Un viaje a Mystic Falls era lo que necesitaba para, posiblemente, aclarar sus ideas. Amélie era una mujer de convicciones férreas, valores fuertes y principios morales dudosos, a pesar de que siempre se mantenía tan leal a ellos como le era posible. No obstante, el bullicio de Nueva Orleans estaba colisionando con la tranquila mente de una vampiresa trastornada, aunque jamás tan loca como Aurora de Martel, por supuesto.

A la que le haría una visita pronto, de eso podría estar segura.

Sin embargo, podría decirse que para que eso pasara, Amélie tenía que salir de donde se había metido con vida. No sería difícil, la vampiresa contaba con más de setecientos años de experiencia encima—. Oh, no te asustes, no voy a hacerte nada —tenía aprisionado al incauto que le había intentado robar. Por supuesto que iba a hacerle algo; beber su sangre. No tardó nada en hundir sus colmillos en su piel y succionar con fuerza, dejándolo en el suelo.

Por supuesto muerto. Amélie de Villiers nunca dejaba testigos ni víctimas. Mala suerte para ella no estar completamente sola esa noche.

La penumbra de Mystic Falls caía pesada y sofocante. Cedric, tras un largo día buscando ingredientes mágicos en los alrededores, había decidido concederse una pausa. Deslizó las manos en los bolsillos de su abrigo, permitiendo que el frío viento nocturno le golpeara el rostro. Estaba sumido en sus pensamientos cuando un ligero aroma metálico llamó su atención. Sangre.

Dirigió su mirada hacia un callejón oscuro y pudo distinguir la silueta de una mujer. Lo que presenció lo dejó estupefacto: la misteriosa figura estaba drenando la vida de un desafortunado humano. Su experiencia con el mundo sobrenatural le dijo que la mujer era, sin duda, una vampira.

Una vez que terminó su festín y dejó caer el cuerpo inerte del hombre al suelo, Cedric decidió acercarse con precaución. Aunque conocía los peligros que suponía tratar con seres de la noche, siempre había sido un hombre de acción y su curiosidad a menudo se anteponía al miedo.

—Buenas noches— saludó con una calma fría:—No esperaba encontrarme con un... espectáculo tan peculiar en Mystic Falls esta noche. ¿Te han advertido ya que en este pueblo no son tan amables con las criaturas como tú?

—¿Y qué soy yo exactamente? —Amélie no tenía reparos en ocultar su naturaleza, aunque normalmente lo hacía cuando no tuviera gente delante. Aquel muchacho, joven, había salido de la más absoluta nada—. Querido, a mí no me asustan los cuentos de viejas en los que la gente busca problemas con aquello a lo que no puede enfrentarse después.

Sobre todo porque con un movimiento rápido, Amélie arranca los corazones de individuos. Mujeres, hombres, ancianos... Menos niños, todos los demás no son santos de su devoción.

—Pero aún no me has respondido —la vampiresa apenas dio un paso hacia delante para dejarse ver mejor—. ¿Qué soy, pues? —ella sabía que él conocía su naturaleza vampírica, ella sabía que él, por tanto, debía pertenecer al mismo mundo sobrenatural por el que Amélie se movía con soltura. Pero, ¿Qué era?—. Cualquiera diría que pareces un humano corriente y muy aburrido.

—Creo que tanto como tú como yo, no estamos con ganas de jugar a esto de las adivinanzas—la sonrisa que le dedicó era de genuino desprecio, ya que, si algo no soportaba en los demás, a pesar de que él lo expresase a menudo, era la arrogancia. Aquella vampiresa parecía ser una necia, otra más en aquella lista de seres inmortales que consideraban su eternidad como un atributo incorruptible e indestructible.

—Veo que no te cansas de repetir la misma pregunta. ¿Te gusta resaltar las obviedades mediante un proceso inquisitorial que peca de todo menos de ser amenazante?—soltó una carcajada burlona:—Quizás no estoy interesado en decirte qué soy ni, lo más importante, quién soy—el moreno retrocedió para buscar ese espacio personal que tanto le gustaba. Asimismo, el aroma que desprendía la pelirroja era el de la sangre y, si bien nunca le había molestado, en ella lo hacía.

—Bien, Pippi CalzasLargas , mi consejo es que te largues antes de que te encuentre cierta cazadora. Aunque, en vistas de que te encantan las adivinanzas, por favor, alarga tu estancia en Mystic Falls y descubre por ti misma lo que digo—con un gesto de su mano, dio por finalizada aquel bizarro encuentro.