—Tora, vamos—la arrastraba de la mano mientras corrían entre los vastos prados de Noruega. Los Lanvik por aquel entonces no se habían desplazado aún a Chicago, sino que aquello ocurriría unos años más tarde:—Aren se encontraba mal y no podrá venir con nosotros, pero después iremos a visitarle—la reunión de los dos amigos había tenido la única finalidad de entretenerse y jugar, pero ante la noticia de la enfermedad de su mejor amigo, Roan consideró que debían buscar algún método natural para aliviar el dolor que sentía Aren.

—Tiene dolor de garganta, así que he decidido que podríamos conseguir miel natural—el ceño del niño de once años se frunció mientras reflexionaba sobre ello:—He visto una colmena por aquí cerca. Si viene un oso me pelearé con él para protegerte—le dedicó una sonrisa abierta e infantil que ya escondía los primeros indicios de valentía del pequeño. Roan no parecía tener miedo a nada y esta característica sería la que despertaría la atención de Christine.

—Mira, mira. Ya nos acercamos—le señaló un gran árbol con múltiples ramas. En una de éstas, pendía su objetivo rodeado de mil abejas.

Por más que lo intentaba, sus piernas no alcanzaban la velocidad de su compañero y, a diferencia de la excusa que usaría años más tarde, ahora no podía decir que es porque ambos tuvieran una constitución diferente y él fuera más alto. Así que en esta ocasión solo podía esforzarse más y más por alcanzar la meta al mismo tiempo, por seguir los pasos hacia una nueva y trepidante aventura.

Su rostro palideció en cuanto escucho lo referente a la enfermedad de su amigo. Aren, al igual que Roan, era una de las personas más importante de su vida. Y en esos años de ingenuidad e inocencia, eso lo significaba todo. No obstante, la perspectiva de conseguir algo que lo hiciera sentir mejor y que fuera algo conseguido por su mutuo esfuerzo le devolvió la sonrisa, así como la ilusión que portaban al salir hacia el campo.

Tora se sonrojó levemente cuando escucho lo del oso y las intenciones de Roan de ser su salvador. Por alguna razón que aún no comprendía y que tardaría en dar sentido, su corazón saltó con una alegría inusitada. —No necesitas protegerme.— Protesto hinchando las mejillas en un mohín de enfado, a pesar de lo mucho que le gustaba la idea de ser protegida y le aterraba la posibilidad de que apareciera el animal.

—¿Y cómo subiremos hasta allí?— Si bien su inocencia infantil les hacía creer que todo era posible, incluso lo más inverosímil, la altura del panal se veía muy, muy lejana.

—Los hombres siempre debemos protegeros—la filosofía del varón como protector imperaba en la manada Lanvik. Las convicciones de los lobos eran muy machistas y, de este modo, Roan no concebía la idea de que Tora fuese la que iniciase la ofensiva ante un rival tan peligroso como lo era un oso:—Me estoy entrenando para ser el mejor guerrero de la manada—la sonrisa infantil de Roan sería algo que, progresivamente, se cambiaría por un gesto mucho más maduro y coqueto.

El joven Haraldson sería conocido por su insaciable entusiasmo y por su afán por conquistar a cualquier mujer.

—Vamos a trepar—lo comentó con mucha naturalidad y como si la cuestión de su amiga hubiese sido absurda:—Aunque también podemos intentar cortar el sostén a base de puntería—sacó de su bolsillo dos navajas que siempre llevaba con él. Roan solía internarse mucho en el bosque, ya que le gustaba enfrentarse siempre a la aventura y a lo imprevisto de la naturaleza:—Ten. Inténtalo tú—le sonrió—Yo creo en ti—le tendió una de sus navajas para que probase de lanzar.

No obstante, muy cerca de ellos empezaba a acercarse un tercer integrante muy peligroso…

Puso los ojos en blanco al escuchar el comentario machista de Roan, pero no dijo nada más. No quería seguir insistiendo en el tema, estaba más que segura de que llegado el momento cada uno demostraría su valía. De una forma u otra. Ella también ansiaba convertirse en una buena guerrera, en un miembro útil de la manada, aunque supiera firmemente que no estaba destinada a ello.

