—Mira a quién tenemos aquí: el gran hombre del Barrio Francés.—Con una sonrisa de lado a lado, Marcel se levanta de su asiento para tenderle una mano a Jay Burgess, quien acaba de acceder al local. En los últimos tiempos, pareciera que el vampiro alardea de su condición de no destierro visitando a menudo el Barrio Francés.

No te dejes engañar: nunca se ha presentado a merodear de forma casual. Pero ese es un dato que no nos concierne ahora mismo. —¿O debería llamarte quizá el tanque de los Media Luna? He oído que es así como te apodan por estos lares.—Comenta, afable y sorprendentemente cordial, como si meses atrás no tuvieran varios encontronazos fortuitos y desagradables en los que su supuesta esposa estaba involucrada.

Yvette Washington, cómo no. Hace meses que Marcel no tiene noticias de ella, aunque es habitual de la bastet desaparecer y reaparecer de vez en cuando, como si nada hubiera pasado. ¿Tendrá Jay más información sobre qué ha sido de su aliada?

—El gran hombre, sí. Eso soy. ¿Has visto qué popularidad tengo ahora? —chasquea la lengua cuando ve a Marcel acercarse a él en cuanto Jay entra por la puerta. No puede permitirse, aún, ser un maleducado, así que no duda en estrechar la mano de Marcel y, de paso, pintarrajear en su rostro una de las sonrisas más forzadas que jamás se hayan podido ver.

Que el vampiro sepa leer o no su incomodidad —y ganas de matarlo— ya es cosa suya. Pero vamos, lo usual. Para no perder viejas costumbres.

—Sí, eso es verdad. Me lo llaman desde hace bastante tiempo —desde que volvió a su manada, realmente, y demostró que aún seguía en forma. Bueno, ser un nómada no es tan lo suyo como se esperaba y, además, los Media Luna lo necesitaban igual que él a ellos—. Te noto muy contento. ¿Disfrutando de la libertad?

Jay se ha acercado a la barra, apoyándose en ella con el costado y uno de los brazos, más bien su codo, dejándolo en la fría madera. Las conversaciones banales con Marcel no son lo suyo, pero no puede cruzarle la cara de una bofetada así sin más. Le gusta calentar y tantear el terreno primero antes de soltar la bomba—. Y dime una cosa, ¿Sabes algo de ella? —claro que, eso no significa que no se permita ser un impaciente.

Hablar de ella así como si nada después de haberla perdido de vista, bueno. No cree que pueda levantar muchas sospechas teniendo en cuenta que Marcel la presentó como aliada suya en una de las últimas reuniones. El licántropo piensa aprovecharse de ello, y Marcel ya va a tener suerte si no lo tortura mientras tanto.

Marcel nunca se ha considerado a sí mismo como un buen mentiroso, si bien es cierto que, en los mundos en los que viene moviéndose desde hace más de un siglo, ha tenido que aprender algunas técnicas, y desarrollado habilidades que para muchos resultarían innecesarias o faltas de valor.

Habilidades como, por ejemplo, saber reconocer claramente una sonrisa forzada.

Con todo, tampoco habría de ser necesario ser un lince para adelantarse a los acontecimientos y leer al vuelo la actitud de Jay Burgess. De forma plenamente consciente, el propio Marcel ha utilizado la debilidad de este hacía quién creía su difunta esposa, como táctica de distracción de toda la Manada Media Luna, en pos de conseguir sus propios propósitos.

Ahora, los seguidores de Alice Harlem y los de Marcel Gerard son presuntos aliados. Pero, ¿por cuánto tiempo?

Concluyendo un apretón de manos que el vampiro recordaría como de los más incómodos en su longeva vida, no pierde la sonrisa al volver a dirigirse a él. —Es agradable volver a pasear por el que ha sido tu hogar durante más de cien años.—Comenta, no sin cierta sorna, pues para Marcel, el Barrio Francés ha sido un hogar mucho antes de que Jay Burgess —y todos en la actual manada Media Luna— fuera siquiera un proyecto monocigótico. Aceptando la derrota con resiliencia, sin embargo, Marcel y los suyos siguen esperando el momento oportuno para recuperar aquel lugar que, de un modo u otro, el moreno sigue considerando un derecho.

