No solía ser infrecuente durante aquellos años que los Strix rondasen diferentes grandes regiones de lo que aquel mismo año fue bautizado como el viejo mundo, ante el descubrimiento del nuevo. Granada, París, Roma... y también Londres, por supuesto.

Algunos de los miembros de la organización fueron enviados a las islas británicas después de que se oyeran rumores sobre la presencia de los Mikaelson a las afueras de la gran ciudad. Lucretia, en calidad de convertida y protegida de Deucalion, desembarcó junto a aquel y otros Strix hará unas horas. —Mentiría de no admitir que siento... curiosidad.—La curiosidad es la chispa de la inteligencia, ¿no es cierto? Entre los Strix no es correcto hacer demasiadas preguntas, pero Kóvacs se siente lo suficientemente cómoda con Deucalion para formularlas.—Elijah Mikaelson...—Así es: la enigmática figura que constituye el padre creador no sólo de su estirpe; también, de todo su linaje.

Todavía no lo sabe, pero aquella misma noche, Lucretia podrá verlo por primera vez. Y entonces, sólo entonces... empezará el principio del fin. —Le conociste, ¿no es cierto?—Deucalion es tan antiguo como el mismo tiempo, y aún más sabio que aquel. Si hay figuras en la organización —más allá de Tristán—, que le hayan visto en persona, esos son los Atreides.—Me lo imagino... imponente.—Reconoce.—Alguien de su poder no dudaría en mirarnos por encima del hombro.—Porque, que sienta curiosidad, no implica que tenga una buena imagen de él.

Y es que, hasta donde Lucretia ha aprendido, Elijah abandonó a los Strix a su suerte, poniendo en peligro a todos sus miembros; Deucalion entre ellos. El rencor en Tristán y sus seguidores cada vez que hablan de él es notable, cuanto menos.

Le gustaría poder compartir el sentimiento, pero la rumana apenas supera el siglo de vida. La inexperiencia es el patio donde sale a jugar el diablo.

Bailaba mil cuatrocientos noventa y dos cuando los rumores se convirtieron cada vez más fuertes, más potentes y, sobre todo, más certeros. Los Strix no podían dejar pasar la ocasión. Deucalion junto con Lucretia y otros tantos de los mejores miembros de la organización habían acudido a la zona británica para cerciorarse de que lo de Elijah Mikaelson era cierto. Y, de ser así, tal vez podrían dar fin por fin al hombre que hace tanto tiempo, los dejó a la deriva.

De no haber sido por Tristán de Martel —y Aya, todo había que decirlo—, los Strix estarían extintos a día de hoy, muy probablemente.

—Lo conocí, querida Lucretia —nunca ha tenido reparos en responder a sus preguntas y jamás lo tendría. Es probable que ese cariño que le tenía a la joven Kóvacs fuera su perdición tiempo después—. Es un hombre inteligente, soberbio, frío —y para nada querido entre los Strix—. Un hombre que en mi opinión, no siente un amor sincero hacia su estirpe —sino que los considera meros objetos—. Somos un instrumento para él. Nada más —además, Lucretia tenía razón—. Nos miró por encima del hombro, nos subestimó y nos abandonó. No me parece un hombre digno en el que confiar.

Deucalion se preguntaba si para ella lo era. Esperaba de corazón lo contrario.

Lucretia sonríe con frialdad. No es la primera vez que escucha definir a Elijah en términos similares... y, a decir verdad, su descripción no está demasiado alejada de aquella que la propia Lucretia habría ofrecido sobre Tristán. En ocasiones, su actitud altanera no dista en demasía de la de su creador.

Pero no puede compartir con nadie pensamientos como aquel. Nadie, ni tan siquiera su creador. Deucalion —al igual que toda la familia Atreides—, es fiel devoto de la palabra de su líder. Nada ni nadie puede atreverse a toserle a su sombra, y aún menos tratándose de una de sus subordinadas menos experimentadas. —Ninguno de los originales ha manifestado aquel aprecio por su estirpe, por lo que tengo entendido.—Ni los vampiros de Klaus, ni los descendientes de Rebekah... ni mucho menos aquellos creados por el caótico Kol. Plantaron su semilla en el mundo, pero todos se olvidaron de ellos...

Y Elijah, no fue la excepción. —¿Qué fue... exactamente lo que pasó?—Le pregunta entonces.—Oí que Ariadna también mencionó algo al respecto... Que nos abandonó. El rencor... enmarcaba sus palabras de forma tan aplastante...—Y tanto fue así, que Lucretia no osó preguntar por los detalles.

Pero las cosas son distintas con Deucalion, ¿no es cierto? Entre conversor y convertida, existe un vínculo de lealtad que siempre llega mucho más allá.

Así suele ser, al menos, casi siempre.

—No, me temo que no —y entendía que cada uno de los descendientes quisieran vengarse de sus creadores de tanto en tanto; como los hijos que pierden a sus padres porque éstos los abandonan sin ningún motivo ni ninguna razón. Y, aún peor, según tenía entendido, todo aquel que no saliera como debiera salir, acababa muerto de una forma u otra.

Concretamente, pasaba con Klaus.

