Cross escribió:… You go down just like Holy Mary,
Mary on a, Mary on a cross.
Your beauty never ever scared me,
Mary on a, Mary on a cross...

Dicen que la noche es oscura... y alberga horrores. Arropa a los desventurados en su manto de perversión y lujuria hasta arrancarles lo mejor de ellos. Confunde, conmueve, perturba... seduce hasta la locura.

Puede que Valentina no hubiera demostrado tanto interés en presentarse cuanto antes en Mystic Falls, de no haber sabido que él estaría allí. Aunque le hubiera gustado decir que fue cosa del destino, bien sabe la italiana que, a veces, hay que forzar un poco el destino. Y así, coincidiendo de una forma en absoluto casual —al menos, para ella—, en uno de aquellos locales de mala muerte junto a las carreteras de Mystic Falls, Valentina y Desmond se vuelven a encontrar.

Casi puede sentir cómo se vuelve a encaprichar del joven vampiro como la primera vez. Un capricho que no podría ser tan divertido, si no era correspondido. —Amore.—La semioscuridad del local es suficiente para que Kane pueda contemplar su mirada, embelesada.—Sabía que volveríamos a vernos, tarde o temprano.—Sólo era cuestión de tiempo.—¿Me has echado de menos?—Porque ella, de algún modo, sí.

Lo pasaban tan, tan bien juntos...

Nunca debería haber acudido a aquel bar, aunque sabía que ella lo encontraría en cualquier otra parte. Sabía que habría calculado el momento exacto, el momento perfecto, y que nada de aquello era casual. Jugaría con él, hasta aburrirse, y después volvería a dejarlo.

¿Cuántas veces había pasado por lo mismo?

Se quedó paralizado en cuanto la vio, haciéndose paso entre las mesas y la escasa multitud que había en el local, como si su andar fuera una danza. Parecía delicada, y hermosa; era difícil pensar que pudiera haber tanta perversión y oscuridad en ella.

—Valentina —murmuró, con una mueca de desagrado, tenso. Quería huir pero, de alguna forma, su presencia se lo impedía. Detestaba aquel poder que ella seguía teniendo sobre él, algo de lo que nunca había podido librarse del todo— ...para mi desgracia —completó su frase, con amargura—. No te echo de menos desde hace mucho tiempo —y, aún así, una parte de él lo haría siempre; aquella parte que había vencido pero que, guardada en un cajón, en ocasiones le susurraba y tentaba.

—Y tú tampoco lo haces, tan solo te aburres... ¿qué quieres? —intentó poner espacio entre ellos, dándole la espalda y volviendo a la barra, sobre la cual descansaba una cerveza que ni siquiera había empezado. Quizá si la ignoraba, terminaría por marcharse, ¿no?

Y volvería a ser tan solo una sombra en sus recuerdos.

«Valentina...»

La voz de Desmond es prácticamente un susurro; el vestigio de un error, una razón para guardar tensión de forma repentina que Valachia escucha como música en sus oídos. Siempre le ha gustado causar impresión, y aún más con aquellos de los que formó parte de un oscuro e inevitable pasado. Sabe que el vampiro ha tratado de separarse de aquel tormento con cada nueva oportunidad, pero la italiana lo dejó vivir antaño por una razón.

Porque sabía —o más bien, confiaba en— que él volvería a precipitarse hacia el vacío, cuando ella lo desease. —No, claro que no.—Asegura repentinamente, como si acabase de caer en la cuenta de su propia equivocación.—Por supuesto que no echas de menos el tiempo que pasamos juntos. La sangre brotando salvajemente de los cuellos que desgarrábamos... Esa sensación de inmensa libertad, de cuando hacíamos y deshacíamos cuanto queríamos.—El recuerdo habla por sí solo, ¿no es cierto?—Il lupo perde il pelo, ma non il vizio.—Aquel refrán italiano que recitaba tan a menudo. El lobo pierde el pelo, pero no el vicio.