Fueron su sangre y sudor los invertidos para reconstruir Nueva Orleans y convertirla en lo que es hoy, después de todo.

«¿Sabes algo de ella…?»

Volviéndose asimismo hacia la barra, Marcel se encoge ligeramente de hombros. —Tardabas en preguntar.—Reconoce. Yvette abandonó Nueva Orleans hará un par de meses, sabedora de que su fachada cayó con el retorno de la auténtica Elizabeth Burgess.—Unos asuntos personales la obligaron a marcharse de la ciudad.—Comenta con sencillez, sin ofrecer más detalles.—¿Por qué me lo preguntas? ¿La echas de menos?—Inquiere. No, probablemente no.

Pero el vampiro goza de la suficiente empatía como para comprender que Jay siga teniendo una cuenta pendiente con aquella que fingió ser su esposa.

—Sí, ¿verdad? Estirar las piernas siempre viene muy bien —mordaz, Jay no se contuvo a la hora de añadir un comentario sarcástico a las palabras de Marcel teniendo en cuenta que, si acabaron en el pantano, fue culpa suya mayormente. Que es que encima el vampiro se recochineaba en su cara. ¿Cómo no iba a odiarlo? Todavía no entendía cómo era posible que Logan y él fueran siquiera amigos, aliados, o lo que sea que fueran.

Sus personalidades chocaban de forma natural.

—Asuntos personales —repitió. La muy cobarde huyó en cuanto su mentira se destapó dejando al licántropo con un muy mal sabor de boca—. Si por echar de menos te refieres a que me apetece romper el pescuezo de aquella que fingió ser mi mujer, créeme, entonces la echo mucho de menos —espetó.

El licántropo intentó controlarse por el bien de su manada y de Alice. No por otra cosa. Habría acabado con Marcel y su sorna ahí mismo.

—Nunca nos hemos llevado bien, pero jugar la baza de la mujer muerta reviviendo es demasiado rastrero hasta para ti. ¿Te enseñó eso Klaus? —chasqueó la lengua en su paladar. La rabia contenida lo iba a envenenar—. La presentaste en una de las reuniones como si nada. No me digas que era por supervivencia, porque ni tú te crees esa mierda.

La tensión es tan patente en la escena, que cualquiera habría podido cortarla con un cuchillo. Pese a que Marcel se deja ver relajado, y manteniendo el control de la situación, no baja la guardia. Que Alice Harlem haya dado su palabra levantando el destierro de Marcel y su gente, no implica que los vampiros puedan fiarse al cien por cien de cada impulsivo licántropo.

Su mordisco sigue siendo letal para ellos, al fin y al cabo. Un error, tan sólo un error y...

—Vamos, Burgess. No hace falta ser rencoroso.—Aunque, siendo honestos, Jay tiene sus razones para hablar de Yvette de esa manera. En su lugar, Marcel habría hecho lo mismo... Pero, qué puedo decir: así es la guerra.—Por suerte para todos, creo que el viaje de nuestra vieja amiga va para rato. Estará lejos de Nueva Orleans una larga temporada.—Y no es que Yvette pueda sentirse amedrentada ante una posible amenaza de Jay Burgess; todo lo contrario, más bien. De descubrir hasta qué punto Jay se la tiene jurada, es probable que aceleraría el proceso de regresar. Bastets: siempre tan amantes del peligro.

Pero, por extraño que pueda parecer, Marcel está siendo sincero esta vez.

Una explicación: así que eso es lo que quiere. El vampiro deja escapar un suspiro, sin perder la sonrisa. —De alguna manera, sí.—Asiente.—Fue él quien me enseñó a aprovechar todas las ventajas... especialmente, cuando las tornas no estén a mi favor.—Que las cosas no hayan terminado bien con Klaus, no significa que Marcel deba dejar de admitir que fue un buen maestro.

