuando la griega deja sobre la mesa una inesperada revelación:

«No fuiste el primer Trudeau que conocí.»

—¿Qué...?—No tiene tiempo de formular sus preguntas: Ariadna ya se ha marchado en busca del ansiado bote, y Oliver poco más puede hacer aparte de esperar junto a aquel muelle.

Tan hábil y eficiente como de costumbre, la espera tan sólo se prolonga durante algunos minutos, que en la mente del híbrido avanzan lentos y pesados, como una nueva eternidad. No puede evitar sonreírle, sin embargo, cuando Ariadna regresa a su lado. —A sus órdenes, mi capitana.—Tomándola de la mano, la sigue por el muelle rumbo al bote elegido. El que debe ser su propietario se mantiene a un lado, sonriéndoles mientras hace un par de comentarios en francés.—¿Le has obligado?—Inquiere, aunque se da cuenta demasiado tarde de que igual prefiere no saber la respuesta.

De modo que, mientras suben al bote, Oliver decide centrarse en los únicos interrogantes que ahora mismo importan:

—¿Qué te llevó a relacionarte con mis antepasados?

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24/12 • 22:00 • @Ariadna D. Atreides


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Ariadna D. Atreides
A Christmas sunrise in La Petite Venise
—¿Siempre será así? ¿Me recordarás mi edad a cada oportunidad? Eso no es propio de un caballero, Señor Trudeau.—Pregunta con una sonrisa divertida en los labios. Ha descubierto que molestar a Oliver Trudeau se está convirtiendo en uno de sus pasatiempos favoritos.—Dos de octubre de mil ochenta y cuatro, siglo once. Aparento veintisiete años.—Apunta con el tono de quien dicta un dato a modo informativo, mirando a su compañero de refilón.—Lo evité. Durante unos trescientos años hasta el siglo diecisiete, cuando Klaus Mikaelson lo echó todo a perder. Y ni siquiera lo hizo él mismo.—Admite sin una pizca de rencor en su mirada, más bien como si estuviese narrando la historia de alguien más. Por supuesto, esto no quiere decir que Ariadna lo haya sanado.

Ese día volvió a vivir en carne propia lo que significaba que por culpa de Klaus Mikaelson, su familia se viera nuevamente mutilada.

Le agrada saber con certeza que si Oliver llegase a enterarse de aquella historia, sería capaz de comprenderla tan bien. Jamás le ha importado sentirse de aquella manera, comprendida. Sin embargo, por alguna razón que no sabe explicar, siente esa necesidad, como también que el que su acompañante entienda sus razones tras cada uno de sus movimientos, aunque no los apruebe.

Ariadna deja caer una divertida y corta carcajada.—Por supuesto que es verdad. ¿Qué crees que estuve haciendo diez siglos? ¿Pintando mis uñas? ¿Trabajando en ser la consentida de Tristán de Martel? —Le encanta escuchar que está impresionado, ¿para qué mentir? Alimenta adecuadamente su ego. No debería, pues significa que en serio le interesa la opinión que el híbrido pueda formarse sobre ella.

—Yo soy buena en todo.—Corrige a su compañero, dedicándole una sonrisa de suficiencia con los labios cerrados. Por supuesto, no es cierto. Pero, todavía no hay la confianza para demostrar los defectos y las imperfecciones.—Cuando tengas la certeza de eso, no se te va a olvidar.—Añade con su habitual porte, derrochando seguridad. Aquella mirada de diosa griega

Una afrodita inalcanzable.

Entonces, Oliver accede a ser su compañero de bote y Ariadna se siente complacida. Siempre acostumbrada a ser seguida en sus planes y caprichos, se siente como si estuviese en un viaje de placer con un amante inusual al que aún está por descubrir.

No le contesta de inmediato, sino que le pregunta con un ligero movimiento de cabeza:—¿Te preocupa? —Le contempla con su mirada analítica. Ariadna tiene bastante asumido que Oliver detesta esa faceta de ser vampiro más que las otras: lo habituados que están los Hijos de la Noche a disponer a placer de la voluntad de los frágiles humanos.—No deseo incomodarte. Mientras disponga de capital para conseguir lo que necesitamos, guardaré mis dones naturales.—Asegura, teniendo en cuenta la difícil situación en la que podrían envolverse en un futuro. La vampiresa ha barajado la posibilidad de que en algún momento, deberá renunciar a sus fondos monetarios, su vida cómoda y lujosa para proteger la decisión que ha tomado de seguir a Oliver.