Qué fácil es dejarse llevar por las malas costumbres.

—Ah —suspira—, pero he oído que ahora eres un chico bueno.—De aquellos que no se dejan llevar por los instintos.—Aunque... a juzgar por los rincones en los que te dejas encontrar, no parece que esta nueva etapa se te esté dando demasiado bien.—Desmond decidió vivir abrazando unos pecados que jamás podría redimir.

El camino más difícil.

—¡Aburrirme!—Se echa a reír, porque es cierto. Desmond la conoce tan bien como ella le conoce a él.—Sólo acabo de llegar a Mystic Falls, y ando merodeando...—Evaluando el terreno, por así decirlo.—Aunque reconozco que no imaginaba encontrarte aquí.—Lejos quedó la tan amada Inglaterra... siendo sustituida por un rincón del mundo mucho más perdido, y también, más vulgar.—He oído que... este pueblo está lleno de problemas.—Y, para desgracia de Desmond, acaba de cruzarse con uno de los más peligrosos.

Su caprichosa creadora.

Sus palabras despertaban recuerdos que, en realidad, nunca habían yacido dormidos en su memoria. Podía saborear la sangre de todas sus víctimas en sus labios, víctimas que habían masacrado juntos y cuyas miradas de terror ahora lo atormentaban sin descanso. Toda una pesadilla de la que Valentina había sido artífice, pero en la que él había participado gustosamente.

Y lo peor es que había una parte de él que, en silencio, añoraba esos días oscuros.

—...y de cuando masacrábamos a quien se nos pusiera por delante, solo por diversión. Esos días se acabaron —añadió de forma tajante. negándose a darle el gusto de siquiera mirarla, deseando que se aburriera pronto de él y volviera a marcharse—. Tú ni siquiera lo has intentado —ella seguía siendo un lobo, indomable, pero ¿acaso no lo era él también? Por mucho que se contuviera, aquel deseo por la sangre humana siempre lo acompañaba, convirtiéndolo en alguien peligroso si perdía el control—. Pero hay más caminos para aquellos que son como nosotros, más allá del que tú me enseñaste —aquel que él había seguido por más de un siglo.

Le dirigió una mirada cargada de desdén, y de algo más intenso: odio. Hacia aquella que una vez había amado, o al menos del modo en que puede hacerlo alguien sin emociones ni humanidad; de forma viciosa y superficial.

—Me iba bastante bien... hasta que tú apareciste —respondió entre dientes. No, en realidad no le iba tan bien, sin embargo había cierta luz en su vida y Desmond temía que se extinguiera, sobre todo ahora que su creadora había resurgido de las sombras de un pasado que tan solo quería olvidar—. Precisamente porque está lleno de problemas, estoy aquí —ahora era un cazador y no había mejor coto de caza que Mystic Falls.

—Alguien debe pararle los pies a los seres como tú —soltó una amenaza velada, que en realidad era bastante concisa. Podría intentarlo allí mismo, en aquel bar de mala muerte. Siempre iba armado, sería peligroso y casi un acto suicida... Pero, ¿realmente podría siquiera intentarlo?— ¿Qué es lo que buscas en este pueblo? —incluso alguien tan impredecible como Valentina, se guiaba por unos objetivos. Una de sus viejas aliadas moraba en el pequeño lugar, ¿acaso estaba allí por ella?

«Y de cuando masacrábamos a quien se nos pusiera por delante…»

La italiana entorna la mirada, como si de verdad tratase de deducir qué hubo de malo en aquel pasado salvaje y visceral que compartieron antaño. —Vaya, ¿eso crees?—Inquiete Valachia mientras ladea el rostro.—Una afirmación muy segura de parte de alguien que tiene ante sí décadas, siglos para tomar nuevas decisiones…—Los dedos de la vampiresa se deslizan, ávidos y difíciles de dominar, por el torso de su interlocutor; su mirada sigue aquel delicado recorrido hasta llegar al mentón, los labios…

Los ojos. —La eternidad es mucho tiempo para vivirla en culpa y arrepentimiento, Desmond.—Y quizá, por esa misma razón, Valentina ni siquiera ha intentado hacer las cosas de manera diferente.

