El sol ya aparecía medio por la línea del horizonte. Tora hacía menos de media hora era un lobo, atrapada por la luna llena, vagando por el interior del bosque de Mystic Falls. Y, sin embargo, tras al amanecer volvía a ser la misma de siempre.

Se atusaba el pelo limpiando las hojas que se le enredaban entre los mechones, revelando lo que acaba de hacer. Estaba ensimismada, concentrada en el movimiento de sus dedos y pensando en cuáles eran los encargos que había dejado pendientes el día anterior; tanto que no llego a percatarse de la presencia de Roan hasta que alcanzo la esquina del puente.

Fue entonces cuando lo vio allí sentado, observando en su dirección. —¿Qué estás haciendo aquí?— A diferencia de ella, él no estaba anclado a la luna llena, tenía el anillo y, por ende, no tenía la necesidad de acudir al bosque. —No sabía que fueras capaz de madrugar tanto... ¿O es que no te has ido aún a la cama?— Intento bromear tratando de traer de vuelta la amistad que en el pasado tuvieron. Pero se antoja difícil y forzado, teniendo en cuenta lo acontecido entre ellos.

Tora no dejaba de rememorar el beso... Y también lo que vino después.

Llevaba un rato sentado fuera esperando a que ella regresase. Se había vuelto una costumbre el esperarla para comprobar que estuviese bien. En ocasiones, Roan se transformaba y la seguía a una distancia prudente para que no lo descubriese, pero en otras, como en aquel instante, se limitaba a contemplar el paisaje mientras contaba los minutos para que Tora apareciese entre la maleza.

Aquella era una mañana de asombrosa belleza. Al salir el sol, todos los árboles de su entorno se erguían negros como la tinta contra las rosadas nubes del poniente. Podía incluso notar como las ventanas de la residencia se empezaban a iluminar con los primeros bostezos de sus compañeros.

Sin embargo, esa luz anaranjada nada tenía que ver con el atractivo de la loba que se sacudía unas pequeñas ramas de su cabello:—No, nunca he sido alguien que duerma mucho. Te recuerdo que soy astrónomo—el color de las mejillas de Roan denotaba que había estado horas en el exterior, soportando cómo el aire gélido le cortaba con sus alas.

—Quería decirte algo—se levantó con energía del suelo y tomó unas cartulinas que había escrito desde hacía semanas pero que, hasta ahora, no se había atrevido a exponer. Lo que pretendía hacer era algo que había visto en la película de Love Actually y creyó que, si aquello había funcionado con una de las protagonistas, podría también poder funcionar con Tora.

De este modo, empezó enseñando las cartulinas en el orden establecido. La primera empezó con “Tora”, siguiendo con un “Sé que he sido un cretino y un imbécil contigo, pero”, la tercera “pretendo enmendar mis errores”, la cuarta “no soy muy bueno hablando, así que quería confesarte por aquí que….”.

En la cuarta se detuvo un momento porque sintió algo de nervios ante lo que iba a confesarle. Sus dedos lanzaron rápido el papel y destapó aquello más íntimo y que tanto se había guardado de decirle durante los pasados meses: “estoy enamorado de ti”, otra más “para mí eres perfecta”, una más “sé que esto es de Love Actually, pero quería hacer algo romántico por ti”, le sonrió con complicidad y rápidamente concluyó con un “Te quiero, Tora Olsen”.

«Quería decirte algo.»

Tora aún no llegaba a asimilar que Roan pudiera corresponder sus sentimientos. Durante su última conversación importante y tras lo sucedido en el ataque a la sociedad, el lobo parecía demostrarle cada día que había sentimientos nuevos floreciendo entre ellos, pero ella, consciente de que podía ser solo la repercusión de lo acontecido a @Y. Sif Lanvik, seguía negándose a aceptarlo.