Aunque prefiere no pensar en lo terrible que será esa circunstancia, no cometerá el error de descartarla y sumergirse en una ilusión de idilio.

Al sacar los chalecos ayuda flotabilidad del bote, comienza a narrar la historia que une sus pasados remotos:—Una guerra contra brujos.—Inesperado, ¿no?—Cuando mi familia y yo llegamos aquí, Colmar no era más que una extensión de terreno con tres hileras de casas habitadas por humanos. Pero la raza sobrenatural predominante eran los lobos.—La vampiresa se toma la libertad de acortar distancia con el híbrido para colocarle el chaleco.—La manada era liderada por Étienne Trudeau.—Sin apartar la mirada de Oliver, sus dedos abrochan una correa y después, la otra.—Era… un lobo diferente. Digamos que fuera del cliché.—Se coloca su propio chaleco y luego, sube al bote y se hace con el par de remos.—Nosotros llegamos en medio del conflicto entre la manada y unos brujos de turno que justificándose con que querían proteger a los pueblerinos, iniciaron el conflicto con los lobos.—Hace una pausa y comienza a remar sin ningún esfuerzo, alejándose cada vez más del muelle.

Cierra los párpados por un momento y respira aire fresco. Las edificaciones de madera a su alrededor, decoradas con luces navideñas iluminan su camino.—Me encanta la ciudad, pero aquí se siente en paz.—Confiesa con verdadero disfrute.—Y el aroma…—Inspira hondo: las áreas verdes, el agua, la madera. ¿Podría disfrutar de todo aquello al nivel que lo hace si no fuese por su olfato vampírico?

De ninguna manera.


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Oliver F. Trudeauhíbrido
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Oliver F. Trudeau
A Christmas sunrise in La Petite Venise
La carcajada del híbrido se deja oír, afable. —Está bien, está bien. Reconozco que eso no ha sido muy educado.—Comenta.—Pero... bueno; supongo que es algo que me sigue impactando.—La naturaleza humana no está hecha para la eternidad. Nos pasamos buena parte de la juventud aprendiendo sobre la Historia, precisamente porque sólo vamos a formar una pequeña —casi minúscula— fracción de ella. Ariadna, en cambio, ha estado allí para contemplar las etapas más gloriosas de la Humanidad.

Los únicos a quienes ha tenido la oportunidad de conocer viviendo por tanto tiempo fueron los Mikaelson —y en especial, Klaus—, y Oliver no tiene demasiada buena referencia de ellos.

Y, hablando del Rey de Roma... —¿Por qué no me sorprende?—Se ve que, a lo largo del tiempo, el híbrido original ha formado parte de muchas historias, y la mayoría no demasiado buenas.—Ya veo que tampoco te cae demasiado bien...—Los Mikaelson y los Strix parecen tener su propio pasado, aunque Oliver no está demasiado enterado del lore de aquella historia. Con todo, y comprendiendo —quizá demasiado tarde—, que está tomándose la libertad de ahondar en un relato que, a buen seguro, no le concierne, carraspea antes de proseguir.—Cuando me esté metiendo donde no me llaman, dilo sin miedo.—Sentir curiosidad es natural, piensa para sí.

Después de todo, Oliver sigue queriendo conocerlo todo de ella.

Y, siendo nada menos que una vampiresa con más de diez siglos de recorrido, Trudeau aún tiene mucho por conocer. —¿Así que la consentida de Tristán de Martel?—¿Se ha quedado con lo que le ha interesado? Pues sí: y concienzudamente. ¿Que Tristán podría ser un rival? Quién sabe; es posible. Ariadna ha debido conocer a decenas —sino cientos— de hombres en toda su vida, y la mayoría de aquellos más interesantes, a buen seguro forman parte de los Strix.

Lo cierto es que, a día de hoy, Oliver sigue sin saber qué pudo llamarle la atención de alguien como él... Más allá de ser el rey de Nueva Orleans. Un híbrido sin humanidad.

Y ya no es nada de todo aquello.