No le merece la pena.
Y a Desmond, tampoco.

Que se niegue a reconocerlo, ya es otra historia. —Mi querido Desmond…—Chasquea la lengua, como si el desdén en la expresión de su interlocutor no fuera sino otra pataleta del más caprichoso de sus creaciones.—Después de todo este tiempo… sigues negándote a admitir que esa es la excusa a la que te aferras desesperadamente para seguir manteniéndome en tu vida.—Sólo amamos y odiamos a aquellos que de verdad nos importan. Y aunque semejante odio y rencor logren destruirle por dentro, Desmond jamás será capaz de observarla con indiferencia.

Del mismo modo que Valentina jamás le dejara escapar del todo. —¿Y quién me parará los pies? ¿Tú?—Se echa a reír apenas la pregunta más importante queda sobre la mesa: ¿qué hace realmente Valentina allí?—Una vieja amiga me necesita en el pueblo… @A. Marena Darvolya. ¿Te acuerdas de ella?—A buen seguro, en el pasado le habló de ella más de una vez.

Ah, pero no es eso lo que Desmond le ha preguntado exactamente, ¿no es cierto? Debe concretar un poco más.

¿Qué hace precisamente allí... con él? —Dicen que todo está a punto de explotar, Desmond. Pronto, yo seré el menor de tus problemas.—Licántropos, brujos… y una cazadora que próximamente se transformará en un quebradero de cabeza para los dos.—Si sigues solo, no sobrevivirás.—Y no se trata de una opinión aislada, sino de una verdad objetiva. Ahí afuera, no tendrá ninguna posibilidad. A menos que…—Vuelve conmigo.—Su mirada se ilumina sorpresivamente ante su sincera oferta. Genuinamente, y a pesar de todo, Valentina desea, necesita protegerlo.—Lestat, Ragnar, incluso Edek… Todos están aquí.—Su pequeño clan ha encontrado asentamiento, refugio y hogar a las afueras de Grove Hill. Y Desmond, como el más valioso de todos sus vampiros creados, no habría de quedarse fuera.—Sabes que sólo yo puedo protegerte.—Y que, a su retorcida manera, nadie velaría por él como ella.

Rehusar a aquella oferta sería, cuanto menos, estúpido.

Envidiaba aquel poder que tenía la italiana para engatusar con sus palabras, con su mirada. Lo envidiaba, y también lo temía. ¿Podía luchar contra esa misma influencia que lo había dominado por décadas? Que tanto echó de menos cuando sus caminos se separaron. No era fácil, desde luego.

Ella siempre sería su mayor pecado.
Su deseo más oscuro.
Una tentación que no dejaría de acecharlo.

—¿Y eso puede justificar todo acto perverso? Prefiero la culpa, que volver a tu lado —luchó por huir del efecto de la vampiresa, de su hechizo—. No quiero que me toques —la tomó por la muñeca, alejando su mano de dedos níveos y perversos de su torso. Irónico que dijera eso, después de haberla añorado tanto—. Ya no te pertenezco, ¿no te gustan tus juguetes nuevos? —inquirió con crueldad.

Se preguntó si ella sería capaz de matarlo por su osadía, por no doblarse a sus deseos como hiciera tantas veces; como quien se deshace de un experimento fallido. No pareciera ser capaz de hacerlo, sin embargo Valentina siempre había sido volátil.

—¿Realmente te importa si te odio, o si te amé? ¿Acaso te importó alguna vez? —porque, sí, lo hizo. Ella era su obsesión en el pasado y, al verse desprovisto de su presencia, se había sentido como un huérfano perdido en el mundo. Le había costado mucho tiempo y esfuerzo encontrar un camino y un propósito después, y no iba a permitir que ahora ella lo hiciera añicos— Te aterra la idea de que pueda vivir sin ti, sin correr a ti cada vez que chasquees los dedos, ¿verdad?