Se dio la vuelta justo antes de que el último cartel se revelara y, por ende, no llego a leer su contenido. —No es cierto.— Comenzó a repetirse en susurros. Y es que no podía ser cierto que, después de tanto tiempo esperando, por fin estuviera allí diciendo lo que tanto quería escuchar. Bueno, escribiéndole.

Era demasiado bueno para ser real.

Se obligó a tomar aire, pues, con los nervios, se olvidó por un momento de respirar, y también a girarse para enfrentarse a sus ojos. —Roan, yo...— Seguía sin fijar su vista en el cartel, sin leer las palabras que podían cambiar todo para ambos. —Mira. Sé que estás dolido y confuso por lo que está sucediendo con Sif, tras el rescate y lo de después. Pero no tienes que hacer esto.— Trataba de justificar sus sentimientos, de decirse que todo se debía al cambio en la anteriormente loba y en su actual situación. Una muy complicada situación.

Porque no podía ser que él correspondiera sus sentimientos.

No podía ser que la quisiera.

“No es cierto”

La sorpresa se dibujó en el rostro del lobo que, incrédulo ante otro rechazo, soltó las cartulinas. Roan lo había intentado todo. Había ingeniado distintas formas de declararse, aunque no tan directas como ésta, para que Tora comprendiese que él estaba enamorado sólo de ella. Durante los pasados meses el licántropo había invertido mucho de su tiempo en entrenar con ella, encargarse de cualquier encargo al que Tora estuviese asignada para aligerarle trabajo e, incluso, había empezado a comprarle de vez en cuando girasoles.

Siendo el girasol el símbolo, no sólo de su amistad, sino el inicio de una promesa que se hicieron.

No obstante, nada estaba funcionando. Ni siquiera los bombones que le compraba o pequeños detalles que, siendo Roan, era difícil que hiciese por alguna mujer. El licántropo no era, por definición, alguien cursi pero con su amiga estaba sobrepasando esa frontera en pos de conquistarla y hacerle ver cuán sincero era su amor.

—Joder, Tora—exclamó, incapaz ya de controlar su enfado:—Esto no tiene nada que ver con Sif. Ella ya es pasado y no siento nada por ella más que un simple aprecio, el mismo que siento hacia cualquier amigo—redujo la distancia entre ambos para tomarle las manos con delicadeza. Su mirada, excitada por la impotencia, buscaba la de la contraria con desesperación:—Tora, todo este tiempo….¿acaso no has notado mi deseo de estar constantemente a tu lado?—le dio un suave apretón, sintiendo cómo el latido de su corazón había empezado a acelerarse:—Estoy enamorado de ti.

«Estoy enamorado de ti.»

Las palabras la recorrieron como un rayo, de la cabeza a los pies, haciéndola temblar.

—Pero... Es que...— Trataba de explicar, de justificar, pero no encontraba nada a lo que aferrarse. Incapaz de mirarlo a los ojos, bajo la mirada y toqueteo con nerviosismo los dedos de Roan entre los suyos. —Yo no soy como las demás. Roan no puedes...

Se esforzó por tomar aire, por enfrentarse a ese rostro que tan bien conocía. —Llevo enamorada de ti desde...— Era algo que parecía más que claro. —Desde siempre. Desde aquel día en el campo de girasoles, desde que me salvaste. O puede que incluso mucho antes.— La verdad es que no lo sabía, pero sí estaba segura de quererlo desde siempre, desde que alcanzaba su memoria.

—No puedo ser una más.— Era un reproche y un aviso para Roan. Tora lo había visto durante toda su adolescencia y parte de su adultez, siendo un mujeriego y, consciente de no tener una oportunidad, había tenido que reprimir sus sentimientos todo ese tiempo. Pero, si ahora daban ese paso, si lograba aceptar la idea de ser correspondida, tenía que tener claro que no sería como las demás. —Si dices esas palabras tienen que ser de verdad. No quiero ser un nombre más en ti lista, ni en tu cama.— El recuerdo de las otras, produjo cierta repulsión en ella, de forma que dio un paso hacia atrás, alejándose.