Pero tampoco se halla falto de autoestima: es con él, y sólo con él, con quien Ariadna ha decidido compartir aquellas fechas. —Oh, no.—Le dice inmediatamente.—No es que me incomode, es sólo...—Suspira. Se siente ciertamente ridículo hablando de sus impresiones en voz alta.—Supongo que no termino de acostumbrarme.—Reconoce, al fin.—Hace ya... casi diez años que me convertí en lobo. Lo sé, la cifra debe sonar irrisoria para ti.—¿Qué valor tiene una década para alguien que ya ha vivido cientos de ellas?—Pero han sido muchos años de mantener ciertas... manías, por así decirlo.—Y de rechazar otras.—Dentro de dos meses, ya habrán pasado tres años desde que tu mundo es también el mío.—O, dicho de otro modo: desde que Oliver es también un vampiro.—Pero siento que los últimos tres años han sido... caóticos y frenéticos.—Nunca se había detenido a reflexionar sobre todo aquello en voz alta, pero es cierto: su precipitada conversión en híbrido le supuso convertirse, a su vez, en un esclavo de Klaus Mikaelson durante meses. Hubo de centrarse por varias semanas en un único objetivo: liberarse del vínculo de su creador. Tras conseguirlo, y ser secuestrado por Klaus poco después, vivió varios meses en la oscuridad, totalmente oculto y lejos del foco de atención sobrenatural... para después, involucrarse en una guerra que no le pertenecía, al punto de perderlo todo.

Incluido él mismo.

—Creo que... no he llegado a adaptarme del todo.—Añade, a modo de conclusión.—Pero... si es cierto que eres buena en todo, confío en que también podrás ser una buena maestra.—¿Quiere aprender más de su parte como vampiro? Nunca se lo había planteado. Su naturaleza de hombre lobo se halla más que arraigada en el corazón del híbrido, pero... lo cierto es que, si hubiera de aprenderlo de alguien, querría aprenderlo de ella.

Oliver Trudeau: un romántico empedernido.

El relato que Ariadna le tiene preparado, sin embargo, resulta aún más interesante, y sobre todo, impactante: el nombre de Étienne Trudeau no tarda en salir a la palestra, revelándose como —previsiblemente—, un antepasado suyo. —Supongo que eso explica algunas cosas.—Comenta, sonriendo de medio lado. Aquel espíritu guerrero le viene en la sangre... así como, tal vez, ser un lobo fuera del cliché.

Aunque, bien pensado, no tiene del todo claro qué significa aquello para alguien como Ariadna. —¿Sabes qué fue de él?—Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero Oliver no puede reprimir su curiosidad por aquel ancestro suyo.

Se toma unos segundos para cerrar los ojos y asimismo disfrutar de las sensaciones, respirando hondo. No recuerda la última vez que viajara por puro ocio; ni mucho menos tuvo la oportunidad de hacerlo siendo lo que es ahora. Su última excursión, si es que se le puede llamar de alguna manera, fue su solitaria parada en los Apalaches. Tampoco tiene muy buen recuerdo de aquella época.

Nunca se había parado a pensar en lo desgraciado que ha llegado a sentirse desde su transformación en híbrido. Privado de una paz que, irónicamente, no fue capaz de encontrar... hasta ahora. —Es muy diferente de todo lo que había conocido antes.—Admite, perdiendo la mirada brevemente entre los destellos lejanos de luces navideñas.—Creo que podría acostumbrarme a esto...—Oliver no es ningún necio, sin embargo, y bien sabe que aquel pequeño oasis de tranquilidad, no es sino una ilusión. Algo efímero y que, por desgracia, no durará.—...Pero no podrá ser así para siempre, ¿no es verdad?—Ahora mismo, Trudeau no necesita más. Un pueblo perdido, buena compañía... y toda la eternidad.

Pero la sombra de aquellos a quienes Ariadna aún sirve, les persigue como un enemigo silencioso al que, bien saben, no pueden derrotar.

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Alza las comisuras de los labios casi de forma imperceptible, un poco divertida ante el impacto que causa su edad en Oliver. No es para menos, Ariadna lo entiende perfectamente. Son diez siglos frente a… treinta y pocos años del híbrido. ¿Cómo culparlo?

Diría que ya ha causado muchas veces ese tipo de reacción en los hombres con los que se ha relacionado en su vida privada, pero la verdad era que podía contarlos con los dedos de una sola mano. Ariadna nunca iba más allá, limitándose a ofrecer la información necesaria en sus interacciones carnales.

Por supuesto, hace demasiado dejó de ver en Oliver la posibilidad de una interacción carnal.

Ariadna quiere más de él. Necesita más.