Por eso estaba allí: creía que, chasqueando los dedos, volvería a su lado. ¿Que quería protegerlo?, ¿que se uniera a ese círculo de vampiros viles y desalmados?

—Veo que sigues rodeándote de buenas compañías —comentó con ironía. Aquello era preocupante. Recordaba ese nombre y la fama detrás de este; lo peor de todo es que una vampiresa como @A. Marena Darvolya no estaría sola, ni Valentina tampoco, algo que no tardo en confirmarle. Horrorizado, Desmond se alejó un paso más de ella.

—Prefiero morir antes que regresar a tu lado —expuso con dureza y frialdad. Esperaba que palabras tan tajantes borrasen todo rastro de esperanza en esa posibilidad—. Puede que quizá lo haga, pero al menos habré muerto siguiendo mis propios designios, no los tuyos. ¿Creías de verdad que iba a aceptar? —soltó una carcajada llena de amargura, mientras negaba con la cabeza. Contra todo pronóstico, se acercó a ella; evitó tocarla, pero la cercanía era tal que podía preciar cada nota de color en sus ojos.

—Nunca regresaré a tu lado, ni a tu pequeño séquito de los horrores. La próxima vez que te vea... te mataré, o moriré intentándolo —le dirigió una última mirada cargada de odio, antes de salir de aquel local a paso acelerado, mientras su corazón latía a mil revoluciones.

Desmond la obliga a marcar distancia, separándose de ella y renegando de sus trucos: aquellos que, en el pasado, le funcionaron tan bien. Pero el rechazo puede convertirse en un arma de doble filo cuando se trata de una mujer de serie herida.

—No me mientes tan bien a mí como te mientes a ti mismo, amore.—Le reprende, molesta.—Pero no te preocupes. Has olvidado lo que sentías bajo mis alas... y yo me encargaré de recordártelo.—No habría sabido decir si se trata de una promesa... o una amenaza. Como fuere, la italiana cumplirá con su palabra.

Y es que la eternidad es demasiado tiempo como para permanecer resistiendo.

—Me gustan.—Coincide.—Pero ninguno es como tú.—Valentina, al menos, no intentará engañarlo: puede enfrentarse a sus propias verdades.—Tan... a mi immagine e somiglianza. (Imagen y semejanza)—A estas alturas, se atrevería a asegurar que Desmond fue, es y será siempre, la más perfecta de sus imperfectas criaturas. El único que llegó a recordarle más... a él.

«Texto enmarcado aquí.»

—Me importa.—Le dice entonces.—Tú, me importas. Me importas con la necesidad que sólo los nuestros podemos sentir.—Los vampiros: criaturas que pueden percibirlo todo de una forma más intensa, magnificada.—Y yo, te importo.—No es una pregunta.—Pero que te niegues a admitirlo es... lo que me preocupa.—Porque ya se lo ha dicho: no es a ella a quien está engañando.

Es a sí mismo.

Sin embargo, ahí está: rechazándola con fiereza por segunda vez en la conversación, negándose a verse doblegado a sus instintos; a ella. Como si su madre creadora no le deseara lo mejor. A su manera, siempre lo ha hecho, y siempre ha cumplido sus promesas.

Pero sigue rehusando a aceptar sus ofertas. ¿Por qué? —Algo en ti... ha cambiado.—Reconoce finalmente.—Sé que lo habrías hecho. Te conozco, Desmond... Mejor de lo que tú te conoces a ti mismo.—Aquello es algo que nunca cambiaría, por más que se negase a aceptarlo. Con la mirada entornada, Valentina le contempla marchar, en silencio; aquella amenaza permanece allí, en el aire, flotando entre los dos hasta verlo desaparecer.

—Bien.—Ya no está allí para escucharla, pero no le importa.—Que así sea.—Desmond ha elegido su destino.

Y sellado el futuro de los dos... para siempre.