Trepar le parecía la opción más correcta y acertada, la más rápida. Pero sus ojos se avisparon en el momento en que vio como sacaba las navajas y la retaba vilmente. Dadas las palabras anteriores y el resentimiento que sentía, no dudo en decantarse por esa opción a pesar de la inseguridad que conllevaba para ambos y para su propósito.

—Te demostraré que las mujeres también podemos.— Le recriminó subiéndose de categoría al reclamarse dentro del rango de mujer, sin saber que eso podía darle otro punto más donde dañar su orgullo infantil. Le arrebato la navaja, la abrió y comenzó a balancearla mientras señalaba con la otra mano la altura de la colmena sobre sus cabezas.

Una vez tuvo el cálculo, completamente erróneo, elaborado en su cabeza, comenzó a caminar hacia atrás, alejándose del árbol y arrastrando a Roan con ella. —¿Cuál será mi premio?— Hizo hincapié en el artículo que ya la definía como ganadora y que era completamente intencionado de su parte.

—No digo que no. La mujer del Alfa parece ser alguien muy dura—por aquel entonces no sentía ningún tipo de vínculo hacia Christine. Éste nacería mucho más tarde y sería incorruptible. Roan sería de los lobos más fieles y devotos a la consorte Lanvik, hasta el punto de poner en riesgo su vida en un futuro:—Pero ya sabes que se nos enseña a protegeros—insistió, una vez más, con la familiar voz aguda de un niño que aún no se ha desarrollado.

—¿Cuál será?—reflexionó por un instante, ya que no había pensado nada sobre ello:—Es sorpresa—la idea ya había surcado por su mente, pero no estaba dispuesto a decírselo:—Así te dejo con la emoción del premio—la animó con un suave codazo hacia sus costillas para que se concentrase e intentase lanzarla hacia la colmena.

Roan se colocó a un lado para ayudarle a agarrar mejor la navaja:—Intenta colocar tus dedos así—con cuidado, le enseñó cómo entendía él mejor que debía sujetarla:—Creo que te irá…—de repente, enmudeció al ver cómo una gigantesca sombra corría hacia ellos. Aún no habían desarrollado su olfato, ya que ninguno había despertado el gen por lo que no habían podido detectarlo antes.

—CUIDADO TORA—la lanzó a un lado y se interpuso entre ella y el animal para que no la tocase, pero el oso consiguió arañarle superficialmente la espalda:—CORRE, CORRE—el joven sacó la única navaja que le quedaba para darle margen tiempo a su amiga para huir.

Crítico/Acierto: Conseguirán huir
Fallo: Roan recibe otra herida antes de poder marcharse

La inocencia infantil que compartían le hizo pensar a Tora que Roan no tenía un regalo pensado para ella y que sus palabras solo eran falsedades, pues él confiaba demasiado en que sería el ganador y que ella no acertaría. Y eso solo la envalentonaba aún más, aumentado su confianza e instándola a ser mejor.

Se revolvía inquieta entre los brazos del niño, sintiéndose incómoda y acorralada, además de frustrada porque el otro creyera que necesitaba esas vanas explicaciones. Estaba por comenzar a replicar cuando todo dio un vuelco y la situación se descontroló por completo.

Todo ocurrió tan rápido que apenas fue consciente del peligro hasta recuperarse del golpe. Cuando Roan la había apartado bruscamente, Tora había caído junto a un árbol, de forma que quedaba casi oculta tras el tronco y también con algunos rasguños. La idea de correr le resulto de lo más tentadora, pero al ver como Roan alzaba su navaja en dirección al animal, sus instintos más básicos salieron a la luz.

No pensaba dejar que se jugara la vida contra oso solo para demostrar que podía defenderla, protegerla. Ella también podía hacerlo. —¡Ten cuidado!— Chilló a voz en grito cuando vio como el oso tratar de volver a herirlo con sus enormes zarpas. Tora quería acercarse... Y a la misma vez alejar a Roan... Atacar al oso... Salir huyendo... No sabía que hacer, así se decantó por usar lo único que tenía: la navaja que aún apretaba en su mano diestra.

Fallo: Es ella quien resulta herida por el oso.
Acierto/crítico: Logra clavar la navaja en el animal, aunque lo único que provoca es cabrearlo más.