—Piénsalo bien.— Su rostro se encrudeció. Estaba seria, demasiado. —Piénsalo bien y, si es de verdad, repíteme que no es a causa de lo sucedido con Sif. Que de verdad me quieres.

—Por supuesto que sé que no eres como las demás—estuvo muy cerca de utilizar su flirteo habitual para rebajar sus nervios, pero tras escuchar las siguientes palabras de su amiga, permaneció callado.

Nunca se había planteado que Tora hubiese estado durante tanto tiempo enamorada de él. Había identificado sus sentimientos como aquellos que se despiertan en cualquier amistad: lealtad, cariño y dedicación al otro. No obstante, a medida que iba discurriendo su soliloquio, más sorprendido y estúpido se sentía.

—¿Tanto tiempo?—su pregunta fue expresada en un murmullo apenas audible. Había soltado sus manos de las de ella y ahora las mantenía guardadas en el interior de los bolsillos de su chaqueta de piel. Le dolía comprobar el daño que le había hecho durante tantos años:—Tora, por Odín, ¿crees que serías cómo las demás?

La advertencia de su amiga consiguió enfurecerlo. No obstante, tras su última súplica, optó por un tono más conciliador:—No me suelo enamorar fácilmente, ya que tengo…—chasqueó su lengua, visiblemente incómodo con aquel tema. Roan no era una persona que le gustase discutir sobre sus emociones:—Nunca serías un nombre más para mí. Quiero que seas la sola mujer que visite mi cama—se trataba de su modo de decirle que nadie más obtendría su atención más que ella.

—Sif siempre será alguien importante, pero no la quiero del mismo modo que a ti. Mis sentimientos son genuinos, Tora. Nada de su secuestro ha provocado que me haya enamorado de ti, salvo tu forma de ser—le sonrió con ternura y esperaba que ahora Tora pudiese alzar su mirada para verlo:—Te quiero. Sólo deseo estar contigo y te demostraré cada día cuán sinceros son mis sentimientos por ti, Olsen.

A duras penas era consciente de con qué sinceridad hablar o se movía. Ser correspondida en sus sentimientos había sido un sueño desechado tiempo atrás, cuando acabo por comprender que, pese a sus esfuerzos, jamás sería capaz de atraer su atención o cruzar la fina línea de la amistad. Y ahora, se sentía como abrir la caja de Pandora, pues, una vez cruzado, no podría volver atrás.

Si él se estaba enfureciendo, ella seguía su ejemplo. Los dos eran igual de cabezotas y testarudos. Y, por más palabras dulces que dijera, no estaba dispuesta a creer tan fácilmente. —¿Enamorarte fácilmente? Roan te conozco desde la infancia. ¿Cuántas veces viniste a decirme que estabas seguro de haber encontrado al amor de tu vida? ¿A la indicada? ¿Cuántas veces te ayudé a elegir regalos o joyas para ellas?— Negó con la cabeza cuando aquellos recuerdos regresaron a su memoria, golpeando su corazón con dureza.

Alzó la mirada a tiempo de recibir la última confesión, que demostraba que, por primera vez, hablaba en serio. —Roan, yo...— Dudo, sin saber qué decir. Quería dejarse llevar, aceptar que, finalmente, hubiera conseguido verla; pero la reticencia continuaba tirando de ella, tan fuerte como el dolor pasado.

Con cuidado, acortó la distancia que los separaba. Unió sus manos, toqueteando lentamente los dedos ajenos, midiendo sus palmas y después fue subiendo, por su pecho, hasta colocarlas a ambos lados de su rostro. —Te he amado durante mucho tiempo...— Suspiro cada palabra, nacida de lo más profundo de su interior, de su corazón. Y después hizo lo que tanto había ansiado: besar sus labios.

