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Valentina B. Valachiavampiro
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Valentina B. Valachia


and that was
the beginning of the end


Dicen que al gran amor, jamás le conoces dos veces. Y no te hablo del amor pasajero, fugaz; te hablo del amor de verdad. Aquel que te consume y te convierte en alguien que no eres —alguien que, quizá, desearías ser—; que te deshace en pasión y te obliga a descender hasta la locura.

Valentina Valachia se enamoró perdidamente de su salvador, Mario Carusso, o al menos, creyó que lo amaba. Influida bajo la incontrolable dominación de un vínculo entre convertida y conversor, la devoción hacia aquel hombre que tenía completamente idealizado, simplemente se desbordó. Se fue de control. Ella volvió a la vida, y se sintió capaz de entregársela en cuerpo y alma a él. Hacerlo feliz no sólo fue un objetivo: fue la única meta en su existencia por más de tres siglos.

—Le he matado... —una todavía horrorizada Valentina, con apenas semanas como vampiresa, contempla el rostro desfigurado de Luccino Della Scalla. Aquel hombre rico y poderoso le prometió ayudarla, sacarla del burdel; concederle una nueva vida lejos de todo y todos a los que conocía. Por supuesto, jamás cumplió aquella promesa... pero Mario, . Y, después de que ella le hubiera contado su trágica historia, encontró poético concederle un final a manos de su nueva creación.

«Él te destrozó la vida —le aseguró horas atrás, de forma firme y dilapidante—, tú acabarás con la suya.»

Y así lo hizo.

—Le he matado...—El éxtasis ante la emoción por la sed de sangre, desaparece apenas el corazón de la víctima dejó de latir, transformando el placer en ansiedad; en una impotencia devastadora. Aún no podía comprender que sus emociones, magnificadas, amplificadas, tenían el poder suficiente para aplastarle el alma, con la facilidad con la que ella había destruido el cráneo del hombre que le rompió el corazón. Lágrimas de auténtico terror anegan los orbes oscuros de Valentina mientras comienza a temblar violentamente.—Le he matado... porque tú me lo has pedido.—A tan sólo unos metros de ella, Mario contempla a su creación con inusitada tranquilidad. Aún tiene los labios y el mentón empapada en la sangre de cada miembro de la familia Della Scalla con el que se han topado en la gran mansión, hasta dar con Luccino. Abrazándose a sí misma, pequeña, vulnerable, Valentina se rompió por primera vez.—¿Por qué?

La respuesta de Mario la hizo estremecer.
«Porque puedo.»

Y aquella fue la última vez que Valentina sintió miedo.

Porque, moldeándola a su imagen y semejanza, Mario transformó a su neófita en una máquina de matar. Hacían, deshacían, destruían, se alimentaban, y vuelta a empezar. El caos y el terror les acompañaban ahí donde iban, y mientras Mario se divertía, Valentina grababa en piedra lo que creía, era una historia de amor.

Su macabra historia de amor.

—Me hiciste perder el control —le reprochó ella años después, entre risas, habiendo abandonado minutos antes los escombros de un orfanato sacro en llamas. Mario se alimentó de las nodrizas; Valentina, de los religiosos, y el eco de los gritos de los más pequeños fue la última canción que todas las víctimas escucharon—, otra vez.—Pero, al contrario que tras su primera masacre, la vampiresa ya no lo encontraba deleznable o enloquecedor. Loca ella, tal vez, por su culpa.—¿Por qué?

Y, atrapando sus labios en un beso salvaje, de nuevo, Mario sólo tuvo dos palabras que decir:
«Porque puedo.»

Sin embargo, ya en la Biblia se advertía que no habrá paz para los malvados, y Mario y Valentina no la tendrían. La tuvieron durante más de trescientos años, es cierto; si es que a su frenético y desenfrenado ritmo de vida, podemos llamarlo paz. Sus indiscreciones llamaron demasiado la atención —e imagínate hasta qué punto alcanzaba su caos, tratándose de un período de entreguerras—, y así fue que, a las afueras de Alemania, los encontraron.

Valentina y Mario huyeron durante más de tres días. Él llegó a convencerla de que lo conseguirían, pero cansados y sin alimento, la letal manada de licántropos acabaría dando con ellos. El amor no fue suficiente como para que ella, eventualmente, comprendiera la verdad: uno de los dos tendría que quedarse atrás.

Y Valentina no se lo pensaría.

—Seré yo.—Afirmó, sin duda o remordimientos.—Tú eres más rápido, amor mío. Podrás dejarlos atrás, podrás...—Pero, en un gesto que, tiempo adelante, ella interpretaría como la generosidad infinita que sólo un hombre enamorado puede irradiar, el vampiro descansó su dedo índice sobre los labios de Valentina y sentenció.

«No hay tiempo —su voz era apenas un susurro, tenue como aquella caricia—, así que escúchame con atención.»

Y así, firmó su inevitable sentencia.

«Vas a echar a correr... todo lo que puedas. Como yo te he enseñado. Como sé que puedes hacerlo. Y vas a dejarme atrás —Valentina, consciente de que jamás fue capaz de decirle que no a nada, se echó a temblar—. Te confundirás entre la espesura, y llorarás mi muerte en silencio, hasta que no haya licántropo que te eche de menos. Seguirás adelante, vivirás tu vida... y me olvidarás.»

Pero Mario no era ningún necio. Él conocía bien cómo funcionaba aquello. El vínculo se rompería apenas el creador hubiera muerto, y su opinión o deseos dejarían de tener influencia sobre Valentina. Sin embargo, y hasta entonces, ella tendría tiempo para dejarlos atrás. Tendría una oportunidad.

Una que, sin él, no quería.

—No... ¡No!—Negó con rotundidad.—¡NO! ¡No puedo permitirlo! ¡No vas a hacerlo!—El vacío se convierte en rabia, y Valachia utiliza las escasas fuerzas que le quedan para golpear el pecho del hombre al que ama, desesperada, pretendiendo quizá enfurecerlo, volverlo en su contra, obligarla a quedarse a su lado hasta el final... Es lo único que desea.—¡No voy a abandonarte! ¡No vas a hacerme esto...!—Los gritos se convierten en súplicas, mientras lágrimas incontrolables recorren sus mejillas. Pero ella ya sabía su respuesta mucho antes de que la pronunciara.

Y ahora, tú también. ¿Me equivoco?

«Claro que voy a hacerlo —le recordó por última vez—, porque puedo.»

Para cuando el vínculo se rompió, no se oían los rugidos, ni tampoco los gritos. Pero Valentina supo el momento exacto en el que sucedió, porque no tuvo la necesidad de correr más. Vacía y desolada, la vampiresa se dejó caer sobre el lodo, deseando que aquella manada la encontrara y se la llevara también consigo, que la destrozara...

Pero no sucedió.

Y allí, en un silencioso mar de lágrimas, Valentina se rompió.


flashback
noche
autoconclusivo



come over to the dark side
I bet that I can make you hate me

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