—¿Qué haces?—le gritó al verla aparecer entre unos arbustos. La herida sobre su espalda le estaba tiñendo de rojo su camiseta, pero estaba tan alterado y con tanta adrenalina que apenas sentía el rasguño:—¡No, Tora!—antes de que pudiese atraparla por la cintura, su amiga se había lanzado con determinación hacia el oso.

Lo que nunca imaginó Roan es ver cómo acertaba. La navaja de su compañera se clavó en su lomo y el rugido agonizante del animal despertó aún más su instinto por protegerse de ellos:—Debemos salir de aquí—su otra navaja aún se mantenía entre las costillas del animal. Poseían la ventaja de poder escaparse sin sufrir ningún rasguño más.

En otra circunstancia, el joven Haraldson se hubiese enfrentado hasta el final contra el oso, pero no iba a arriesgar la seguridad de Tora:—Ven conmigo, conozco un atajo—atrapó su mano y dio un fuerte tirón hacia él para que empezase a correr:—No podrá alcanzarnos, es muy posible que acabe muerto en unos días—las heridas se infectarían y el oso acabaría sucumbiendo a su cruel destino.

Estuvieron quizás un rato corriendo hasta que llegaron a un campo abierto repleto de girasoles. Nunca había estado ahí y dudó si había tomado el camino correcto de regreso:—Creo que aquí estaremos bien—su respiración salía entrecortada por la carrera:—¿Tienes alguna herida?

Jamás pensó que fuera a lograr causar algún daño en el oso. Pese a las veces en que había retado a Roan y lo mucho que decía luchar por la igualdad ente ambos, sentía que fallaría. Pues, aunque su intención era seguir los pasos de sus compañeros y convertirse en una guerrera dentro de la manada, sabía que no era el destino adecuado para ella. No cuando había demostrado ser tan buena en el rastreo.

Seguía en shock por lo que había hecho cuando sintió la mano de Roan aferrar la suya y tirar de ella para alejarla del animal que, enfadado y dolorido, se retorcía buscando un consuelo o la venganza contra ambos niños. No fue consciente de nada más hasta que dejaron de correr y Roan comenzó a interrogarla sobre como se encontraba. La cabeza de Tora daba vueltas, al igual que la adrenalina, aun en su torrente sanguíneo.

—Es-Estoy bien.— Tartamudeo a medias entre un sollozo y una sonrisa. Sentía que había sido el momento más emocionante de su vida, pero también el más aterrador. Y esa mezcla la tenía tan confundida como el hecho de que Roan hubiera salido a defenderla como el héroe de uno de sus cuentos. Fue entonces cuando recordó que él si había sido herido y esta vez las lágrimas si corrieron por sus mejillas, al tiempo que veía la sangre que manchaba la ropa del muchacho.

—T-Tú...— Sollozó haciéndolo girar para examinar su espalda. —Estás herido...— Eso la hizo sentir aún más miedo que antes de lanzarse con la bestia. No sabía qué hacer al respecto, ni siquiera tenía conocimientos de si era grave. Pero el solo hecho de ver la sangre y el corte en la ropa le hizo pensar en lo peor. —Tenemos que volver. ¡Tenemos que volver ya!— Había comenzado a tirar del brazo del niño en cuanto la idea cruzo su mente y sus labios formaban la orden.

—¿Seguro?—buscó cualquier herida; cualquier señal que le indicase que Tora estaba sufriendo. No obstante, en su ropa no vio ningún corte, nada que evidenciase su pelea contra el oso salvo la suciedad del barro que había salpicado los bajos de sus pantalones.

Su amiga estaba a salvo.

—Tora, estoy bien—la agarró de los brazos para que se tranquilizase. Se trataba de una herida que cicatrizaría, pero la adrenalina del momento provocaba que Roan no le diese importancia:—Para, quiero ofrecerte algo. Creo que es obra de nuestros dioses—la cultura Lanvik aún veneraba por aquel entonces su linaje nórdico y era habitual que, en ocasiones como aquella, hiciesen un reconocimiento a sus deidades.