—No, no—se negaba a creer que hubiese sido tan ingenuo con tantas mujeres—Creo que Sif fue de las pocas, pero contigo siento algo genuinamente especial—insistió, con mayor dureza ante la terquedad de su amiga:—Tora, ¿vamos realmente a hacer un debate sobre mis ligues? Porque entonces se nos hará de noche.
Intentó ser bromista o, más bien, aligerar un poco la tensión que había empezado a asomarse en su declaración de sentimientos.

—Yo no sabía nada…—fue su respuesta antes de sentir los labios de la loba sobre los suyos. Desde el momento que experimentó esa calidez, esa suavidad que tanto había ansiado, se dejó llevar por sus instintos.

Roan no era un hombre muy romántico, a pesar de considerarse alguien muy detallista y atento hacia esa persona especial. Él era alguien un poco más pasional y pícaro, sobre todo. De este modo, cuando Tora se inclinó para besarlo, él la atrapó de la cintura para apretarla más a él. Deseaba enseñarle cuánto había esperado ese momento y que, ahora que lo tenía, no pensaba abandonarlo tan pronto.

El beso fue más intenso de lo que habría esperado. En un principio, los labios de Tora se cerraron sobre los de Roan levemente, con delicadeza y suavemente. Como un roce. Pero, al atraerla, él lo hizo más pasional y profundo.

Tuvo que respirar hondo un par de veces para recuperar el aliento al separarse. Con los nervios a flor de piel, Tora dejo caer su frente junto a la de Roan, unidos, con la respiración entrecortada y el corazón latiendo desbocado. —Esto... Deberíamos...— Había tantas cosas que quería decir, pero esa sensación seguía en su interior, haciéndole olvidar los peros y los contras.

Se separó con cuidado, alejando solo su cabeza, manteniendo la cercanía de su cuerpo. —¿Y ahora qué?— Se podía notar la duda y cierto temblor que no sabría identificar. ¿Era por los sentimientos a flor de piel? ¿O por el miedo a que se retractara? Eso le encogió el corazón, el miedo. —¿Qué somos ahora?

Roan soltó un gruñido cuando Tora se separó de él. Su cuerpo ya añoraba la calidez de la loba. Si hubiese sido por él, aún se habría mantenido en ese juego de labios o cómo su lengua había bailado con la de ella en aquel contacto tan pasional. Nunca se imaginó que Tora pudiese guardar tanta pasión y, mucho menos, que le hubiese podido corresponder de aquel modo:—¿Cómo que qué somos?—le sonrió ladino, confundido por su pregunta.

Para el lobo estaba ya muy claro que eran pareja. Desde el instante que él le había dado su promesa de querer hacerlo serio, no pensaba retroceder en su decisión. Tora era alguien importante y, sobre todo, de quien estaba enamorado.

—Somos novios, ¿no? No te voy a aceptar sólo como amante, aunque debes saber que eso entra en el pack. Te voy a dar placer de muchas formas—a pesar de la picardía implícita, Roan quiso asegurar a su nueva pareja lo que realmente sentía. De este modo, se acercó hacia su oreja para susurrarle:—Te quiero.

Aquel apelativo la hizo sentir un extraño calor en su interior. Le acababa de decir que eran novios. Así, sin más. De haber podido habría estado de felicidad.

No obstante, el hecho de que siguiera tonteando e insinuándose, no terminaba de convencerla. Seguía viendo en él, los rastros de aquel Roan mujeriego que jugaba y tonteaba en lugar de tomarse en serio la relación. Tenía sus dudas, pero... Mirándolo, iban desapareciendo poco a poco.

Había estado tanto tiempo esperando por ese amor que ahora no quería despertar del sueño hecho realidad, ni tampoco dejarse convencer por aquella pequeña voz en su cabeza que le repetía que no todo podía ser tan bonito.

Sus mejillas se colorearon de un tono carmín. ¿Había escuchado con claridad? ¿Roan acababa de decirle que la quería? Tenía los labios entreabiertos y los ojos fijos en los suyos. —Yo... yo también te quiero.