Y aunque jamás se ha esforzado por ser recíproca, creyéndose siempre una Diosa a quien se debe venerar y dar todo de sí, esperando una limosna a cambio, esta vez quiere la deidad griega está dispuesta a ofrecerle el mundo y enseñarle todo lo nadie más puede. Le apetece ser especial en la vida del híbrido al punto de ser irremplazable…  

¿Qué de malo hay en eso?

«¿Por qué no me sorprende?»

Sonríe de medio lado con cierta… tristeza. Ella misma se ha hecho esa pregunta cuando las veces que ha encontrado información que mancha más las manos del Híbrido Original.—Siempre tendemos a prestar demasiada atención al niño llorón, enrabietado y caprichoso, cuando el verdadero foco debería ser su… madre amparadora y alentadora de su peligroso comportamiento —Siempre hay que matar la serpiente por la cabeza, arrancar el árbol de raíz y no por la rama—, ella es el verdadero problema. O… ellos, en este caso.—En su corta alegoría se refiere a los hermanos de Klaus.—Elijah más que el resto.—Sin embargo, tal vez no estaba  siendo objetiva, nunca lo era cuando se trataba del honorable original. Por otro lado, después de todo lo que Oliver ha sufrido a manos de Klaus, no le sorprendería si el híbrido sostiene una opinión diferente.

«Cuando me esté metiendo donde no me llaman, dilo sin miedo.»

—Me encanta que seas tan educado, te lo agradezco. Me da placer entablar una conversación con hombres así.—Alza nuevamente las comisuras de los labios, un gesto de aprobación.—Pero descuida, no dudaré ni un minuto en hacértelo saber.—Asiente una sola vez con la cabeza.—Pretendo un trato igual de tu parte, espero lo tengas presente.—No quiere que Oliver se sienta presionado a compartir información que se intuye delicada o incluso, remover viejas heridas.

Ariadna desea conocerlo todo de él, pero quiere que el híbrido se lo confíe porque se siente a gusto con ello.

«¿Así que la consentida de Tristán de Martel?»

—Me encantan los hombres que saben cuándo deben ir al grano y cuándo no:en esta ocasión, Oliver va directo a lo que parece importarle más, y no se esconde en demostrarlo. Su sonrisa se ensancha y se torna pícara.—Tuve la oportunidad de serlo —hizo una pausa—, eso que piensas, sí.—Da un suspiro.—Cuando consigues que un Dios te endiose, sabes que has alcanzado la cúspide del poder.—Pero a Ariadna jamás le ha interesado eso.—Pero… ¿quieres  escuchar un secreto? —Se silencia por un breve momento tan solo para hacerse la interesante:—No es mi tipo de hombre.—Si Ariadna se hubiese interesado de esa manera en su jefe —como seguramente él sí se interesó alguna vez en ella—, Aurora de Martel estaría muerta hace siglos y sin oportunidad de resucitar.

Porque a diferencia de Amélie, la griega sí sabe cómo quitar sus obstáculos de manera permanente.

Pero, si se lo preguntas, Aurora siempre estuvo de suerte.

—Lo entiendo.—Y no lo dice para quedar bien con él, o mostrarse comprensiva en exceso, para nada. De verdad entiende que Oliver aún no se acostumbre. Después de todo, no ha convivido el tiempo suficiente con vampiros.—Además, rodeado de híbridos que se destacaban más su lado lobuno que su parte vampírica, es… natural.No te creas, para Ariadna también es todo una novedad esto de interactuar a este nivel como un híbrido, o mejor dicho, lobo de corazón.—Yo también tengo mis manías. Con el tiempo conseguí observarlas desde una perspectiva diferente, una que me permite vivir mejor con ellas.—Ariadna se silencia por un momento al percatarse de que, era la primera vez que ofrecía aquella información para alguien más.

Cada día se siente con la libertad de compartir más, y eso jamás le ha pasado con nadie.

—Tres… años.—Arquea las cejas. ¿Debería confesar que ya lo sabía? La respuesta es bastante clara: no.—Estos meses eran un preludio, Oliver.—Esa es la mala noticia. Por otro lado, la buena—Pero, ahora estoy yo aquí, contigo. Tú te preocupas la mitad, y yo la otra.—De acuerdo, de acuerdo, tal vez no debe mostrar su implicación a ese nivel, pero mejor dejar las cosas claras desde ya.