—Mi abuela me habló del origen del girasol en su día, ¿lo conoces?—las manos del joven licántropo se agarraron al tronco de la flor para arrancarlo de raíz de la tierra en la que se sostenía. Era un girasol casi igual de alto que él, abierto totalmente y con muchos pétalos del mismo color que el astro rey:—Dicen que una ninfa se enamoró del dios Sol, pero no fue recíproco—se la tendió a Tora, con cierto rubor en sus mejillas. Roan aún no comprendía esos síntomas y los achacaba a su sencilla inexperiencia con las mujeres:—Se transformó en esto, para seguirlo siempre en el cielo cuando se despertase—se encogió de hombros:—Pero yo le dije a mi abu que eso eran cuentos y que una flor así no podía ser obra de algo tan triste. Se trata del símbolo de la lealtad, ya que sólo se abre a él por la mañana y se cierra cuando el manto de la noche lo cubre todo.

Carraspeó su garganta, sintiéndose cada vez más nervioso y cómo la herida caliente empezaba a palpitar en su espalda:—Te ofrezco mi eterna amistad, Tora. Yo seré como este girasol, que siempre velará por ti y que no dejará que nunca sanguijuelas y bichos de la noche nos apaguen.

Seguía sintiendo que las heridas en la espalda de Roan eran algo que debían tratar de forma urgente y apremiante, su pequeña mano se aferraba al brazo ajeno con toda la fuerza que tenía, intentando arrastrarlo fuera del claro del bosque, en dirección a su hogar. Pero él seguía resistiéndose y su fuerza era mayor.

Estaba a punto de protestar, de manera muy severa, cuando Roan comenzó a relatarle el origen de aquellas flores amarillas que llenaban el lugar en el que se encontraban. Eso consiguió distraerla del peligro, como sucede con cualquier niño, y hacer que centrara su atención en la historia que comenzaba a representarse vivamente en su imaginación infantil.

El cuento produjo un efecto bastante común en ella, como lo haría en cualquier otra niña de su edad, su corazón se ablandó y sus mejillas se tornaron de un color rosado. La imaginación viva continuaba y, por un momento, se imaginó en el lugar de la ninfa y a Roan tan radiante como el sol. Aquello acelero su corazón, casi tanto como las palabras de desilusión que salieron de la boca del niño.

—Es que vosotros...— Uso adrede aquel deje en la voz para que entendiera que se refería a los hombres, a los insensibles niños, que no creían en algo tan bonito como los cuentos y el amor verdadero. —No sabéis lo que es el romanticismo, ni el amor.— Ella tampoco lo sabía, al menos, no era consciente todavía de lo verdaderamente importante de aquellas palabras. Pero, se sentía más madura, pensando que sí.

—Ves.— Alzó un dedo y lo dejo en el pecho ajeno, a la altura su corazón. —Eso podría haber sonado romántico si no viniera de ti.— Pese a la mueca de desilusión de su rostro y reprimenda que le estaba soltando, tomo con nerviosismo y delicadez la flor que le había tendido.

Apretó con fuerza el girasol contra su pecho antes de darse la vuelta y comenzar a andar. —Te he dicho que tenemos que ir a que te curen.— Esta vez no era una petición, más bien una orden, pues ella seguía alejándose, con la flor entre los dedos.

Roan miró a Tora alejarse, su pequeño corazón golpeando contra el pecho con una intensidad que no entendía. A pesar del dolor en su espalda, una sonrisa socarrona se formó en su rostro, atesorando la manera en que Tora se aferraba a la flor, a pesar de su protesta.

—¡Eh, Tora!— Roan gritó, forzándose a ponerse en pie. La llamó de nuevo con una risa entre dientes, su voz resonando por todo el bosque:—¡Eres la única que podría encontrar romanticismo en la historia de una ninfa y el sol!— Se rió, su tono sarcástico pero su rostro brillante con una sonrisa genuina. Sabía que había algo en sus palabras que iba más allá del simple cuento, pero no podía entenderlo completamente, no todavía.

Sus piernas le dolían y podía sentir la sangre en su espalda, pero a pesar de eso, se obligó a seguir a Tora, a seguir a esa niña que se había apoderado de su corazón sin siquiera saberlo.
—Venga, vale, vamos a curar las heridaz—dijo, agarrando otro girasol para ella. No era una orden, era una promesa, una que Roan Haraldson siempre cumpliría. Y con una última mirada al girasol en su mano, comenzó a seguirla a través del bosque, con la promesa de un futuro desconocido brillando en sus ojos.