—No me extraña —Ariadna fue una de las más perjudicadas también con su marcha. Todos los fueron, en realidad. Recordaba entonces cómo Aya y Elijah compartieron un vínculo más que especial y, cómo el original, a pesar de todo, decidió abandonarla también. No estaba seguro de si Aya llegó a recuperarse de aquello en algún momento—. Parece que un importante fantasma del pasado consiguió encontrar a los originales. Mikael, su padre, quiso arrasar con sus hijos. Elijah, siendo el cobarde que es, decidió abandonarnos y dejarnos a nuestra suerte —lo recordaba bien.

Lo recordaba demasiado bien.

—Fue Mikael el que masacró y diezmó a la organización hasta el punto de casi extinguirnos y fue Tristán el que recogió lo poco que quedaba de los Strix para mantenernos a flote —Deucalion frenó sus pasos para poner las manos en ambos brazos de Lucretia, apretándolos suavemente. Su mirada conectó con la de la joven—. ¿Entiendes ahora por qué guardarle lealtad a Tristán es tan importante? Nos dio una segunda oportunidad.

Mikael.

No es la primera vez que Lucretia oye hablar del vampiro que caza vampiros, aunque sí es la primera vez que la conversación se refiere tan directa y sin tapujos hacia su persona. El cazador original, el destructor... Goza de muchos apodos; cada cual más terrorífico que el anterior. Kóvacs, que jamás ha tenido el placer de conocerlo, puede imaginar el reinado de terror que su persona es capaz de encarnar.

Todos los vampiros le tienen miedo. Todos... incluidos, los originales. —Dios...—Puede imaginar la impactante escena, y aun con todo, Lucretia está segura de que nada se le compararía a haberlo vivido... en persona.—Estuvisteis allí, ¿verdad? Tú y... tus hermanos.—Los Atreides, tan antiguos como el mismo tiempo, formaron parte de los inicios de la organización... y previsiblemente, estuvieron cerca de contemplar su propia destrucción.

«¿Entiendes ahora por qué guardarle lealtad a Tristán es tan importante?»

—Lo entiendo. Fue muy valiente.—Asiente con conformidad.—Aunque...—Un intrusivo pensamiento amenaza con abandonar sus labios antes de detenerse dos veces a pensar si realmente es buena idea exponer algo así en voz alta. Demasiado tarde. Consciente de que Deucalion se adelantaría a preguntar, Lucretia sigue adelante.—No cabe duda de que... nos dio una segunda oportunidad, pero también aprovechó su oportunidad.—Intenta ser cauta en sus palabras. Tristán hizo un bien por los Strix recogiendo los pedazos para recomponer la organización, pero...

...efectivamente, recogió los pedazos. Tomó algo que tampoco le pertenecía, para moldearlo a su antojo.

Imágenes de aquellos momentos tan sufridos aparecieron en la mente de Deucalion y hubiera preferido que no fuera así. El trauma que Mikael Mikaelson dejó en los supervivientes era todavía muy latente y en parte, hasta un tanto reciente—. Sí, estuvimos —pero aquello los marcó de tal manera que jamás volverían a ser los mismos—. Todavía no sé cómo salimos de allí con vida. Mikael es feroz, brutal, cruel y un asesino despiadado —convertido en lo que odia, el cazador de vampiros no tenía fin cuando se trataba de masacrar a los de su calaña.

Masacrar a vampiros como Deucalion y los Atreides.

—¿A qué te refieres, Lucretia? —sabía exactamente a qué se refería, pero necesitaba oírlo de su boca. Lo cierto era que Tristán sí se había aprovechado, era evidente. ¿Acaso no lo harían todos? Cada uno de los miembros de los Strix habría sacado tajada de una oportunidad así—. A pesar de eso, estamos vivos gracias a él. Yo estoy vivo gracias a él —y ahora tenía a Lucretia consigo. Esbozó una sonrisa ante aquel pensamiento retirándole un mechón de pelo del rostro—. No soporto a la gente que me abandona.

Y, tal vez, solo tal vez, aquella conversación debería haber supuesto una alarma para Deucalion. Pero no lo fue.

—A nada.—Como si acabase de reparar repentinamente en las líneas que sus preguntas y suposiciones están empezando a cruzar, Lucretia recula de inmediato, volviendo la mirada hacia su creador y sonriéndole.—Sólo estaba... dándole vueltas. Es mucha información que asimilar.—Siglos y siglos de historia, de los cuáles, Lucretia sólo ha compartido una pequeña parte.

Todavía no sabe, sin embargo, que protagonizará uno de los capítulos más oscuros entre los Strix... Pero aquello, por supuesto, es adelantarse a los acontecimientos. —Entiendo y... comparto tu gratitud. Yo no estuve allí, pero... gracias a Tristán, yo pude conocerte.—Porque sobrevivió. Sin Tristán de Martel, no habría Deucalion...

...Y a estas alturas, tampoco habría Lucretia.

Así, descansando una mano sobre el hombro de Atreides, incapaz de imaginarse cuán hipócrita sería aquel gesto, le dice con seguridad—: Por eso yo jamás te abandonaré.—Y aunque aún lo ignora, aquel preciso instante... sería el principio del fin.

Para siempre.