Lo aprendió todo de él... o casi todo, al menos. —Mira a tu alrededor, Jay: esto es Nueva Orleans. Aquí nadie juega limpio.—Y, si bien Marcel tiene ciertos límites que nunca cruzaría, respetar los sentimientos de un licántropo no se encuentra especialmente entre sus prioridades.—Cada Facción está dispuesta a utilizar toda la artillería. Nosotros también.—Aquella es una realidad que ni tan siquiera Burgess podría eludir.—¿O acaso me dirás que la reunión con Alice Harlem habría sido tan beneficiosa para todos, si Yvette no hubiera estado presente?—Al final, la presencia de la bastet tuvo el efecto deseado: Jay estuvo demasiado alterado, obcecado en la idea de que su mujer le había traicionado, como para prestar atención a Marcel y negarse a la necesaria tregua.

Porque Yvette acudió a la reunión, todos ganaron.

—Ahora, nosotros volvemos a recorrer el Barrio Francés... y, por lo que he oído, tú tienes de vuelta a tu mujer.—La de verdad. Aquello fue lo último que Yvette le llegó a decir antes de marchar, y las fuentes de la mercenaria siempre son fiables.—Todos hemos ganado.—Por ahora.

—Me da mucha pena que tengas que llegar a esos extremos, Marcel —su mandíbula estaba tensa, como si fuera a morderle en cualquier momento y, siendo honestos, a Jay no le temblaría el pulso a la hora de hacerlo. No obstante, decidió que lo mejor era cerrar los ojos y mantenerse lo más calmado posible. Ya tenían los lobos suficiente como para meterse también con los vampiros de Marcel.

No, eso mejor en otro momento. Por eso mismo lo soltó, para no acabar con él ahí mismo.

—¡Me importa una mierda que Klaus te enseñara a ser un depravado sin alma, tú no eres él! Y usar a la mujer muerta de alguien como excusa es muy, muy bajo, cruel y mezquino. Klaus me la arrebató y también me quitó a mi hijo, lo sabías —tenía el ceño fruncido, las palabras se le aceleraban en la lengua y le sabían amargas, difíciles de tragar como si en ellas hubieran miles de pequeños cuchillos que le estaban cortando al hablar. El ambiente se sentía extremadamente pesado, peligroso incluso.

No sabía por qué le estaba dando explicaciones a una persona como Marcel, pero el licántropo suponía que era porque tal y como había dicho, no le consideraba como al híbrido original por más que le hubiera tenido bajo su ala durante tanto tiempo, algo sabido por todos.

—No tenías ningún derecho para hacer eso, Marcel. Me ilusioné. Creía que de verdad estaba viva. Yvette, en cambio, hubiera preferido matarme y estoy seguro de que lo habría hecho. ¿Crees que eso te habría valido de algo con Alice? —el licántropo se rió. Literalmente. Su cuerpo se echó hacia delante riéndose; los nervios, el rencor, el dolor. Todo acababa saliendo en carcajadas tortuosas—. No seas ridículo, Marcel. Pero, ¿sabes una cosa? —chasqueó la lengua en su paladar—. Puede que acabes de cometer la mayor estupidez de tu vida. Puede que al hacer eso, te acabes de condenar. A ti y a los tuyos —un paso, otro paso. Había puesto una mano en su hombro como si fuera su amigo del alma, apretándolo a conciencia justo para provocar dolor—. Tal vez no recibáis represalias de nosotros, pero vendrán. Indirectamente, pero lo harán. El karma siempre acaba mordiendo en el culo a los que se lo merecen, no olvides eso.

Jay se separó acercándose a la puerta del bar para abrirla, girando su cuerpo un momento antes de irse para echarle un último vistazo al vampiro.

—Ah, y como se te ocurra tocar a alguno de mi manada, especialmente a Lizzie, date por muerto —después de aquello el licántropo sonrió ampliamente y gesticuló fingiendo que se quitaba un sombrero que evidentemente no llevaba—. Bienvenido a Nueva Orleans, Marcel. Que tu estadía sea la mar de agradable por aquí —y tras aquella amenaza entre dientes, Jay pisó la calle cerrando la puerta detrás de él.