«Creo que... no he llegado a adaptarme del todo.»

—No necesitas hacerlo, es lo que tú y otros como tú, no han entendido.—Bien, ella no es híbrido y jamás llegará a serlo, pero Ariadna sabe sobre adaptaciones, en especial si el sujeto se resiste a ellas.—Esta ahora es tu naturaleza, sí. Pero con el tiempo aprenderás a controlar tu naturaleza, a tomar lo que deseas vivir de cada una, desechando lo que no te apetece. Por supuesto, sé que entiendes también que apartar algunos aspectos significa que debes asumir las limitaciones que eso pueda traer. Sin ir más lejos, tu alimentación. No somos fuertes si consumimos sangre de animal, y eso ni un híbrido puede cambiarlo.—Y la mejor sangre, la que provee de mayor fuerza y vitalidad sigue siendo la sangre de la vena.

El cómo la obtengas, es el gran detalle. Ahí radica la diferencia.

—¿Explica qué cosas? —Sabe perfectamente qué cosas.—¿Qué tuviera cierta conexión con su descendiente? —Sigue remando, alternando su mirada de Oliver con aquellas oscuras aguas, como si ahí se hallase el resto de aquella interesante historia.—Étienne huyó con algunos miembros de su manada hacia Canadá.—Suspira.—Cuando los brujos se hicieron con este pueblo, le hice jurar que se iría lejos…—Y le agrada saber que cumplió su palabra.—No lo supe hasta que… Hice las conexiones contigo. Tu pariente…—Las vueltas que da la vida. Aún con diez siglos no deja de sorprenderse.—Para ser sincera, ni siquiera recordé su existencia hasta ese momento.—Admite, restando un poco a su perfección.

«Es muy diferente de todo lo que había conocido antes.»
«Creo que podría acostumbrarme a esto…»
«Pero no podrá ser así para siempre, ¿no es verdad?»


La morena aparta la mirada de las viejas casas venecianas y le dedica una mirada intensa. Para su sorpresa, ella también podría acostumbrarse… Ariadna aún quiere saber por qué Oliver la tiene tan hechizada, pero ahora mismo no es el momento para eso.

En lugar de eso, esboza una sonrisa con los labios cerrados antes de acercar los remos a su acompañante. No le dejará remar por su cuenta, por supuesto que no. Ariadna se levanta, rodea a Oliver y toma asiento detrás de él. Le rodea con sus brazos para enseñarle a tomar los remos.

—De momento, podemos crear nuestro propio “para siempre”.—Susurra a su oído mientras sus hábiles dedos rozan los brazos ajenos hasta posarse con firmeza sobre las manos masculinas.—Eres fuerte, muy fuerte. No necesitas imprimir esfuerzo alguno, pero desde afuera debe parecer que sí. Recuerda: De cara al público, no eres un remador experimentado  y… tampoco un híbrido con super fuerza. Ahora, haz este movimiento.—Ariadna coloca sus manos encima de las ajenas y le enseña.—Despacio, hazlo despacio. Te garantizo que disfrutarás mejor de esa manera.—Contínua susurrando cerca de su lóbulo.

Entonces, suelta las manos ajenas. Pasa sus dedos por la suave línea de su mandíbula, antes de tomar su mejilla y girar su cabeza para mirarle.—¿Estás seguro de que podrías acostumbrarte?—Con Ariadna tomando ciertas libertades, guiándole en lo desconocido…


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La expresión de Oliver se ensombrece ligeramente. No sería él quien negase que los Mikaelson, de un modo u otro, siempre terminan demostrando ser el verdadero foco del problema; de todos los problemas. Aunque, a decir verdad, no es tanto en Elijah, sino en Klaus, en quien el híbrido había volcado su atención hasta el momento. No es que Elijah le parezca mucho mejor persona que su hermano —duda que ningún Mikaelson lo sea realmente—, pero al menos él, parece la clase de persona que cumple su palabra. Cuando, en el gran patio del Complejo, le prometió a Alice que no tomarían represalias si él moría, Oliver tuvo la certeza de que no rompería aquella promesa.

Claro que fue una promesa, y un pacto, firmados sobre su tumba. O lo que los originales creen, fue su tumba.

Razón por la que no se lleva a engaño: aun no quedando clara la exacta jerarquía de maldad, Elijah Mikaelson no es mejor calaña que Klaus. —¿Ahora me dirás que los Strix no son educados?—Bromea, desviando el tema de conversación. No es la primera vez que Ariadna remarca hasta qué punto él es diferente —en el buen sentido—, y recibir semejantes halagos, o conseguir sorprenderla a pesar de lo que no duda, es una vasta experiencia, le hace sentir... satisfecho. La clase de satisfacción que es fácil sentir cuando sabes que estás haciendo las cosas bien.—No tienes que preocuparte por eso. Ya te habrás dado cuenta de que soy una persona bastante... transparente.—Es fácil percibir cuándo Oliver se siente incómodo o en desacuerdo, y Ariadna va aprendiendo a leer las señales.

«¿...quieres escuchar un secreto?»
«No es mi tipo de hombre.»


La confesión de la vampiresa le arranca una carcajada. —Está bien, lo admito: creo que podía hacerme una idea.—¿Acaso Oliver podía ser más diferente a Tristán de Martel? Habiendo elegido con quién pasar la Nochebuena, las preferencias de la griega parecen bastante claras.

Y es que sí: puede que lleve ya tres años siendo un híbrido, y que los últimos meses hayan sido especialmente caóticos; su mundo ha quedado por completo del revés, y no ha podido hacer nada para evitarlo. Pero no ha estado solo en el proceso, y ahora lo sabe; jamás lo ha estado. Ariadna ha estado ahí, prácticamente desde el principio... y Oliver no duda ni un sólo instante, que no se separará de su lado. —Supongo que es fácil viéndolo así.—Comenta, encogiéndose de hombros.—Y sí... sé lo de la sangre. Pero... reconozco que no consigo quitármelo de la cabeza.—Quitarse de la cabeza que, para alimentarse en condiciones óptimas, otro humano debe hacer un sacrificio. En el mejor de los casos, perder unos litros de su propia sangre. Y en el peor...

Resulta irónico que, sin humanidad, fuera tan capaz de arrebatar vidas sin pensárselo dos veces, y ahora se estremezca ante la mera idea de una sola muerte más bajo sus propias manos.

—En realidad... Me refería a mi capacidad innata para meterme en problemas.—Y para liderar en las guerras. Especialmente, aquellas que no le pertenecen.—Eso no lo vi venir.—Admite, sonriendo con curiosidad. ¿Entonces es genético? Ariadna, prestando más atención de la que debería a los miembros del linaje Trudeau... Por lo visto, Etienne logró sobrevivir y marchar a Canadá. Todavía a día de hoy cree recordar que tiene algunos parientes —lejanos— allí, y ahora sabe por qué.

Supone que eso es también lo interesante de la inmortalidad: una capacidad para retrotraerse en el tiempo de forma indefinida, y participar de ciertos eventos que marcarían la Historia... o que muchos olvidarían.

«De momento, podemos crear nuestro propio “para siempre.”»

Y, aunque la idea no resulte demasiado alentadora ante el futuro incierto, Oliver comprende que hoy, ahora, ese para siempre y sus posibilidades les pertenecen.

De modo que, tomando el remo y siguiendo atentamente las indicaciones de la vampiresa, haciendo un uso totalmente consciente de su propia fuerza —no te haces una idea de lo complicado que puede llegar a ser fingir que eres mucho más débil de lo que realmente eres; un humano corriente—, comienza a remar. La Pequeña Venecia se extiende ante ellos en un festival de villancicos y luces de colores, como la silenciosa promesa de que, si tienen fe, todo irá bien.

«¿Estás seguro de que podrías acostumbrarte?»

Suspira, pensativo ante aquella pregunta. —Soy el primero que tuvo miedo al respecto.—Le asegura. A duras penas es capaz de recordar cuándo empezó a ser un alfa. La vida independiente, lejos del foco del huracán, convertido en fugitivo y obligado a ocultar su propia supervivencia, no se presenta especialmente fácil, y aún menos para alguien como él. Sin embargo...—Pero, ¿sabes?—Un hálito de esperanza brilla en su mirada.—De algún modo... creo que ya lo he hecho.—Como mínimo, ha asimilado que aquellas son las bases de una nueva vida, asentadas sobre un pilar esencial.

Ariadna.

Y es que ahora, lo sabe. Mientras estén juntos... no habrá adversidad a la que no puedan hacer frente.

Tags:#Oliadna
24/12 • 22:00 • @Ariadna D. Atreides


How many years I know I'll bear
I found something in the woods somewhere


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